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Capítulo 46: Escuchando sinfonías

—¿Has estudiado para el examen de Física? —le preguntó Grace desde el otro lado del teléfono.

—Sí, además mañana tengo todo el día para hacerlo.

—Vale... ¿A qué hora va Ty a buscarte?

—En quince minutos —respondió mirando el reloj.

—Vale, abrígate que hace frío y nada de estar los dos solos en casa
—replicó.

Aunque no la podía ver, Cassie sabía que Grace estaría moviendo su dedo índice arriba y abajo, como hacía cada vez que le advertía de algo.

—Que sí...

—¿Sabes a dónde vais a ir?

—No, pero supongo que no saldremos de Westhill River, así que no te preocupes.

—No llegues muy tarde, que ya es de noche.

—Vale. Te quiero —cortó a su tía.

Se dirigió hacia el espejo para comprobar que estaba todo en su sitio. Se había puesto algo de sombra de ojos (algo que no solía hacer) y se pintó los labios de un color rosado, diferente al que solía llevar. Asintió a su imagen del espejo y se acercó al perchero para coger su chaqueta. Afuera debía hacer bastante frío.

Estaba nerviosa, era algo que Tyler provocaba en ella cada vez que lo veía o incluso hasta cuando sólo pensaba en él. Se preguntaba si alguna vez se le pasarían esos nervios. Puede que nunca.

Sonó el timbre y su corazón se aceleró aún más.

Abrió la puerta y se encontró con Tyler, abrigado con la chaqueta azul de mangas blancas del equipo de fútbol. Sonrió al verla y se acercó hasta ella para darle un beso en los labios.

—Parrot, ¿eh? —dijo ella señalando el logo del instituto de su chaqueta.

—Puedes sacar al chico de los Parrots, pero nunca al Parrot del chico
—ambos rieron—. ¿Lista?

—Sí, sólo tengo que cerrar la casa.

Salió al porche y dio un par de vueltas a la llave para cerrar toda la casa.

—¿Dónde tienes el coche?

—¿Cassie Miller dispuesta a montarse en un coche? ¿Justo hoy que no lo he traído?

—¿Y se puede saber cómo has venido?

—En bici.

Cassie abrió los ojos de par en par al ver la bici que él le estaba mostrando.

—¿Has venido en bici?

—Sí, ¿qué pasa? Pensabas que no sabía montar, ¿o qué?

—No, ósea sí —corrigió—. Pero creía que no eras capaz de separarte de tu amado coche.

—Mi coche es la cosa más preciada que tengo, pero por un día, podía hacer una excepción.

—¿Y eso es porque...? —preguntó ella, sin embargo, se imaginaba la razón por la que Tyler había decidido coger la bici.

—No quiero que te mueras por subirte a mi coche. Te recuerdo que la última vez casi te da un infarto.

—Mentira. La última vez fuimos al hotel de tu padre y lo llevé bastante bien.

—Cierto. Aún me pregunto por qué. ¿No será porque soy el mejor conductor del mundo?

Rodeó su cintura con las manos y la acercó aún más a él.

—¡Qué creído te lo tienes! —dijo apartándolo de ella, sin dejar de sonreír—. Digamos que no lo haces tan mal.

—¿Sabes? Algún día conseguiré que te quites ese miedo y conduzcas un coche.

—¿El tuyo?

—Eso me lo tengo que pensar —rio—. Pero hoy no es el día. Hoy, nos vamos en bici. Así que Miller demuéstrame que eres mejor que yo con la bici.

—Oh, Danforth. Eso no lo dudes.

Cassie se acercó hasta su bici y la sacó del porche.

—¿Y adónde vamos? —preguntó subiendo a la bici.

—¿Cuántos años llevas viviendo en Westhill? ¿Tres? —Cassie asintió—. Estoy seguro de que no conoces todos los lugares de aquí.

—Supongo que no.

Sus tías le habían enseñado la ciudad en cuanto llegó. Quizás fue el primer plan que hicieron fuera de casa, días después de que a Grace le dieran su custodia. Las dos sacaron a Cassie a rastras de la cama y se la llevaron por todo Westhill River para que pudiera animarse un poco y descubriera que, aunque no era tan impresionante como Los Ángeles, aquella ciudad tenía rincones muy bonitos. Era cierto que en un día no les dio tiempo a enseñarle todo, pero siempre que podían, la sacaban para mostrarle un restaurante nuevo o un lugar que fuera interesante para ella. También era cierto que, en invierno por el instituto y en verano por la cafetería, Cassie se había acomodado bastante en los lugares típicos y conocidos y tampoco había tenido demasiado tiempo para investigar otros rincones ocultos.

—Pues venga, vámonos.

Los dos se pusieron en marcha. Cassie no sabía muy bien el camino que Tyler quería hacer, por lo que se dejó guiar por él. La joven fue descubriendo poco a poco que él había decidido hacer un recorrido por todas las luces de Navidad que iluminaban la ciudad en esas fechas. Estaba acostumbrada a verlas desde el interior del coche de sus tías, pero verlas al aire libre, mientras iba en su bici, sintiendo el frío sobre sus mejillas y respirando aquel ambiente navideño, era mucho más impresionante. Sobre todo, si, cuando bajaba la vista y miraba a su izquierda, se encontraba con el chico que conseguía que su corazón latiera a un ritmo frenético y la miraba con aquellos ojos que parecían brillar incluso más que cuando le hablaban de fútbol.

Tyler le hizo un pequeño gesto y se desviaron por una pequeña calle, en donde Tyler paró y esperó a que Cassie hiciera lo mismo. Dejaron sus bicis encadenadas y caminaron hasta el mercadillo navideño que colocaban en la plaza de Westhill River.

Era tan bonito que ninguna persona de la ciudad, ni de los alrededores, conseguía resistirse a visitar aquellos puestos que colocaban los propios habitantes de allí. Aquel ambiente, la música y la gente hacían que se sintiera el ambiente navideño. Y había de todo. Puestos de adornos para el árbol, de flores, de juguetes artesanales, de comida, de ropa, de complementos... en uno de estos últimos se pararon y se probaron algunas cosas.

—¿Qué tal me queda?

Tyler se puso una bufanda de lana alrededor del cuello y posó como un modelo de revista. Cassie se echó a reír.

—Te queda muy bien.

—¡Cualquiera lo diría! Te estás riendo de mí —se quitó la bufanda del cuello.

—No, no —ella sujetó la bufanda y se la volvió a colocar en el cuello—. De verdad que te queda muy bien —susurró casi sobre sus labios.

Sin poder resistirse, le dio un beso en los labios y Tyler no pudo evitar sonreír como un idiota.

—Ahora no me voy a poder negar a llevármela —Cassie sonrió—. A ver, ponte esto.

Tyler cogió un gorro y lo colocó sobre la cabeza de la morena.

—No, no. Los gorros me quedan fatal.

—¡Pero si estás muy mona! Mira.

Hizo un pequeño gesto al comerciante para poder coger un pequeño espejo que tenía sobre una mesa. Cuando el señor asintió, Tyler lo cogió y lo colocó delante de Cassie.

—Madre mía, ¡qué horror! —se echó a reír y se lo quitó corriendo.

—La culpa la tiene el gorro. Es muy feo —susurró para que el comerciante no le escuchara.

—Y entonces, ¿por qué me lo has puesto?

—Para verte la cara —rio.

Cassie le dio un golpe en el brazo y dejó el gorro junto al resto.

—¿Se va a llevar la bufanda? —preguntó el señor.

—Sí. A mi novia le ha gustado, así que sí.

Cassie sintió una especie de cosquilleo en el estómago y una sensación de vértigo recorrió su cuerpo. Era la primera vez que Tyler la llamaba novia. Y eso lo hacía aún más oficial y serio. Aunque para ella ya lo era, pero escucharlo de sus labios, lo hacía real.

Observó cómo pagaba la bufanda, pensando en que aquel chico castaño de ojos verdes era su novio. Concretamente, Tyler Danforth, el mejor jugador de fútbol del instituto y puede que de todo Westhill River. Y aunque, aquello debía haberla asustado bastante, no lo sintió así. Al contrario. Se sentía demasiado bien que él la mirara feliz y le cogiera de la mano para recorrer aquel lugar que parecía sacado de una película de cine.

Pararon delante de un puesto lleno de dulces navideños, decorados de miles de formas y decidieron coger un par de cake pops. Uno con forma de reno y otro de oso polar. Tyler insistió en pagar los dos y Cassie no pudo hacer otra cosa que resignarse y dejarle pagar. Se sentaron en un banco y observaron todo el ambiente que los rodeaba.

—He de decir que ya había estado aquí varias veces.

Cassie le dio un mordisco a aquella pequeña bola de azúcar. Tyler la observó, algo decepcionado de que ella hubiera estado allí, pero, ¿acaso había alguien en todo Westhill que no hubiera ido al mercadillo navideño?

—Pero, creo que es la mejor de todas.

Entonces, Tyler sintió cómo el corazón le daba un vuelco y sonrió. Miró a sus ojos y pensó en que, para él, también había sido la mejor tarde de todas las que había estado en aquel mercadillo.

—¿Quién te ha dicho a ti que este era el sitio que sabía que no conocías?

—Pensándolo bien, creo que es difícil que encuentres un sitio en el que no haya estado —le picó. Sabía que no conocía cada rincón de la ciudad.

—¿Estás segura? ¿Habías ido alguna vez al hotel de mi padre?

—No. Es verdad. Con el hotel Danforth creo que ya he hecho check a toda la lista.

—Cassie Miller, ¿me estás retando?

—Puede —sonrió ella pícaramente.

—Está bien, pues vamos —dijo levantándose—. Estoy seguro de que hay un lugar en el que no has estado nunca —dijo advirtiéndole con el palo vacío del cake pop.

—Si me vas a llevar al centro comercial, siento decirte que ya he estado —vaciló de nuevo.

Tyler puso los ojos en blanco.

—Deja de vacilarme y levanta el culo —Cassie se echó a reír y se levantó.

—¿Sabes que estás muy mono cuando te enfadas?

Cassie colocó sus manos sobre su pecho y levantó la vista hasta sus ojos. Se puso de puntillas para darle un beso, pero él la frenó.

—No me descentres. Pienso llevarte al mejor sitio de todo Westhill River.

—Está bien —se apartó de él y levantó las manos—. Sorpréndeme.

Los dos se fueron a por sus bicis y se encaminaron hacia ese sorprendente lugar que Tyler decía y que estaba algo alejado del centro de la ciudad, echando alguna que otra carrera con las bicis.

—Club de golf de Westhill River —leyó la joven el cartel según se acercaron a la entrada.

—¿A qué no habías estado aquí nunca? —le preguntó él bajándose de la bici.

—No —el castaño sonrió triunfante. Cassie se bajó de la bici y miró al joven—. Pero, Ty, ¿sabes que necesitamos ser socios para poder entrar?

—¿Y a ti quién te ha dicho que no lo seamos?

Tyler sacó de su bolsillo una tarjeta blanca con las iniciales del club de campo inscritas en ella. Cassie la miró deslumbrada. Sabía de la existencia de ellas, pero no conocía a nadie que tuviera en su poder una. Sin embargo, no le sorprendió que Tyler fuera socio de aquel exclusivo club.

—Mi padre fue uno de los primeros socios del club y cuando cumplí dieciséis fue su regalo, junto con el coche, claro —sonrió él orgulloso—. ¿Sorprendida?

—Lo cierto es que no.

Era así. Tampoco le sorprendía que Tyler supiera jugar al golf y que pasara su tiempo libre entre palos y carritos de golf. Posiblemente, sus amigos también fueran socios de allí. Al menos Scott y Vanessa. Estaba convencida de que ellos comían los domingos en su exclusivo restaurante, desde donde, al estar a lo alto de la colina, se divisaba toda la ciudad.

—No he jugado al golf en mi vida —le informó ella.

—No hemos venido a jugar al golf —ella lo miró desconcertada—. Ahora lo verás. Vamos.

Le cogió de la mano y tiró de ella hasta la puerta.

—Buenas noches, señor Danforth —saludó el portero que les abrió la puerta.

Cassie no sabía si lo conocían porque frecuentaba mucho aquel lugar o porque conocían a todos los socios del club. El caso es que le impresionó que lo llamaran señor y que no fuera en el hotel de su padre.

—Veo que viene acompañado —Tyler asintió.

—Es la señorita Miller.

—Bien, pues ya sabe que tiene que llevar la identificación de visitante
—Tyler asintió.

Por un segundo, a Cassie se le pasó por la cabeza la duda de cuántas chicas había llevado a aquel lugar, pero luego intentó pensar en que en aquel exclusivo lugar no podría entrar cualquiera agarrado del brazo como si nada.

El portero le dio una pegatina rectangular en la que ponía "visitante". Cassie miró a Tyler y tras la indicación de este para que se la pusiera sobre la chaqueta, Cassie se la pegó cerca de su hombro derecho.

—¿Hoy no viene con la señorita Charlotte?

Cassie suspiró. Así que solía venir con su hermana.

—No. He venido con mi novia —ahí estaba otra vez la palabra que le daba vértigo instantáneo a la morena.

—Fenomenal. ¿Quiere que avise a alguien para que le prepare sus palos de golf?

—No será necesario —dijo serio, algo que también le sorprendió a Cassie, pues no acostumbraba a verlo tan formal—. Sólo hemos venido a ver el campo de golf.

—Perfecto. Pues disfruten de la visita.

—Gracias.

Tyler entrelazó sus dedos con los de ella y caminaron por todo el hall hasta llegar al exterior. Desde ahí se podía ver el campo de golf al completo, y, aunque fuera de noche y no se viera lo verde que era todo aquello, las luces que alumbraban todo el césped lo hacían lucir muy bonito.

—Puedes respirar —le susurró Tyler en el oído—. Nadie te va a morder.

Cassie asintió y soltó el aire que no sabía que sus pulmones estaban reteniendo.

Bajaron varios escalones y caminaron por el césped hasta que llegaron a una zona bastante tranquila, menos iluminada y parecía que estaban alejados de todo el mundo.

Tyler se sentó en el césped y se tumbó de golpe.

—Vamos, no te cortes. Desde aquí se ven espectaculares las estrellas.

Cassie dudó por un segundo. Aquel césped debía estar meticulosamente cuidado y tenía miedo de que se estropeara. En cambio, Tyler parecía estar como en casa. Lo miró y sonrió. Siguió sus pasos y se tumbó a su lado.

Miró al cielo y descubrió que él llevaba razón. Desde allí se veían las estrellas como en ningún otro lugar. Giró la cabeza y lo miró. Tyler tenía la mirada clavada en aquel cielo oscuro lleno de puntos de luz y sintió que su corazón estaba a punto de desbordarse. No solo por lo preciosas que estaban las estrellas, sino porque él le había llevado hasta allí sólo para verlas con ella.

—¿Esa es Casiopea? —preguntó él señalando el cielo con el dedo.

Cassie volvió la vista al cielo y buscó en él una alineación de puntos que formara una "W". No tardó en encontrarla, sabía perfectamente cómo hacerlo. Lo que le sorprendió es que Tyler lo hiciera tan rápido y que, sobre todo, se acordara de la historia que le había contado. Asintió.

—¿Has visto lo rápido que la he encontrado? —dijo orgulloso—. ¿Sabías que tengo la mejor tutora del mundo?

—Anda, ¿en serio?

—Sí, no solo me enseña Cálculo, también Astronomía.

—Jo, pues qué chica más maja. ¿Qué más te ha enseñado?

—A tocar el piano, también. Creo que podría ir con ella a Juilliard y todo —Cassie se echó a reír—. Ah, ¿y sabes qué otra cosa también me ha enseñado?

—¿A jugar a los bolos?

—No, a eso no. No es tan buena —sonrió—. Que besa de maravilla.

Tyler se inclinó sobre ella y rozó sus labios con los de una Cassie muerta de vergüenza. Cerró los ojos y se dejó llevar por todas las sensaciones que recorrían todo su cuerpo. Por un instante, olvidó que su corazón latía a tanta velocidad que habría sido capaz de correr todo el campo de golf sin ni siquiera cansarse. Pero lo hacía. Olvidó hasta su nombre e incluso todos sus miedos desaparecieron. Al lado de él, con sus besos, se sentía capaz de cualquier cosa.

—¿Sabes lo que todavía no me ha enseñado? —susurró separándose un poco de ella—. A bailar.

Tyler se sentó y sacó del bolsillo de su chaqueta el móvil. Buscó algo por la pantalla y terminó pulsando un último botón hasta que empezó a sonar una melodía. Una que Cassie reconoció al instante. Era la versión acústica (solo a piano) de Symphony de Zara Larsson.

Cassie supo que el castaño no había elegido esa canción por azar.

Tyler tiró el móvil al césped y se levantó del suelo. Extendió la mano y Cassie se agarró con fuerza para levantarse.

—Me ha dicho un pajarito que tienes el vestido del baile.

—Sí, fui ayer a comprarlo con mis tías. Anna se ha ido esta mañana de viaje y quería comprarlo con nosotras.

—¿Y cómo es?

—No te lo voy a decir.

—Oh, venga, al menos el color.

—No, no. Es una sorpresa.

—Está bien... Al menos, explícame, ¿qué tengo que hacer?

—Lo primero, colocar tus manos en mi cintura —Tyler asintió y siguió sus órdenes—. Más arriba —replicó ella riendo. Sujetó sus manos y las colocó en el lugar correcto. Después, rodeó su cuello con sus brazos y se acercó aún más a él.

—¿Y ahora?

—Sólo déjate llevar por la música.

Y eso fue lo que intentó hacer. Tyler cerró los ojos, al mismo tiempo que ella se apoyaba sobre su hombro y se dejó llevar. Por raro que pareciese, a pesar de estar tan cerca de Cassie, su corazón no latía a mil por hora, sino que se sentía tranquilo. Y es que aquella persona, la misma que le había enseñado Cálculo, Astronomía y piano, también le había enseñado a luchar por todos y cada uno de los sueños que tenía. Incluido el sueño de estar con ella.

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