15 | Parche de consecución
"¿Por qué te interesa?" La desconfianza se apoderó de mí. "Es decir, ¿qué ganas con esa información?"
"Quedarme tranquilo" respondió. "Jung Kook arrastra muy mala fama en mi facultad. Se rumorea que engañó a Kim Gi Oh prometiéndole poco más o menos que amor eterno pero a los pocos días la dejó de forma humillante".
Ya. Esa parte me la sabía, aunque con la importante diferencia de que la propia Gi Oh me había negado sentirse engañada. Por lo tanto, nada. A seguir.
—Buenos días, Verónica.
Kim Seok Jin asomó la cabeza fuera de la oficina y me facilitó terminar la conversación con X4, del que me despedí con un "luego seguimos hablando" antes de cerrar la app.
—Veo que te has tomado muy en serio mi invitación —observó, con un evidente tono de resignación—. Anda, pasa.
El lugar lucía algo más ordenado que la vez anterior y alguien se había tomado la molestia de poner un humidificador con olor a lavanda, con lo que el aire se sentía fresco y bastante más agradable. Los cuadernos y archivadores de la estantería estaban alineados y los papeles de las matrículas clasificados por montones. Divisé un portátil en la mesa y una puerta abierta que llevaba a otra estancia en donde, deduje, se encontraba su verdadero lugar de trabajo, a juzgar por las dos torres de ordenador que detecté y que parecían enganchadas a nada más y nada menos que cinco monitores.
Qué auténtica pasada. Parecía una central de vigilancia al más puro estilo de las películas de espías y misiones especiales.
—¿Para qué querías verme? —El desarrollador se sentó en la cabecera de la mesa, junto al portátil, y me instó a que me situara a su lado—. ¿Tanto te ha molestado lo del parche? —inquirió—. Recibí tu mensaje. No fue difícil deducir que eras tu.
—Pagar por recibir un anexo que complementa la consecución de los deseos no me parece una decisión acorde al concepto de empatía, precisamente, pero no, no he venido por eso. —Me centré en su traje azul marino y en su camisa blanca, sin corbata—. Estoy aquí porque quiero hablarte más despacio del suicidio que te comenté.
Mi interlocutor puso los ojos en blanco pero, como se mantuvo en silencio, me lancé.
—Según yo lo veo, que alguien haya anunciado su muerte es un asunto muy grave que no se debería pasar por alto —proseguí—. Y, sin embargo, sigues sin hacer nada al respecto.
—Te equivocas, Verónica. Yo soy el que más ha hecho por salvar a esa persona.
No pude evitar que se me escapara un suspiro. Ya me olía por dónde me iba a salir.
—He creado una herramienta que incentiva la mejora de la conciencia social y, gracias a ella, esa persona podrá recibir la preciosa ayuda de los que los rodean con misma facilidad con la que se hace "Clip".
—Pues a mí me parece que lo que estás logrando es todo lo contrario.
—¿Eso crees? —Su gesto esbozó una medio sonrisa—. Entonces, ¿como explicas tu presencia ante mí ahora mismo?
—¿A qué te refieres?
—Estás aquí porque Último Deseo ha logrado que te preocupes por ese usuario. —Ladeó la cabeza—. ¿O acaso crees que te habrías percatado de que alguien a tu alrededor estaba tan mal si no lo hubieras leído en mi aplicación?
Vaya con Seok Jin. Sabía jugar muy bien sus cartas. Claro que yo también.
—Esa es tu forma de verlo —rebatí—. Yo podría decirte que estoy aquí porque tu aplicación provocó que alguien escribiera algo que a lo mejor no se le hubiera pasado por la cabeza escribir si ese boot estúpido que utilizas no le hubiera preguntado: "Imagina que te queda poco tiempo de vida y dime, ¿cuál es tu último deseo?"
—Yo no decido lo que la gente escribe. —Se removió en el asiento; era evidente que mi comentario le había molestado—. Me estás responsabilizando de algo en lo que no tengo nada que ver. No sé a dónde pretendes ir a parar.
—Quiero que localices ese mensaje.
—No puedo interferir en mi propio experimento.
—No te ofendas pero tu experimento no tiene sentido.
No había ido allí con la intención de discutir ni de resultar grosera pero aquel tipo parecía vivir en los mundos de los mariposas y no tenía pinta de terminar de captar lo que se cocía por su culpa en la Universidad.
—La gente quiere los puntos. Les importa un comino el deseo en sí —dictaminé—. La tecnología no puede influir positivamente en las emociones. Solo contribuye a deshumanizarnos.
—Me parece que has leído demasiados cuentos de ciencia ficción.
—Te estoy hablando en serio.
—¿Y te parece que yo a ti no? —Apoyó lo codos en la mesa, con el gesto de entendido típico de un profesor—. A ver, mira, te lo plantearé de otra manera. —Se aclaró la voz—. Si mi aplicación no influyera positivamente, ¿por qué te molestó descubrir la existencia del parche?
Abrí la boca pero no me dio opción a contestar.
—¡Yo te lo diré! —Un brillo triunfante iluminó su retina—. Te enfadaste porque tienes un deseo parpandeando y te mueres por comprobar su grado de consecución.
Los ojos estuvieron a punto de salírseme de las órbitas. Maldición. Había mirado mi perfil. Eso me pasaba por escribirle. Debí de haber supuesto que se metería a fisgar.
—Podrías dejarte guiar por lo que tus ojos ven o por lo que sientes pero sabes, al igual que yo, que los humanos tendemos a hacernos castillos en el aire y tienes miedo de equivocarte con lo de tu enamoramiento. —La conclusión me sentó fatal—. Por eso quieres la confirmación objetiva que solo Último Deseo puede proporcionarte y a eso, querida niña, es a lo que yo llamo "influir".
—No diga incoherencias —me defendí—. Yo no necesito guiarme por indicadores artificiales para saber si alguien me quiere.
—¿Estás segura?
—Por supuesto.
—Vamos a ver si es cierto.
El corazón se me subió a la garganta cuando empezó a trastear el ordenador. ¿Qué estaba pasando? ¿Que hacía? Tecleó un buen rato. Movió el cursor. Ya estaba a punto de pedirle que se dejara de misterios, cuando el teléfono me vibró en el bolsillo.
Enhorabuena, PsycoP. Tienes el parche de grado de consecución disponible para descargar.
Cielos santo.
—Acabo de enviarte dos meses de disponibilidad gratuita del anexo que tanto te indigna comprar —anunció, ceremonioso—. Es decisión tuya usarlo o dejar que caduque pero, si optas por descargarlo, me demostrarás que yo tengo razón y entonces tu perfil entrará automáticamente en la base de datos de mi investigación.
—No te he autorizado para que me incluyas en tu estudio.
—Ni yo te voy a obligar a usar el parche. —Soltó un par de sarcásticas sonrisillas—. Faltaría más.
Me levanté, ardida de rabia y con ganas de tirarle un vaso de agua fría a la cara.
—¿Es así como te mueves por la vida, Seok Jin? ¿Chantajeas a la gente usando sus ilusiones?
—Yo prefiero llamarlo intercambio.
—No tienes moral.
—No te lo tomes así. —Mi comentario ni le inmutó—. Si el objeto de tu precioso deseo es, como me da la impresión, ese estudiante de atletismo que tantos dolores de cabeza le causa al decano, el parche te vendrá bien —concluyó—. El chico tiene pinta de tener unas prioridades diferentes a las tuyas. Sería horrible que te llevaras una decepción.
Abandoné el despacho de un portazo, con un volcán de enojo en el pecho y mil y un dudas dándome vueltas por la cabeza. ¿Parche? ¿Experimento? ¿Intercambio? Ahora que lo pensaba, Jung Kook me había dicho que había podido correr porque Seok Jin le había ayudado. ¿Le habría pedido también algo a cambio? Seguramente. ¡Diablos! Y, ¿qué era eso de las prioridades? ¿Qué rayos pretendía? ¿Confundirme para que usara el parche y no me quedara más remedio que entrar en su maldito experimento? Maldito manipulador de tres al cuarto.
"¿Cómo te ha ido la mañana?" El mensaje de Jung Kook me llegó justo a la hora de la comida y consiguió apartarme un poco el mal cuerpo que se me había quedado. "¿Todo bien?"
"Todo lo bien que se puede teniendo que estar en clase, ya sabes". ¿Se lo contaba? No mejor no. No tenía caso. "¿Y tu cómo estás?"
"Distraído" contestó. "Ya me han regañado cinco veces hoy por no estar a lo que tengo que estar. Voy atontado, como un pato mareado, porque resulta que no dejo de pensar en ti y me está costando llevar el día".
Una amplia sonrisa se me dibujó en la cara, tan amplia como la sensación de mi pecho al expandirse. Jamás hubiera imaginado que Jung Kook pudiera hablar así. No le pegaba para nada y, de hecho, había comprobado miles de veces lo cabronazo y desentendido que podía llegar a ser. Sin embargo, estaba tan diferente...
"¿Nos vemos luego?" continuó. "A las seis creo que habré terminado".
"¡Sí, sí, me encantaría!" Me dejé llevar por el entusiasmo e incluí la exclamación, tal cual. "¿Quedamos en las máquinas?"
No respondió. Debían de haberle vuelto a llamar la atención.
—¿Os habéis fijado que Min Yoon Gi no se ha dejado ver en todo el día? —Soo Bin dejó caer la bandeja en la mesa, junto a mí, y revisó toda la cafetería, estirando el cuello como una jirafa—. Aquí tampoco está y a esta hora siempre está.
—Hoy eran las prácticas de Psicología Penitenciaria. —Yo Young le respondió con la boca llena de arroz—. A lo mejor está en el grupo que fue a prisiones.
Mi amiga se tiró sobre la mesa y se cubrió la cabeza con la mano.
—Mi vida sin su presencia no tiene sentido —teatralizó—. Estoy tan vacía... Tanto...
—Entonces a lo mejor esto te anima.
Las tres dimos un brinco, al unísono, al detectar las botellitas de chocolate sobre la mesa.
—¡Oh! —Yo Young ahogó una exclamación—. ¿Tu... ? —titubeó—. ¿Tu no eres de atletismo?
—¿Me puedo sentar con vosotras?
Tae Hyung señaló el lugar que solía ocupar So Ho, ahora vacío, y, como venía siendo habitual en él, se acomodó antes de que a nadie le diera tiempo a responder nada.
—Hola, Verónica —me saludó a continuación—. ¿Qué tal el fin de semana? Hoy se te ve mejor cara.
Soo Bin se nos quedó mirando como si viera un fantasma. Yo Young me dirigió un gesto interrogante.
—¿Qué te trae por aquí? —Me faltó tiempo para cambiar de tema, claro—. ¿No deberías de estar comiendo con tus amigos?
—Ya no tengo amigos.
Nos quedamos unos segundos en silencio, viendo cómo daba rienda suelta a su apetito y acababa con el enorme plato de verduras con arroz que se había servido en menos de tres minutos. Sí que comía, sí. ¿Dónde rayos lo echaba?
—¿Qué te ha pasado? —Soo Bin no pudo reprimir su vena chismosa—. ¿Te has peleado con ellos?
—Solo con Jung Kook. —Se lanzó a atacar el postre de helado—. Pero como su palabra es ley universal, el resto no se ha atrevido a replicarle. Todos le han secundado; me he quedado solo.
—Oh, qué mal...
Dejó de comer. Sus ojos se volcaron en mí.
—Un poco —confirmó—. Pero ya no podía seguir callado. Tenía que decirle sus verdades a la cara. —Y añadió—: Se está pasando y no tolero su forma de proceder.
N/A: Ay, ay, ay... Que se viene... Mucho se viene.
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