Capítulo 40: Un pequeño sueño
Eran las ocho y media de la noche cuando Cassie empezó a dar vueltas alrededor de la casa. Su tía Anna terminaba de recoger la cocina, mientras observaba cómo su sobrina se movía nerviosa con varias partituras en la mano y el bolso colgado al hombro.
—Vas a hacer un agujero en el suelo —replicó Anna.
—¿Qué? —Cassie había oído hablar a su tía, pero no había escuchado ni una sola palabra.
—Cielo —Anna se acercó a ella y colocó sus manos sobre los hombros de la joven—, estoy segura de que todo va a salir bien. Eres muy buena, pero si hoy no se te da del todo bien, estoy segura de que a Tyler no le importará grabar doscientas veces si hace falta.
—Lo sé —suspiró.
—Y si hay algo más por lo que estás nerviosa, estoy segura de que también irá bien.
Anna le guiñó un ojo. Aunque no eran claras sus palabras, Cassie supo perfectamente a lo se refería.
De pronto, sonó el timbre de casa y Cassie pegó un bote. Ni siquiera sabía por qué estaba nerviosa, pero en cuanto se acercó a la puerta y vio a Tyler al otro lado, supo que el piano no era el culpable de que su corazón latiera más rápido de lo normal.
—Hola —lo saludó.
—Ho...ho... hola —titubeó Tyler al verla—. Estás muy guapa —dijo sin poder dejar de mirarla.
Y es que, no esperaba encontrarse con una Cassie tan guapa y arreglada. Llevaba un vestido negro que le quedaba perfecto. Los finos tirantes le hacían lucir aún más el collar plateado que llevaba y la parte de arriba, perfectamente ajustada a su cuerpo, conseguían que su cintura pareciera más fina. Tyler bajó la mirada hacia la falda, que se alargaba hasta sus rodillas. Y en donde cualquiera hubiera llevado tacones o unos zapatos más elegantes, Cassie llevaba unas converse de color blanco, que le daban un toque especial a su conjunto.
—Gracias —se sonrojó—. Es mi vestido de los recitales.
De hecho, sólo tenía dos vestidos negros: el de los recitales y el del funeral de sus padres. Haberse puesto el segundo habría sido un despropósito, no solo por el recuerdo que le traía, sino porque posiblemente no entraría en él.
—El de la suerte —mencionó Anna guiñando un ojo.
Cassie se giró y miró a su tía algo indignada.
—¿Estás lista? —Cassie asintió—. Bien, pues vámonos.
—Espera, Cass —Anna le cogió de la mano y le dio un abrazo—. Luego me lo cuentas todo —Cassie asintió—, y si necesitas ayuda, me llamas y aparezco en un plis.
—Vale —susurró. Ambas se separaron y volvieron la vista hasta Tyler.
—¿Has cogido la chaqueta? —la joven asintió y le señaló la rebeca negra que colgaba de su bolso—. Bueno, pues que vaya bien.
—Gracias, Anna.
Los dos salieron de casa y se encaminaron hasta el coche. Cassie se montó en el asiento del copiloto y esperó a que Tyler pusiera en marcha el coche.
—¿Estás bien? —la morena asintió. Después de su última confesión, Tyler quería asegurarse de que ella se sintiera lo más cómoda posible—. Si en algún momento quieres que pare, solo dilo —asintió.
Y en todo el camino, no tuvo que hacerlo.
Cassie empezaba a sentirse bastante tranquila en el coche de Tyler. No iba a negar que aún le daba un poco de ansiedad hacerlo, pero comenzaba a sentirse igual de cómoda que lo hacía con sus tías o con Alex. Incluso fueron hablando de algunas asignaturas que compartían y del partido cancelado por las lluvias.
Cuando se bajaron del coche, Cassie observó el hotel. Desde ahí abajo, el hotel parecía más alto de lo que pensaba. Estaba todo iluminado y los grandes ventanales que lo decoraban al completo, le hacían parecer un hotel de lujo. Aunque posiblemente lo fuera. Por una parte, Cassie pensó que aquel hotel, al ser el primer "Danforth", sería un poco más modesto que el resto de la cadena hotelera, pero, por lo visto se equivocaba.
Ambos entraron al hotel y se acercaron a la recepción.
—¡Ty! ¿Qué haces por aquí? No esperaba verte hoy —comentó un chico en recepción.
—¿Qué pasa, tío? —le saludó con un choque de puños—. He venido a ayudar a una amiga.
—Señor Danforth, ya está aquí —dijo un señor canoso saliendo de la sala de atrás de recepción—. Su padre nos informó esta mañana de que venía.
—Espera, ¿soy el único que no sabía que venía? —preguntó el otro.
—Acaba de empezar tu turno, es normal que no lo supieras.
Cassie permanecía callada al lado de Tyler. Sin duda, el castaño era bastante conocido allí. Algo lógico, pues su padre era el dueño de aquel lugar.
—Pensaba que iba a llegar un poco más tarde.
—Hemos tardado menos en llegar —informó Tyler.
—Su padre nos ha dicho que necesitaban el piano del bar, ¿cierto?
—Sí, tenemos que...
—Ty, hijo —Richard Danforth se acercó a su hijo y miró a Cassie—, ya estáis aquí —Tyler asintió—. Hola, Cassie. Estás muy guapa.
—Gracias —dijo sonrojada.
—Ty, hijo, podías haberte arreglado un poco más —le susurró.
Tyler se miró a sí mismo. Tampoco iba tan mal vestido. Era cierto que llevaba una camiseta blanca básica, pero se había puesto una sobre camisa de color azul para que le diera un toque más "arreglado". Y, por supuesto, se había puesto unos vaqueros y unas deportivas.
—Yo no voy a salir en el vídeo —le susurró, mientras que Cassie miraba a su alrededor.
—Ya, bueno, pero, ¿has visto lo guapa que viene ella?
¿Qué si lo sabía? ¡Pues claro que lo sabía! No había podido dejar de mirarla ni un solo instante. Posiblemente, aquella fuera la primera vez que la veía tan guapa y de no haber sido porque tenían que grabar el vídeo, la habría besado según salieron de su casa.
—Señor Danforth, aún quedan clientes en el bar —le informaron a Richard.
—Oh, pues Ty, me temo que hasta dentro de un rato no podréis grabar.
—Bueno, no pasa nada. Cass, ¿quieres dar una vuelta y te enseño el hotel? —le preguntó.
—Sí, claro.
—Bueno, pues yo me tengo que ir. No quiero dejar a Lottie más tiempo sola en casa —comentó Richard—. Presley, ayúdalos en cualquier cosa que necesiten —ordenó al señor más mayor.
—No se preocupe, señor Danforth. Los cuidaré muy bien.
—No lo dudo. Bueno, chicos, espero que vaya bien —sonrió.
—Muchas gracias, señor Danforth —dijo Cassie—. Por todo.
—No hace falta que me las des, y por favor, llámame Richard —Cassie asintió y sonrió—. Y tú... —dijo mirando a su hijo—, Presley me informará de todo lo que hagas, así que cuida lo que haces.
—Vale, papá.
—Hasta mañana —se despidió Richard de sus empleados.
—Vamos, Cass. Te enseñaré esto un poco.
Los dos empezaron a caminar por el hotel. Primero vieron las salas de reuniones, para después pasar por la zona de la piscina y terminaron por los pasillos de las habitaciones. Y aunque no entraron en ninguna, Cassie estaba convencida de que serían igual de impresionantes que el resto de las instalaciones del hotel.
Por último, llegaron a la última planta, en donde se encontraba el bar. Nada más entrar, Cassie divisió aquel famoso piano de cola negro del que Ty le había hablado tanto. Y era cierto que era impresionante. Estaba colocado junto al gran ventanal desde el que se podía ver parte de la ciudad iluminada. Un pianista tocaba una suave melodía para los huéspedes que habían decidido tomar una copa antes de irse a dormir.
—Ven, sentémonos aquí —Tyler señaló una mesa baja muy cerca de ellos.
—Disculpad, pero no se permite el paso a menores de edad —les informó un camarero.
—¿Qué haces, idiota? —le dijo corriendo otro—. ¿No ves que es el hijo del señor Danforth?
—Oh, disculpa —Tyler sonrió—. No le había reconocido. Cualquier cosa que necesitéis, no dudéis en pedírmelo. Menos alcohol, claro.
—Gracias. ¿Sabes si tardarán mucho en marcharse? —preguntó Tyler.
—No, se irán en seguida. Su padre nos dijo que hoy debíamos cerrar el bar a las nueve.
—Genial.
—Bueno, lo dicho —dijo el camarero—. Cualquier cosa, estaré tras la barra.
En cuanto el muchacho los dejó solos, Tyler dirigió la mirada a Cassie, quien mantenía toda su atención al pianista.
—¿Es bueno? —Cassie asintió.
—Toca muy bien, aunque... —Tyler asintió para que ella continuara—...si te fijas un poco te darás cuenta de que de vez en cuando, toca alguna que otra nota que desentona —Tyler se concentró un poco y se dio cuenta de que el pianista cometía algún que otro fallo. No pudo evitar sonreír. Si no hubiera sido por ella, él no se habría percatado—. Además, yo tocaría algo más alegre.
—Cierto, parece una sala de reuniones en lugar de un bar —sonrió—. Pero, bueno, cuéntame, ¿tienes todas las melodías preparadas?
—Sí. He traído las partituras, aunque no sé por qué las he traído, porque no puedo usarlas y además, lo tengo todo aquí —se llevó el dedo índice a la frente y Tyler se echó a reír.
—Vaya, Cass, eres toda una cerebrito.
—Supongo que por eso me elegiste como tu tutora de Cálculo.
—Touché —los dos se echaron a reír.
—¿Tú tienes la cámara preparada? —Cassie apoyó la barbilla sobre su mano y esperó a que él le explicara.
—Por supuesto, tengo todos los planos del vídeo aquí —repitió el gesto que Cassie había hecho, llevándose el dedo a la frente.
—No te burles de mí —rio.
—No, en serio. He estado revisando lo que te piden para el vídeo de la pre-audición y... —el castaño sacó un papel doblado de su mochila y tras estirarlo se lo enseñó a la joven—... he visto que tienes que grabar uno de presentación y otro tocando las tres piezas musicales —Cassie asintió.
No pudo evitar sonreír. Tyler no solo se había tomado la molestia de perder el tiempo buscando, en la página de Juilliard, las pautas que la escuela había impuesto a los nuevos alumnos para la pre-audición, sino que, además, lo había impreso todo y hasta tenía algunas anotaciones en los bordes para que no se le escapara ningún detalle.
Y aquel pequeño gesto, insignificante para cualquier otro, hizo que le gustara un poco más aquel chico de ojos verdes.
—Aquí pone —continuó Tyler—, que las manos tienen que ser visibles y que no podemos poner efectos, lo que significa que tienes que tocar cada una del tirón.
—Sin fallos —comentó ella. Eso era lo que la ponía más nerviosa.
Era cierto que había hecho miles de recitales con la profesora Salgado y que no podía equivocarse de nota, pero al menos contaba con sus partituras por si algo fallaba, en cambio aquella vez tenía que hacerlo todo del tirón, sin fallos. Y aunque sabía que Tyler estaría dispuesto a grabarla cientos de veces hasta que quedara perfecto, ella quería que todo saliera rodado.
—Señor Danforth —dijo alguien a su espalda. Ambos se giraron y miraron al camarero—. El piano está libre —ambos miraron al instrumento y comprobaron que el pianista se había marchado—. En cuanto terminemos de recoger, la sala será toda para ustedes.
—Perfecto. Muchas gracias —respondieron ambos.
—Bueno, Cass, llegó tu momento —Tyler se levantó de la mesa y le extendió la mano a Cassie—. ¿Lista?
—Vamos.
Ambos se dirigieron al piano y, mientras que Tyler colocaba el trípode y la cámara en el lugar perfecto para que la iluminación y la imagen se vieran lo más claras posibles, Cassie dio una vuelta alrededor del piano y lo acarició con delicadeza. Nunca había visto un piano que reluciera tanto como ese. Se notaba que lo cuidaban y que era una pieza clave de aquel hotel. Era como ver un diamante en una joyería. Por un instante, tuvo envidia de no poder tener uno así en el salón de su casa. Pero la realidad era que aquel instrumento costaba una fortuna y que tampoco habría entrado en ninguna estancia de su pequeña casa.
Se sentó en la banqueta y acarició las teclas con tanto cuidado que ninguna de ellas emitió ningún sonido.
—Puedes tocarlo, para eso hemos venido —comentó Tyler.
Como si hubiera necesitado su permiso, Cassie presionó sobre una de ellas y Tyler levantó la vista para observar cómo empezaba a salir el sonido de aquel precioso instrumento.
—Si te parece bien, ¿grabamos primero el vídeo de presentación? —la joven asintió.
Había estado todo el día ensayando las palabras exactas que diría, pero en cuanto Tyler le dio al botón de grabar, se le olvidó hasta su nombre. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Solo era un vídeo, una prueba que posiblemente no pasaría y se quedaría fuera de las audiciones finales. Además, hasta hacía unas semanas ni siquiera entraba entre sus sueños ir a Juilliard. Aquello era más difícil que tocar La Campanella de Liszt. Por suerte, Tyler la animó y la tranquilizó cada vez que ella se equivocaba. Parecía no importarte tener que grabar una y otra vez el "Hola, soy Cassie Miller y tengo diecisiete años".
Sin duda, él lo hacía todo más fácil.
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