21 | La final
Entramos al estadio. Lo primero que hice fue bajar por las gradas y dejarme caer sobre la valla publicitaria, abatida y todavía bastante enfadada. Abajo, en la pista algunas personas de la organización revisaban que las líneas blancas de las calles estuvieran bien, otras comprobaban los monitores y no faltaban los asistentes de agua y toallas, con los uniformes deportivos de la Universidad, deambulando y charlando entre ellos por los laterales. Todo estaba casi a punto. Jung Kook no tardaría en aparecer. ¿Le saludaba? No, no, ya era demasiado con que estuviera allí. Y tanto.
—Estamos tan cerca que se siente parte de la pista. —Yoon Gi tomó el asiento más próximo a la grada, con un gesto de ansiedad que se me antojó casi risueño—. Cuando salga Jung Kook, ¿estaría bien que le llamemos para que nos vea y se sienta respaldado?
—¡Claro que sí! —Jimin no lo dudó y, en un abrir y cerrar de ojos, se acomodó a su lado, eufórico—. Lo haremos juntos y, ¡gritaremos mucho! ¡Le animaremos con todo!
Su interlocutor se revolvió, repentinamente incómodo, bajó la mirada y se pegó al filo de la banca, buscando una disimulada separación con respecto a su acompañante, algo que, pese a mi estado de ausencia depresiva, me llamó la atención. Parecía huir. ¿Por qué? Algo le ocurría con Jimin y no pintaba que tuviera que ver con lo de su hermano. ¿O sí?
—Al final has venido. —Tae Hyung se me acercó y me distrajo de mis deducciones—. Te diría que estoy un poco decepcionado de que no me hayas hecho caso pero entiendo que no es fácil negarse a hacer algo cuando en el otro lado tienes a un manipulador tan grande como Jung Kook.
Vaya. Nada de sutilezas. Ya iba directo contra él.
—No estoy aquí porque me haya embaucado. —La megafonía anunció los nombres de los corredores y sus calles asignadas—. Simplemente no quería dejarle solo en una situación tan importante.
—Él no sería tan considerado contigo.
—Puede.
Los atletas comenzaron a entrar, en riguroso orden y actitud de concentración. Esta vez le detecté a la primera, en el carril cuatro, y él también nos detectó. Cómo para no hacerlo; mis amigos se habían puesto a gritar como histéricos y medio estadio nos miraba como si acabáramos de salir del manicomio.
—¡Jung Kook! ¡Jung Kook! —exclamaron Jimin y So Ho, al unísono—. ¡Jung Kook!
—¡Eh, presumidillo! —le gritó Soo Bin—. ¡Si dejas el nombre de la Universidad en lo alto dejaré de pensar que eres un estúpido y puede que hasta me empieces a caer bien!
Me encogí, azorada. Ay.
—¡Sí, ánimo, ánimo! —siguieron los demás—. ¡Jung Kook, ánimo!
Yo Young me dio un codazo.
—No seas sosa, dile algo tu también.
—No me gusta dar voces — me excusé.
—¡Anda ya! —Me agarró del brazo y, sin paños calientes, me lo levantó y lo agitó como si fuera una extremidad de plastilina (tierra, trágame)—. ¡Ey, Jung Kook! ¡Vero dice que quiere que ganes! ¡No la defraudes, que si se decepciona le sale el mal genio!
El aludido me clavó una mirada de lo más profunda que me costó horrores sostener. Una mirada que me hizo sentirme demasiado expuesta y que duró lo que Tae Hyung tardó en inclinarse sobre mi oído.
—Tengo hambre —susurró—. Cuando esto acabe, voy a ir a comer pollo. ¿Quieres venir? Te invito.
—Yo...
Las pupilas de Jung Kook relampaguearon, hoscas, antes de darnos la espalda y buscar su posición. Se había molestado otra vez.
—No, gracias —terminé—. He desayunado mucho.
—Pero puedes acompañarme. Así te distraes.
—Quizás en otro momento.
El pistoletazo de salida me disparó el corazón. Los atletas salieron con fuerza. Jung Kook salió con fuerza y yo me pegué sin darme cuenta a la valla. Tercero tras los primeros obstáculos. El de la calle cinco, de azul, le adelantó. Cuarto. Mierda. Deceleró. Debía ser por los puntos de la cabeza. Aún no se los habían quitado y era posible que el golpe le estuviera pasando factura. Miré el monitor. Tercero otra vez. Me mordí las uñas. Por favor, que no le ocurriera nada. Por favor, que lo lograra. Por favor.
—No va a poder —musitó Yoon Gi, casi tan tenso como yo—. Parece que le duele algo.
—¡Jung Kook, no te desinfles! —Jimin puso en palabras lo que yo no me atreví a gritar—. ¡Vamos! ¡Un sprint! ¡Solo un sprint y ganas! ¡Un sprint!
Lo hizo. Se dejó la piel y la vida en acelerar y pasar al que iba delante pero no tuvo tiempo de alcanzar al siguiente y llegó a la meta en segundo puesto. Un segundo puesto que debió de haberle supuesto un verdadero calvario a juzgar por cómo se dejó caer al suelo y por cómo se apretó la cabeza, con signos claros de dolor, mientras el entrenador llamaba a los del equipo médico para que se lo llevaran y le hicieran un reconocimiento que me dejó en un estado de nervios tremendo. No pude concentrarme en nada (ni enterarme de nada) hasta que reapareció en la ceremonia de clausura, repuesto, y mis amigos se lanzaron como unos posesos a confirmar que se encontraba bien y, de paso, a felicitarle, entre vítores y exclamaciones de júbilo.
Ahí me di cuenta de que no se sentía en absoluto satisfecho. No lo dijo pero lo capté en su cara, extremadamente seria, al subir al podio y recibir la medalla. También en sus escuetas frases de agradecimiento ante la avalancha de halagos que le dedicaron los representantes de la Universidad y en el hecho de que rechazara con demasiada humildad la invitación a comer que le ofreció Seok Jin y, otra cosa no, pero precisamente la humildad no era su fuerte. Para colmo de males, en cuanto pudo, desapareció.
Nos dejó en el estadio con la excusa de cambiarse de ropa y no regresó. Estuvimos esperándole cerca de una hora y, ante la falta de señales, Jimin le telefoneó pero no lo cogió. Eso me preocupó. Y me preocupé mucho más cuando Tae Hyung nos explicó el motivo de su posible frustración: solo el ganador podía acceder a una jugosa beca deportiva en USA, con entrenadores especializados y todos los gastos pagados, durante un año completo.
Entonces lo entendí. Jung Kook buscaba independizarse de ese profesor y demostrarle a su madre, y seguramente también a él mismo, que podía llegar a ser algo en la vida. "Si gano abriré el camino que necesito para deshacerme de ti", o algo parecido le había dicho a Hang.
Ay, maldición. Tenía que estar fatal.
—¿Seguro que no quieres venir a comer?
Tae Hyung me despidió en la misma parada del autobús. El resto se habían ido yendo, cada uno a lo suyo, pero él, aunque no tenía por qué, se había empeñado en acompañarme.
—Si no te apetece pollo, te puedo invitar a otra cosa. —Me señaló la acera de en frente, repleta de lugares donde elegir—. En esta zona hay mucha variedad —observó—. ¿Quieres carne? —Negué—. ¿Pescado? —Volví a negar—. ¿Un helado quizás?
Su insistencia me hizo romper a reír.
—Te debe picar el dinero en el bolsillo para tener tantas ganas de gastarlo —comenté—. ¿O acaso quieres invitarme porque necesitas pedirme un favor?
—¡No, no! ¡Eso no! —Los ojos se le volvieron redondos como canicas—. Si quisiera chantajearte, te llevaría a una boutique de moda o a una floristería. —Volví a reírme, y añadió—: Insisto en convidarte para que te distraigas un poco. Te sigo notando decaída.
—Me encuentro bien.
—Conmigo no tienes que fingir. —Sonrió y, al hacerlo, me mostró la dentadura al completo—. Vamos a comer o... —dudó—. ¿Te llevo mejor dónde las flores? No sé, dime. Estoy abierto a sugerencias.
—Todo lo que planteas suena genial pero, si te soy sincera, la cuestión es que hoy no voy a poder hacer ningún plan. —Hasta me dio pena excusarme—. Tengo cosas que hacer.
—Ya me imagino qué tipo de cosas. —Emitió un suspiro resignado—. En fin. Yo lo he intentado.
—Lo siento.
—Jung Kook estará intratable, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé.
Y sí, tenía muy presente lo chocante de su carácter. No me había olvidado de lo del hospital. Pero no por eso iba a dejarle solo en un momento tan complicado.
—Bueno, entonces solo me queda desearte suerte y pedirte que, si en algún momento te sientes mal, me llames. —Me cruzó una mirada sincera—. Solo mándame un SOS e iré donde digas.
—¿SOS? —Me lo tomé a broma, claro—. ¿Cómo que SOS? ¿Eso no es para los barcos?
—Ese es otro SOS. —Su afectación al negar se me hizo chistosa—. El mío significa "Socorro, O sea, Sálvame".
El autobús llegó a la parada. Subí, sin dejar de carcajearme ante la última ocurrencia. Tae Hyung se quedó fuera, con las manos en los bolsillos, mirándome mientras pagaba el pasaje y me agarraba a la barandilla hasta que el motor rugió y le perdí de vista. Desde luego, era un encanto. Estaba muy pendiente de mí y su forma de ser me resultaba tan distendida que era sencillo sentirse a gusto a su lado. ¿Cómo alguien así había podido terminar tan mal con Jung Kook? Había dicho que había tenido que ver con algo sobre desaprobar su comportamiento pero, ¿qué clase de comportamiento? Debía de haber sido algo gordo. Tae Hyung no se enfadaba con facilidad.
Entré en casa antes de comer y saludé a mi madre, que estaba ordenando la despensa. Jung Kook no había llegado y tampoco había dado señales de vida de modo que, tras un rato que ocupé en ayudarla y tomar algo, decidí acercarme a fisgar por el restaurante. Allí encontré solo a mi padre, con los responsables del inventario de la de la empresa de suministros alimentarios, y a una pareja tomando café helado. Vale, ¿y ahora qué? No podía llamarle. Había borrado su teléfono y también su chat. ¿Dónde demonios se había metido?
Rebusqué por entre mis contactos, uno por uno, pero, a parte de Tae Hyung, solo Jimin tenía relación con él. Le marqué pero no me contestó y al final terminé dando vueltas por el cuestionable y nada hogareño barrio de los clubes nocturnos que solía frecuentar.
Caminé por entre los callejones llenos de grafitis de colores y luces brillantes en las puertas, y miré con cara de consternación los bares que me salían al paso. La mayoría estaban cerrados y los que no exhibían carteles en donde se anunciaban distintas condiciones de admisión, entre ellas la normativa en cuestión de vestuario o la edad. Ninguno tenía ventanas por las que echar un vistazo al interior.
Torcí la esquina. Me topé con un grupo de tipos en corro, repartiéndose bolsitas de cocaína. Uno de ellos se me quedó mirando. Apreté el paso. Terminé en una bocacalle sin salida, con un fuerte olor a orina, botellas de cerveza vacías y un montón de preservativos usados tirados por el suelo. Pisé uno. Fantástico. No sólo me metía en una zona peligrosa sino que encima me llevaba el semen de un tipo pegado en la suela. Qué asco.
—¡Eh, tu! —Uno de los del grupo me salió al encuentro—. ¿Qué buscas por aquí? ¿Quién te manda?
Bandas. Eran de una banda.
—No me manda nadie. —Traté de contestar con normalidad—. Estoy buscando a una persona.
—¿Para qué?
Ay, madre. No había pensado en eso.
—Compras —improvisé—. Quiero comprar.
—Ah, ya. —La cosa pareció funcionar porque el rostro se le relajó y se palpó los bolsillos de la chaqueta—. Es tu día de suerte entonces, nena. Tengo muy buen género.
—Eres muy amable pero ya he pagado la compra por adelantado. —Hablé antes de que me llegara a mostrar la mercancía—. Necesitaba un anticonceptivo de los buenos y Jeon Jung Kook se comprometió a entregármelo hoy.
—¿J.K? —El nombre pareció intimidarle porque retrocedió, con cara seria, y se dirigió a los otros—. ¡Nada, chicos! ¡Vámonos, que conoce a J.K!
Les despedí con la mano, como si la situación no me hubiera puesto atacada de ansiedad, y me obligué a mantener la misma expresión de seguridad hasta que salí de los callejones, llegué a un parque abandonado al que se notaba que hacía mucho que habían dejado de ir niños y el aire regresó a mis pulmones.
Maldita sea, Jung Kook. ¿En qué tipo de situaciones me metía por su culpa? Encima le conocían todos. Eso de que "ya casi" no vendía debía ser una mentira más grande que una catedral. Suspiré, molesta, y estaba a punto de sentarme en el balancín cuando, por fin, le detecté. Estaba allí, en el columpio más alejado, balanceándose, con la bolsa de deporte en el suelo y la vista en la tierra bajo sus pies.
—No has ido a casa. —No vacilé al acercarme—. Supongo que tampoco habrás comido.
—Qué haces aquí... —Sonó apagado—. Esta zona es peligrosa.
—Estaba preocupada.
Levantó la cabeza. Tenía los ojos muy rojos y la mirada acuosa. Jamás en la vida le había visto así.
—¿Y por qué te sigues preocupando?
Pensaba que mi presencia le enojaría, que me echaría como la vez anterior y que trataría de disimular las lágrimas con altanería pero, para mi sorpresa, no hizo ninguna de esas tres cosas.
—Te juro que no lo entiendo —continuó—. Yo te hacía por ahí, echándote unas risas con Tae Hyung.
—Hay cosas que son incomprensibles —ignoré la alusión a su ex amigo—. Simplemente no puedo estar tranquila sin saber que estás bien.
—No deberías.
—Eso me digo. —Me senté en el columpio de al lado—. Pero, ya ves, hay cosas que no se pueden controlar.
Regresó la vista a la arena, como si estuviera contando los granos un largo rato y yo me dediqué a columpiarme, en silencio. No estaba allí para para preguntarle ni tampoco para cuestionarle. Lo único que quería era que no se sintiera solo.
—No estoy muy de acuerdo. —La reflexión llegó en voz muy baja—. Yo creo que con dinero se puede conseguir y controlar casi todo.
—No —apunté—. Los afectos no.
—Los afectos también, Vero. —Me miró, con evidente desánimo—. No tienes ni idea de cómo funciona este mundo. Quizás en tu pequeña de burbuja de familia de clase media sea de esa forma pero en otros contextos y ambientes las cosas son diferentes.
El reto se me vino a la cabeza.
—Me la sensación de que te refieres a ti mismo —me animé a poner algunas cartas sobre la mesa—. Suena a que harías cualquier cosa por dinero.
—Sí, lo haría.
Ya. No sabía ni por qué todavía me sorprendía. Tae Hyung me lo había dicho claramente y, en teoría, ya lo tenía más que asimilado.
—Sin embargo, no actúo así porque me guste —matizó—. Si no me hiciera falta y pudiera tener el margen de elegir que tienes tu, no sería tan hijo de puta.
Le devolví la mirada y él me la sostuvo.
—Me gustaría ser diferente —añadió—: El problema es que es sumamente jodido cambiar y la situación tampoco me ayuda.
—Eso lo entiendo.
—¿Ah, sí? —parpadeó.
—Sí.
Creo que esperaba que tratara de indagar, que le sermoneara de alguna forma o que le lanzara alguno de mis consejos de modo que el hecho de que me limitara a asentir le descuadró. Y lo hizo de tal manera que rompió esa defensa infranqueable que le hacía tan innnacesible y tan déspota y, por fin, empezó a hablar.
—Todo es por mi madre, ¿sabes?
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