28 | Ruptura
A pesar de lo tarde que era, Tae Hyung me respondió al instante. Debía de estar en otro de sus insomnios porque le faltó tiempo para acceder a salir de su dormitorio y yo hice lo mismo.
Dejé el colgante de la lágrima sobre la mesita, con cuidado de no hacer ruido, me vestí, cogí el bolso y el abrigo y me incliné en la cama unos instantes para acariciar de nuevo el cabello de Jung Kook, que seguía dormido y ajeno a mi debacle mental.
—Sabes que te quiero... —susurré, entre lágrimas—. Pero tu a mí no... Y así no se puede estar...
Me costó apartar la mano y abandonar el dormitorio. Sabía que cuando lo hiciera ya no retrocedería más, que todo estaría acabado y que nunca volvería a tener a Jung Kook a mi lado. Y dolía. Pero dolía mucho más imaginar los motivos que le habrían llevado a fingir amarme. Tonta no era. Estaba segura de que tenía mucho que ver con Seok Jin y con el experimento de la maldita empatía ya que él mismo había mencionado la cuestión días atrás. "Ese chico puede tener unas aspiraciones diferentes a las tuyas", o algo parecido me había dicho.
Aspiraciones. ¿Qué aspiraciones? ¿Los puntos? No creía que eso mereciera tanto esfuerzo. ¿Cuál sería la recompensa que le habían propuesto por ceder sus datos a la investigación y cumplir mi deseo? Porque tenía que ser eso. Lo veía cristalino como agua de manantial.
Me planté en el pasillo, con la vista emborronada y una presión en el pecho increíble. Tae Hyung ya estaba ahí, con el teléfono en la mano y el gesto más serio que le había visto jamás.
—Siento haberte despertado —musité—. Es que me encuentro muy mal, no sabía a quién recurrir y...
—En realidad estaba esperando a que en algún momento me contactaras, ya fuera por una vía o por la otra.
—¿Otra vía? —parpadeé—. ¿Qué otra vía?
Su respuesta fue teclear algo en la pantalla, con rapidez. Y ese algo pitó con la misma rapidez en la mía.
Usuario, el seguidor de tu deseo, X4, te ha enviado un nuevo mensaje. ¿Deseas leerlo?
¿Ah? Pero... Qué...
Clip a "aceptar".
"Esta es la otra vía".
Me quedé de piedra.
Tae Hyung era el seguidor de mi deseo. El chico que se me había confesado y que me había propuesto quedar. El que había esperado con paciencia mi ausencia de respuesta y mis evasivas. El que me había dicho que podría ser solo mi amigo. Y... Yo...
Dos gruesas lágrimas se me resbalaron por la cara antes de dar un brinco, correr y abrazarle, como si en ello me fuera la vida. Supongo que estaba tan desbordada por la mezcla de emociones dolorosas y desconcertantes que el autocontrol me abandonó. Pero lo cierto es que sentir su calor fue reconfortante y agradable y, además, no hizo ningún ademán por apartarme. Todo lo contrario; me sostuvo todo el tiempo que rompí en desconsuelo, que no fue poco, de pie y en medio de la penumbra.
—Gracias. —Las palabras emergieron, medio ahogadas, a medida que me fui tranquilizando—. Gracias por haber estado a mi lado todo el tiempo, tanto dentro como fuera de la aplicación. —Dejé caer la cabeza en su hombro—. Gracias por aconsejarme de la mejor manera, por advertirme y también por aceptarlo todo y aguantar. Incluso me llevaste a ese templo... Perdón... Lo siento, Tae... Lo siento mucho...
—¿Por qué te disculpas? —Me apartó, lo justo para limpiarme el agua de los ojos con la mano—. En la app te dije que estaría aquí cuando quisieras y también que no tenía ningún problema en esperar y que fuéramos solo amigos.
—Lo sé pero...
—Pero nada. —Se inclinó y me depositó un beso en la frente—. Solo cuéntame lo que ha pasado.
Lo hice, claro. Le hablé de mis sentimientos por Jung Kook desde la secundaria, de lo que me había hecho en ese entonces y de cómo, a pesar de ello, había vuelto a caer en su red a raíz del tonteo con lo del reto. Le conté sobre su ayuda con respecto a Lonely, sobre nuestros continuos tiras y aflojas y también sobre la alegría que experimenté al entregarle el dinero y comprobar que lo rechazaba y me abría, aparentemente, su corazón. Incluso le mostré Último Deseo, con mi mensaje parpadeante y también los resultados del parche de grado de consecución.
Le expuse todo. Y él me escuchó, abrazándome por el hombro como si buscara evitar que me desmoronara, con expresión meditabunda.
—Sabía que algo se traía —dijo, al final—. Era demasiado extraño que alguien como él se paseara a sus anchas por las oficinas del rector y que fuera tan amable contigo.
Demasiado extraño. Ya.
"Quisiera poder decirte lo mucho que te amo cada vez que lo pienso y no tener tantos traumas en la mente que me hagan actuar de la forma contraria".
Y yo demasiado estúpida porque me lo había creído todo.
—¿Has pensado en lo que quieres hacer? —preguntó a continuación.
—Creo que en estos momento admito todo tipo de consejos.
—Entonces pongamos distancia de por medio, como hizo Jimin, y vayámonos a Seúl —dijo—. No verle te ayudará a relajarte.
—¿Y mi maleta?
—Cuando amanezca, llamaremos a tus amigos para que la recojan —sugirió—. Cuando ya estés tranquila y en un sitio seguro, podrás llamar a Jung Kook. Podrás decirle con claridad cómo te sientes y podrás ponerle un fin adecuado a la toxicidad que nubla tu vida.
Media hora después estábamos en un taxi, rumbo a la ciudad, en concreto, a la casa de Tae Hyung (a la mía no podía ir; no quería que mis padres me vieran aparecer en ese estado ni que se enteraran de nada). A las nueve mi nuevo ángel de la guarda telefoneó a So Ho y le explicó mi situación y él, como el perfecto amigo que era, lo entendió sin hacer demasiadas preguntas y se ocupó de mi maleta. A las diez saludé a la madre de Tae Hyung, una señora rellenita, de aspecto afable y educado, que me dio un abrazo y me llevó al cuarto de invitados. Allí ignoré la lluvia de llamadas que caía imparable sobre mi teléfono, me di una ducha, me puse una bata que me prestaron y volví a echarle un vistazo a los impactantes resultados de mi deseo. Y, por fin, a las doce, decidí marcar al número que me había dejado ya treinta y cinco mensajes de voz y otros tanto de texto y que no había querido abrir.
—¡Verónica! —Escuchar la voz agobiada de Jung Kook al otro lado de la línea me descompuso —. ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Sí —opté por la parquedad para evitar ponerme a llorar—. Estoy bien, gracias.
—¿Y entonces por qué te has ido? —continuó—. ¿Por qué no me has despertado para despedirte? ¿Y por qué has dejado el collar aquí?
Los ojos me empezaron a picar.
—Porque... —Cogí aire; vamos, yo podía—. Resulta que prefiero ser tu amiga.
—¿Qué?
—Lo que has oído.
—No te creo.
—Pues allá tu.
—Vero... —Me pareció escuchar algo parecido a un sollozo—. ¿A qué se debe ese cambio? Ayer mismo decías que estabas orgullosa de mí y de estar conmigo.
Sí, y no había mentido.
—¿Qué pasa? —insistió—. ¿He hecho algo que te ha molestado? ¿La he fastidiado sin darme cuenta? Ya sabes que las habilidades sociales no son mi fuerte —prosiguió—. Pero si me lo dices me disculparé y trataré de enmendarlo.
—No hace falta que te disculpes. —Estuve a punto de quebrar—. No es que hayas hecho algo mal en sí.
—¿Y entonces cuál es el problema?
"Que no me quieres".
—Tampoco hay ningún problema. Como te acabo de decir, quiero ser tu amiga.
—Mentira —decidió pero, como me mantuve en silencio, añadió—: Por favor, no me dejes.
Una enorme concoja me inundó por dentro. Era la primera vez que le escuchaba suplicar por algo y me tuve que apartar el teléfono de la oreja para que no me oyera venirme abajo. Me sentía a morir.
—No te voy a dejar —conseguí decir—. Seguiré apoyándote como hasta ahora lo he he hecho. Estaré a tu lado en todo lo que necesites.
Aquella frase le debió sentar fatal. Lo imaginé porque resopló y, de repente, el tono le viró en ciento ochenta grados.
—Pero yo no necesito nada. —La hosquedad se hizo palpable—. No quiero tu apoyo ni tu ayuda y, ni mucho menos, tu compasión. Que te quede claro que eso nunca me ha hecho falta.
—Ya lo he notado. —Su reacción cambió también mi estado y el pecho se me hinchó en indignación—. De lo contrario no habrías accedido a fingir un enamoramiento que no sentías sin tentarte al menos un poco el corazón.
—Que te den, Verónica.
—No, que te den a ti, maldito embustero.
Me colgó. O quizás fui yo la que lo hizo, ya que tenía el dedo en el botón, listo para dejarle con la palabra en la boca y se me pudo ir antes de tiempo. A saber. El caso es que pasé de ser una muerta llorosa en vida a sentir un volcán en erupción dentro del cuerpo de lo más desagradable.
No solo me había engañado a placer. Ahora también me mandaba a la mierda. ¡Pues no! ¡No! ¡A la mierda le mandaba yo a él! ¡Yo a él!
—¿Qué tal vas? —Tae Hyung golpeó con los nudillos en la puerta y me sacó de mi retahíla interior—. ¿Ya has hablado con Jung Kook? ¿Te sientes un poco mejor?
—La verdad es que sí —reconocí—. Jung Kook siempre se las arregla para sacarme de quicio en un instante y conseguir que me enfade y, la verdad, ahora eso me parece excelente. —Me crucé de brazos, aún rebosante de enojo— Prefiero mil veces estar enfadada a estar triste.
—¡Entonces hay que aprovechar el momento!
Su entusiasmo chocó tanto con mi estado que no pude hacer otra cosa más que mirarle, con la boca abierta como un buzón.
—He hablado con tus amigos —me informó—. Parece que Yoon Gi está bastante sereno.
Vaya, eso era genial. E increíble. Yo me había temido lo peor.
—¿Y Jimin?
—Eso es ya es más difícil de averiguar. —Se rascó la cabeza—. No coge el teléfono pero sus padres dicen que está en casa y no parece que exista ningún riesgo tampoco.
—Me imagino que estará pensando.
—Sí. —Me señaló—. Como tu y, a pesar de eso, ya estás más animada.
—¿A dónde quieres ir a parar?
—A que hay que celebrar las pequeñas victorias contra la adversidad como si fueran enormes triunfos. —Me dedicó una radiante sonrisa de oreja a oreja—. ¿Me aceptarías una invitación a comer?
—Claro —sonreí—. Me encantaría.
—¿Y qué quieres? —Enumeró con los dedos de la mano—. ¿Pollo? —Negué con la cabeza—. ¿Pescado? —Volví a negar y emitió un mohín de resignación—. ¿Carne?
—Helado —sugerí, y evocando nuestra conversación en la parada del autobús, y añadí—: Y luego podemos ir a ver flores.
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