Capítulo 20: Teoremas de campo
—¡Vamos Thompson! ¡He visto caracoles más rápidos que tú! —gritó el entrenador.
Scott echó a correr con más fuerza, pero la energía se le había agotado hacía un rato. Tyler lo adelantó por su derecha en un abrir y cerrar de ojos y se colocó a su lado.
—¿Te pesa el culo, Scott? —sonrió.
—Cállate, Ty.
—Hasta yo soy capaz de adelantarte —intervino Ryan.
—¿Se puede saber que habéis comido hoy?
—Comida —vaciló Tyler siguiendo el ritmo de su amigo.
—Ja, ja. Estás hoy muy graciosillo...
—Y tú muy lento.
—Danforth no me calientes —Ryan y Tyler se echaron a reír.
—Oye, ¿os habéis enterado de la temática de Halloween?
—Sí, este año se encargan los de teatro y van a hacer la temática del circo.
—Muy informado estás tú...
—Claro, su novia le informa primero —ahora le vacilaba Scott.
—Cassie no es mi novia. Me he enterado en la cafetería que lo estaban comentando.
—Nadie ha mencionado a Miller, pero viendo las confianzas me haces dudar, Ty... —el castaño le sacó la lengua y giró 180 grados corriendo frente a sus dos amigos.
—No creo que superen la que montamos el año pasado nosotros
—comentó Ryan.
—La de superhéroes ha sido la mejor de todos estos años. Es imposible que la mejoren... Además, siendo los de teatro, no creo que monten demasiada fiesta.
—Bueno, eso está por ver, quizás se lo curran mucho.
—¡A ver esas tres cotorras! Menos hablar y más correr —se quejó el entrenador Turner.
Los tres se callaron y corrieron un par de metros callados y acelerando un poco el ritmo, hasta que Ryan decidió interrumpir el silencio que había alrededor.
—Por cierto, cuento con vosotros el sábado para mi cumple, ¿verdad?
—Claro, Ryan.
—¿Al final te dejan hacerla en casa?
—Sí, es el último año que celebro aquí mi cumpleaños, así que mis padres han aceptado.
—¿Y por qué coño va a ser la última vez? —preguntó Scott.
—¿Porque nos graduamos? —ironizó Tyler.
—El año que viene espero estar en la uni, lejos de aquí.
—Es que Scott está esperando a que le pongan un monumento en Westhill River por vivir doscientos años.
—Ty, te la estás jugando —Scott le dio un golpe en el brazo, mientras que Tyler se reía.
—Danforth, Thompson, Sprout, a hacer cincuenta flexiones —gritó el entrenador cansado de verlos hablar y hacer el tonto alrededor del campo.
—Joder...
Acataron la orden y se pusieron a hacer las flexiones contando cada vez que hacían una. Cuando iban por la veintiséis, el entrenamiento se terminó. Los tres pensaron que se librarían de hacer las veinticuatro restantes, sin embargo, Turner los obligó a que terminaran de hacerlas todas. Por ello, se quedaron los tres solos en el campo junto con el entrenador.
Tyler resopló.
Tenía clase con Cassie y estaba claro que, si tenía que seguir haciendo flexiones, no llegaría a tiempo. Sabía que la joven no se marcharía, que lo esperaría durante un largo rato, pero Tyler no quería llegar tarde. Puede que porque no quería que pensara que era impuntual o porque no quería perder ni un solo minuto a su lado. Fuera como fuese estaba bastante agobiado y lo que tenía bastante claro era que le había cogido gusto a eso de tener clases particulares los lunes. De hecho, el primer día de la semana ya no era tan horrible como antes, ahora detestaba los martes. Y aunque quería encontrar una razón lógica que lo justificara, no había ninguna otra explicación que no llevara el nombre de Cassie Miller.
Los lunes compartían bastantes asignaturas, además de sus clases particulares, por lo que veía bastante a la joven a lo largo del día, sin embargo, los martes eran diferentes. Solo compartían la clase de Cálculo y era el único momento en el que podía ver a la morena. Así que, aunque le pesara bastante, no podía negarse que ella era la responsable de aquel cambio. Eso sí, tenía muy claro que solo era por la amistad que los estaba empezando a unir.
Por absolutamente nada más, que no fuera una curiosa amistad.
—¡Sprout, puedes irte! —Ryan se levantó del suelo hecho polvo.
—Buena suerte. Nos vemos mañana —se despidió y dejó a los dos en el campo.
—Me cago en la puta, macho —maldijo Scott.
—Calla que me desconcentras. Cuarenta y dos, cuarenta y tres —contó Tyler. Le quedaba muy poco para llegar a las cincuenta, como se las jodiera Scott, lo iba a matar.
—Mañana no voy a sentir los brazos, ¡córtamelos entrenador! —le suplicó. Turner no pudo hacer otra cosa que reírse.
—¡Qué exagerado eres, Thompson! Mañana me vas a marcar un Touchdown en el entrenamiento.
—Y en tiempo récord. No te jode —dijo esto último susurrando para que no lo escuchara.
—Danforth, puedes irte.
Tyler se tumbó en el suelo, completamente derrotado. No sentía ningún músculo del cuerpo. No sabía qué hora era, pero estaba claro que era tarde, aun así, necesitaba recuperar un poco el aliento.
—¡Vamos, Thompson! Te queda poco —le animó el entrenador.
—Te veo dentro —Tyler se levantó y se dirigió hacia los vestuarios para darse una ducha rápida.
Entró en el vestuario vacío y miró el reloj de pared. Eran las cinco y cuarto. Genial. Tenía cero minutos para poder llegar a tiempo. Se metió en la ducha y un par de minutos más tarde, escuchó la puerta del vestuario abrirse de golpe.
—No puedo más —se quejó Scott sentándose en un banco.
—Estás flojo últimamente —Tyler salió de la ducha con una toalla alrededor de su cintura.
—¿Verdad? Creo que debería entrenar más.
—Estaba de coña.
—Pues yo no, Ty. Creo que me quedaré todos los días un rato para mejorar.
—¿Tú? ¿Quedándote en el instituto más horas de las establecidas? ¿Estás enfermo? —le preguntó poniéndole la mano en la frente.
—Idiota. Lo digo en serio, Ty. Además, tú lo haces todos los lunes y no te has muerto.
—No vas a quedarte ni una semana completa —Tyler empezó a vestirse poco a poco.
—¿Qué te apuestas?
—¿Quieres apostar otra vez? Tú y tus apuestas, Scott... —se quejó Tyler.
Su amigo no podía hacer nada en serio si no había una apuesta de por medio, aunque siendo realistas, aquel propósito que se quería marcar, no lo conseguiría ni aunque tuviera una apuesta muy jugosa que ganar.
—Oh, vamos, no seas gallina. No sería la primera vez que apostamos. Venga, ¿qué te apuestas a que conseguiré quedarme aquí todas las tardes entrenando duro?
—Que vengas vestido de payaso en Halloween.
—Hecho —los dos se dieron un apretón de manos sellando aquella apuesta—. Pero si lo consigo me vestiré de lo que me dé la gana, y empiezo mañana, que Turner nos ha dado tremenda paliza hoy.
—Perfecto. Y ahora me voy —dijo levantándose tras abrocharse las deportivas.
—Eso, ve a reunirte con Miller —Scott le guiñó un ojo.
—¡Qué idiota eres!
Y sin dejarle responder, salió del vestuario a toda prisa para llegar cuanto antes a la biblioteca. En su apresurado camino, sacó el móvil y lo revisó. Tenía un par de mensajes de Cassie preguntándole si iba a asistir a sus clases. Esperaba con el alma que la joven no se hubiera marchado a su casa, aunque viendo las horas, no le extrañaría nada que ya no estuviera allí.
Giró la esquina y se encontró con Cassie saliendo de la biblioteca, estaba claro que se marchaba de allí, así que antes de que pudiera hacerlo, Tyler se paró en seco y gritó su nombre:
—¡Cassie! —la joven se dio la vuelta al escuchar su voz.
—Hombre, ya pensaba que no venías. Te he mandado mensajes.
—Lo sé.
—¿Y por qué no respondes?
—Porque los acabo de ver ahora mismo —dijo acercándose—. Lo siento.
—Ya puedes tener una buena excusa...
—El entrenador nos ha castigado y hemos estado haciendo flexiones.
—¿Hemos?
—Scott, Ryan y yo —Cassie puso los ojos en blanco—. Lo siento, de verdad —dijo justo a escasos centímetros de la joven—. Podemos poner la clase otro día, hoy es tarde y no quiero que tus tías te...
—No. Ya las he avisado de que llegaba tarde.
—Pero, ¿no te ibas? —preguntó él algo asombrado. Hubiera jurado que la morena se marchaba ya a su casa desesperada.
—Iba a buscarte al campo de fútbol —Tyler abrió los ojos de par en par. Ni en mil años hubiera imaginado que ella hubiera tomado aquella decisión.
—¿Ibas a traerme de los pelos a la biblioteca? —ella se encogió de hombros—. Me hubiera gustado ver esa escena. El entrenador Turner habría flipado y no te negaré que yo también.
—Lo cierto es que te lo mereces por llegar tan tarde —sonrió—, pero lo cierto es que tenía una idea mejor.
—¿Cogerme de los pelos?
—No, idiota —rio—. ¿Crees que podemos ir al campo de fútbol?
—preguntó dudosa, mientras sujetaba con fuerza la correa de su mochila.
—¿Al campo? —ella asintió—. Ahora mismo no hay nadie y el entre... Espera, ¿quieres aprender a jugar al fútbol?
—¡Ni de coña! ¡Dios me libre de jugar a ese infierno de deporte!
—¡Oye!
—Lo digo por los golpes. Yo no aguantaría tanta hostia —Tyler se echó a reír.
—Es cuestión de práctica.
—Bueno, ¿podemos ir o no?
—Sí, no creo que haya problemas.
—Pues vamos —Cassie comenzó a caminar y al ver cómo él no la seguía se dio la vuelta—. Vamos, Tyler, ¿a qué esperas? —Tyler asintió y la siguió.
—¿Y se puede saber qué vamos a hacer allí?
—Dar clase de Cálculo.
Tyler caminó a su lado, en silencio, intrigado por saber qué pretendía hacer la morena. Sobre todo, le intrigaba la determinación con la que caminaba Cassie, se la veía completamente segura de saber lo que iba a hacer y él se sentía un idiota dando vueltas a qué iban a hacer en el campo de fútbol que no fuera entrenar a dicho deporte.
—Bueno, Cassie, ¿me vas a explicar qué hacemos aquí? —no pudo aguantarse más la curiosidad. Tiró la mochila al suelo del campo y miró a Cassie.
—Saca tu cuaderno de Cálculo —Tyler no rechistó, se agachó y sacó su cuaderno. Cuando levantó la vista, comprobó que Cassie había dejado su mochila en el suelo—. Mira, ¿ves esta ecuación? —él asintió—. Bien, pues vamos a aplicarla en el campo de fútbol.
—¿Cómo?
—Ahora lo verás. ¿Te ves con fuerzas para correr o las flexiones te han aguado los músculos? —vaciló.
—¡Qué tonta eres! ¡Claro que puedo!
—Bien, pues empecemos.
Cassie empezó a poner en práctica todas las ideas que se le habían ocurrido para que el jugador pudiera comprender bien aquellos conceptos que su mente no lograba entender. Se colocaron en el centro de la pista, en las líneas... Incluso echaron una carrera por la pista de atletismo para comprobar que desde dentro de la pista había menos metros que por fuera.
—¿Hemos terminado? —preguntó Tyler mirando a la joven a los ojos.
—Creo que, por hoy, sí. No quiero que te explote el cerebro de tanto pensar.
—Bien, pues si hemos acabado, te voy a enseñar a jugar al fútbol.
—¿Qué dices, Tyler? No, ni de coña.
—Oh, sí. Vamos, Cassie. Primero te enseñaré a lanzar —dijo convencido—. Iré a buscar un balón.
Cassie fue a rechistar, pero Tyler ya se estaba alejando en busca de aquella pelota marrón. Puso los ojos en blanco y resignada, recogió sus cosas, mientras esperaba que él volviera.
—¿Estás lista?
—No, claro que no. Y mucho menos si me vas a hacer un placaje de esos.
—No se me ocurriría hacerlo —sonrió Tyler.
—Miedo me da esa cara.
—Lo prometo. Venga, ven —le cogió de la mano y tiró de ella hacia el poste más cercano.
Cassie se dejó llevar. No sabía por qué, pero confiaba en él, incluso aunque el sol se hubiera escondido y hubiera más oscuridad que luz a su alrededor. Era como ir con los ojos cerrados a su lado, pero sin sentir ni una pizca de temor.
—Bien, colócate aquí —dijo sujetándole por los hombros y posicionándola en el lugar correcto—. El objetivo es meter el balón dentro del poste.
—¿Solo?
—Solo eso.
—Pero yo os he visto correr y tirarlo al suelo.
—Eso es otra cosa. Vamos paso a paso —Cassie asintió—. Lanzo yo primero y así lo ves, ¿de acuerdo? —volvió a asentir.
Tyler cogió el balón, se concentró y, mirando fijamente al poste, lanzó el balón. Tanto él como Cassie aguantaron la respiración y no la soltaron hasta que vieron cómo el objeto entraba perfectamente.
—¡Tyler! ¡Lo has hecho!
—¿Acaso lo dudabas? —preguntó Tyler, mientras corría a por el balón.
—No, claro que no.
—Venga, te toca —el castaño le extendió el balón y Cassie lo cogió sin saber muy bien cómo hacerlo.
—¿Y qué hago?
—Lanzar. Mira.
Tyler se colocó justo detrás de ella y sujetó el balón con las manos, colocándolas justo encima de las de ella. Cassie sintió cómo se le cortaba la respiración y sus ojos se posaron sobre sus manos. Tyler, por su parte, intentó concentrarse en la explicación, pero el olor a vainilla que desprendía su perfume conseguía que se le olvidara todo lo que sabía sobre fútbol.
—La coges así, elevas y lanzas —guio sus manos y la morena asintió—. Inténtalo.
Se separó de ella unos metros y suspiró. No sabía cómo se sentía, pero la verdad es que era una sensación bastante agradable. Cassie estaba tan concentrada en lanzar bien e impresionar a Tyler que no fue consciente de la velocidad a la que latía su corazón. Fijó la mirada al frente y lanzó con toda su fuerza.
Como era lógico, Cassie no consiguió meter el balón, pero se sentía orgullosa de haber lanzado con tanta fuerza.
—Con un poco de práctica lo conseguirás —mencionó Tyler, mientras la joven se alejaba para recoger el balón de fútbol.
—No lo creo, pero me ha gustado. ¿Eso era marcar un Touchdown?
—No. Tienes que llevar el balón hasta la otra punta del campo, hasta la última línea.
—¿Así?
Sin darle opción a respuesta, Cassie echó a correr con el balón en la mano. Tyler, quien tardó un par de segundos en reaccionar, salió corriendo tras ella, dispuesto a alcanzarla. En cambio, la joven era más rápida de lo que él creía y no fue tan fácil alcanzarla. En cuanto llegó a su altura, la agarró de la cintura y la elevó, haciendo que sus pies dejaran de tocar el suelo.
—¡Maldita sea, Tyler! Déjame hacer un Touchdown.
—Ni de broma.
El jugador retrocedió un par de pasos, todavía con la joven en sus brazos. Dio media vuelta y la soltó. Cogió el balón y echó a correr. Sin embargo, no contó con que la joven iría tras él. Cassie tiró de su brazo y Tyler intentó zafarse, pero no lo logró. Ambos empezaron a tirar del balón, mientras intentaban seguir caminando hacia la línea final.
En uno de esos tirones, Cassie empujó un poco más fuerte y Tyler dejó de hacer fuerza, y ambos perdieron el equilibrio. Se cayeron en el césped, con la joven encima del castaño.
Los dos se quedaron muy quietos, sin apartar la mirada de los ojos del otro. Sus respiraciones estaban agitadas y los latidos de sus corazones iban acompasados. Ninguno de los dos conocía la extraña sensación que se había colocado sobre sus estómagos, una similar a como si estuvieran a punto de lanzarse por un precipicio, pero que a la vez se sentía sorprendentemente bien.
De pronto, las luces del campo se encendieron, iluminando todo el campo de fútbol. Ambos salieron de su mundo y Cassie, con rapidez, se levantó del suelo. Miró a su alrededor, nerviosa, pensando en que alguien los había visto y era su manera de echarlos de allí.
—Tranquila, siempre encienden las luces a esta hora —confesó Tyler levantándose del césped.
La morena levantó la vista y miró al cielo. Estaba oscuro. Ni siquiera se había dado cuenta de toda la oscuridad que había estado rodeándolos hasta ese momento. Tampoco se había percatado de la hora, pero si no había rastro de la luz del sol, imaginó que sería muy tarde.
—Tyler, creo que deberíamos irnos.
—Sí —Tyler sacudió un poco sus pantalones con las manos—. ¿Quieres que te acerque a casa?
—No, no hace falta. Tengo la bici.
Ya había ido una vez en su coche y no pensaba volver a pasar por aquel estado de nervios sin necesidad. No era tan valiente para aventurarse una segunda vez.
—¿Segura?
—Sí, sí.
—Bien. Pues nos vemos mañana por el instituto.
Sin decir nada más, los dos caminaron hasta el aparcamiento y se dirigieron una última mirada antes alejarse de allí.
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