18 | Decepción
Estuve un buen rato vagando por la sala de curas, un espacio abierto con varios despachos que parecían un puzzle y cuya salida estaba escondida al final, atravesé varias consultas médicas con sus respectivas salas de espera y subí al primer piso por la escalera del fondo, rumbo al pasillo de las habitaciones 0-10 de Medicina Interna.
Me detuve en la última puerta, respiré profundo y llamé con los nudillos. Nadie respondió así que volví a llamar. Nada. Igual estaba golpeando con demasiado cuidado. Abrí, con timidez.
—Con permiso.
Encontré a Jung Kook sentado en la cama deshecha, con el gesto contraído por la rabia y una mirada iracunda perdida en algún punto del aire que no tardó en saltar sobre mí. Los ojos se le abrieron de par en par.
—Hola. —El saludo me quedó simple pero estaba tan nerviosa que no se me ocurrió nada mejor—. ¿Cómo estás?
—¿Qué haces aquí?
—He venido a visitar a alguien y te he visto en el pasillo.
—¿Y si has venido a ver a alguien por qué mierdas no estás con ese alguien y te presentas en mi habitación? —Su hosquedad se sintió peor que una bofetada—. Te dije claramente que ya te contactaría yo.
Sí, ya. Con ese "No sé. Ya te diré" que había sonado tan bonito e implicado. Claro que sí.
—¿Qué es lo que te ha pasado en la cabeza? —Hice un esfuerzo por no atender a su aspereza—. ¿Te has dado un golpe? ¿Tienes puntos?
—¿Y a ti qué más te da?
No respondí. Se me ocurrían un sin fin de respuestas para cortar por lo sano aquellos modos infernales pero no quería hacerlo. Después de lo que había visto con respecto al profesor, podía entender que se comportara así. Tenía asumido que nadie se preocupaba por él de modo que él tampoco contaba con nadie y eso me incluía a mí.
—¿Se puede saber por qué te quedas mirándome de ese modo? —Mi silencio le terminó de desencajar del todo—. ¿Qué pasa? ¿Has visto al hijo de puta de Hang y ahora te doy lástima?
Demonios. Me lo estaba poniendo muy difícil.
—Jung Kook...
—¿Te ha dado por hacer la buena acción del día y quieres consolarme? —Se incorporó y, en un segundo, le tuve delante—. Porque no lo necesito, ¿me oyes? No quiero tu pena ni tu compasión ni que me vengas con palabras de ánimo sin sentido de las que se dicen por defecto así que ya te estás largando.
—Pero lo que siento en este momento no es pena ni compasión.
—Te he dicho que te vayas.
Por supuesto, no me moví.
—¿No te acuerdas de lo que te dije la otra noche? —Intenté hacerle razonar—. Estoy aquí porque me preocupo por ti y me preocupo porque me importas.
Se me quedó mirando fijamente. Muy fijamente.
—Me importas y por eso me intereso por tu herida —continué—. ¿Crees que hago mal? ¿En qué momento querer a alguien significa tenerle lástima o juzgarle? ¿No te das cuenta de que lo que hago es justo lo contrario?
Se mordió el carrillo. Levanté la mano. Mis dedos acariciaron levemente el tacto algodonado de la venda. No me atreví a acercarme más y él tampoco lo hizo.
—¿Te duele?
—No —respondió, sin apartar las pupilas de las mías—. Estoy bien, gracias.
—Genial entonces.
Siguió observándome, en silencio, un tiempo que se me hizo eterno, con tanta intensidad que al final no me quedó más remedio que apartar la vista y retroceder unos pasos.
—Mi madre va a hacer un pastel de fresas —cambié de tema—. Me dijo que si te veía, te invitara a probarlo.
—No voy a ir.
Ya. Obvio.
—Claro —seguí, con suavidad—. Me imagino que tendrás que quedarte aquí, ¿verdad?
Me costó esbozar una sonrisa pero lo hice. No me correspondió.
—En fin, me marcho, que se está haciendo tarde y todavía tengo que ir al supermercado —decidí dejarlo estar—. Deseo que te recuperes pronto de lo que sea que te haya ocurrido. Esperaré a que me escribas.
Salí de la habitación. Mis pies se encontraron con el pasillo.
—Verónica...
Me detuve.
—No creo que pueda simplemente asumir que te importo —dijo entonces—. Estoy demasiado acostumbrado a ir por mi cuenta.
Sentí que un peso me comenzaba a apretar el pecho y que el mundo se me caía a los pies. No, por favor. Me agarré al colgante, sin atreverme a volverme. Que no lo hiciera. Otra vez no.
—¿Qué quieres decir con eso? —me hice la tonta.
—Que no nos va a ir bien juntos.
—Estás...
—Sí —me cortó, seco—. Eso mismo.
El corazón se me detuvo y la mente me hizo "zas". Un "zas" muy grande.
Dios mío. Había sido una tonta.
Tonta por haberme hecho ilusiones a pesar de saber de primera mano lo cambiante que era. Por creer (otra vez) que quería estar conmigo cuando era evidente que su "querer" se limitaba a "pasar el rato". Por haberme dejado arrastrar por esa atracción sexual tan enorme que, aún ahora, seguía notando. Por no haber querido aceptar la realidad que Tae Hyung había intentado hacerme entender. Tonta por todo. Y, lo más gracioso, era que ni siquiera me podía enfadar porque esta vez la culpa había sido mía. Mía y de mi absurda tendencia a apegarme a él.
—Me parece bien. —Me esforcé lo indecible para que no se me notara la debacle que sentía por dentro—. Ya te estabas tardando.
—Lo sé —confirmó—. La idea era decírtelo el mismo domingo al levantarnos.
Las lágrimas amenazaron con nublar mi campo de visión. Ay; maldita sea.
"Engañó a Kim Gi Oh, prometiéndole poco más o menos que amor eterno pero a los pocos días la dejó de forma humillante".
Hasta X4 me lo había advertido.
—Ciertamente estiraste el día sin necesidad. —Busqué el enganche del colgante, me lo quité y lo dejé caer al suelo, sin mirarlo—. Pero no me importa. Hayas tardado más o menos, tenía asumido que lo harías.
Eché a andar, erguida y con la cabeza bien alta, con una dignidad, que duró lo que tardé en comerme la tarta de mi madre y subir a mi habitación. Allí, sola, fue cuando, por fin, rompí a llorar y mi mente colapsó, y al día siguiente me levanté tan mal que no pude ir a clase.
Me sentía como si me hubieran hecho un agujero en el pecho y alguien estuviera hurgando en su interior. No tenía ganas de nada y las fuerzas me habían abandonado. Apenas pude desayunar, los ojos me escocían a rabiar y lo único que quería era quedarme en la cama, con el móvil al lado, mirando al techo y pensando. Pensando en Jung Kook.
Me dolía su desprecio y su absoluta indiferencia al verme marchar. Lo había hecho sin mover ni un solo músculo. Sin una sola mirada más o menos amable. Sin decir nada, salvo aquellas palabras tan directas que tanto me habían lastimado. Aunque, pensándolo bien, ¿qué más me iba a decir? Ya me había metido la polla a gusto. Le tocaba deshacerse de mí.
Era un maldito embustero y también un impresentable. ¿Por qué no dejaba de lamentarme y, en su lugar, no me enojaba? ¿Por qué tenía que llorar así? Ya eran dos las veces que me había embaucado y dos también las que me lo había creído. Ya estaba bien, ¿no? Vale que tuviera problemas. Vale también que, con la familia que le había tocado en suerte, su forma de pensar fuera un tanto despectiva. Pero eso no le daba ningún derecho a marearme ni a jugar conmigo ni, por supuesto, a hacerme daño.
No.
Se acabó.
Cogí el teléfono, resuelta a borrar su número. Tenía que superarlo y, cuánto más rápido, mejor. Por lo pronto, lo fundamental era eliminarle de mi alrededor y retomar mi actitud de siempre para que no pudiera molestarme. Y, cuando tuviera la mala suerte de encontrarmélo o de que me soltara alguna de sus idioteces (estaba segura de que lo haría), lo que tenía que hacer era burlarme y punto.
"¿Estás enferma?" Abrí el mensaje que Soo Bin me había mandado en el descanso de segunda hora y que no había tenido fuerzas de leer. "Te mandamos un abrazo para que te mejores pronto".
"Duerme mucho, come bien y toma muchos líquidos". Me había escrito So Ho, un rato después. "Te pasamos los apuntes por email".
Un par de lágrimas se me deslizaron por las mejillas. Mis amigos eran geniales. Lástima que no pudiera contarles lo que me ocurría. Pondrían el grito en el cielo y yo solo me sentiría peor.
"¿Estás bien?" Revisé la tercera notificación, de un número que no tenía agendado. "Soy Tae Hyung" se identificó a continuación. "¿De verdad te has enfermado? Si necesitas algo, o solo hablar, dímelo. Te llamaré".
Reconozco que leer a Tae Hyung me hizo bastante ilusión. Según habíamos ido hablando, la impresión que me había formado de él había cambiado de forma drástica y ahora no podía ser mejor (era tan simpático y tan confiable...) pero, al ir a responder, me saltó la ventanita del chat de Jung Kook y el mundo entero se me volvió a oscurecer.
Mierda. Pulsé en su perfil. Me fui directa a "eliminar contacto" y después me metí en Último Deseo.
Bienvenido, usuario.
Bienvenidas pocas, la verdad.
Obvié los avisos habituales en torno a los seguimientos y los puntos y revisé mi deseo. Seguía igual. Aún con la estrepitosa decepción, parpadeaba como si las letras tuvieran corrientes eléctricas. Ojalá parara. Ojalá se fundiera todo en una simple letra oscura. No quería que estuviera así. No quería saber que los rayitos de luz se debían a mi idiotez y ni mucho asumir que Jung Kook era el responsable de ellos.
"Seok Jin, tengo una duda". Me dirigí de nuevo al desarrollador. "¿Es posible eliminar un deseo y cambiarlo por otro?"
"¡Verónica!" La respuesta llegó a los pocos segundos. Estaba en línea. "¡Qué inmenso placer me da encontrarte fisgando de nuevo por mi creación!"
Lo suponía. Me lo imaginaba sacando pecho desde su oficina, orgulloso y satisfecho de sí mismo al comprobar que la tonta que presumía de ser "anti -app" había terminado enganchada en su sistema como un borreguito más.
"No se puede borrar un deseo activo". Las líneas se sucedieron ante mis ojos. "Lo que puedes hacer es sumar puntos y desbloquear la opción que te permite agregar más".
Ni loca. Si no quería tener uno, estaba yo para tener más.
"Quiero quitarlo" insistí. "Si no puedo, prefiero eliminar la cuenta y hacer otra nueva".
"Si haces eso perderás los privilegios que has ganado".
Lo sabía. Cambiar de usuario implicaría perder el chat de Lonely y la posibilidad de conocer a x4 (lo cual, dadas las circunstancias, ya no me parecía tan mala idea) pero me encontraba demasiado colapsada como valorar nada como importante.
"Me da igual" respondí. "No quiero tener ese deseo ahí y ya está".
"A ver, Verónica, ¿qué te ha pasado?" Se interesó entonces. "Estás insegura del parpadeo que tiene tu mensaje, ¿verdad? No sabes a qué se debe y eso te preocupa".
"Claro que me preocupa" reconocí; no tenía ganas de encararle ni de enfadarme por verle fisgar en mi intimidad. "Las veo y me siento una estúpida".
"Pero te di un parche de grado de consecución, ¿recuerdas? Si lo usas, comprobarás exactamente lo que ocurre, verás tus motivaciones y las de la otra persona y entonces podrás decidir con mucha más tranquilidad y seguridad lo que hacer".
No pude evitar que los ojos se me fueran al aviso de la descarga. Ese anexo podía decirme hasta qué punto estaba jodida. Podría ver mi estadística y ver también la de Jung Kook y, por lo menos, me reafirmaría. Desplegué la casilla de información. Un "Clip" y lo tendría todo en la pantalla. Un "clip". Un...
Los ruidos de la puerta de la entrada, abajo, me hicieron recuperar la cordura. No, no lo debía aceptar. Todo estaba más claro que el agua y comprobar los números solo serviría para hacerme más daño. Cerré la app, me limpié las lágrimas de la cara y salí del dormitorio. Mi madre debía de haber regresado de la compra. Seguramente necesitaría ayuda para acomodar las cosas.
—¿Te caíste? —Su eco retumbó mientras bajaba la escalera—. ¡Madre mía! ¿Y te dieron diez puntos?
—Sí pero no se preocupe. —La voz de Jung Kook me dejó clavada, literalmente, en el penúltimo escalón—. Ayer me estuvieron haciendo pruebas y todas han sido normales. Lamento no haber podido venir a probar su tarta.
El corazón se me puso en la garganta. ¡Ay! ¡No! Me asomé disimuladamente. No les vi.
—¡Oh, no te preocupes! ¡Puedo hacer otra en cualquier momento!
Arrugué la nariz. Mi madre era demasiado buena.
—Y, mira, este es el baño que va a ser para ti. —Me estremecí ante aquellas palabras. No. No, por favor, no—. Te he dejado los estantes vacíos para que puedas poner tus cosas y las toallas limpias y las sábanas están donde siempre.
—Trataré de no molestar mucho, señora Park.
—¡Pero si no eres ninguna molestia! —Mi madre, fiel a su estilo, le quitó importancia—. Te considero un hijo, ya lo sabes, y estoy muy contenta de vayas a estar con nosotros estos días.
Me agarré a la barandilla. ¿Qué? ¿Había dicho días? Claro. Su familia se había ido de viaje. Seguro que aquel Hang le había echado o prohibido la entrada en la casa. Madre mía. A ver qué hacía yo ahora.
—De todas formas, le pagaré por la estancia. —La propuesta me sorprendió. No solía ser tan considerado—. Y... Oiga... Por cierto... — sonó titubeante—. La maceta que he traído... ¿Dónde cree que podría dejarla? Quiero que quede bien.
—Creo que arriba.
¿Arriba? ¡No! Corrí de regreso a mi habitación pero la mala suerte quiso que, con las prisas, se me saliera la zapatilla, tropezara y Jung Kook llegara antes de que me diera tiempo a refugiarme.
—Ah. —Me vio en seguida, claro—. Vero...
—¿Qué hay? —No se me ocurrió nada mejor que mirarle por encima del hombro. Así. Con desprecio.
Dejó la planta en el suelo, junto a la escalinata. Era un arbolito lleno de flores en forma de campanitas rojas idénticas a las que había puesto en la mesa del restaurante para la cena de Jimin y que tanto me había gustado.
—¿No has ido a clase? —me preguntó, en voz baja—. ¿Estás enferma o algo así?
Menudo cínico. Tiraba la piedra y luego escondía la mano. Pero, mira tu por dónde, me lo acababa de poner que ni pintado.
—¿Y a ti que más te da? —repetí su frase.
Se limitó a observarme y yo no le dediqué ni un segundo más de mi vida y me encerré en la habitación de un portazo.
Fin.
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