Capítulo 14
Cuando llegamos a la casa donde Olympus hace sus fiestas, veo varios autos aparcados fuera del cobertizo.
Abro la puerta de la camioneta, y cuando estoy por salir, Eros aparece y me baja sin dificultad como si fuera una niña.
La puerta de la casa está abierta y veo movimiento dentro, personas desconocidas entran y salen pero nos dirigimos a la construcción de un lado.
Fenix se acerca a uno de los desconocidos e intercambian palabras que no escucho.
El resto ya está dentro, dispersos en el cobertizo y distraídos en algo.
Entro a la par de Hera y Art, el rubio nos rebasa y llega hasta Hades. Le suelta la media coleta en la que llevaba el cabello recogido y lo alborota.
—Estás vivo, y ya que no te veo cojeando supongo que conservas las bolas — observa el otro rubio y los veo sonreír con mucha complicidad.
—Papá nos soltó mucho más fácil de lo que habíamos creído...
—Por favor, papi Fenix es un maestro del desapego y la crueldad... de dónde más lo aprendió tu hermano.
El sonido de las puertas al cerrarse desvía mi atención de la platica que el par mantiene.
Cupido ha cerrado, aislándonos totalmente del exterior y dándonos una privacidad digna de asuntos delicados.
Con eso ha conseguido la atención de los presentes, y le miramos en espera de noticias.
Quizá nada en específico.
Sólo algo bueno.
—¿Hay noticias? — pregunta Angus.
—¿Son buenas? — agrega Zeus.
Veo al castaño sonreír y se lame el labio inferior.
—¿Están listos para cerrar el año? — interroga deteniéndose con el compás abierto y las manos en la espalda.
—Pareces muy feliz para ser tú, Fenix — opina Hades recargando la cadera sobre una mesa.
—Lo estoy — confirma sonriendo —. No hay motivos para no estarlo.
—¿Cerraremos año el diecinueve de diciembre? — interroga Angus.
—Así es — confirma —. Es una buena fecha, el fin de semana más cercano al inicio de las fiestas de fin de año. Y déjenme decirles que, si los resultados son la mitad de buenos que he contemplado, podrán ser el Santa Claus de su familia.
Eso se oye tan prometedor...
Justo lo que necesitamos en estos momentos.
—Tenemos solo cinco días para organizar una nueva fiesta luego de la última — observa Hades serio y pensativo.
—En efecto, pero sé que podemos con esto — anima Fenix muy firme —. Así que... comencemos: Hermes, necesito publicidad ya mismo — el chico de ojos verdes asiente rápidamente y se marcha con la vista en el movil —. Angus y Zeus, necesito un inventario — ambos salen del medio círculo y caminan a la par fuera del cobertizo.
—Ya sé — interrumpe Hades antes de recibir órdenes —. Finanzas.
—Ares — llama entonces —. ¿Podrías hacer una revisión a las motos?
—Voy — acepta dando la vuelta también.
—Y Hera... ve con las chicas a empacar.
Mi hermana sale deprisa hacia la entrada del lugar. Y al final nos quedamos solos.
—¿Puedo hacer algo y no sentirme una inútil? — pregunto.
—Sí, tú vendrás conmigo — decide —. Y Art... ve con Ares, seguro te interesa saber como desarmar una Kawasaki.
La chica le hace caras pero reímos ante la misión que le ha dado.
Me toma de la mano y guía hacia adentro del sitio.
Y nos detenemos frente a una lavadora y secadora.
—No me digas que me toca lavar los trapos con sangre de las peleas — sugiero.
—No, no — niega soltando una carcajada. Abre la tapa circular de la secadora y cuando miro dentro, noto una entrada subterránea.
Igual a la rocola que hay en la casa de un lado.
—Les gustan las entradas secretas, eh — denoto.
—Son interesantes y fáciles de ocultar — explica —. Puedes hacer cualquier cosa debajo del piso y nadie lo notará.
—¿Quieres que baje?
—Sí.
Lo hago sin dificultad, pero Eros intenta cuidarme como si fuese de cristal y estuviera por bajar una pendiente de cien metros.
Frente a mí hay un corto espacio al frente, y dos puertas lado a lado.
Espero a que Fenix venga conmigo, y toma la puerta de lado derecho, pero no abre todavía.
—Tengo algo que contarte — comienza —. Es... uno de los negocios más importantes que mantiene arriba a Olympus. Y si estoy dispuesto a enseñártelo es porque sé que puedo confiar en ti.
Me pongo un poco tensa, conociéndolo seguro es algo muy malo que no debo saber y sería mejor no enterarme.
Pero si he aceptado pertenecer al grupo no puedo solo no saber lo que pasa en el.
—Por supuesto, soy de fiar — aseguro.
Abre la puerta y prende la luz de una pequeña habitación blanca.
Veo que tiene lockers, y trajes de cuerpo completo de color blanco. Podría jurar que estoy por entrar a un quirófano.
—Toma, ponte uno — Eros me entrega el traje y comienzo a ponérmelo un poco dudosa de lo que estoy por ver.
Una vez que lo he hecho se me acerca, tiene un cubre boca blanco plastificado que me atora detrás de las orejas con cuidado.
—¿Eso por que? — interrogo confundida.
—Ya me lo agradecerás — asegura poniéndose uno igual y me toma de la mano para entras por otra puerta diferente a la que acabamos de usar.
La temperatura del lugar aumenta, y aunque hay largas filas de lámparas, prende la luz general.
Y el lugar está repleto de gigantes plantas.
De hierva.
El olor es fuerte y penetrante aún con el cubre bocas puesto, puedo jurar que sencillamente es insoportable.
—¡Estas loco! — acuso sorprendida de lo que estoy mirando y ambos reímos.
—Solo un poco, pero por supuesto que esto fue mi idea — ya lo creo, no considero a ninguno de los otros siete tan dementes —. Ven, te mostrare algo.
Atravesamos la habitación hasta la siguiente puerta, la luz es encendida, y esta vez de rejillas en el techo cuelgan las largas ramas del sitio anterior.
—Aquí es donde la planta se seca — explica el chico.
Y mientras observo todo alrededor noto una puerta más.
—¿Que es allá? — pregunto.
—La zona de trimeo — responde —. Donde se le quitan las hojas a la hierva que te fumas — explica en palabras mundanas comprensibles para el nulo conocimiento que tengo.
—¿Cómo soportas el olor?
—Terminas por acostumbrarte.
Salimos de nueva cuenta y comenzamos a volver al punto inicial fuera de todo contacto con las plantas.
—¿Por eso me obsequiabas marihuana? — interrogo mientras vuelvo a quitarme el traje.
—Te gustaba y tú me gustabas a mí, la mejor forma de conquistarte.
—No lo lograste — recuerdo.
—¿Y qué importa? Mira dónde estás parada pequeña, junto a mí en donde hago la hierva que te obsequio.
Sonrío ante el egocentrismo típico de Fenix, y cuando copia el gesto consigue confundirme por la falta de familiaridad de la expresión en su rostro.
—Me gusta cuando sonríes — confiesa observándome —. Estoy familiarizado con los ojos blancos y el ceño fruncido.
—No me digas... como tú sonríes diario.
—Desde la noche del baile no he podido dejar de hacerlo — dice y comienza a provocarme ternura —. De hecho, la mañana siguiente a ello fue la primera en la que amanecí con una sonrisa en años.
—No me gusta que seas sensible y romántico — murmuro mirando al piso.
El chico se me acerca y hace que alce la vista.
—¿Por qué no?
—Porque me haces sentir bien.
Eros ríe por la idea absurda que tengo, pero no puedo seguirlo en ello.
—¿No te gusta que te haga bien?
—No — niego.
—¿Por qué no?
—No quiero enamorarme de ti — susurro —. Me rehuso a ser flechada por ti, Cupido.
Fenix me toma del rostro, acaricia mis mejillas mientras sus ojos verdes me observan y mi corazón se acelera atolondrado.
—Muñeca, ya deja de cerrarme tu corazón, ¿no te das cuenta que estoy enamorado de ti desde que te robé ese puto chocolate?
No puedo creerlo. Llegué hasta aquí por un caramelo de dos dólares.
—No puedes tener mis piernas y corazón abiertos al mismo tiempo, Fenix, eso es algo peligroso en lo que no pienso meterme contigo — determino alejándome directo a la salida.
Llega hasta a mí en un parpadeo y me arrincona contra la pared.
—Ay, pequeña, ¿no te das cuenta que me abriste el corazón la noche del baile cuando no huiste tras acostarte e conmigo? Y en vez de eso te quedaste dormida en mis brazos.
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