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26 | El accidente

Desperté pegada a él o, mejor dicho, acurrucada en sus brazos. La claridad que entraba por la ventana era intensa y el barullo de las puertas de fuera indicaba que muchos clientes ya estaban yendo a desayunar. Traté de coger el móvil para consultar la hora pero al moverme Jung Kook se me pegó a la espalda y su aliento en la oreja me eclipsó. Estaba despierto.

—¿Quieres bajar ya? —inquirió, en una medio protesta—. ¿No podemos quedarnos un poco más así?

Me permití perderme unos instantes en su calor y en esa actitud cariñosa que nunca hasta entonces me había querido mostrar del todo. Era reconfortante. Amaba verle tan cuál, sin máscaras ni defensas de ningún tipo. Me sentía querida y me daba seguridad. Una seguridad que jamás creí que pudiera ser capaz de tener con él.

—Quizás podamos retrasarlo. —Le acaricié el brazo—. Sin embargo, en algún momento nos tendremos que separar y dejarnos ver.

—Estoy de acuerdo en lo de dejarnos ver pero no en lo de separamos. —Le sentí apartarse, levantarse en busca de ropa y, en un segundo, estaba sentado frente a mí, con algo plateado entre las manos—. ¿Te parece bien si te la devuelvo?

Era el colgante de la lágrima. No solo lo había guardado. También lo había llevado consigo.

—Antes de que lo preguntes, esta vez diré que sí, fue un regalo. —Recordó la conversación frente al puesto—. Lo compré porque se me metió en la cabeza que si llevabas algo mío me tendrías presente. Algo así como si fuéramos una pareja.

—¿Me estás pidiendo que salgamos? —traduje.

—¿Por qué? —Le faltó tiempo para replicar—. ¿No te parece bien? ¿Piensas que no voy a estar a la... ?

Le agarré el rostro entre las manos y le silencié con un beso.

—No tienes que estar a ninguna altura en concreto porque te quiero tal cual. —Le volví a besar—. Y, por supuesto, acepto.

—Entonces no tenemos que bajar separados. —Sonrió bajo el roce de mis labios—. ¿Puedo presentarme ante tus amigos?

—Puedes hacer lo que quieras. —Le eché los brazos al cuello—. Estoy orgullosa de ti y de que estés conmigo. Por poder, hasta se lo podrías decir a mi madre si quieres.

—No, a la suegra no —meditó—. Que si se entera no me dejará seguir viviendo en tu casa y no quiero irme de ahí.

—¿Por qué no quieres? —Lo sabía pero me hice la interesante (el amor nos convierte en seres muy bobos).

—¿Por qué crees?

—No sé. —Me encogí de hombros—. No se me ocurre.

—Para verte cuando quiera —susurró.

Nos estuvimos besando un buen rato. Nos acariciamos, nos tocamos y exploramos, una vez más, cada uno el cuerpo del otro, esta vez con calma, con serenidad y entre risas y bromas. Hasta que unos golpes en la puerta nos silenciaron y la estruendosa voz de Soo Bin retumbó al otro lado, molesta.

—¡Verónica, dormirlona! —exclamó—. ¡Despierta y baja, que ya son la una de la tarde!

Cielos, ¿la una? Cogí el móvil. Se me había quedado sin batería. Debía ser por lo de la descarga. Me había consumido la pila.

—Todos hemos desayunado hsce mil años, nos hemos ido a dar un paseo por la ciudad y estamos esperando a que te dignes a salir para ir a comer, ¿sabes? —siguió—. Por cierto, el impresentable de Jung Kook todavía no ha aparecido, ¿te lo puede creer? No sé por qué le has invitado, si es un maleducado.

El aludido abrió la boca pero se limitó a reírse y a cederme la palabra con un gesto.

—¡Ya vamos! —lo hice, con un marcado entusiasmo.

—¿Vamos?

—¡Se refiere a que este maleducado bajará con ella! —intervino entonces Jung Kook, entre risas.

No resulta difícil imaginar lo que el bombazo de nuestra relación supuso para el grupo. Cuando llegamos al restaurante, todos los ojos estaban clavados en nosotros, alguno atónitos y otros más bien espantados de forma que nos tocó lidiar con reacciones para todos los gustos.

Jimin nos felicitó con una sonrisa de genuina sinceridad, Tae Hyung optó por el silencio (uno bastante hosco, por cierto, pero, dadas las circunstancias, no me sorprendió) y So Ho y Soo Bin se lanzaron en un interrogatorio sin cuartel de lo más incómodo. Que si desde cuándo estáis juntos, que si por qué no dijisteis nada, que si no nos lo podemos creer porque siempre os habéis llevado fatal, que si sois demasiado diferentes, que si lo saben o no vuestros padres...
Que si tal, que si cual.

Qué estrés.

No pararon hasta que salimos a la playa, ya al atardecer, y a Jung Kook se le ocurrió la idea de organizar un partido de voleibol, aprovechando que la cancha de tierra estaba vacía.

—Me los llevo para que se callen, que me están volviendo loco —murmuró en mi oído—. De paso, voy a aprovechar para hacer equipos y asegurarme de excluirte a ti y a Yoon Gi. A ver si así puedes seguir con lo de ayer.

—Lo veo difícil.

—No creo que él sea más difícil que yo. —Me dio un rápido beso—. Y conmigo te ha salido muy bien.

Me quedé extasiada, con un enorme calor en la cara y el corazón a todo trapo, viéndole alejarse a la red y elegir a Jimin como compañero. Tae Hyung, como no podía ser de otra manera, optó por el bando contrario y se llevó a So Ho consigo mientras Soo Bin se subía al banco de arbitraje.

Era tan inteligente y tan organizador... Leía muy bien a los demás y luego estaba esa empatía que estaba descubriendo en él y...

—Enhorabuena por tu relación. —La observación de Yoon Gi, que se había quedado sentado a mi lado en la toalla, me llegó en un murmullo—. Pese a lo que los otros digan, a mí, la verdad, me extrañaba que no fuerais pareja.

—Lo nuestro ha sido un camino un poco difícil.

—Supongo —aceptó—. Jung Kook es un tipo lleno de virtudes y de buenas intenciones pero ha trabajado mucho en aparentar una imagen diferente y me imagino que le habrá costado desprenderse de ella —continuó—. Entiendo que algo le hace sufrir. No quería exponerse ante nadie.

—¿Y tu? —le devolví—. ¿Has hecho lo mismo que él? ¿Te has encerrado en un caparazón de aislamiento por miedo?

Sus pupilas me dirigieron una mirada melancólica.

—¿Por qué quieres morir? ¿Y por qué lo escribiste en Último Deseo? —Dejé que todo fluyera, de corrido y sin rodeos—. ¿Por qué sigues dudando en darte una oportunidad ante las personas que te quieren?

—Así que eres tu la de los mensajes... —Se replegó sobre sí mismo y se abrazó las piernas—. Debí de haberlo supuesto. Has estado muy pendiente de mí.

Por fin. Lo había reconocido. Era Lonely. Al menos, ya no tenía que seguir buscando. Ya lo tenía.

—Yoon Gi, mira...

—No, mira tu, Verónica —No me dejó hablar—. Jimin es la mejor persona del mundo. Es atento, considerado y se ha portado muy bien conmigo todo este tiempo a pesar del dolor que arrastra. Y ese es precisamente el problema: él siente propia una culpa que es mía y yo lo paso demasiado mal. Por una parte deseo liberarle, por otra quiero huir y luego está mi lado egoísta que se aferra a su amistad.

"Aquella noche había discutido con mis padres. Llevaba apenas unos meses en la facultad pero la carrera no me gustaba. Había accedido a inscribirme por ellos, porque ambos eran médicos refutados y quería agradarles y cumplir con sus expectativas. Sin embargo, lo que yo quería hacer era dedicarme a la música.

Me gusta componer. Lo he hecho siempre y hasta he vendido algunas letras. Pero mi familia ve ese mundo como un subsidio complicado y efímero lleno de drogas, superficialidad y cabezas huecas sin decisión, y no me permitieron ni siquiera intentarlo. Y yo me resigné, acepté sus normas y les obedecí solo a medias.

Traté de ser un buen hijo y me quedé en Psicología porque ellos lo veían útil. Estudié mucho y saqué los mejores resultados que pude para que se sintieran orgullosos. Pero, al salir de las clases, me saltaba la academia de inglés y me refugiaba en el destartalado estudio de grabación de uno de mis amigos, en donde tenía un viejo piano, mis partituras y una pista de sonido. Allí era donde pasaba las tardes enteras, ideando música que nunca iría a ningún parte solo por el hecho de crearla y disfrutar, sin contar con que el director de la academia se terminaría por extrañar ante mis repetidas ausencias y daría parte a mis padres. Quizás no lo pensé porque estaba convencido de que, al ser mayor de edad, me telefonearía directamente a mí. Pero no lo hizo. Y se armó el desastre.

En cuanto se enteraron, cogieron el coche y me siguieron. Me vieron salir de la Universidad, subir al autobús y entrar al estudio. Y no dudaron en meterse detrás y arramplar como todo.

Mi padre me gritó. Me dijo que era una vergüenza, un bueno para nada y una mierda de hijo, tal cual, y me rompió el teclado con el palo de una escoba mientras yo trataba de impedírselo y, de paso, me llevaba varios golpes de regalo. Mi madre rompió a llorar y dijo que jamás volvería a confiar en mí, que la había decepcionado de pies a cabeza y rasgó todas mis partituras en pedacitos tan pequeños que reconstruirlos me fue imposible. Y después me arrastraron al coche".

Me imaginaba la escena con una claridad pasmosa. Debió ser angustioso.

—Tus padres no estuvieron para nada acertados —comenté—. Entiendo que buscaran una buena salida laboral para ti pero tampoco debieron de prohibirte hacer lo que te gustaba.

—Pienso lo mismo —admitió—. Por eso estallé.

"En cuanto me subieron el coche, me olvidé del respeto que les debía y de las formas y les lancé todo tipo de improperios y amenazas hasta que mi madre se revolvió desde su asiento de copiloto y me dio una bofetada.

—¡Cállate y compórtate! —me recriminó—. ¡Eres un Min! ¡Adáptate a la familia Min!

—No me da la puta gana de adaptarme. —La rabia me rebosó por los cuatro costados—. Odio a los Min. Odio esta familia. ¡Os odio!

—Vas a hacer lo que te digamos y punto. —Mi padre, con los ojos fijos en la carretera, se mostró categórico—. No quiero volver a verte con un piano en la vida, ¿me oyes?

—Entonces prefiero estar muerto.

Entramos en una avenida, llena de curvas y con mala visibilidad debido a que varias farolas se habían fundido. Y se me antojó el escenario perfecto. No pensé en que podría causar daño a personas inocentes. Ni siquiera pensé en mis padres, a los que, pese a todo, tampoco deseaba herir. No pensé en nada. Mi cabeza solo era capaz de repetirse que quería desaparecer de esta tierra una y otra vez, en cada curva, así que en una de ellas me dejé dejar y me abalancé sobre mi padre.

Le hice perder el control del volante. Mi madre gritó. Los dos gritaron al invadir el carril contrario en el que venía un camión que se desvió para no arrollarnos y se llevó por delante otro coche que no pudo frenar y que dio varias vueltas de campana mientras nosotros nos estrellábamos contra el salva raíles.

A partir de ahí comenzó mi infierno personal. Mis padres se bajaron de inmediato a auxiliar. Yo, en cambio, permanecí unos minutos en estado de shock, sin asimilar ni creer lo que acababa de hacer, antes de romper a llorar y salir, para comprobar con mis propios ojos que era real.

—¡No te quedes ahí parado! —Mi madre no dudó en meterse entre los hierros del auto accidentado—. ¡Hay un chico muy grave aquí por tu culpa!

Mi... Culpa...

—¡Tenemos que salvarlo! ¡Tenemos que hacerlo! ¡Muévete, por Dios! ¡Tráeme el maletín del maletero! ¡Vamos, vamos!

—Mamá...

Lloré como nunca. Lo hice mientras mi madre descubría el pecho del hermano de Jimin, cuidando la forma en que lo movía, y empezaba con la reanimación cardiopulmonar. Lloré cuando le preparó las corrientes eléctricas y cuando le di los accesorios que iba pidiendo. Y lloré aún más cuando aparecieron los del hospital y sacaron como si un rayo estuviera a punto de caerles encima. Pero lo peor fue cuando pasaron por mi lado y en ese momento el herido me cogió del brazo.

—Jimin... —murmuró.

—Lo siento —respondí, a lágrima viva—. Lo siento tanto... Perdón... Perdón... Perdón...

—Le quiero... Díselo...

El resto creo que ya lo sabes. El joven falleció pocos minutos después, antes de que la ambulancia arrancara, dejándome el alma rota por la presión y la culpa. Una culpa horrible que no me permitió hablar ni decir nada, ni siquiera cuando conocí a Jimin".

Madre mía. Por eso decía que la verdad dolía pero que no podía dejar que se supiera nada. Y de ahí venía también la necesidad de que alguien le conociera: no se refería tanto a él sino a la historia. Por fin lo entendía todo y, estaba por decírselo, cuando el bote de la pelota rodó hasta mis pies.

—¿Fue cosa tuya? —Jimin, desencajado, acaba de dejarla caer de entre las manos y nos observaba con los ojos llorosos y el gesto contraído—. ¿Tu provocaste el accidente, Yoon Gi?

Ay, no.

Dios mío.

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