01.- "Ojos Color Plata"
La sangre cayendo y la adrenalina incrementan en mi cuerpo.
Los golpes aumentan, el sudor y cansancio se apoderan de mi rival, aquí es donde puedo aprovecharme de ello, de su debilidad y cansancio.
Con un último golpe en la mandíbula, y mi puño haciendo impacto en ella, se rindió, cayó al suelo agotado y lleno de sangre.
Me alejé sintiendo el sudor y la victoria en mis venas, los gritos de las personas alrededor solo me hacían saber que una vez más; yo gané.
De nuevo sentía liberación, después de todo el día pude desquitar esa impotencia que tenía de causar daño.
Mi contrincante ya estaba en el suelo intentando salir del ring.
Luego apareció el que me daría el nombre de ganador de nuevo.
—¡Ganador! ¡Brent Jones!— gritó levantando uno de mis brazos.
Algunas personas festejaron por las apuestas, otros abuchearon.
Las luces del callejón seguían encendidas, pasó una chica en prendas menores como de costumbre a entregarme el dinero que gané.
Besé los billetes triunfante para salir del ring.
Ya estaba tranquilo de nuevo, el ring es como una terapia para mi condición.
La paz y tranquilidad que sentía luego de ganar, era inexplicable.
Pasé entre la multitud, algunos felicitando.
Hasta que llegué al único que me estaba esperando de verdad.
—¿Me extrañaste?— bajé para acariciar a mi perro.
Él me recibió como siempre, moviendo la cola con felicidad.
—Yo invito las croquetas— finalicé riendo, guardando bien el dinero.
—¿De verdad saludas primero a tu perro que a tu mejor amigo?— escuché la voz indignada de la persona que lo estaba cuidando.
Me levanté para darle la cara.
—Claro que no— reí —Dakar es mi mejor amigo, tú eres el segundon.
—Descarado— indicó Richard, para sus amigos, Ricky.
Se podría decir que el es mi segundo mejor amigo, porque si es verdad que Dakar es el primero.
Y Ricky solo es un moreno, castaño, y un metro ochenta y uno de estupidez, no niego que es bastante inteligente, solo que a veces me hace dudar de su capacidad mental, pero cuando venían los negocios para él, era cuando me demostraba que su lado maduro si está ahí, muy escondido, pero está.
—Es mejor irnos ahora, ya ganaste— me informó él.
—¿Por qué habrán hecho la pelea tan pronto hoy?— pregunté —ni siquiera es de noche.
—Digamos que las peleas clandestinas empiezan a pasar más desapercibido por el día, ningún oficial de policía investigaría si hay una bajo la luz del sol.
—Adivino, tú diste la idea— comenté.
—Soy el cerebro de todos, no lo olvides— lanzó.
Comenzamos a caminar hacia otro lado, mientras él me daba mis cosas, entre ellas, mi camisa y unas vendas.
—¿No vas a limpiarte las heridas?— preguntó con las manos en sus bolsillos.
Dakar iba a un lado de nosotros, no había necesidad de tenerlo en correa. A pesar de tener un tamaño grande, es el perro más leal y obediente que conozco. Ha estado mucho tiempo conmigo, protegiéndonos el uno al otro, no soy el único que ha estado en peleas al final.
—No estoy tan herido, solo fue la ceja— pronuncié, la sangre la había limpiado antes con un pedazo de tela.
Mientras caminábamos a un lugar al que Ricky me indicó, observaba los edificios, no sé qué tenían algunos, que desprendían un brillo color plata de sus construcciones, y de cierta forma, el color plata me tranquilizaba bastante, jamás supe porqué, es raro pero, terapéutico.
A un lado de nosotros seguía Dakar caminando, olfateando cosas y meando en algunos lugares. También él era mi terapia, más bien, era mi psicólogo personal.
—¿A qué lugar raro y misterioso nos llevarás hoy?— pregunté a mi amigo.
—Es un buen lugar de todo tipo de bebidas, batidos, sodas, jugos, ¡Cerveza! Hay de todo— pronunció eufórico.
—Me gusta la parte de la cerveza— lancé yo sin verle.
Ya en aquel lugar. Solo había una persona atendiendo, un chico relativamente más bajo que yo, rubio y delgado pero estaba en forma ciertamente, estaba de espaldas.
Me acerqué a la barra junto con Richard a esperar. A un lado de mi estaba Dakar, esperando por igual.
—En verdad no entiendo tu obsesión por ir a tiendas diferentes cada tres días— lancé.
—Cállate, no sabemos si aquí sirvan las mejores o peores bebidas.
Rodeé los ojos, el chico que atendía estaba terminando de servir algo que parecía ser un batido.
Se giró con el vaso lleno, viéndonos a nosotros primero.
—Orden número treinta y cin...— el vaso resbaló de sus manos hasta el suelo.
Maldecí esperando que hiciera algo, pero en lugar de eso, solo se quedó estático, viéndome, una mirada bastante profunda en mi, casi asustado.
Dakar quería meterse por una compuerta a un lado de la caja al olfatear la bebida.
—Eh...— elevé una ceja —¿Vas a juntar eso?
Su mirada no se apartaba, pero ví sus ojos, grises, rara vez había visto unos ojos así, en algún lugar, pero no recuerdo en dónde.
—Oye, ¿No me estás escuchando?— subí la voz —el suelo te necesita.
Parpadeó varias veces, ¿Qué le pasa?
Su cara era de sorpresa pura, no podía negar que me parecía algo tonta pero, con algo de ternura. Solo que con los segundos, creí que ya era personal.
—¡¿Puedes dejar de mirarme?!— solté subiendo más la voz.
Reaccionó.
—¿Ah?— emitió agachándose —yo, lo siento, lo siento, mierda.
Empezó a limpiar el desastre que provocó, la mano de Ricky apareció por arriba de mi hombro, calmandome.
Debía tranquilizarme, porqué vivir con un trastorno impulsivo siempre es motivo de estar al tanto de mis enojos o quejas.
—¿Podemos regresar otro día?— pedí a mi amigo —este tipo va a tardar mucho.
—Cada vez me queda más claro que la paciencia no es algo de lo que puedas presumir— comentó él —anda, intenta aunque sea una vez.
Me guió a una mesa, caminé de mala gana pero terminé por ceder. Ni siquiera hubo necesidad de decirle al perro para que me siguiera.
Él fue a pedir algo de tomar y posiblemente de comer si es que lo daban, en todo este tiempo me mantuve conversando con Ricky, pero desde aquí, notaba la mirada del chico que atendía.
De vez en cuando lo miraba de reojo, ¿Qué tanto me miraba? Me incomodaba bastante, cada vez pensaba más que tenía algún problema conmigo.
—Ese chico me está hartando— le dije más a Dakar que a Ricky, luego me levanté de golpe.
Fui hasta la barra, dónde él estaba fingiendo no haberme estado viendo. Mi perro iba a mi lado, pero lo raro era que no le gruñía.
Lo llamé. —Hey, idiota.
Se volteó confundido, señalándose.
—Sí, tú, ¿Tienes algún problema conmigo?— pregunté en seco, él no decía nada —me has estado viendo como si con eso fueras a conseguir golpearme.
Balbuceó. —Emh, no, lo siento, lo siento, no lo haré más.
Quería seguir reclamándole, pero justo en ese momento, apareció el castaño por un lado, dejando dinero en la barra.
—De acuerdo, Brent, creo que hoy estás más hiperactivo que ayer, mejor vámonos— lanzó él.
La cara del niño cuando escuchó mi nombre fue más de compresión pero a la vez, asombro.
Ricky empezó a alejarme por más que yo quería regresar.
Salimos del local, casi alterando a los que estaban ahí sin hacer nada.
Me liberé del agarre de Ricky para irme yo solo a otra dirección, ya luego regresaría a casa junto con mi perro.
Él me entendía, y sabía que no estaba enojado, solo debía calmarme, calmar el trastorno que a veces podía dominarme.
Llegué a un parque, dónde me senté a pensar.
¿Quién es ese chico? ¿Por qué estaba tan impresionado en mi? Quizá debió haberme visto en alguna de las peleas. Eso debía ser.
Pero algo más en su mirada me causaba intrigada, porque sentía haberla visto antes, esos ojos grises ya los había visto, o quizá solo era una idea mía.
Casi algunas horas después de pensar no solo en el chico, si no en varias cosas, decidí regresar a mi casa. Conversando con Dakar en el camino.
Ya estaba atardeciendo, pasé por el mismo local, el chico ya no estaba, creo. La poca luz del sol aún me dejaba ver la calle y por dónde iba.
Caminé de largo por la banqueta, todo iba normal, hasta que sentí las pisadas silenciosas de alguien más.
No volteé, solo seguí de largo, en una esquina de callejón, me metí, escondiéndome justo enseguida del giro.
Esperé a que las pisadas se escucharan más. Y cuando fue así, que tuve a esa persona girando la esquina, actué.
Rápidamente tomé a la persona del cuello e inmovilizado sus manos.
—¡¿Qué quieres de mi?!— grité dándome cuenta de quién era, era él, el chico raro.
Pero eso no me importaba ahora.
—¡¿Quién eres?! ¡Y qué es lo que buscas! ¡¿Quieres dinero?! ¡¿Una golpiza, quizá?!— grité amenazándole.
Mantenía sus ojos cerrados, sujetando mis muñecas para que lo soltase. Dakar con sus patas sobre la pared levantándose, olfateando al niño.
—¡Respóndeme!— grité con rabia.
—Yo solo iba a mi dormitorio— lanzó con timidez.
Abrió un ojo poco a poco, estaba temblando demasiado, mi rostro estaba bastante cerca del suyo, porque quería que me respondiera rápido. Pero sus facciones eran, tan frágiles y pálidas, tanto que un color rojizo podía notarse fácilmente, su rostro era bastante... ¿Cautivador?
El color gris desprendió de un ojo, obligándome a verlo detenidamente, luego abrió el otro ojo, eran igual de grises y brillantes que la plata. No estaba seguro si él veía los míos por igual.
Lo solté de golpe y me alejé irritado.
—Continúa siguiéndome y la bebida no será lo único que termine en el suelo— finalicé.
Me giré y seguí caminando hacia mi casa, apresurandome. Antes de alejarme por completo, escuché un poco audible susurro detrás de mi.
—Eres tú.
Justo cuando iba alejándome, observé que mi perro no me seguía.
Volteé, viendo que Dakar se encontraba lamiendo la mano del chico amenamente.
—A casa, ahora— lancé, el perro entendió y vino a mi rápidamente.
No me molesté en volver a mirar al tipo, solo caminé con Dakar por un lado.
—Traicionero— le dije al animal que caminaba con tranquilidad.
Pero realmente me preguntaba, ¿Por qué a él no le gruñó? Era raro que Dakar no hiciera eso con alguien que viera que estoy atacando o alguien desconocido.
No, en lugar de eso, lamió su mano.
Luego de un rato caminando, llegamos a nuestra casa, lo dejé pasar primero, ya que, Dakar seguramente tiene alguna frase de los perros son primero.
Entré y me dejé caer en el sofá, mi casa no era algo muy grande, pero las peleas me han dejado bastante dinero, que cualquiera pensaría que es como un departamento de algún empresario. Cosa que yo no era, a mis veinticuatro años, tenía un título reciente de ingeniería robótica, pero desde que tengo memoria de mi adolescencia, las peleas han sido mi verdadero negocio.
Dakar se puso cómodo a un lado del sofá, dando vueltas en su lugar para después caer ahí.
Me giré a verlo detenidamente, este perro ha estado conmigo desde hace cinco años o un poco más, es mi mejor amigo, siempre ha estado ahí en los buenos y malos momentos que no me alcanzaría esta vida ni la otra para agradecerle. Tenemos una comunicación especial, nos entendíamos a pesar de no hablarnos mutuamente. No habría palabras para expresar todo lo que le he contado y sabe de mi vida.
Dakar era mi vida ahora. En estos momentos, era lo que más me importaba, desde el primer momento que lo tuve.
Suspiré. —¿Qué le viste a ese niño?, Es un desconocido y aparte acosador raro, debías haberle ladrado, ¿Algo que quieras decir en tu defensa?
Elevó sus ojos un poco y luego volvió a mirar a otro lado, con un ligero suspiro.
—Eso creí— finalicé con indignación
Eché mi cabeza para atrás, recostado a lo largo del sofá permitiéndome ver el techo.
Ojos plateados. ¿Cuándo he visto unos ojos así? Quizá nunca, pero a pesar de lo irritable que fue el chico, sus ojos eran únicos, una sensación de haberlo visto antes o no me invadió. Extraño.
Poco a poco fui quedándome dormido, o eso tenía planeado, estaba cansado y algo adolorido del rostro, mis manos estaban con vendas nuevas desde que terminó la pelea.
Entre los ronquidos de Dakar y mío, me dormí sin mucho en qué pensar, pero no contaba con que, en esa siesta, iba a soñar con un niño en peligro, con el mismo color de ojos.
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En lo personal, ya quiero a Dakar.
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