Ares

La pelea con nuestros padres resultó bastante bien.

Es hora de que nos demos un verdadero impulso en el negocio, y le demostremos a todo el mundo que somos los mejores y podemos con cualquier cosa.

Nuestros abuelos no paran de emocionarse por el embarazo, nos apoyan por completo y están muy felices por nosotros.

Y en realidad, de todos los presentes únicamente mi padre y la madre de California están en desacuerdo.

Mamá está emocionada, pero ya nos ha amenazado para no fallar en esto. Que según ella es la cosa con mayor margen de fracaso para nosotros, así que nos ha puesto a prueba.

Además, dado que técnicamente hemos roto con los lazos familiares entre nuestros padres aunque solo dos de ellos no estén de acuerdo, nuestra estadía aquí se ha hecho relajada y con total libertad.

Ya hemos decidido dormir en una habitación, y estamos muy de acuerdo con el plan de quedarnos lo que resta del mes aquí.

La casa es gigante, prácticamente una mansión. Y resulta que nadie ha elegido su pieza aún.

Los abuelos nos han dicho que tomemos la principal, y aunque ya no recuerdo dónde se encuentra, intentamos buscarla; en cuanto estamos en el primer piso avanzamos por un amplio pasillo, del lado izquierdo hay un ventanal, del otro lado de el una habitación con piscina.

Seguimos andando hasta que encuentro la puerta y se que hemos llegado.

La habitación es grande, a la izquierda la cama, al otro extremo un par de puertas que dan hacia la terraza. 

De lado contrario a donde entramos hay una puerta más, supongo es el baño.

Soltamos el equipaje, pongo una de las maletas de California sobre la cama y Cupido deja la otra.

La castaña se quita la chaqueta negra, quedándose con una blusa roja de tirantes que se ajusta a su cuerpo como una segunda piel.

No lleva sostén puesto, y el cambio de temperatura provoca que sus pezones sobresalgan.

Y ese mínimo detalle es suficiente para que la sangre se me caliente.

Mientras se agacha hacia la cama en busca de algo en la maleta, mis ojos le miran el culo.

Los jeans de pronto me aprietan, y siendo una fuerza en la entrepierna.

Vuelve a erguirse y toma su cabello entre las manos para recogerlo en una cola.

No consigo mantener en blanco mi cerebro y tengo una corta fantasía con la chica.

Estoy sintiendo un deseo desmedido por ella que me nubla la mente.

Me animo a acercarme, deslizo una mano delicadamente por su cintura y su mirada traviesa me da la aprobación al acercamiento.

La beso, mis manos se aferran a su culo y gimotea mordiéndome un labio.

—¿Hola? Estoy aquí — denota Eros y no sé qué hacer.

—Cierra la puerta — ordeno.

El chico lo obedece, y mientras va, California se muerde el labio mirándolo.

No me molesta, sé que gusta de ambos y ya ni siquiera tengo problema con ello.

Se desabrocha los jeans, baja el cierre y veo un encaje rojo, el corazón se me acelera y las ansias por sostener a la chica de la cadera y follarla duro me matan.

Eros regresa, se hinca frente a California y desata sus botas por ella, se las quita y nos deja el camino abierto para quitarle los pantalones. 

Se despoja del suéter dándole un jalón y recupera el dominio de la castaña. 

Mientras tanto me deshago de la chaqueta que llevo encima.

Eros baja los pantalones de California  de su cadera y ella termina de quitárselos sin dificultad.

No pierdo detalles, mentalizo bien cada centímetro de la piel tersa de la diosa y aprendo cada señal que hay en ella.

Desabrocho mis jeans y me deshago de ellos enseguida. Mi hermano deja a la chica sin blusa y aprovecho su distracción de desnudarse para robármela. 

Veo como se estremece de frío, así que la resguardo entre mis brazosme seguida.

La calentura de nuestro primer contacto regresa de inmediato, la alzo en brazos, subo a la cama y me quedo encima suyo.

Mis manos no vacilan y exploro su cuerpo deliberadamente.

—Te queda bien el rojo — admiro acariciando su ropa interior —. Deberías conservarlo.

Su respiración se entrecorta y me entra un escalofrío.

Vuelvo a besarla, siento a Eros ponerse junto a nosotros, y a los segundos noto que ya tiene una mano entre las piernas de California.

Le besa el cuello, susurra algo en su oreja, y me abandona un momento para besarlo a él.

Tras algunos segundos vuelve a mí.

Ambos nos ponemos exigentes para ser besados, y a fin de cuentas nos besa a los dos al mismo tiempo.

Hace cuatro meses nuestro año en Umbra comenzó, y si me hubieran dicho que iba a terminar el año de esta manera no lo hubiera creído jamás.

Ahora estoy a punto de tener otro trío con mi hermano, sobrios y conscientes.

Y puedo decir con seguridad que me agrada mi situación actual.

No sé en qué lío se convirtió mi vida tras la llegada de California, pero no me quedan dudas de que agradezco cada día que está aquí.

Conmigo.

Con nosotros.

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