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14 | Juntos

Empezó a moverse, despacio, y ese ritmo duplicó mi deseo por él. Se sentía intenso. Muy intenso. Precisamente porque iba deliberadamente lento la ansiedad me comía y por eso lo sentía incluso más.

—Realmente me encanta que te muestres tan receptiva conmigo —susurró—. Me vuelves loco.

Mi excitación se fue incrementando. No cambió el ritmo. Las oleadas de desesperación me consumieron al punto de arquearme y volcar el bote de lápices de la estantería. La sensación era abrumadora pero también insoportable.

—Ve más rápido —me urgí—. Más rápido... Más...

—No, no, Vero. —Se detuvo—. Dijimos que teníamos que ser buenos.

Retomó el ritmo pero lo hizo aún mucho más despacio. Ay; joder. ¡Joder! Estaba a punto de correrme y no podía porque cuando lo notaba se detenía y me dejaba ahí, al límite. Dios. ¿Qué mierdas me estaba haciendo? Eso de retener el orgasmo era una práctica del BDSM, ¿verdad?

—Por favor. —Reprimí varios suspiros y me agarré al borde de la repisa—. No... No te pares... No te pares...

Perdí la cuenta de las oleadas que me sobrevivieron y me dejaron al punto del éxtasis, hasta que hubo un momento que no lo pude soportar más y estuve a punto de gemir demasiado alto. Menos mal que entonces buscó mis labios. Mis exclamaciones murieron en su boca. Y, por fin, agarrada a su cuello, temblé, me estremecí y, en aquel escritorio, tuve el orgasmo más fuerte de mi vida. Jung Kook no tardó en seguirme y, a juzgar por cómo cerró los ojos y suspiró, debió de ser igual de intenso para él.

—Te ha debido de gustar mucho —comentó, cuando nos dejamos caer en la cama y yo, relajada y medio abstraída como estaba, no me di cuenta y busqué arrebujarme en sus brazos—. Creo que esta es la primera vez que te acercas así.

—¿Así como?

—Sin miedo.

—No es antes tuviera miedo —corregí, sin apartarme—. Es que no fiaba de ti.

—¿Y ya sí?

—Más o menos —admití—. Eres muy hermético.

Se puso de lado. Quedamos frente a frente. Sus preciosos ojos castaños me observaron, con una seriedad que hacía mucho no le notaba.

—Es cierto. —Que lo reconociera me sorprendió pero lo hizo aún más lo que dijo a continuación—: ¿Qué te gustaría saber?

Muchas cosas. Quería que me contara por qué su madre le enviaba a mi casa, por qué había estado vendiendo drogas y por qué le costaba tanto quitarse esa máscara de tipo engreído con la que se movía por la vida. Quería saber por qué parecía importale todo una mierda y por qué mi familia le había dado dinero pero también quería que me hablara de él, de las cosas que le gustaban y de sus aficiones, de sus metas y de lo que realmente pensaba de mí. Lo quería saber todo.

—¿De verdad te gusto? —empecé por lo más básico.

—Eso ya te lo dije en su momento. —Su susurro se me antojó dulce e incluso delicado—. Que tenías mi corazón y que seguirías teniéndolo, pasara lo que pasase.

Escucharle repetir aquello me aceleró el pulso. Se acordaba.

—Entenderás que no pueda considerar la veracidad de esa confesión.

—Supongo.

—No, no supongas —amplié—. Es lógico que no lo tomara en serio puesto que me diste plantón en nuestra primera cita, poco después me humillaste en público y... —Ahogué un suspiro ("luego te follaste a mi prima y casi a mi amiga y la lista ha ido creciendo sin parar")—. Pues eso.

—Entonces no me crees.

—No.

Se hizo un breve silencio en el que lo único que hicimos fue sostenernos la mirada. Parecía querer decir algo pero no lo hacía y yo, por descontado, no pensaba ahorrarle el trago y cambiar de tema. No, ni hablar.

—Vero, el mismo el día que estuvimos juntos después nos deshaucieron de casa —murmuró, al final.

Me quedé muda. ¿Eh?

—Para entonces mi padre ya se había largado pero lo había hecho sin pagar ni una sola de las cuotas del banco y nosotros no lo sabíamos —siguió—. Los de la hipoteca nos echaron del domicilio y estuvimos dos días durmiendo en la calle, sin saber qué hacer ni a dónde ir, hasta que, al tercero, un tipo se me acercó y, sin ton ni son, me ofreció dinero a cambio de hacer de recadero. Regentaba un local en Kaisoo, uno de esos lugares en donde se ofrece todo tipo de servicios, entre ellos, el consumo de sustancias ilegales, y estaba buscando a alguien que tuviera cierta presencia y buena condición física para atraer clientela y transportar mercancías.

Traté de respirar con normalidad. Ay, Dios mío.

—Te aparté porque no quería joder la estabilidad de tu vida con mis mierdas —finalizó—. Sabía que no iba a aportarte nada bueno pero, como soy un puto orgulloso, en vez de reconocerlo, lo que hice fue dedicarme a montar escenas desagradables para ganarme tu odio y que dejarte ir fuera más fácil.

Ya. Y menudas escenas.

—Fuiste un cabrón detestable.

—Lo sé.

Se aproximó. Bajo la claridad de la farola de la calle que entraba por la ventana distinguí los tatuajes de su brazo, que le llegaban hasta el hombro y, casi por inercia, mis dedos se movieron y empezaron a repasar los trazos de la tinta.

—Y, ahora, ¿cómo estás? —Seguí los dibujos en sentido ascendente—. ¿Todo anda bien?

—Sí. —Su respuesta me alivió el pecho—. Todavía me acerco por Kaisoo de vez en cuando pero lo hago porque esa gente, bien que mal, me ayudó a salir adelante, ¿entiendes?

—¿Y qué hay de mí? —continué indagando—. ¿A qué viene ese repentino cambio del "te aparté por mis mierdas de la peor forma" al "dame un margen de confianza" con la cantidad de años que han pasado entre medias?

—No estoy seguro.

Ajá. Bueno, si no estaba seguro ni él entonces mal íbamos.

—Creo que me diste la excusa que necesitaba para acercarme a ti —reflexionó, con el mismo gesto serio—. Ya sabes, me retaste, me enfadé y ese mismo enfado me empujó a buscarte.

—Para recuperar el dinero —maticé.

—Más bien para reencontrarme con lo que, a pesar de todo, nunca dejé ir —corrigió.

El corazón se me subió a la sien. ¿De verdad? Dios; parecía tan irreal... Y, sin embargo, al mismo tiempo también tan sincero...

—Te toca la zona del confesionario. —Su boca rozó la mía—. Yo también quiero saber qué sientes —musitó—. ¿Aún me odias? ¿Me guardas mucho rencor? ¿No te gusto ni un poco?

—A veces me mosquea bastante tu actitud pero yo no lo llamaría odio y, aunque me sigue repateando muchísimo lo que me hiciste, creo que ya no te guardo rencor —me sinceré—. En realidad me gustas —y añadí—: Me gustas mucho.

Aquella noche dormimos juntos. Al despertar, me encontré con la cabeza hundida en su costado y un mensaje de mi madre en el móvil avisando de que se había ido al restaurante y de que podía bajar a desayunar con tranquilidad cuando quisiera porque Jung Kook había madrugado y había dejado las sábanas dobladas en la mesa junto con una nota de agradecimiento en donde exponía que había regresado a casa. No era cierto, claro. En realidad, había bajado al salón a las cuatro de la madrugada a prepararlo todo y después había vuelto a mi habitación.

Le observé unos instantes. Parecía dormir prufundamente y su expresión lucía calmada, en paz. Madre mía. Aún no podía creer que estuviera ahí. Me sentía como si hubiéramos regresado atrás en el tiempo, muchos años atrás, y nada malo hubiera sucedido entre nosotros.

—Ey. —Le toqué pero no movió ni un músculo—. Jung Kook. —Me incliné y le di un beso—. Jung Kook, ya son más de las diez.

—Eso es muy temprano —protestó, sin abrir los ojos.

—¿No tienes hambre?

—Sí pero sobreviviré a los rugidos de mi estómago con dignidad —bromeó, medio dormido—. No quiero que me hagas un desayuno de los tuyos. No sabes cocinar.

Me eché a reír. Vaya. Así que también se acordaba de mis intentos por preparar omelette de verduras por las mañanas, allá por la época en la que me metía las bonitas arañas de plástico en los zapatos.

—No pensaba hacerlo. —Le acomodé el cabello, que le tapaba la mejilla, hacia atrás—. Te cedo el honor.

—Yo no cocino gratis.

Me subí sobre él. Abrió los ojos.

—¿Necesitas que te convenza de alguna manera?

Me agarró y me hizo rodar en la cama. Traté de zafarme y de volver a mi posición de dominación pero me resultó imposible porque empezó a hacerme cosquillas y las risas me dejaron sin fuerzas y con los brazos sobre la cabeza, atados bajo sus manos y a su completa merced.

—Me estás provocando. —Las pupilas le brillaron, ardientes y repentinamente espabiladas—. Por tu culpa, ya no voy a poder seguir durmiendo. Eso no se hace, ¿sabes?

—Yo creo que te interesa quedarte despierto.

—¿Sí?

Su aliento se aproximó al mío y, sin dudarlo, le así del cuello y le besé, y él, claro reaccionó con la intensidad que le caracterizaba. Volvimos a follar aunque esta vez fue más fuerte, mas rápido y completamente diferente al encuentro de la noche anterior. En primera porque me embistió de forma mucho más decidida y, en segunda, porque, ya solos en la casa, pude gozar sin ningún tipo de reparos, y mis gemidos acompañaron al crujido de los muelles del somier hasta que me corrí bajo su frenético compás, arañándole la piel, y luego él también se vino. Y, después, exhaustos, nos quedamos cerca de una hora dormitando otra vez hasta que, por fin, nos animamos a bajar a la cocina.

Pasamos todo el día juntos. Me enseñó a hacer crepes (su manejo de la sartén resultó ser una pasada) y me ayudó con las tareas domésticas. Salimos a dar una vuelta por el barrio, nos entretuvimos mirando algunos puestos de accesorios que habían montado en la avenida principal y, sin necesidad alguna, compró un colgante en forma de lágrima de color blanco y me lo puso.

—De verdad, que yo alucino contigo. —Contemplé el collar, tratando de disimular la emoción—. ¿No presumes por ahí de que tu nunca regalas nada?

—Y no lo hago.

—¿Y entonces a qué debo el honor de la excepción?

—No es un regalo —matizó—. Solo es algo que te doy.

—¿Y por qué me lo das?

—Porque sí.

—Pero las cosas no se hacen "porque sí".

—Interprétalo entonces como un signo de buena voluntad por mi parte —decidió, con una sonrisa—. Ese collar significa que estamos en paz el uno con el otro.

Ya de vuelta a mi casa, comimos viendo una película, me acompañó mientras terminaba algunas tareas de clase y, entre medias, perdí la cuenta de la cantidad de veces que me abrazó y me besó y también de las no pocas que yo hice lo mismo.

De verdad, era increíble. Increíble que no me importara que me ardieran los labios y que aún así no quisiera soltarle. Increíble lo cariñoso y atento que fue. E increíble que, a eso de las nueve de la noche, cuando nos tocó separarnos, mi sensación fuera similar al de una novia viendo partir a su prometido al servicio militar.

—Estos días no estaré por clase —me informó, ya en la puerta—. Tengo que entrenar mucho para la final del Sábado.

—Claro, claro —disimulé la decepción—. Yo también tengo muchas cosas que hacer. A parte de estudiar, voy a seguir indagando lo del mensaje.

—¿Ya tienes otra persona en mente?

—No estoy segura —medité—. Puede que a Min Yoon Gi.

Le observé por el rabillo del ojo ponerse los zapatos y el abrigo, con creciente pesar.

—A ese tipo no le conozco pero preguntaré por ahí por si... —Se interrumpió; mi cara de ternero degollado no debía tener desperdicio—. Vero, estaré ocupado pero te escribiré.

—¡Oh, no, no, no! ¡No estaba pensando en eso! —mentí—. ¡Suerte en la preparación de la carrera! ¡Tu a lo tuyo! ¡Fighting!

No supe cómo me las arreglé para mantener a raya mi tan presente falta de confianza. Quizás que le diera un repaso mental a las conversaciones y al sexo que habíamos tenido me ayudó y quizás también lo hiciera el colgante que, por cierto, no me quité ni para dormir, pero, fuera como fuera, el Lunes desperté en una nube y más contenta que de costumbre. Tanto que no me importó que empezara a llover a cántaros cuando esperaba el autobús, que el frío fuera tan intenso que tuviera que subirme hasta la boca la cremallera del abrigo, ni que, al llegar al campus, la secretaria del decano me instara a esperar un buen rato de pie en el pasillo hasta que a Kim Seok Jin le diera la gana concederme la conversación que me había prometido en el estadio.

Bienvenido, usuario.

Como no tenía nada mejor que hacer, me metí en la app y revisé el chat de Lonely. No había vuelto a escribir, claro, y teniendo en cuenta me había pedido que lo dejase en paz, no sabía cómo volver a abordarle.

Regresé al menú, al estado de mi deseo. Uy. ¿Parpadeaba más? Me pegué la pantalla a la cara. Sí, sí, lo hacía. Iba más rápido. ¡Iba más rápido! Di un salto pero entonces el asistente me mandó otro aviso y el vítore se me quedó a la mitad.

X4 te ha mandado un nuevo mensaje. ¿Deseas leerlo?

Ay, madre mía. Clip a "aceptar".

"Verónica, por favor, contéstame".

Y en circunstancias normales lo hubiera hecho pero... Pero... En fin. Mi falta de memoria no tenía perdón. Pobre chico.

"Discúlpame por haber dejado la conversación a medias" escribí. "No era mi intención no responderte. Es que he estado un poco ocupada".

Me devolvió un emoji con una carita simpática.

"Creo que es mejor que no quedemos" continué. "Hay alguien que me gusta así que no me parece adecuado".

"Ese alguien no será Jeon Jung Kook, ¿verdad?"

Rayos. También le conocía a él.

Pero este tipo, ¿quién demonios era?

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