6 | Atracción
Creo que no hace falta que diga lo que esa cena supuso para mí, con mis padres charlando sobre temas intrascendentes y Jung Kook poniéndome encima del arroz trozos de carne y de kimchi como si fuera el amoroso novio perfecto de las series de romance. Por supuesto, se los devolví todos. Incluso los que tenían la mejor pinta. Faltaba más.
—Dices que no tengo empatía —murmuró, entre dientes, cuando le regresé el último pedazo—. Sin embargo, eres tu la que no paras de herir mis sentimientos, ¿sabes?
Sí, seguramente. Se le veía muy afectado. Desde luego, había que tener narices (y de las grandes) para atreverse a presentarse en mi casa y tratar de joderme todo lo que no me había podido joder en la Universidad. Tonta no era. Estaba ahí por eso.
—¿Has averiguado algo sobre la persona que me contaste? —preguntó mi madre, cuando ya estábamos terminando de comer—. Me refiero a la que publicó ese deseo tan preocupante.
Me quedé en suspenso unos minutos. Hablar de ello delante del caradura de turno no me apetecía en absoluto.
—Solo sé que ahí sigue porque hoy he leído otra vez su mensaje —respondí, con reticencia—. Lo estoy buscando.
—¿Quién sigue? —Jung Kook, claro, no pudo quedarse callado y metió su cuchara donde nadie le llamaba—. ¿Qué mensaje? —Me miró con una cara de inocente que me sentó fatal—. ¿Estás buscando cumplir un deseo para presumir de tu enorme empatía social?
Y a él qué le importaba, vamos a ver.
—Quiere ayudar a alguien que está pasando por un mal momento —explicó mi madre (ay, mamá, ¿por qué? ¿Por qué se lo tenía que contar?)—. Eso dice mucho de ella como ser humano, ¿verdad?
—Ya lo creo. —Jung Kook revolvió los resto de arroz con los palillos y me dirigió una mirada de lo más seca—. Es de lo más comprensiva y cariñosa con todos, sin excepción.
Uf. Valoré devolvérsela pero recordé la importancia de mantener la indiferencia de modo que opté por callar (maldita la hora en la que me había leído ese artículo) y recoger los recipientes vacíos de la mesa.
—Mamá, ¿se puede saber por qué se tiene que quedar a dormir? —Aproveché que se metía a la cocina para ir detrás—. Ya es mayorcito. —Le hice ver, muy seria—. Que vuelva a casa tarde no debería ser un problema.
Mi madre suspiró y se sentó en la banqueta, con el trapo entre las manos.
—Sé que nunca os habéis llevado bien y lo comprendo —respondió—. No siempre resulta fácil entenderse y hay personas con las que no llegamos a congeniar por mucho que lo intentemos. Sin embargo, hasta los más áridos tienen sentimientos y es importante saber tender la mano cuando es necesario.
Guardé silencio. Hablaba así porque no sabía lo de Gi Oh. Tampoco que se iba de bares a follar en vez de acudir al trabajo. Ni que andaba con una banda de pandilleros cuyo pasatiempo principal era meterse en peleas. No sabía nada.
—Tiene problemas en casa —continuó—. No sé exactamente lo que ocurre pero su madre quiere intentar solucionarlo por su cuenta y cree que con él allí será imposible.
Problemas. Lo mismo había dicho Gi Oh para justificarle. Lo mismo.
—No te preocupes, que se va a quedar aquí abajo, ¿vale, cielo? —Mi madre me acarició el brazo, tan amorosamente que no me quedó más remedio que asentir—. Tu sube a tu habitación como todos los días y haz como que no está.
Y eso intenté pero la cosa solo funcionó mientras ordenaba el lavavajillas y limpiaba los vasos porque en cuanto regresé al salón, con la vista fija en las escaleras que llevaban al piso de arriba, le vi por el rabillo del ojo tumbado en mi sofá (sí, "mi sofá"; de los dos tresillos que había, se había tenido que acomodar en el mío) con la actitud propia de quien se cree el amo y señor del Universo y un coraje de aquí te espero me subió al pecho.
Qué caradura. Mucho. Pasé de largo.
—Chao, Vero. —Le escuché—. Ponte tu pijamita de estrellitas y sueña conmigo.
Mira tu qué chistoso.
No respondí. En la seguridad de mi habitación hice lo indecible por relajarme, sacarme de la cabeza al impresentable que acababa de dejar abajo y centrarme en mis cosas. Terminé unas prácticas sobre tests de inteligencia y las envié, dediqué un rato a leer una novela romántica que abandoné por pastelosa (qué pereza con el "yo te quiero" / "no, yo a ti más"/ "no, yo más") y, a eso de las doce, le mandé un mensaje a So Ho. Era tarde, lo sabía, pero, como padecía de insomnio desde hacía meses, seguro que estaría despierto.
"Ya he descartado a Gi Oh como autora del deseo".
No tardó nada en responder.
"¿No lo era?" Leí. "Bueno, entonces tiraremos de lista. Tengo un par de opciones interesantes".
"¿Quiénes?"
"Uno es Min Yoon Gi, obvio" escribió. "Diga lo que diga Soo Bin el tipo es raro". Las letras se sucedieron con rapidez. "El otro es un estudiante de Artes Escénicas. Los sumbaes dicen que le ocurrió algo gordo y que anda deprimido".
"¿Cómo se llama?"
"Park Jimin".
¿El que se había puesto a mirarme en móvil en clase? No me había trasmitido imagen de tristeza aunque, claro, no todos los depresivos tenían por qué demostrarlo. De hecho, algunos lo tapaban y buscaban desahogarse de forma oculta como, por ejemplo, escribiendo cosas como podía ser ese deseo que, además, se había activado en esa clase.
"Empezaré por Park" decidí.
"Yo creo que mejor primero Yoon Gi".
"No, Yoon Gi me parece un muro demasiado infranqueable".
En ese momento la maldita aplicación (que, en teoría, había cerrado) saltó e interrumpió la conversación.
Usuario PsycoP, tu perfil acumula 5 puntos.
No me digas.
Tienes 01 deseo objetivo en seguimiento.
Sí, gracias por recordármelo.
Tienes 01 seguidor en tu deseo.
¿Qué? Cerré aplicación. Reinicié el teléfono. Volví a entrar.
Bienvenido, usuario.
Clip a "ver mi deseo".
¡Enhorabuena! El usuario X4 ha fijado tu deseo como deseo objetivo.
La boca se me secó. Era una broma, ¿verdad? O un fallo del sistema. Eso. Un fallo.
—Ey, Vero. —El susurro de Jung Kook, al otro lado de la puerta, llegó acompañado de unos golpecitos en la madera y me distrajo de la pantalla—. ¿Estás despierta? Es que tengo un problema. —Volvió a golpear—. ¿Te importaría abrirme?
Lo hice, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Si lo que buscaba era comprobar si mi pijama tenía estrellitas lo mataría allí mismo.
—¿Qué quieres?
Me mostró la almohada que mi madre le había dado. Estaba descosida por el lateral y el relleno se estaba empezando a salir.
—No sé si tenéis otra o algún cojín. —Me sorprendió que hablara, para variar, en un tono normal. Su voz resultaba hasta simpática y todo—. He ido a buscar a tu madre pero ya está dormida y no quiero molestarla.
—En el desván debe haber algo. —Señalé las escaleras—. Sube y mira.
—¿Yo solo? —parpadeó—. No es mi casa. No creo que sea apropiado que me ponga a fisgar por ahí.
Puse los ojos en blanco pero, como la excusa no dejaba de tener cierta lógica, al final salí, arrastrando pies, y le acompañé al susodicho desván.
—Tu rasero para decidir lo que es apropiado y lo que no es muy particular, Jeon Jung Kook —le solté, con toda la intención del mundo.
—Si lo dices por Gi Oh, déjame aclararte que los líos mentales que se ha hecho no son ni responsabilidad ni mi problema. Yo le dije lo que había y ella aceptó.
Ya. Esa era justo la respuesta que esperaba.
—No es solo por eso —repliqué—. Ya te he visto demasiadas veces en "tu salsa", ¿sabes?
—¿Mi salsa? —Me dio la impresión de que empezaba a reírse, eso sí, por lo bajo—. Eres de lo más graciosa, en serio.
Y él un indeseable, pero qué le íbamos a hacer. Lo que había era lo que había.
Entramos. La bombilla del techo había explotado hacía tres días por una subida de tensión y la habitación, que usábamos como almacén de trastos, estaba en penumbra. Menos mal que las cristaleras eran amplias y dejaban entrar algo de la luz de las farolas y menos mal también que Jung Kook llevaba su teléfono y que lo puso en modo linterna, lo que facilitó que pudiera ir directa al armario en donde se guardaban las mantas y toallas, rezando por encontrar el almohadón a la primera.
—Tienes muchos libros. —Mi acompañante dio una vuelta al lugar y se detuvo frente a la estantería, con la luz sobre los títulos de los cantos—. ¿Los has leído todos?
—Algunos. —Revisé las bolsas de las primeras baldas, sin éxito, y oteé en las siguientes—. Desde que estudio no le puedo dedicar mucho tiempo a la lectura.
—A mí me encantaba leer. —Me quedé quieta, con el cierre de la cremallera de la maleta a medio abrir; ¿ah?—. De pequeño solía pasar casi todo el tiempo en la biblioteca. Podía leerme una obra entera en un par de días y luego empezaba otra, hasta que oscurecía y la encargada me enviaba a casa.
Me giré, sorprendida. Primero, porque no me imaginaba a Jung Kook en una biblioteca. Segundo, porque me estaba contando algo personal y eso era, sin duda, reseñable. Le conocía desde hacía mucho y nunca, lo que se decía nunca, había hablado de él.
—No sabía que te gustaran los libros — le señalé—. Nunca te he visto con uno.
—Porque mi padre no me dejaba. Decía que era una pérdida de tiempo así que me canceló el carnet y hasta tuve suerte de que me permitiera comprar los manuales del colegio.
Aquello me generó un regusto medio amargo. Normalmente los padres querían que sus hijos estudiaran y se empaparan de cultura.
—Imagino que quería que te dedicaras al deporte, ¿verdad? —Busqué justificación—. Debió ver en ti ese potencial.
—No creo. —Dirigió la linterna a los utensilios de costura de mi madre y analizó la máquina, la caja de bobinas y los patrones de camisas a medio terminar—. Mi padre no era capaz de verse ni a sí mismo y, ni tenía ni idea, ni tampoco le importaba, lo que quería hacer yo. Bebía mucho. Apenas se podía hablar con él.
Vaya.
—¿Y ya no bebe?
—No sé. —Enfocó las baldas del armario—. No sé nada de él.
—Lo siento.
—Pues yo no. —Movió el móvil hacia arriba, al último estante—. Mira qué suerte. Ahí hay una almohada.
—¿En serio?
Intenté cogerla pero estaba alta (y yo era bajita) así que salté varias veces hasta que conseguí asir la punta y tiré, con tanto énfasis que perdí el equilibro y caí hacia atrás. No me di el trastazo del siglo solo porque Jung Kook se puso detrás y me sujetó. Quedé prácticamente pegada a su pecho.
—Gra... —Por alguna desconocida razón, el contacto se sintió como un chispazo impresionante y me descuadró—. Gracias.
—A ti por acceder a acompañarme. —Sus ojos castaños se clavaron en los míos—. Y por soportarme también.
Aquel hubiera sido el momento perfecto para hacerme la diosa, sacar pecho y pisoteale (un Jung Kook dando las gracias era todo un acontecimiento que no se podía desaprovechar). Una postura seductora, un poco de toqueteo y algo como "en realidad he accedido porque ibas a llorar si no te daba tu almohadita" hubiera estado genial. Sin embargo, lo que hice fue sostenerle la mirada y la cabeza se me fue, sin control, al calor de su cuerpo contra el mío.
Me atraía. Sabía cómo era y lo que hacía pero estar tan cerca de él, como antaño habíamos estado, me abrumaba. Era como si un imán me empujara. ¿Por qué? ¿Acaso no lo tenía superado? Pues al parecer no porque me alcé de puntillas y le besé.
Lo hice despacio, casi con miedo, y le pilló de improviso porque no reaccionó hasta que me quise apartar, arrepentida ante el impulso, y me sujetó la cara para impedírmelo. Sus labios comenzaron a moverse por los míos, primero con calma y después con más intensidad, como si quisiera devorarme o beber hasta la última gota de mí y yo, inexplicablemente, me encendí como nunca en la vida lo había hecho. Me sentí deseada al notar su miembro endurecerse y la ansiedad por tenerle me hizo corresponderle de la misma forma, lo que desencadenó que su lengua se enredara aún más con la mía y que yo terminara arrinconada contra la librería, que tembló bajo nuestro empujón.
—Te aviso... —Ahogué un suspiro cuando su boca descendió por la curvatura de mi cuello y sus expertas manos buscaron mi sexo por dentro del pantalón—. Yo... — Su caricia en la vulva me estremeció—. No quiero nada contigo.
—Lo tengo claro. —Volvió sobre mis labios, sin dejar de tocarme, lo que me aceleró aún más—. Solo sexo y cuando te aburras me tiras como un trapo.
Intrudujo un par de dedos en mi cavidad. Empezó a moverlos, despacio, generando en mí un cosquilleo irresistible que me empapó en fluido. Reprimí un gemido.
—Tampoco... —Ay; Dios—. Tampoco te voy a devolver el dinero.
—Me conformaré. —Se sonrió—. Además, me encanta lo receptiva que eres. —Se pegó a mi oreja—. Me vuelve loco ver cómo te pones cuando te toco.
El ruido de unos pasos ascendiendo por las escaleras nos detuvo.
—¿Jung Kook? —La voz somnolienta de mi madre se escuchó tras la puerta—. ¿Estás ahí? ¿Necesitas algo? —Ay; ¡mierda! —He oído un golpe.
Me soltó al instante, claro, y se abrazó a la almohada y yo, agitada a más no poder, volé al armario y fingí revisar entre las mantas, sin atreverme ni a mirarle.
N/A: en la notita que puse aquí hablaba de la posibilidad de hacer un maratón de la historia (que al final hice) y me quejé un poco sobre el asunto de que Wattpad cambia los guiones cada vez que le da la gana. Jajaja A día de hoy los sigue cambiando.
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