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3 | Ganátelo

—No te arrodilles. —Mi complexión era más bien menuda y debilucha (por mucho que lo intente, no soy capaz de mantener la constancia con las tablas de ejercicios) pero me las arreglé para sujetar a la chica antes de que se dejara caer—. Nadie lo merece.

La joven me observó, con los lagrimones cayéndosele a raudales y el rimmel corrido por las cuencas de los ojos.

—Ay, Vero. —Los ojos de Jung Kook se oscurecieron—. Vero, Vero, Vero... —repitió, casi con condescendencia—. Sé que te mueres por saber cosas sobre mí y, obviamente, comprendo tu interés. Sin embargo, te aconsejo que no te metas en donde no te llaman, no vayas a ser que al final la que caiga de rodillas seas tu.

Aquella amenaza terminó de sacarme de mis casillas. Después de todo, aún le quedaba cuerda para intentar vacilarme. De verdad, qué ser más odioso.

—No creo que tu seas el más indicado para darme pautas de conducta, maldito irresponsable. —La ira me rebosó por los cuatro costados—. ¿Cómo has podido engañar a mis padres después de lo que ellos te consideran solo... ?

Me interrumpí. Las groserías se me agolpaban en la cabeza pero no debía decirlas. La otra parte implicada seguía ahí, cabizbaja, como si cargara con el peso de toda la culpa sobre sus hombros. No quería hacerla sentir peor.

—Les mentistes para... —Arg; ni qué decir—. Para irte por ahí —decidí, al final.

—¿Y tu cómo sabes que falté por eso?

Se me acercó pero me negué a achantarme y mantuve la postura recta y la cabeza bien alta. Me conocía a la perfección sus maneras, a veces burlonas y otras envolventes.

—¿Acaso te intereso a tal punto que incluso me sigues fuera del campus?

Contuve la respiración cuando la punta de su nariz estuvo a punto de rozar la mía. Tenerle tan cerca era incómodo. Muy incómodo. Invadía mi espacio personal con el objetivo de tambalear mi seguridad a través de su evidente atractivo físico y esa pretensión me ofendía.

—Para querer dedicarte a estudiar mentes, sacas conclusiones muy apresuradas, Park Verónica —susurró mi nombre completo—. Vas a tener que trabajar más tu cautela y tu prudencia o te irá bastante mal.

—Aquí el único que saca conclusiones sin sentido eres tu.

—¿Tu crees?

Por supuesto, imbécil. Dios; cómo hubiera hubiera amado responderle así. Me hubiera quedado más pancha que ancha y libre de la tortura que suponía tenerle delante y que esos molestos nervios no me dejaran hilar bien las ideas porque me habría contestado cualquier mamarrachada, yo habría aprovechado para marcharme y la conversación hubiera muerto ahí. Sin embargo, eso no era lo que buscaba. Esta vez no.

—Ayer hice todo tu trabajo en el restaurante. —Retrocedí, lo justo para relajarme y que el aire fluyera entre nosotros—. Y después tuve aguantar que mi madre rogara por la pronta recuperación de un resfriado que no tienes.

—¿Y eso qué?

—Que me molesta que te burles de mi familia y lo que acabo de ver me ha rematado. —Me llevé la mano al bolsillo interior de la chaqueta—. Tenía asumido que no eras precisamente el "ángel de la virtud" pero al menos esperaba que hubieras dejado de lado tu afán por humillar a los demás.

La chica se cubrió el rostro entre las manos pero el muy hijo de puta no la regresó ni a ver.

—Ese es el problema de hacerse expectativas. —Se mostró impasible—. Que nunca se cumplen.

—Se cumplan o no, la cuestión aquí es que hieres a otros.

—Pero yo no le digo a nadie cómo tiene que pensar respecto a mí. —Se irguió, déspota—. No finjo ser nada diferente a lo que soy. Que se sientan mal no es mi problema.

De acuerdo. En tal caso, fin del diálogo.

—Pues debería serlo porque tu actitud ha repercutido en mí y resulta que tengo algo tuyo que, por lo visto, es muy importante.

No se esperaba que tuviera el sobre. Lo intuí porque la mandíbula se le desencajó levemente, al igual que lo hizo la mía al abrirlo y hurgar en su interior. ¡Ay, mamá! Contenía dinero. Muchísimo dinero. Al menos el sueldo de un año completo o puede que incluso más.

—Dame eso. —La orden retumbó con fuerza, seca—. Dámelo ahora mismo.

—¿Y por qué debería? —Devolví los billetes al sobre y éste a su vez al bolsillo—. ¿Acaso has hecho algo digno de merecerlo?

Juro que nunca, lo que se dice nunca, nadie me había dirigido una expresión tan abiertamente hosca como la que en ese momento me dedicó Jung Kook. Pero tampoco había visto a nadie controlarse tan rápidamente después como para ser capaz de regresar a su actitud de frío pasotismo en cuestión de segundos.

—Te lo voy a pedir por las buenas porque me resueltas entretenida y a veces me haces reír. —La calma tensa se adueñó de sus palabras—. Dame el dinero.

—Ganátelo.

—¿Qué?

Me la estaba jugando, lo sabía, pero pisar su terreno era el único modo de tirarle del pedestal en donde se había subido y hacerle morder el polvo de la humillación.

—No te lo voy a dar solo porque sí. —Esbocé una mueca burlona—. Para recibirlo vas a tener que convencerme.

Apretó el gesto, expectante.

—Puede que si cambias tu conducta o tu manera de proceder y te muestres más empático en general te lo devuelva.

—No voy a hacer lo que tu digas —respondió—. Yo me comporto y me comportaré como me dé la gana.

Uf. Va. No había nada que hacer.

—Entonces intenta engatusarme, a ver si puedes. —El reto me salió sin pensar—. Si quieres el dinero, trata de ponerme de rodillas como has dicho que harías, aunque te aviso de antemano de que me conozco todas tus tretas así que quizás seas tu el que termine en el suelo.

Soltó una carcajada y sus labios se curvaron en una mueca insultantemente déspota.

—¿De verdad quieres echarme un pulso? —Se mordió el piercing del labio—. No tienes ni idea de con quién te estás metiendo.

—Lo tengo bastante claro, Jeon Jung Kook.

Me enderecé, cual diva en una pasarela de moda, le di la espalda y agarré a la chica de la mano, con la intención de arrastrala conmigo.

—No, no lo sabes —le escuché mascullar, mientras me alejaba—. Ya puedes darte por perdida, Verónica.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. Acababa de lanzarle al tipo más detestable que me había topado en la vida (y mira que me había topado con unos cuantos) un reto estúpido que no había meditado y del que me arrepentía terriblemente, sobretodo porque la verdad era que no confiaba para nada en mi capacidad para enfrentarle.

Ay, ¡maldita impulsividad la mía!

Quería pisotearle (eso ni qué decir) y el primer encontronazo me había salido más o menos bien pero, ¿me iría igual en el resto? Jung Kook era un espécimen de mucho cuidado y mi única ventaja radicaba en que le conocía desde hacía muchos años y en unas pocas nociones de Psicología del Comportamiento que, sinceramente, dudaba que funcionaran. ¿Podría yo, una tipeja sencilla y común, de ideas románticas al uso, asumir el rollo a lo "femme fatale" y ponerle el pie en el cuello?

Estaba claro que me iba a costar.

Los siguientes días transcurrieron con demasiada normalidad. Y digo "demasiada" porque porque, para mi suerte, Jung Kook no apareció en toda la semana. Dejó de hurgar en las máquinas de la salida de mi Facultad y de pasearse por el campus como el rey de reyes y tampoco me topé con Tae Hyung ni con ninguno de los de su grupo. Raro, ¿no? En lo que llevábamos de curso le había visto a diario y, por eso mismo, en mi estupidez, los primeros días me los pasé estirando la cabeza de más, buscándole como quien no quería la cosa y oteando disimuladamente la puerta de la Facultad de Deportes, hasta que el deseo del suicidio volvió a hacer acto de presencia y mi foco de atención regresó al lugar de donde nunca debió de haber salido.

Fue en la cafetería. No en la nuestra sino en la que había frente a la estación de autobuses, un lugar famoso por su pan y su café cremoso y que, por lo mismo, solía estar hasta arriba. Y ocurrió mientras nos sentábamos en la mesa anexa a la de Gi Oh, la patinadora que ocupaba el primer lugar en nuestra lista de candidatos suicidas y que, casualidades de la vida, había resultado ser la chica que Jung Kook había humillado.

Podía ser ella. La del mensaje podía ser ella.

—No creo que sea buena idea que le muestres interés. —Yo Young sopló en el interior de su taza—. Sigo pensando que es mejor no meterse.

—Opino lo mismo —intervino Soo Bin—. Apenas la conoces así que su estado no te debería importar y, además, ni siquiera te has descargado Último Deseo. —Se encogió de hombros—. ¿De qué te sirve ayudarla? Vas a gastar mucho tiempo y no vas a recibir puntos ni te van a condecorar.

Semejante argumento estuvo a punto de producirme una embolia cerebral. ¿Puntos? ¿Condecoraciones? ¿Pero ocurría? ¿Qué pasaba con el mundo? ¿Todo se limitaba a ascender en la dichosa aplicación?

—Déjalo —disimulé el enfado como buenamente pude y me levanté, con la taza en la mano—. Lo haré por mi cuenta.

—Eso no es lo que...

Las dejé ahí y, sin más ni más, me cambié de mesa y me senté frente a la joven, que, distraída también en su teléfono, se pegó un susto de muerte cuando me escuchó saludarla.

—Hola, ¿cómo estás? —Le dediqué mi mejor cara—. ¿Te vas encontrando mejor?

—Yo... —Su facciones, dulces y armónicas, me analizaron, confusas—. Algo... Creo —decidió—. No estoy pasando mi mejor momento pero... —Se detuvo—. Espera, ¿tu no eres de la carrera de Psicología?

Asentí y me pareció que hacerlo la intimidaba porque agachó la cabeza y su precioso cabello nubló su expresión.

—Ah, entiendo —fue todo lo que dijo.

—No te preocupes, no estoy aquí para usarte como sujeto de prácticas. —Sí, esa era la fama que teníamos y merecida, claro. No eran pocos los profesores que nos exigían análisis con personas reales para hacer trabajos—. Solo quería asegurarme de que estabas bien. Me quedé algo preocupada por lo que dijiste el otro día sobre querer ser valorada.

—Oh...

—¿Lo decías solo por Jung Kook?

—Más o menos. —Abrazó el vaso con las manos—. La idea es más amplia. —Suspiró—. Me refería a todo.

—¿Qué todo? —Levantó la vista, como si no entendiera mi interés—. Perdón —me apresuré a disculparme—. No te quiero incomodar.

—No, no importa. —Negó con la cabeza—. No tengo inconveniente en hablarte de ello si tu no tienes inconveniente en escucharme.

—Claro que te escucho. —Incliné el cuerpo hacia ella, en un signo de interés—. Mis oídos son tuyos.

—Todo parte del deporte en el que compito. —Su sonrisa trasmitió cansancio—. Se supone que debería ser "mi vida" pero para mí...

Patinar es difícil. La gente no lo sabe pero dedicarse a ello conlleva no solo mucho sacrificio sino también ser juzgado continuamente, tanto por los aciertos como por los errores. Los que no pertenecen a nuestro mundo creen que los deportistas ocupamos una plaza en la Universidad que no nos merecemos. Piensan que somos tontos, que usamos nuestro cuerpo porque no valemos para otra cosa y que solo por ponernos el uniforme de la selección nos regalan las notas, los viajes y las pensiones alimentarias. Empecé en esto a los cinco años y, desde que me metí en la escuela profesional, llevo soportando que me traten de esa forma.

—Se escucha duro —reflexioné—. Pero así y todo tendrás alguien que te apoye, como tu familia o tus amigos.

—Mi nivel de entrenamiento no me permite hacer amigos. —No supe por qué pero me imaginé que respondería algo así—. Y, en cuanto a mis padres...

Ellos fueron los que me obligaron a patinar y son precisamente los que más me presionan con los resultados. Se pasan la vida hablando de esfuerzo y de sacrificio, como si no hiciera nada de eso. Como si nunca fuera suficiente. Como si nada sirviera y yo no valiera la pena. Y de mi entrenadora ni hablamos. Me ridiculiza ante cada gramo de peso que subo, cuando pierdo la postura perfecta que debo tener o si algún día estoy más cansada y entreno menos de las ocho horas que me ha marcado como obligatorias.

Nadie está contento conmigo. Los que no me desprecian por ser deportista lo hacen porque no llego a cumplir sus expectativas y la conclusión es que me siento muy sola. Ninguno se interesa en lo que pienso o siento y tampoco les importa no hacerlo. Fue por eso que le dije a Jung Kook que quería ser valorada por él ya que también se dedica al deporte.

Lo entendía. Necesitaba ser apreciada. Ser tenida en cuenta solo como Gi Oh. Y Jung Kook, ese malnacido, se había aprovechado de su fragilidad y la había hundido aún más en el fango.

—Lo lamento mucho. —La comprensión me salió sola—. Todos nos merecemos que alguien nos quiera por cómo somos. —Pensé en mi madre y en cómo habría crecido yo sin su cariño; realmente hubiera sido duro—. También lamento que en tu búsqueda de afecto hayas tenido la mala suerte de dar con alguien como Jung Kook.

—No, ahí quien lo hizo mal fui yo. —La corrección me dejó boquiabierta—. Te lo digo en serio —remarcó—. Desde el principio él me dejó claro el tipo de relación que tendríamos pero yo me hice ilusiones por mi cuenta.

Ya pero... Aún así... La forma que había tenido de dirigirse a ella...

—Pensarás que soy tonta —concluyó—. Sé que no me hace ningún bien a la autoestima pero no puedo evitar seguir queriéndole.

¿Ah?

—Me gusta mucho —continuó—. Además, creo que se comporta así porque también tiene problemas.

—¿Qué tipo de problemas?

No llegué a saberlo. El timbre que anunciaba las clases de la tarde empezó con su molesto ring ring y no me quedó más remedio que salir, literalmente, corriendo, a clase de Psicología del Deporte.

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