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Capítulo 15

Eros

Apenas está cayendo el atardecer, el sol brilla como una mandarina hacia nuestra izquierda conforme avanzamos por la solitaria carretera rodeada de verdes campos.

Llevamos las ventanillas abajo, y el viento que entra mantiene el largo cabello oscuro de California alborotado a su alrededor.

Lleva puestas mis gafas oscuras y mira perdidamente hacia la nada.

Detrás de nosotros vienen formados otros tres autos, y nuestros hermanos están dispersos en ellos, por lo que estamos solos.

Extiendo la mano sobre la pierna de California, y tarda un segundo en mirarla y corresponder.

—Eros — menciona pensativa —. No han dado respuesta al reto de Ashes...

No puedo negar la tensión que me provoca recordarlo.

Después de todo no hemos solucionado mucho aún.

—Los buscaremos — prometo —. Buscaré la forma de librar a Ares de esto, sé que pidieron una competencia con él, pero no voy a hacerle eso a mi hermano. No tiene que aceptar, eso me toca a mí.

Siento que su agarre se tensa al escucharme y mis ojos la analizar enseguida.

Se ve angustiada, su respiración desvaría y a mí me da un vuelco el corazón.

—¿Tú vas a competir? — interrogan asustada.

—Es lo más justo.

—Van a vengarse... — musita trémula.

—No harán nada, conseguiré la victoria o permitiré que se la lleven según sea conveniente.

—Eros, asesinaste a Uriah — pronuncia átona —. No lo dejarán pasar. Nosotros no lo haríamos.

Es una realidad que tengo presente, pero no permitiré que lo piense.

—Confía, en mí, California — pido —. Ashes no me asesinó cuando Uriah vivía a pesar de que  él deseaba hacerlo. No van a hacerlo ahora.

Lo piensa por largos segundos hasta que asiente.

—Bien.

—¿Estás preocupada por mí? — interrogo y mi boca se curva hacia arriba.

—No — niega tras dudarlo.

—¿Segura?

—Basta ya, Fenix — ordena soltándome.

No puedo quitar la sonrisa de mis labios.

—Admítelo, California, estás preocupada por mí.

—No.

—En ese caso no te importará que contacte a alguno de los tipos de Ashes y quede con ellos para competir esta misma noche.

—¡No lo hagas! — vuelve a tomarme de la mano y la expresión asustada aparece otra vez.

—Ahí está.

—Me preocupas, ¿está bien? — admite finalmente.

—Y yo soy el orgulloso que no demuestra sus sentimientos.

Rueda los ojos y bufa, pero cuando va a soltarme la mano mi agarre se endurece y no la libero.

—Demostrarte sentimientos es engrandecerte.

—No es cierto, tú eres una caprichosa engreída.

—¡Yo soy la engreída! — reprocha y me echo a reír.

—No dije que yo no lo fuera, dije tú lo eras — aclaro.

—Cállate ya, todo lo malo que yo tenga tú lo tienes al mil.

Río al pensar que posiblemente es cierto.

—Te quiero, California.

—Te quiero, Fenix.

Y me provoca mariposas en el estómago escucharla.

—¿De verdad? — encuesto dudoso.

—Sí. Creo que después de todo yo también perdí la guerra.

Recarga la cabeza en mi hombro sin soltarme la mano aún, y oigo que suspira cansada.

Para cuando entramos al camino cubierto de árboles, veo luces esféricas colgando de cada uno iluminando el sendero.

Estaciono la camioneta junto a un auto blanco, y el resto de carros aparcan al otro lado.

La castaña se endereza y desabrocha el cinturón, me apresuro a bajar de la camioneta y estoy del otro lado para cuando abre la puerta.

Me sonríe y vuelvo a bajarla cargándole.

Cerbero sale como bala de la casa y da la bienvenida a todos, aunque regresa cada algunos segundos con California para recibir sus mimos.

El pequeño cachorro ya tiene un tamaño muy considerable y alrededor de medio año.

—¡Chicos! — la abuela sale al jardín con una gigantesca sonrisa en el rostro mientras avanza con los brazos bien abiertos.

Los cuatro chicos corren torpemente a corresponderle y van matándose en el camino.

—He preparado limonada para todos — informa muy alegre —. Y naranjada para ti — me señala guiñándome un ojo y saca una sonrisa de mis labios.

—Que exigente — se mofa California mientras andamos de tras del resto que va hacia la casa.

—No es exigencia, pero no suelen agradarme los choquen anafilácticos.

—Limón — dice —. Limón... ¿de tantas cosas elaboradas en el mundo debías ser alérgico al limón?

Ambos soltamos una carcajada ante lo ridículo que lo hace parecer.

—Yo no lo elegí — me defiendo —. No sabía que al momento de la separación de siameses al más inteligente le tocan las alegrías.

Ares gira la cabeza hacia atrás y me mira con mala cara, haciendo que la castaña ría otra vez.

—Las alergias las tiene el más débil — responde mi hermano.

—Con que la pandilla de delincuentes se ha reunido hoy —la madre de California nos recibe en el vestíbulo con mucho veneno y odio como acostumbra.

—Basta ya, madre — pide exhausta y tensa, provocándome tensión también.

No quiero que atraviese más peleas con su madre, es caótico y no puede estar bajo tanta tensión cada dos minutos.

—¿Podría solo dejarnos tranquilos? — intervengo cuando está por hablar e insistir —. Comprenda de una vez que sus palabras no cambiaran nada, California ya tomó una decisión.

Ya tengo a la chica rodeada con un brazo y tomo la delantera para dejar terminada la plática.

Quiero llegar a las escaleras lo más pronto posible.

Sin embargo mi padre aparece de la nada como el gran titán que se siente en ocasiones.

—El Olimpo reunido — observa.

—Buenas noches, papá Fenix — saluda amablemente Hades.

—Hola, chico. ¿Cómo se encuentran tus padres? Me los topé hace poco en una convención...

La madre de Hades pertenece al psicoanálisis o una mierda parecida, y su padre es neurocirujano. Por consiguiente llevan buena relación con el nuestro.

Y eso explica los grandes rasgos del chico; seguramente que cuando era niño en vez de cuentos leía los trabajos universitarios de sus padres.

Después de todo, a pesar de nuestra fricción familiar, sigue llevándose bien con nuestros amigos

Continuamos el camino, subimos entre pláticas animadas de las cuales no formo parte.

Doy vuelta a la izquierda y entramos a la alberca interior.

Seguimos de largo hasta llegar al vestíbulo, California se sienta en uno de los sillones circulates, con el rostro ligeramente sonrojado, parece abochornada y cansada.

Cerbero sube de un brinco y la acompaña mientras le caricia la cabeza.

Me quito la chaqueta y voy a dejarla al pequeño estante que está empotrado en la pared.

Después de todo tendré que ir a la habitación de todas formas. A diferencia de los presentes que traen su equipaje consigo, mi traje de baño no se encuentra aquí.

Cuando doy la vuelta la castaña no está sola, Ares se ha acercado e intercambian palabras mientras él le sostiene la mano.

Ya no es algo que me moleste como lo haría en el pasado.

El rubio se pone de pie asintiendo y se encamina fuera del lugar unos pasos frente a mí.

—¿Se siente bien? — consulto emparejándolo.

Me mira un momento al notar que estoy aquí.

—Sí, algo acalorada y cansada — confirma lo que había percibido.

—¿No quiere ir a dormir?

—No tiene sueño, solo quiere relajarse un rato — explica —. Me ha enviado por su traje de baño.

Como es costumbre, mi mente me traiciona y la imagino con uno puesto.

Prácticamente lo mismo que la ropa interior y es ridículo que me excite un poco más solo por nombrarlo de diferente manera.

—¿Se te puso dura de pensarlo? — cuestiona.

—Eso solo significa que a ti sí — apunto y ambos reímos.

Abre la puerta de la habitación y cierro al estar dentro.

—Sí, últimamente siento más ganas de follar que antes... me refiero a ella, por supuesto — confiesa quitándose la playera.

—Algo debe estar pasando porque no eres el único.

Abro la maleta en busca de los shorts de baño y debato unos segundos cual usar.

Me cambio rápidamente y cuando miro a mi hermano noto que ambos llevamos shorts negros.

Ares se cuelga una de las maletas de California en el hombro y volvemos a salir.

Mientras avanzamos por el pasillo, del otro lado viene la abuela con una charola en las manos, y dos jarras de agua.

Detrás de ella una de las trabajadoras le sigue con una charola más llena de la que no identifico nada.

Y ya que no llevo algo cargando me adelanto para ayudarla y llevarla en su lugar.

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Siguiente actualización, martes 16 de noviembre. 🃏

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