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29 | Sujeto experimental


(Voz narrativa: Jung Kook)

Arrastré los pies por el pasillo del rectorado, con el abrigo desabrochado pese a que era tan temprano que aún no habían puesto la calefacción y el frío dejaba el cuerpo entumido, los ojos cubiertos con gafas de sol por culpa de la increíble tunda que me había metido a llorar y el pecho henchido en odio. Un odio que pedía a gritos salir a como diera lugar.

Me apoyé en la pared, frente a la entrada de los despachos, como hacía siempre que llegaba antes de tiempo, y jugueteé con el collar de Vero, que me había atado a la muñeca a modo de pulsera, con un nudo de pesar que crecía sin parar y que me superaba por momentos.

Me había dejado.

Se había ido y, por lo que parecía, esta vez para siempre.

Para siempre.

La perspectiva hizo que una lágrima traicionera se me resbalara por la cara.

Maldita sea. ¿Por qué? Le había jodido media vida e importunado la otra media y, aún así, ella me había seguido queriendo en silencio. Sin embargo, ahora que por fin me había atrevido a luchar contra mis miedos, ahora que me había determinado a mejorar y que me había echado en sus brazos dispuesto a darle lo poco bueno que quedaba de mí, me apartaba con la excusa esa de los amigos que no había quien se creyera.

¿Qué había pasado?

Tenía que ser cosa de Seok Jin y del puto contrato del experimento, seguro. Por eso había madrugado más que nunca y por eso estaba allí. Tanto daba que me hubiera citado seis horas más tarde. Me iba a decir lo que había hecho y me lo iba a decir ya si quería conservar en buenas condiciones esa cara bonita que lucía.

El colgante se me escurrió entre los dedos.

Vero...

Miré el móvil. Después de colgarme el teléfono, no había vuelto a saber nada de ella aunque, claro, ¿qué mierdas esperaba si le había hablado mal otra vez? Joder. ¡Joder! No tendría que haberle dicho que pasaba de ella cuando no era verdad. ¿Por qué tenía que salirme esa vena tan orgullosa? La frustración me hizo darle un puntapié a la papelera de al lado, que se tambaleó y se volcó, en medio de un estruendo metálico.

—¿Qué ha sido eso? —La secretaria del rector levantó la cabeza del ordenador—. ¿La has tirado?

No me molesté en responder. No estaba para escuchar sermones sobre civismos. Y menos de ellos, que no tenían ninguno.

—Recógelo —me ordenó.

—¿Quién? —Miré a todos lados, como si no supiera que estaba solo, sntes de señalarme, en tono de burla—. ¿Yo? ¿Acaso me has visto cara de empleado de limpieza?

—Lo has tirado.

—Sí pero no me da gana recogerlo.

—¿Será posi...?

—Déjale. —El timbre de Kim Seok Jin se escuchó desde el fondo, con fuerza, y cortó la situación—. Jung Kook, ¿qué haces aquí tan temprano? No te esperaba hasta la una.

—Lo sé pero estaba demasiado expectante por comentarte mis resultados —murmuré, con evidente desprecio—. Fíjate que la ansiedad no me ha dejado ni dormir.

—Anda, pasa.

Lo hice, con los puños apretados, reprimiendo los enormes deseos que tenía de meterle un puñetazo en la nariz y estamparle la cara contra ese maldito ordenador gigante desde donde monitorizaba el experimento con el que, seguramente, había jodido lo único salvable de mi vida.

—¿Cómo lo hacemos? —Seok Jin ignoró mi estado de hosquedad y colocó la cámara de grabación en el trípode, frente a una silla en la que me invitó a sentarme—. ¿Te apetece hablar de forma espontánea, ya que pareces tener tantas ganas, o prefieres que te pregunte yo, como solemos hacer?

—Quiero que me cuentes lo que le has hecho a Verónica.

—Ah... Con que estás aquí por eso...

Terminó de acomodar el aparato, cogió el mando a distancia que lo controlaba y tomó asiento en la mesa redonda.

—Lo único que he hecho ha sido darle un parche que informa del grado de consecución de su deseo.

—¿Un qué?

La lucecita roja de la cámara parpadeó. Había empezado a filmar.

—Aquí de nuevo el sujeto experimental número cinco —habló por mí—. ¿Qué tal te encuentras hoy? Tienes muy mala cara. Pareces decaído. ¿Has tenido alguna situación desagradable?

—Te he preguntado por el parche —reiteré, cada vez más molesto—. Dime en lo que consiste.

Volteó el monitor del portátil. En la pantalla vi el deseo de Verónica, parpadeante y con dos barritas de estado debajo. La primera estaba llena y brillaba en un tono azul eléctrico. La segunda, por el contrario, estaba hueca. Esa era la mía.

Pero qué mierda...

—¿Qué has hecho? —La ira me rebosó por los ojos—. ¿Qué cojones has hecho?

—Te recuerdo que firmaste que accederías a todo lo que yo dispusiera a cambio de recibir la beca a USA que, por cierto, ya te he conseguido. —Ni corto ni perezoso, extrajo del cajón el contrato que habíamos realizado el día de la expulsión—. No tienes ningún derecho a protestar ni a quejarte.

—¡Pero no me dijiste que harías algo así! —Señalé al monitor—. ¡No me dijiste nada!

—Disculpa, Jung Kook, pero en una investigación un sujeto experimental tiene prohibido conocer las metas y el contenido de lo que se analiza porque, de lo contrario, se podrían falsear los datos. —Se encogió de hombros—. Supuse que lo sabrías.

—¿Qué lo sabría? —Joder; qué putas ganas me estaban entrando de partirle la cara a golpes—. ¿Qué se supone que tenía que saber? ¿Que ibas a modificar mi perfil? ¿Que ibas a enviarle a Verónica datos falsos?

Se estiró en la silla, más recto que el palo de una escoba.

—Dime, chico, ¿a quién crees que le tenemos más fe? —preguntó—. ¿A quien nos jura que nos ama con el corazón en la mano o a los datos aparentemente objetivos que nos aporta Último Deseo? Según tu experiencia, ¿crees que mi aplicación influye en los sentimientos de las personas?

No me pude aguantar más y le pegué un puñetazo al tablero de la mesa. La estructura tembló. Seok Jin dio un respingo y se agarró a los brazos de la silla.

—Me importa una mierda si la aplicación influye o deja de influir —siseé—. Lo único que quiero es que restaures ahora mismo los datos porque si no te daré la paliza de tu vida. Y créeme que en este momento me da igual que me echen de la Universidad.

—Me parece que no lo estás conceptualizando de la forma correcta.

—Pues a mí me parece que eres tu el que no sabe en dónde te acabas de meter —contesté—. Has jodido a Vero y me has jodido a mí.

Se estiró la corbata y después se removió en la silla.

—A ver, a ver, Jung Kook... —carraspeó, nervioso—. Vamos a tranquilizarnos, ¿sí?

—Me tranquilizaré cuando elimines ese puto parche.

Se volvió a remover. Me incliné sobre él, aún más amenazante.

—Deja que Verónica vea mis datos reales.

—Pero no puedo hacer eso. —Pese a que estaba acobardado, se atrevió a negarse—. No estás valorando que lo que he hecho en realidad ha sido salvar a tu querida chica de caer en la depresión eterna en la que, con toda seguridad, se sumiría si descubriera que su profundo amor es el requerimiento necesario que solicitaste para desaparecer de este mundo.

Joder.

—¿No fue eso el asunto inicial, Lonely?

Escucharle pronunciar mi apodo en Último Deseo me sentó peor que un jarro de agua fría por la cabeza. Y no tanto en sí porque me recordara el precario estado de ánimo que me había empujado a escribir el mensaje sino porque acababa de darme cuenta de que, debido a ello, me tenía bien atado y podía jugar muy bien sus cartas.

—No lo iba a hacer. —Cejé en mi postura hostil—. Te juro que ya no lo iba a hacer.

—Si eso es cierto, ¿por qué no le dijiste entonces a Verónica que el chico que buscaba con tanto empeño eras tu? —siguió, implacable—. ¿Por qué dejaste que desviara el tema sobre otros y encima la ayudaste? ¿Y por qué te aprovechaste de la admiración que Yoon Gi te tiene y de su tragedia personal para que fingiera ser tu?

Retrocedí hasta la silla. Mierda.

—Cuando vino a verme, Verónica me pidió salvarte y eso es, ni más ni menos, lo que he hecho —continuó—. Que mi método no te haya gustado porque me haya aprovechado un poco de la situación para investigar lo mío no cambia que la escuché y que intervine.

Me dejé caer en el asiento, descolocado por completo y al mismo tiempo con todo más claro que nunca en la cabeza.

—Y supongo que tengo que responder a tu pregunta de mierda si quiero que no le digas nada —adiviné.

—Eres muy listo.

Una mueca de satisfacción se le dibujó en los labios. Una mueca que ansié borrarle a base de puñetazos. Pero no podía. No podía permitir que Vero supiera nada porque no quería hundirla ni que sufriera más por mí. Prefería mil veces dejar que creyera que era un frívolo y un déspota que me había dedicado a engañarla. El odio siempre era preferible a las lágrimas y, además, no dejaba de ser cierto que yo era un desequilibrado capaz de tirarme desde la azotea cualquier día que surgiera, pese a que me había propuesto darme una oportunidad y luchar contra mi desesperación.

—Veo que entiendes que tu problema es mucho más gordo que el simple hecho de que haya falseado tu escala en el parche.

Asentí. En eso sí le daba la razón.

—Me gustaría ver el grado real de consecución —fue lo único que fui capaz de contestar—. ¿Me lo puedes enseñar?

—Faltaría más.

Le dio a un botón y las barritas se reiniciaron. La primera se llenó de nuevo por completo, con el mismo color azul. La segunda se movió también, casi a la misma velocidad, se detuvo a la mitad unos instantes y después...

Después se llenó también por completo.

Joder.

—Mi conclusión como sujeto experimental es que Último Deseo es determinante en las decisiones que tomamos. —Por supuesto, ya sabía lo que saldría pero aún así verlo en un gráfico me humedeció los ojos—. Me confesé pero la otra parte creyó al sistema más que a mí y me abandonó. —Me volví sobre Seok Jin—. Tu aplicación es muy influyente pero al mismo deshumaniza. Nos hace incapaces de detectar la sinceridad en quien tenemos al lado.

El investigador se me quedó mirando unos segundos, meditabundo, antes de asentir con la cabeza, apagar la cámara y depositar en la mesa una carpeta, que empujó hacia mí.

—Aquí está la beca a USA que querías—explicó—. Te he conseguido un año completo de residencia y de entrenamiento con los mejores preparadores de atletismo.

Me limité a agachar la cabeza. En otro momento hubiera dado un salto de alegría pero lo cierto es que competir y demostrarle a mi madre lo que era capaz de hacer ya no me interesaba tanto. Verónica había resultado ser mucho más importante que el dinero, que las recompensas y que las aspiraciones personales. Era mucho más importante que todo. Y la había perdido por mi propia estupidez egoísta.

—También me he tomado la libertad de comprarte un bono de terapia psicológica —continuó—. Reconstrúyete, trabaja duro en América y regresa fuerte y con la cabeza bien alta—. Señaló a las barritas de la pantalla—. Después de todo, estos sentimientos tan perfectamente sintonizados lo merecen, ¿no lo crees?

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