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7 | Evitación

Jung Kook engañaba a todo el mundo. Lo hacía valiéndose de una fingida amabilidad y de una simpatía inicial que ocultaban cómo era en realidad: una persona fría que, a parte de irresponsable y ligón como pocos, me había dicho claramente que los sentimientos de los demás no eran su problema. También me había dicho que no tenía ni idea de con quién me metía y que podía darme por perdida. Todo eso había dicho.

El reto. El dinero. La competición. Alto afán de logro. Tendencia a la manipulación. Búsqueda de sensaciones intensas. Me repetí cada concepto una y otra vez mientras me arreglaba para bajar a desayunar, intranquila y con un incesante cosquilleo en el cuerpo que me sobrevenía cada vez que recordaba el calor de su piel y el roce de la estantería en la espalda, sus caricias en mi intimidad y su boca bebiendo de la mía con un anhelo que me había hecho perder durante unos segundos la cabeza.

Porque sí. Había perdido la cabeza. Él había resultado ser mucho más hábil, intenso y encantador de lo que había esperado y yo una estúpida de primera por dejarme arrastrar. Y, para colmo, hasta había soñado con él. Había obviado que mi madre había aparecido y me había imaginado retorciéndome de placer en el suelo del desván mientras se hundía en mi sexo con un ímpetu que ni yo misma hubiera creído jamás desear.

Ay, maldición. Reto. Competición. Manipulación. Lo de ayer había sido un engaño para hacerme caer y reírse de mí. Sí, sí, eso. Tenía que tirarle yo a él. ¡Yo a él, maldita sea!

Bajé las escaleras de puntillas (como si esa tontería sirviera para algo). Mi padre estaba en el salón, cepillando una de sus chaquetas, y mi madre en la cocina, entre ollas, embebida en una animada charla precisamente con el objeto de mis pesadillas, que, a su lado, cortaba con diligencia las verduras para el caldo. No supe qué me impactó más, si ver que sabía cocinar o la profundidad de su mirada al darme los buenos días y preguntarme qué me apetecía tomar.

—Nada, gracias. —Me di media vuelta, con el corazón metido en la sien—. He quedado en la facultad porque tengo que repasar un trabajo.

—¿Te vas sin ni siquiera beber algo? —Mi madre, claro, se sorprendió. No solía salir de casa con el estómago vacío—. Hija, siéntate. Solo será un minuto.

Ya pero era un minuto mirando a Jung Kook y no estaba dispuesta a exponerme. Primero tenía que serenarme.

—¡Es que ya llego tarde! —Cogí carrerilla—. ¡Adiós! ¡Buen día a todos!

Me choqué con la calle aún medio a oscuras y un cielo encapotado por el que corría un aire fresco que me alivió un poco el pecho. Vale. Listo. Saqué el móvil.

"Yo Young" escribí a mi amiga. "¿Te apetece desayunar conmigo?"

"Okey".

Genial. Estar con ella, la mente lógica y pausada del grupo, me ayudaría a recuperar la perspectiva.

—¿De verdad te tienes que ir? —El eco de Jung Kook detrás de mí hizo que el teléfono me temblara entre las manos—. ¿No puedo acompañarte? —Sentí que se aproximaba y, antes de que me diera tiempo a reaccionar, le tenía pegado a la espalda y su susurro acariciaba mi oído—. Es temprano y aún está un poco oscuro.

La cabeza se me fue, inevitablemente, al desván.

—Estoy acostumbrada a moverme perfectamente a estas horas. —Luché por sonar pasota—. Tu compañía no me hace falta.

—Lo imagino. —Su barbilla me cosquilleó el hombro y la piel se me erizó—. Solo lo decía porque me gustaría estar un poco contigo.

Pero yo no. ¡Yo no! Me apresuré a abrir espacio entre ambos.

—Es que ya he quedado. —Le despedí con un rápido movimiento de la mano antes de echar andar calle abajo—. Come a gusto y, a poder ser, no te metas en líos.

Empezó a reírse. Vaya. ¿Ya se estaba burlando? Fantástico. Fruncí el ceño. Me volví.

—Ese consejo llega un poco tarde, ¿no te parece? —Su sonrisa, pícara y atractiva, me chocó completamente con la ironía prepotente que esperaba encontrar—. Ya estoy metido en uno. —Y añadió—: Uno muy grande contigo.

Pasé prácticamente toda la mañana en babia. Quedé con Yo Young pero apenas me enteré de lo que hablamos. Fui a las clases y, en vez de tomar apuntes, me dediqué a enumerar en un papel todas las razones por las cuales Jung Kook merecía mi desprecio y a trazar estrategias que me ayudaran a centrar la cabeza y a superar lo del maldito desván.

¿Cómo iba a darle la lección que quería si me dejaba encandilar de esa manera a la primera? Desde luego, qué asco. Era demasiado bueno (lo de anoche no daba margen a duda), demasiado guapo (no era tan tonta como para negarlo) y demasiado dulce (cuando quería), y encima me atraía. Me atraía mucho y, aunque eso en sí mismo no fuera un problema, si no trazaba la línea con cuidado, igual se me iba de las manos y terminaba como años atrás. La sola perspectiva me ponía los pelos de punta. No quería, ni podía, volver a caer en lo mismo.

Por eso decidí evitarle hasta que se me bajara el calentón. Le vi en las máquinas y me fui por el camino contrario. No fui a la cafetería y en su lugar me encerré en la biblioteca. Cerca del mediodía me pareció distinguirle, pavoneándose como siempre por los pasillos con su séquito de indeseables detrás, y me oculté tras la pared de las escaleras, y a la hora de comida me largué a un supermercado a comprar ramen instantáneo.

"Park Verónica". El reclamo de Soo Bin me llegó por mensajería al poco de tirar el bol vacío a la papelera y entrar en el aula de Psicología del Deporte. "¿Qué está pasando?"

"¿Y por qué tiene que pasar algo?" me hice la tonta.

"¿Quizás porque Jeon Jung Kook me ha preguntado tres veces hoy por ti?"

Releí el mensaje. Vaya.

"No dijo para qué pero parecía bastante decepcionado y, francamente, Vero, ¿tres veces? ". Mi amiga siguió escribiendo. "¿Qué ha ocurrido? Todos sabemos que ese tipo no es de lo que preguntan por alguien ni aunque ese alguien se esté muriendo".

Aquel "decepcionado" me hizo sentir mal. Muy mal. Y lo otro también. Las personas a su alrededor le solían traer al fresco. Que me buscara era del todo anormal.

"¿No me lo vas a contar?" Soo Bin siguió, incombustible. "¿Sigues con el asunto ese de vengarte por lo de tus padres? No te lo estarás tirando, ¿verdad? Estoy preocupada".

"No te alarmes, que no ha pasado nada". Busqué tranquilizarla (teniendo en cuenta lo que me acababa de expresar, no podía decirle la verdad). "Todo está bien. Solo tenía tareas atrasadas y por eso no me he dejado ver".

"¿Seguro?"

"Seguro".

Cerré la conversación. El aula ya comenzaba a llenarse y quería coger un buen sitio. Vi entrar a tres chicas, a Min Yoon Gi y después a Park Jimin, al que seguí con la vista hasta que se sentó. Corrí y me situé a su lado, eso sí, asegurándome primero de guardar el asiento contiguo. Si Jung Kook había estado buscándome, ¿estaría bien que le dejara venir conmigo? Unas ganas locas de verle me sobrevinieron de repente. Sí, después de haberle estado evitando a conciencia, resultaba que ahora necesitaba urgentemente que apareciera. Ver para creer.

—¡Ah, eres la de ayer! —Park Jimin me dio un golpecito en el hombro y me obligó a dejar de rastrear la puerta—. ¿Qué tal? ¿Has aprendido ya cómo funciona Último Deseo?

Pues... Teniendo en cuenta de que me había olvidado del tema...

—No mucho —reconocí—. Le di a verificar un deseo pero resultó que me equivoqué.

—Ten cuidado con eso. —Le observé abrir su cuaderno y alistar sus bolígrafos, con esa pulcritud tan impresionante—. Para identificar un usuario es importante que primero lo analices por tu cuenta y tengas más o menos claro que se trata de quien buscas porque, si fallas tres veces, el deseo se bloquea.

—¿Y eso qué significa?

—Que ya no podrás seguirlo y te tocará elegir otro.

Rayos. Maldito desarrollador de las narices. De verdad que no entendía por qué no había hecho un tutorial.

—No lo entiendo. —Le seguí el hilo; parecía un buen momento para empezar a indagarle. Después de todo, él era ahora mi objetivo—. ¿Por qué han puesto esa restricción?

—Porque si no todo se reduciría a darle al botoncito indiscriminadamente. —La contestación sonó con todo el sentido del mundo—. La gracia de Último Deseo es que uno se interese por las otras personas en profundidad, que llegue a conocerlas, y que sea capaz de deducir lo que puedan desear.

Vaya. Mira tu por dónde. Era un fan del sistema.

—Parece que la app te gusta mucho —observé—. La conoces muy bien.

—Es que... —De repente, bajó la vista y su mirada, sobre las letras de sus notas, se apagó—. Es lo único que he encontrado que me ayuda a sentirme bien.

Aquella frase activó mi sensor de alarma. Vale. Sí que podía ser él.

—¿Por qué dices eso? ¿Te encuentras mal?

Sus ojos rasgados, bañados en desconfianza, me hicieron comprender que había sido demasiado directa.

—Perdón, no quería sonar invasiva —me apresuré a rectificar. Al parecer, no iba a ser tan fácil hacerle hablar como a Gi Oh—. Por cierto, me llamo Verónica. —Le tendí la mano, con la mejor de mis sonrisas—. Park Verónica, de Psicología.

—Tienes el mismo apellido que yo. —El cambio de registro funcionó porque el rostro se le relajó y aceptó mi saludo—. Park Jimin, de Artes Escénicas.

—¡Artes Escénicas es genial!

—No es para tanto. —Pareció ruborizarse.

—¡Pero sí lo es! —Me señalé a mí misma—. Yo siempre he querido hacer algo de interpretación pero se me da fatal porque me pongo nerviosa en las escenas dramáticas y me entra la ri...

—¿Puedo sentarme aquí?

La interrupción hizo que el corazón me diera un salto. Un triple salto mortal hacia delante. ¡Jung...! Me volví a la velocidad del rayo y los ojos se me quedaron como dos platos rebosantes de decepción.

Demonios.

—Déjame, por favor. —Kim Tae Hyung me imploró con las dos manos juntas—. Necesito que mi trasero se recupere del frío de las escaleras o terminaré yendo por la vida con un flotador para poder sentarme, con la vergüenza subsiguiente.

Revisé la entrada y también detrás, por todas las filas, las escaleras de ambos lados y las paredes de los laterales. No estaba. Jung Kook no estaba. ¿Por qué no estaba?

—Si buscas a J. K, no va a venir. —El recién llegado no esperó mi consentimiento y se dejó caer en mi lugar reservado—. Tiene semifinales de los cuatrocientos vallas pasado mañana así que está entrenando.

Ah.

—¡Ey, Gi Oh, buenas tardes! —Aproveché que llegaba para disimular y dedicarle un par de efusivos aspavientos y ella, como el encanto que era, me los devolvió—. En realidad buscaba a mi nueva amiga —seguí con la excusa—. Lo que haga el "rey del campus" me da lo mismo.

—Mejor.

Su escueta respuesta me hizo echarle una ojeada rápida pero no le pude replicar porque las luces se apagaron y el proyector comenzó a rodar las diapositivas de la clase. Me centré en leer, en tomar notas y lo que se suponía que debía de hacer pero, a los diez minutos (sí, así de triste), abandoné el aula y me descubrí en las inmediaciones del estadio de Atletismo como la estúpida que, sin duda, era.

¿Qué hacía allí? Buscar al idiota de turno. ¿Por qué? Porque él me había estado buscando antes. ¿Y qué? Pues que resultaba que quería verle y en clase no podría ser. ¿Estaría más orgullosa de mí misma si no lo hiciera? Por supuesto. Y, sin embargo, ahí estaba, mirando desde lejos cómo corría y sorteaba los obstáculos, a punto de dar un salto cuando rebasó in extremis a su compañero y quedó primero.

Lástima que la realidad imperara, incuestionable, cuando un chica delgadita con dos coletas y pantalones cortos le colocó la toalla al cuello y, de paso, le dedicó no sé cuántas carantoñas a las que él, evidentemente, correspondió como cabría esperar. Que si te toco aquí, que si te toco allá. Que si te susurro al oído y que si yo te devuelvo un besito. Que si ahora me río porque sí y yo hago lo mismo.

No puedo negar que no me molestara (porque lo hizo) pero al mismo tiempo verle haciendo de las suyas me alivió bastante. Había estado a punto de perder el rumbo por una tontería. Jung Kook era un farsante y le iba a pisotear. A hundir. A destrozar. Y ya estaba. ¡Ya estaba!

Me di la vuelta, con la intención de regresar a la facultad y la mente por fin de nuevo en su sitio pero no alcancé a ir muy lejos. La inaudita escena con la que me topé a continuación me dejó con los pies clavados en el sitio.

—¿Cómo has podido?

Mi amigo So Ho estaba allí. Tenía contra la pared, junto a la salida, a un tipo que reconocí como parte de la manada lobuzna, y lloraba. Lloraba amargamente.

—¿Cómo has podido hacerlo? —Le increpó, entre hipos—. ¡Tu sabías que ella me gustaba! ¡Eras mi amigo, mierda! ¡Lo sabías!

Rayos. ¿So Ho y ese tipo se llevaban? Me aproximé con tiento.

—Solo lo hice por el deseo, tío, solo por eso.

La aplicación. Otra vez el asunto tenía que ver con la maldita aplicación.

—¡Yo confiaba en ti! —La exclamación de So Ho retumbó en el recinto—. ¡Confiaba plenamente!

—Mira, no te rayes. —Su interlocutor se zafó de su agarre y le respondió con una tranquilidad alucinante—. Ella deseaba que alguien la pillara de improviso y se la follara en el baño y yo lo único que hice fue hacerlo realidad.

Me quedé sin aire en los pulmones.

—Si tanto te gustaba, tendrías que haberlo hecho tu. —La explicación sonó en mi oídos como un auténtico disparate—. Si vieras cómo gimió... —Ay; cielos—. Estaba tan excitada que se corrió en cuestión de minutos y a mí me dieron cien puntos.

—Puntos. —La voz de So Ho se oscureció—. Cien puntos es lo vale nuestra amistad.

—Estás exagerando.

—Con que yo soy el que está mal... —Mi amigo apretó los puños y, en un abrir y cerrar de ojos, se lanzó sobre él—. ¡Hijo de puta! ¡Cabrón, malnacido!

Trató de golpearle, cegado por la rabia, pero su rival tenía mejor condición física de modo que no tuvo problema en pararle ni tampoco en empujarle y tirarle al suelo.

—¿Quieres pelea? —Levantó el puño, con la intención de rematarlo—. ¡Pues eso tendrás, idiota!

Ay, no. ¡No!

—¡Alto! —Me interpuse—. ¡Déjalo!

Me llevé un empujón de los grandes. Uno que me hizo tambalearme, chocar contra la pared de cemento y lastimarme en el hombro.

—Aparta, niñata.

—Apártate tu.

Jung Kook, con la toalla al cuello, se recortó frente a nuestro agresor. Éste, nada más verle, se encogió como una tortuga en su caparazón.

—¿No ves que quiero pasar al vestuario y me estás cortando el paso? —Le señaló, con frialdad—. ¿Por qué te pones en medio de mi camino? ¿No sabes lo que eso me molesta?

—Sí... —El aludido retrocedió—. Perdón... No te... Había visto...

—Así que no me habías visto. —Los ojos de Jung Kook se posaron brevemente sobre los míos antes de volver a los de su compañero—. Vamos a ver cómo lo hacemos para que a partir de ahora me veas mejor.

—¿Qué?

El joven no pudo reaccionar. En un segundo se retorcía en el suelo y la nariz le sangraba a borbotones.

N/A: Arrancamos el pequeño maratón. Por una serie de imprevistos, no estoy segura de poder publicar los 4 capítulos que había dicho (solo me ha dado tiempo a preparar tres). Trataré de alistar el último pero si no me fuera posible, el siguiente sábado les dejaré doble actualización.

Por cierto, amé sus reacciones en el capítulo anterior apoyando a nuestra chica. 🤣🤣. @teamvero

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