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23 | Yo tengo la culpa

"Por ese primero. Y porque, cuando eso ocurra, sigas a mi lado para verlo".

Por todos los dioses; ya estaba otra vez tambaleándome. ¿Qué había querido darme a entender? ¿En qué sentido "a su lado"? ¿Acaso no le daba igual?

No, claro que no. Lo fingía por lo de su madre pero en realidad no era así. Lo había comprobado en el local de Kaisoo y, ahora me daba cuenta, también momentos atrás. Cuando había golpeado a su amigo, el día en el que me había hecho sopa por creerme enferma y en el de la preparación espectacular de la mesa para Jimin, entre otras.

¿Me había dejado entonces por lo mismo? Pero, ¿y lo de Eun Bin? ¿Y los avisos de Tae Hyung? De verdad, ya no podía más. No podía. Desde que que le había quitado el sobre con, por lo visto, todo el sueldo del año, mis emociones habían sido una atracción de feria con subidas y bajadas repentinas demasiado intensas de soportar. Imperaba un orden y, para ello, lo mejor que podía hacer era devolvérselo.

Por eso lo había metido en la maleta. Ya había entendido todo lo que tenía que entender y me resultaba demasiado absurdo mantener una guerra por orgullo. No me importaba reconocer que había perdido si, con ello, lograba retomar las riendas de mis sentimientos y luego ya se vería. Lo decidiría sobre la marcha.

—¿Aún sigues el deseo de la app? —Jimin me devolvió a la realidad del autobús—. So Ho me lo contó. ¿Tan mal me viste como para haber pensado que el del suicidio podía ser yo?

—Solo... —La mandíbula se me descolgó. ¿Se lo había dicho? Estupendo. Qué vergüenza—. Algo. No estaba segura pero andabas tan decaído que no lo pude ignorar.

—Me resulta admirable que te hayas volcado tanto con el mensaje de alguien al que no conoces. —Su sonrisa me dio a entender que le parecía bien—. La mayoría de las personas van a lo suyo y no piensan en la desgracia ajena más de cinco minutos seguidos, y eso con suerte. Pero tu decidiste buscar al autor y en el camino te preocupaste por mi situación.

—No solo fue cosa mía. —El comentario me recordó que aún no había comprobado que el deseo estuviera, como esperaba, en el autobús—. Jung Kook fue quien organizó lo del restaurante.

—¿Ah, sí? —Hizo un ademán de sorpresa—. Eso sí que nunca lo hubiera imaginado.

Abrí la aplicación. Ya, ni yo. Con la pose de indiferencia que se cargaba, era imposible pensar que pudiera preocuparse alguna vez por alguien. Y, sin embargo, lo hacía.

—También fue suya la idea de llevar a Yoon Gi a la carrera —amplié detalles—. No tiene por qué pero me está ayudando mucho.

Revisé la pantalla de inicio. El mensaje ahí estaba, viajando con nosotros. Atisbé disimuladamente los asientos de delante. Yoon Gi parecía dormitar y Soo Bin, que, como no podía haber sido de otro modo, se había abalanzado sobre el lugar contiguo, le miraba con cara de pena, como si quisiera velarle el sueño y protegerle de todo mal.

¿Qué le habría hecho terminar escribiendo algo así? ¿Nos lo diría? Suspiré y mis ojos se encontraron con los de Jung Kook. Estaba estirado como un marqués en su tresillo, ocupando los dos asientos anteriores al mío, y me observaba fijamente.

—Sí tengo un por qué —susurró (vaya; me había oído. Yo y mi tendencia a hablar sin cuidado)—. Te ayudo porque para ti ese rollo es importante. Un día dijiste que uno de tus sueños era ayudar a la gente a salir de sus desgracias.

¿Recordaba eso? Alucinante. Se lo había contado hacía mucho, en la época en la que solíamos encontrarnos a la salida del instituto, y ni siquiera sabía cómo había surgido el tema. Tan solo evocaba el ruido del salón de videojuegos y los pitidos de las pistolas con las que teníamos que matar los zombies que nos aparecían en las pantallas.

—Creí que no me habías oído —murmuré.

—Aunque no lo parezca, siempre te escucho.

Mil y un mariposas me revolotearon en las tripas. Un intenso calor se me subió a la cara. ¿Pero qué estaba pasado? Le notaba diferente.

—Ah, ya. —Dios; qué incomodidad—. Por cierto, ya que estamos hablando de deseos, ¿tu usas la aplicación de Seok Jin?

Sus pupilas se abrieron levemente, con cierta sospresa.

—Lo pregunto porque no sueles estar pegado al móvil, al contrario que el resto, y... —Ladeó la cabeza, expectante—. Bueno... Me preguntaba si tu también estabas... Vaya... Si sigues deseos, acumulas puntos y esas cosas.

—No, yo paso de todas esas movidas. —La respuesta fue contundente—. Me abrí una cuenta por curiosidad pero, si te soy sincero, le puse tres puntos a la pregunta del deseo y a los pocos días me aburrí y la desinstalé. —Apoyó los codos en el respaldo y se recostó, con los ojos aún clavados en mí—. ¿Por qué te interesa?

—Es que el desarrollador me dijo que intercambiaba favores a cambio de datos.

—¿Y eso qué?

—Que temí que te hubieras metido en algo turbio con ese tipo con tal de poder competir.

—Si te sigues preocupando por mí de esta forma vas a conseguir que no me quiera despegar de ti ni un segundo. —Aquello me desarmó por completo—. Gracias.

—No es nada. —Desvié la atención a las rodillas—. De todas formas, te aclaro, por si las moscas, que mi intención no es que te me pegues.

—¿No? —Siseó—. Vaya. Eso sí me decepciona.

Sus pupilas, brillantes, me atrajeron como un imán pero me negué a dejarme llevar y, ya iba a girar mi atención sobre cualquier estupidez, cuando Tae Hyung me llamó desde su asiento, por delante de So Ho, y me salvó.

—¡Vero! ¡He encontrado una canción que te va a gustar! —gritó—. ¿Te mando el enlace?

Asentí, a la velocidad del rayo.

—No entiendo por qué tiene que estar él aquí. —Jung Kook se apartó del respaldo y regresó a su posición inicial—. Se comporta como si fuera el príncipe de un pasteloso cuento infantil —resopló—. Es insufrible.

Pues la cosa era que estaba allí porque Yo Young no había podido venir, So Ho se había negado a dejar su plaza sin cubrir y Jimin había argumentado que el talante de Tae Hyung podría venir bien para amenizar y animar al grupo. Y razón no le faltaba pero no había contado, claro, con las desavenencias que tenía con Jung Kook ni con que se hubieran dedicado a empujarse ni a tirarse mutuamente el equipaje al subir al autobús.

Madre mía; vaya dos. Había pasado de ser íntimos a detestarse y cada vez me picaba más la curiosidad por saber lo que había ocurrido. Sin embargo, como necesitaba urgentemente apaciguar los latidos de mi corazón, opté por no preguntar y centrarme en lo mío. Y puedo decir que la cosa me salió bien hasta que llegamos a Gangneung, una ciudad considerada especial por tener acceso tanto al mar como al lago Gyeongpo, y, tras dejar las cosas en el hostal y dar una vuelta por la ciudad, fuimos a comer a un restaurante de mariscos y se me sentó (para variar) al lado.

Me costó mantenerme tranquila. Entre sus "me pasas esto/ me pasas aquello/ esto no está muy bueno/ esto está mejor/ prueba/ dame" y la preciosa sonrisa que me dedicaba con cada gesto no podía quitarle los ojos de encima y hubo un momento que hasta estuve a punto de huir a la playa, con la excusa de ver el mar, con tal de que mi ritmo cardíaco regresara a su ser. No lo hice porque So Ho y Soo Bin empezaron a contar anécdotas y porque Tae Hyung les siguió, con su desparpajo habitual, y me hizo reír. Jimin, sin embargo, optó por manterse al margen de las bromas y darse a la tarea de mantener a Yoon Gi conectado en la mesa, algo nada fácil puesto que, aunque se notaba que se esforzaba por dar una imagen normal, la cabeza se le iba a otro lado cada dos por tres.

—¿En qué piensas? —Aproveché que el grupo se levantaba en tropel a revisar las cámaras frigoríficas de los helados y que solo Jung Kook se quedaba en la mesa—. Pareces un poco cansado.

Su cabello oscuro se movió lentamente, en negativa.

—¿No te encuentras del todo bien? —cambié de tercio, con suavidad—. ¿Estás agobiado?

—Me incomoda que estéis todos aquí por mi culpa.

—Si te sirve de algo, yo no estoy aquí por ti. —La aclaración de Jung Kook me dejó con la boca abierta (en serio, pero qué poco tacto)—. Estoy aquí por ella, porque me lo pidió —me señaló y, ni cortó ni perezoso, añadió—: Y me alegro de haber venido porque no me apetece que el imbécil de Tae Hyung ande a sus anchas.

Entrecerré los ojos. Caramba.

—¿Qué anchas?

—Las que tu le das, obvio.

—Tu precisamente no eres el más indicado para hablar de "dar anchas".

—Tu acusación no tiene sentido.

—¿Y la tuya sí?

—Más que la tuya.

—Porque tu lo digas.

Fue extraño que la risa de Yoon Gi irrumpiera en medio de nuestra pequeña guerra verbal pero fue más extraño aún regresar sobre él y descubrir que lloraba y reía al mismo tiempo y que su gesto empezaba a reflejar la amargura melancólica que tanto se había esforzado por ocultar.

—Me dais envidia. —Sus palabras se deslizaron, ahogadas y cargadas de pena—. Tenéis la suficiente confianza como para deciros a la cara cualquier cosa, por desagradable que sea, y luego seguir hablando con normalidad —continuó—. No es fácil establecer una relación así con alguien.

Me quedé en suspenso. Hasta ahora nunca había valorado que fuéramos así.

—A mí también me gustaría ser igual. —Se frotó los ojos y, al hacerlo, un par de lágrimas se le deslizaron por las mejillas y terminaron en la manga de su suéter blanco—. Quisiera ser capaz de hablar pero no... No me sale... —Se entrecortó—. No tengo confianza y soy lo peor... Porque... ¿Cómo puedo atreverme a plantear tenerla? No me lo merezco.

Miré a Jung Kook y éste, tal y como ya había hecho en su momento con Jimin, me instó a que siguiera pero, ¿estaría bien? Yoon Gi lucía más frágil que el cristal y había intentado suicidarse. Si no medía bien lo que decir podría perjudicarle y... O... La cosa era que...

—No te creas, a mí también me cuesta mucho hablar.

Jung Kook captó mi indecisión, tomó las riendas y me dejó boquiabierta.

—Las cosas que me ocurren se me hacen una mierda tan grande que me resulta imposible compartirlo con nadie, entre otras cosas porque no confío en los demás —siguió—. No fue hasta ayer que me di cuenta de que podían existir excepciones y comprendí que, si me niego a aceptarlas, me sentiré todavía peor porque entonces sí que habré renunciado a todo, incluso a lo que no deseaba en un principio renunciar.

Creo que jamás había tenido tantas ganas de tirarme sobre él y besarle. Escucharle con tanta claridad era asombroso y me hinchaba el corazón porque estaba siendo muy directo al confesar sus miedos y, ¡estaba hablando de mí! Acaba de admitir que mi apoyo le servía.

—Pero yo no he encontrado ninguna excepción que me haga pensar que merezca la pena aceptar nada. —La oposición de Yoon Gi me hizo apartar mi cara de boba de donde no debía—. De hecho, me pasa al contrario que a ti. Si me abriera, perdería a la única persona que hace que tenga sentido que siga luchando contra la depresión.

—¿Esa persona es Jimin? —adiviné—. ¿Piensas que si le cuentas lo que ocurre se alejará de ti?

Asintió. Rayos. Pero eso no tenía ninguna razón de ser. Precisamente Jimin era el le buscaba y él el que le huía.

—Pero los amigos son amigos porque te aceptan y te apoyan —contraargumenté—. Jimin te aprecia.

—Sé que lo hace pero estoy seguro de que dejaría de hacerlo si se enterarse de la verdad —concluyó—. Después de todo, yo tengo la culpa de sus lágrimas y de que su vida se haya convertido en un mar de dolor.

—No. —Me mostré rotunda—. Jimin está afectado porque perdió a su hermano y perdió a su hermano por un accidente de tráfico.

—Un accidente que causé yo.

La mandíbula se me cayó hasta el suelo.

—Nada habría ocurrido de no ser por mí —continuó—. Yo lo provoqué y, además, lo hice deliberadamente.

El corazón se me detuvo. No podía estar hablando en serio.

—Eso no puede ser. —Le cuestioné, claro—. Dices eso solo porque te sientes responsable de no haber podido salvarle. Lo ves desde un prisma negativo autodestructivo.

—Lo digo porque fue así. —La molestia se palpó en su voz—. ¿Crees que me gusta ir por ahí reconociendo este tipo de cosas? —Las lágrimas le asediaron el rostro—. No estoy tergiversando nada... No lo hago... Fue culpa mía... Y desde entonces todo es una mierda y... No debe saberlo... No debe...

Se interrumpió y desvió la cara a la ventana. Los demás regresaban, cargados con helados de todos los tipos, y no quería que lo vieran descompuesto. Bastante debía de haberle supuesto que Jung Kook y yo lo hubiéramos hecho.

—¿Qué pasa con este silencio? —Soo Bin asumió el reparto de los postres—. ¡Vamos, un poco de entusiasmo, que estamos de vacaciones! —Le tendió a Yoon Gi el de maíz—. ¡Ten! ¡Este es mi favorito!

—Muchas gracias pero ya estoy lleno. —Lo rechazó, sin mirarlo, y se levantó—. Disculpadme, tengo un poco de calor. Voy a salir.

Le observé atravesar la cristalera que separaba la terraza del restaurante de la playa, entre compujida y preocupada, descalzarse en medio de la arena y correr hacia los tonos verdosos del agua al atardecer sin dudar, hasta que el líquido le llegó por la cintura, puso lo brazos en cruz y se dejó caer de espaldas, vestido y todo.

Ay. Demonios.

—¡Me voy con él! —A Jimin le faltó tiempo para volar fuera—. ¡Esto no me gusta ni un pelo!

Ya. Ni a mí.

Tae Hyung también salió, al igual que So Ho y yo, completamente descorazonada, me llevé las manos a la cabeza. Rayos; entonces, ¿el accidente lo había causado él? ¿Cómo? Y, ¿deliberado? No. No me lo creía. Simplemente no.

—Te lo cambio.

Jung Kook me quitó la barrita de limón que me había tocado y en su lugar me puso la de chocolate, mi favorita. Levanté la cabeza.

—Me niego a tragarme todas las calorías del cacao azucarado. —Se estiró en la silla, con aire pomposo—. Este cuerpo no se mantiene solo.

—La cantidad de azúcar es la misma en los dos y a ti tampoco te gusta el helado de limón. —Mi apreciación hizo que los ojos se le abrieran de par de par—. No solías hablar pero, cuando lo hacías, yo también te escuchaba.

Abrió el envoltorio, con las pupilas fijas en mí, y yo se las sostuve, sin intención de esquivarle, hasta que a Soo Bin le entró la histeria y nos obligó a centranos en el exterior. Jimin también se había tirado al agua y se hacía el muerto junto a Yoon Gi, mientras los demás los vigilaban como si un tsunami estuviera a punto de tragárselos de un momento a otro.

—Están locos —murmuró, agobiada—. Esos dos... Están completamente locos.

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