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10 | Déjame verte

A raíz de ahí empecé a detestarle. Y le detesté mucho más cuando se tiró a mi prima, que había venido de vacaciones desde Canadá a pasar un mes, se enrolló con tres de mi clase, entre ellas una de mis amigas, y se dedicó a pavonearse por medio instituto diciendo que yo me moría por sus huesos, algo que, hasta la fecha, había seguido haciendo con la manada esa con la que tendía a juntarse. "Se te van lo ojos detrás de mí", "Qué atención le pones a mi abdomen", etcétera, etcétera. Era inaudito que después de toda esa mierda y de años de por medio, en donde en teoría mi mente había madurado y aprendido, estuviera desasosegada por la misma piedra con la ya que me había tropezado en el pasado.

—¿Qué haces?

Mira por dónde. El objeto de mi rayada mental desde tiempos históricos ahí estaba otra vez.

—Tu padre ha encontrado el papel arriba y se ha marchado a la distribuidora de bebidas a reclamar —me informó—. Dice que cerremos si queremos porque va a tardar en volver.

—Vale.

No me volví ni a mirarle. Meditar sobre el pasado me había dejado muy mal cuerpo.

—¿Te pasa algo?

—No.

Cerró la puerta. Le sentí bajar las escaleras.

—¿Estás pensando en qué hacer con Park Jimin cuando venga? —Se acomodó en el suelo, junto a mí—. No le des vueltas. Le conozco; puedo abrirte el camino sin problemas.

—En realidad en quien estaba pensado era en ti.

Arqueó la ceja, sorprendido.

—Ayer me pediste un margen para demostrarme que no pretendes pisotearme la autoestima —expuse, en un murmullo que sonó medio ausente—. Sin embargo, hasta hace unos días hemos tenido encontronazos casi a diario. Es difícil creer que hayas cambiado de opinión de un día para otro.

—Pero yo nunca he querido discutir contigo. —La objeción fue directa—. Eres tu la que se molesta primero.

—Porque me vacilas.

—Te vacilo porque me miras con desprecio. —No dudó en contraatacar—. Incluso cuando no me acerco a ti puedo notar el gesto despectivo que me echas.

—¿Y es culpa mía que te mire así?

—No he dicho que sea culpa tuya.

Se hizo un incómodo silencio durante el cual me dediqué a contar las baldas de la estantería de los documentos, como quien contaba ovejas en una noche de insomnio, con el único afán de rebajar el creciente enojo que la conversación me producía, mientras él se limitaba a observar las cajas apiladas en el rincón, mirarme de reojo y después volver de nuevo a las cajas.

—¿Por qué fuiste así en el instituto? —La pregunta salió de mi boca por pura necesidad de liberación—. ¿Por qué aún eres así? ¿Por qué te muestras amable y me pides confianza? ¿Crees que te la voy a dar después de lo que me hiciste? Estrujaste y destrozaste mis sentimientos como si de papeles inservibles se tratara solo para cultivar tu estratosférico ego.

—No, lo que te dije en tu casa fue sincero. —Se levantó para quedar a mi altura—. Realmente quería estar contigo.

—Seguro.

—De verdad.

—Mentira.

—Verónica.

—¡¿Qué?!

Su beso, intenso y arrollador, me llegó de improviso y yo, tonta de mí, en vez de empujarle, como sin duda tendría que haber hecho, me quedé paralizada unos instantes en los que me sentí tan obnubilada y aturdida que al final me dejé llevar y le correspondí. Bebí de su boca con la misma ansiedad o incluso más. Devolví su roce pegándome a su cuerpo y dejé que nuestras lenguas se enrollaran en una pasión desbocada, mutua, que nos hizo caer sobre las latas de refresco y rodar, haciéndole quedar sobre mí. La humedad cosquilleó en mi sexo, palpitante y urgido de la necesidad de ser llenado. Sus manos me acariciaron y me subieron la falda hasta la cintura, haciendo que el estremecimiento me burbujeara en el vientre cuando se separó para desabotonarme la blusa, apartarme el sujetador y dejar mis senos expuestos a su vista.

—Eres preciosa —murmuró—. Más preciosa aún de lo que recordaba.

—No te creo nada —conseguí decir, a pesar del ardor que me invadía—. Nada.

—Sin embargo, lo eres —insistió—. Y yo te deseo.

Me lamió los pezones. Sus caricias se movieron por mi sexo y me obligaron a morderme el labio para no gemir. Joder, era un disparate. Lo que estaba haciendo lo era pero no quería que se detuviera. No quería. Muy a mi pesar, yo también le deseaba.

Enrosqué los dedos en su cabello. Su lengua volvió a nadar en la mía. Sus roces en mis muslos me hicieron suspirar. Nos movimos a un lado, sin dejar de besarnos, y terminamos golpeando un paquete de latas, que rodaron por el suelo. Una de ellas se me metió por la espalda. Se detuvo para apartarla y entonces aproveché para quitarle la camiseta, incorporarme y sentarme sobre él, con las piernas enroscadas en torno a su cintura. Los ojos le brillaron al marcar el contorno de mis caderas mientras yo me frotaba en su prominente erección y le desabrochaba los pantalones.

—Vero...

—Ahórrate lo que quieras decir —le corté—. Ya dejamos claro el otro día lo que había.

Le tiré de la ropa hacia abajo y me agaché para saborear su pene, al principio de forma lenta, pausada, y después a un ritmo más álgido. Me pareció que suspiraba. Eso me excitó aún más.

—Vero... —Volvió a decir mi nombre— . Vero, joder.... —Succioné con más fuerza—. Espera un momento...

Paré en seco. Una advertencia, ya me lo olía. Mira que lo sabía. Mierda, lo sabía. Maldita sea.

Me aparté y empecé a abrocharme la blusa, no fuera a ser que tuviera que salir pitando de allí. Jung Kook me intentó tocar pero, ahora sí, retrocedí y me aparté. Temía que me fuera a salir con alguna de sus humillantes mierdas mas, sin embargo, lo que hizo fue aprisionarme por los brazos, a fin de lamerme los hombros, los senos y bajar por mi vientre sin que yo, atada como estaba bajo su fuerza, pudiera hacer nada por pararle. Quedé indefensa, a su merced, y con una sensación electrizante por debajo de la piel.

—Hoy lo que quiero es verte. —Sus labios se movieron por mi abdomen. Sus manos exploraron a su antojo mi cavidad. Ay; mierda—. Quiero que sea todo para ti y quiero ver cómo te corres.

—Yo... —Me estremecí cuando me tumbó y me abrió las piernas—. No est...

El estallido brutal de su saliva en mi sexo me impidió seguir hablando. Me retorcí y jadeé. Jadeé como nunca lo había hecho. Joder. ¡Joder! Sus labios recorrieron en círculos mi vulva, primero despacio, y luego, a medida que los minutos se sucedían, cada vez con más presión y velocidad. Las oleadas de ansiedad me invadieron, cada una más intensa y urgente que la anterior, y los gemidos, ya incontrolables, se me escaparon de la garganta.

—Eso es. —Le escuché murmurar—. Déjame verte.

Las caricias de su lengua cambiaron de sentido. Me retorcí mil veces más y me escuché suplicar que no se detuviera y que lo hiciera más rápido, perdiéndome por completo en una abrumadora sensación que creció en mis entrañas hasta que no pude retenerla más tiempo y estalló, de forma tan brutal que me llevó un buen rato recuperarme y otro mucho más largo procesar lo que acababa de ocurrir.

Maldita sea.

Mil veces maldita sea.

La idea del reto era seducirle yo a él y dejarle con la miel en los labios pero había terminado en sus brazos y la situación me descolocaba y, para qué negarlo, también me asustaba. Mis relaciones sexuales previas, esas que había tenido con mi novio de preparatoria, no habían sido ni de lejos parecidas a lo que acababa de experimentar. Y ni qué decir que me había quedado tan aturdida que hasta empezaba a valorar de forma diferente sus palabras a cerca de la sinceridad de su confesión del pasado.

Era, en todo el sentido de la palabra, un desastre.

Sabía que era un hijo de puta hecho y derecho y que, si seguía por el camino que llevaba, tenía todas las papeletas de terminar estampada otra vez contra el suelo de la humillación. Sin embargo, al día siguiente ahí estaba, entrando en el estadio con mi ticket en la mano, en un estado de inseguridad que se me activó al máximo cuando Gi Oh me vio en la escalinata y se acercó a saludarme.

—¡Verónica!

Su sonrisa radiante iluminó su alrededor al mostrarme su brazo izquierdo en cabestrillo, escayolado hasta el codo.

—¿Qué te ha pasado? —Semejante hecho echó a un lado mi miedo y dejó paso a la preocupación—. ¿Has tenido un accidente? ¿Estás bien? No te habrás roto nada, ¿no?

—Me he caído en la pista durante un entrenamiento y me he roto el cúbito y el radio. —Pese al contenido, su timbre sonó alegre—. ¿Y sabes qué? —continuó—. ¡Que el médico dice que no voy a poder patinar en meses así que han tenido que dejarme en paz! —Hizo el gesto de apartar una molesta mosca del aire—. ¡Padres exigentes fuera! ¡Entrenadora rígida fuera! ¡Ahora puedo dormir hasta tarde, salir a dar un paseo y hasta quedar para una fiesta!

Vaya. No había mal que por bien no viniera, decían.

—Entonces, ¿te sientes mejor? —Asintió y la felicidad que percibí en su mirada me hizo esbozar una sonrisa de satisfacción—. Me alegro muchísimo.

—¿Y sabes algo más? —siguió explicando—. El hecho de que el otro día te metieras a interceder por mí frente a Jung Kook y luego te acercaras a interesarte por lo que me ocurría me hizo pensar que, después de todo, mi estado sí pueda llegar a importarle a alguien. Quizás no esté tan sola como creo.

—Seguro que no —respondí—. No solemos estarlo pero el desánimo tiñe nuestra realidad y nos hace incapaces de ver a quién tenemos al lado.

Las voces de un grupo de chicas se alzaron tras ella y la llamaron con aspavientos.

—Me tengo que ir, que las de clase quieren que me siente con ellas. —Agitó la mano y se dio la vuelta pero, antes de dar un solo paso, se volvió—. Estaría genial si pudieras contribuir a que Jung Kook deje también de teñir su mundo —me dijo entonces—. Estoy convencida de que lo necesita y creo que a ti te puede tomar en serio.

Francamente, lo dudaba pero, como no era cuestión de contarle mis traumas, opté por asentir y, una vez la hube perdido de vista, busqué arrebujarme en el lugar más escondido del estadio, junto a la pared de una de las salidas, en un asiento que me quitaba cierta visibilidad pero que también evitaba que se me percibiera. Bastante había tenido ya con encontrarme con Gi Oh. No quería que nadie más me encontrara por allí. Me sentía terriblemente inestable y avergonzada, me dolía el pecho (entendía que por los nervios) y hasta me temblaban las piernas. Vamos, que toda yo era un compendio de miedo al rechazo con letras mayúsculas.

—¿Verónica?

Uy. Vaya por Dios.

—¿Qué haces aquí? —Tae Hyung se sentó a mi lado (si es que no se podía tener peor suerte)—. ¿Has venido a ver la carrera? No sabía que te gustaba el Atletismo.

—No estoy muy puesta pero he venido por...

"Por Jung Kook".

No. Ni loca iba yo a decir eso. Revisé a mi alrededor. No conocía a nadie salvo a, ¿Kim Seok Jin dos filas por delante?

—¡Por él! —Me faltó tiempo para señalarle—. ¡Estoy siguiendo al desarrollador de Último Deseo porque su aplicación me tiene hasta las narices y creo que ya es hora de que escuche con un poco más de interés todo lo que tengo que decirle!

El aludido se giró. Me había oído.

—¡Buenos días, Seok Jin! —Agité la mano—. ¿Qué tal tu día? ¡Espero que hoy tengas algo de tiempo que dedicarme!

—¿En un sábado, Verónica? —respondió con extrañeza (lógico, claro)—. ¿No ves que estoy en un evento deportivo? Ven a verme al despacho el lunes y estaré encantado de atenderte.

Bueno. No era la idea inicial pero a lo mejor hasta sacaba algo de provecho y todo.

—¡Allí me tendrás entonces! —Le dediqué el pulgar hacia arriba y él me devolvió una expresión de resignación—. ¡Mientras disfruta del evento y de tu fin de semana!

—Oye, ¿y has venido sola? —Tae Hyung retiró la vista de Seok Jin y la posó de nuevo en mí—. ¿Y tus amigas?

Pues no estaban porque no les había dicho nada. Y no les había dicho nada porque Jung Kook solo me había dado una entrada y quería ahorrarme las opiniones negativas que seguro tendrían al respecto.

—Están ocupadas. —De repente, caí en cuenta de que él también era un atleta que debía de hacer competiciones de modo que aproveché para desviar el tema—. ¿Y tu? ¿Por qué no corres?

—Me eliminaron en cuartos. —Suspiró, con aire derrotista—. Hubiera entrado porque iba el segundo pero, al saltar, tiré una valla y me descalificaron.

—Qué mala suerte.

—Ni que lo digas.

La pista comenzó a llenarse. Los atletas, cada uno con el uniforme deportivo de su respectiva Universidad, empezaron a tomar posiciones en las calles, con los entrenadores al lado, entendía que para escuchar los últimos consejos. Revisé los carriles, uno a uno. Rayos; ¿y Jung Kook? Estiré el cuello como un avestruz. Nada. Me levanté y, por fin, lo divisé.

Estaba en la calle cuatro, con la chaqueta del chándal en la mano, y recorría con la vista las gradas que tenía en frente. ¿Me estaría buscando? ¿Le llamaba? No, mejor no. Mejor mantenía un perfil bajo, lo veía y luego me largaba en silencio.

—¡Kook! —La exclamación de Tae Hyung me echó por tierra el plan—. ¡Ey, Kook, fighting! ¡Fighting!

Se volvió hacia nosotros. Sus pupilas se posaron en las mías. Un revoltijo de burbujas, mariposas, o como la gente las quisiera llamar, se me instauró en las tripas y, ya me disponía a levantar tímidamente la mano para saludarle, cuando se giró hacia su amigo, le hizo un par de aspavientos y regresó la atención a su carril, pasando completa y absolutamente de mí.

Já. Eso era justo lo que había esperado. Qué tipejo.

—Creo que me voy. —Me levanté, más descompuesta de lo que me habría gustado—. Seok Jin no va a hablar conmigo hasta el lunes así que aquí no pinto nada.

—¿Quieres que te acompañe a la salida? —Tae Hyung se levantó detrás—. Te ves un poco pálida.

—No es necesario, gracias.

Seguro que al salir me daba por gritar improperios. No era cuestión que me viera.

—De verdad, prefiero ir contigo —insistió—. Me voy a quedar preocupado si te vas así.

Observé su rostro de facciones perfectas mostrar un aire de genuino interés.

—¿Cómo es posible que te lleves bien con Jung Kook? —El comentario, aunque no venía a cuanto, me salió sin pensar—. Cuando cuando vas con él pareces un presumido de aquí te espero pero luego resulta que eres bastante amable. No pegas para nada en esa jauría.

Tae Hyung sonrió con timidez y se rascó la nuca, avergonzado ante la comparación.

—Supongo que influye que nos lo pasemos bien juntos y que cuando haya tenido problemas no me haya dejado tirado —expuso—. Pero eso no significa que apoye todo lo que hace o dice, ¿sabes? Le conozco bien. Por eso quise prevenirte.

—Ya. —Agaché la cabeza—. Sé a lo que refieres.

El anuncio de la carrera nos hizo callar y volvernos hacia la pista. Maldición, ya empezaba y eso significaba que acaban de cerrar las puertas del estadio y que ya no podría salir. Los corredores adoptaron posición. El silencio fue absoluto cuando el pistoletazo de salida retumbó en el aire.

N/A: Bueeeenoooo aquí estamoooooos. Ese Jung Kook.... Yo entiendo que Verónica esté dudosa de todo, ¿ustedes en su lugar no lo estarían? Y, por otro lado, como quien no quiere la cosa, Tae Hyung va a entrando en la historia (atentos a él, no más digo).

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