Capítulo 2: Melodías perdidas
—No hemos podido comentar la tremenda chapa que nos ha metido la señora Cox —se quejó Emily saliendo del instituto.
Tras haber tenido toda la mañana cargada de clases (presentaciones más bien) y de haberse visto los tres juntos solo en un par de ellas, por fin se podían juntar, aunque fuera camino a sus casas.
—Uff, ya ves. Creo que esa mujer debería cambiar de discurso de vez en cuando, se repite más que el ajo —continuó Cassie.
—Lo único interesante que ha dicho ha sido acerca de la feria de extraescolares —confesó Alex.
—Cierto.
—Mañana venimos, ¿verdad? —les preguntó Alex bastante interesado, mientras se acercaban al coche.
—¡Sí, claro! —Emily estaba muy animada—. Tengo que enterarme de cuándo van a ser las pruebas para animadora.
—Yo tengo que elegir nuevas extraescolares.
—¿Vas a apuntarte a más? —preguntó Cassie en cuanto llegaron hasta el coche.
—Sí, necesito tener un buen currículum. Tengo que entrar en Harvard para ser...
—... el primer presidente negro gay de los Estados Unidos —dijeron Cassie y Emily al unísono y se echaron a reír.
Habían oído aquella frase tantas veces que habían perdido la cuenta. Alex puso los ojos en blanco y abrió el coche.
—Cass, vas a venir, ¿verdad? —la morena negó con la cabeza.
—¿Es que no piensas venir mañana a la feria?
—No lo creo. Ya sabéis que yo tengo mis clases de piano, así que las extraescolares del instituto me interesan... una mierda —confesó.
Y era cierto.
Durante todos estos años no había estado interesada en las extraescolares que había allí. Ninguna le llamaba la atención y sus clases de piano contaban en su expediente como extracurriculares, así que no tenía ningún interés en acudir a la feria, tal y como los pasados cursos.
—Oh, vamos, pero lo pasaremos bien los tres... Hace tiempo que no la liamos.
—Eso no lo dudo, pero a esa hora estaré en clase de piano o en la cafetería con mis tías.
—Bua, no será lo mismo sin ti —Emily se montó en la parte trasera del coche.
—Pero si vais todos los años sin mí.
—Y es un rollo.
—Gracias por la parte que me toca... —se quejó Alex.
Cassie se montó en el asiento del copiloto.
—No lo digo por ti, idiota. Estoy intentando convencer a Cass —dijo entre dientes—. Venga, anda, es la última vez que podremos ir, tienes que venir con nosotros, Cass.
—Déjalo, anda. No la vas a convencer —se resignó Alex—. ¿Te dejo entonces en tus clases de piano?
—Sí, porfi.
Alex arrancó el coche y en cuanto lo hizo, cambiaron de tema. Fueron comentando cómo les había ido en las clases que los tres no compartían. Incluso, hablaron acerca del nuevo profesor de Cálculo, el señor Vásquez, quien, aunque fuera algo serio, también parecía buen profesor.
Emily y Alex dejaron a Cassie junto al local de sus clases de piano y continuaron con su viaje a casa de la rubia.
Cassie tenía muchas ganas de ver a su profe, preguntarle por su verano y sobre todo sentarse en el piano. Sin embargo, cuando llegó a la puerta una extraña sensación, quizás un mal presentimiento, se colocó en su estómago. La señora Salgado siempre tenía la puerta cerrada, pues siempre decía que con el sonido del piano no escuchaba quién entraba. Para eso había puesto un timbre (que se oía desde la otra punta del país) y enterarse de quién iba a visitarla. Pero aquella vez, la puerta estaba abierta y no había rastro del timbre, tan solo la marca que este había dejado tras ser quitado de su posición habitual.
La morena dio un par de toques a la puerta y entró. Desde el primer paso que dio, se percató de que aquel local no era el mismo que en el que había pasado los últimos años. Retrocedió un par de pasos y salió a la calle para comprobar que estaba en la dirección correcta y que Alex no se había confundido.
La calle era la correcta y aquel local era el que la señora Salgado tenía alquilado desde mucho antes de que Cassie llegara a Westhill River. Quizás su profesora de piano había querido cambiar la decoración o incluso, compartir el local para abaratar los gastos del alquiler. Así que decidió volver a entrar de nuevo y averiguar lo que estaba ocurriendo.
Caminó un poco y comprobó que no había ni rastro de la señora Salgado, puede que, de nadie, pero las luces estaban encendidas, así que alguien tenía que estar allí. Se percató de que todo lucía diferente. La sala tenía un suave olor a lavanda y estaba llena de esterillas colocadas en el suelo, mirando hacia un espejo colocado sobre la pared. De fondo sonaba una música de ambiente relajante y había muebles que Cassie no había visto jamás.
Pero, sobre todo, lo que más le encogió el estómago fue ver aquel piano de cola blanco en el que había tocado infinidad de melodías durante los últimos tres años, en un rincón y decorado con varios jarrones de lavanda. Cassie sintió que todo lo llenas de vida que estaban aquellas flores, el piano estaba marchito, oculto en un rincón donde no pudiera molestar, ni ser acariciado. Entonces, ¿para qué servía un piano si no era para que alguien se sentara y tocara con sus teclas una suave melodía?
Se acercó a él y acarició con delicadeza la tapa en la que se mantenían resguardadas las ochenta y ocho teclas negras y blancas que tanta vida le habían dado.
De pronto, escuchó un par de pasos en su espalda. Se giró y vio a una mujer joven con cara amable que se acercaba a ella.
—Hola, ¿te puedo ayudar en algo? —le preguntó—. ¿Vienes a apuntarte a alguna clase de yoga?
—¿Yoga? —preguntó desconcertada. ¿Ahora era un local de yoga?
—Sí. Las clases comienzan la semana que viene, si quieres puedo informarte acerca de los horarios y las cuotas.
—Emm, no... Perdona, venía buscando a la señora Salgado, no sé si la conoces...
—Oh, tú debes de ser Cassie —dijo de pronto.
La morena se quedó alucinando. Aquella mujer a la que no había visto en su vida, sabía perfectamente quién era.
—Eh, sí... ¿Cómo sabe...?
—La señora Salgado me avisó de que vendrías.
—Oh, genial.
Entonces, Cassie cayó en la única explicación que podría tener toda aquella confusión. Lo más seguro es que su profesora de piano hubiera encontrado un local más asequible y hubiera trasladado las clases allí. Quizás no había podido contactar con ella por teléfono y aquella amable mujer que tenía delante había sido la encargada de darle la nueva dirección a sus alumnos (un señor mayor y ella).
—Imagino que se ha cambiado de local, ¿verdad? ¿Me podrías dar la nueva dirección?
—Oh, me temo que no es así. La señora Salgado se ha ido a Nueva York —le informó.
—¿Perdona?
—A su marido le han trasladado allí por trabajo y ella se ha ido con él
—dijo la nueva dueña del local.
Cassie no podía salir de su asombro. Su profesora de piano se había mudado a otro Estado y ni siquiera le había avisado. Le había dejado plantada con todas las letras. Mientras Cassie seguía en medio de su estado de shock, la otra joven se acercó a un mueble y abrió un cajón. Sacó un sobre y se dirigió de nuevo a Cassie.
—Me dejó una carta para ti —le extendió el sobre—. Supongo que ahí te explicará mejor las cosas.
Cassie cogió el sobre y lo observó. Comprobó que estaba escrito su nombre con la caligrafía de la señora Salgado.
Maldita sea, era cierto, se había largado.
—Siento no poder ayudarte más.
Cassie seguía mirando el sobre, preguntándose si debía abrirlo allí o esperar a llegar a casa. Quizás la segunda opción fuera la mejor. No quería maldecir a la señora Salgado delante de aquella mujer.
—No te preocupes. Muchas gracias por tu ayuda. No te molesto más.
—No es molestia.
—Espero que te vaya muy bien con el yoga.
—Gracias.
Cassie salió del local y se quedó parada en mitad de la calle. Necesitaba procesar la información que acababa de recibir.
¿Qué narices iba a hacer durante todo el curso sin poder tocar el piano? Vale, sí. Tenía un teclado en su habitación, pero era lo mismo que tocar un piano de cola. El sonido de este último era espectacular. Sentarse junto a él, pisar los pedales y sentir como las notas se escapaban por su caja, no tenían comparación con ningún otro tipo de teclado por muy grande que este fuera. Simplemente, el sonido era diferente.
En cuanto llegó a casa, lo primero que hizo fue abrir el sobre y leer la carta.
Querida Cassie,
Si estás leyendo esta carta, es porque ya sabes que me he ido a vivir a Nueva York. A mi marido le ha salido una muy buena oportunidad allí y no hemos tenido otra opción que mudarnos.
Siento tener que despedirme de esta manera, pero es la única forma que he encontrado para poder expresar toda la gratitud que tengo por ti. Has sido mi mejor alumna, no solo desde que llegué a Westhill River, sino de siempre.
Me hubiera gustado poder continuar con nuestras clases, pero también me voy muy tranquila. Tocas el piano de una manera tan excepcional que ya no tengo nada más que enseñarte, es más, incluso he aprendido yo de ti.
No dejes nunca de tocar esas teclas que tanta vida te han dado durante estos años y, sobre todo, nunca, nunca, nunca, dejes de perseguir tus sueños. Tienes un don muy especial que no todo el mundo tiene. Aprovéchalo.
Con cariño,
M. Salgado.
Dejó la mirada fija sobre la firma de su ex profesora.
Joder, hacía tiempo que sabía que no había nada nuevo que pudiera aprender con esas clases. Ni con esas, ni con otras. Desde hacía tiempo, Cassie iba a esas lecciones no para aprender, sino por el placer y la necesidad de tocar en aquel piano. Aquello era, sin lugar a dudas, lo que más paz le daba en el mundo. Aquel piano era mucho más que las teclas blancas y negras que lo componían. Aquel piano había hecho que saliera de un pozo del que no encontraba la salida.
—Eh, no sabía que ya estarías en casa —dijo su tía Anna a su lado.
Cassie ni siquiera había escuchado el sonido de la puerta o a su tía acercarse a ella.
—¿No ibas a ir a ver a la señora Salgado? —la morena asintió y le extendió la carta que acababa de leer.
Anna la cogió y la leyó por encima.
—¡Será sinvergüenza! Podría haberte llamado, al menos.
—Pues eso digo yo. No sabes la cara de tonta que se me ha quedado cuando he llegado allí y he visto la clase con esterillas de yoga —estaba muy indignada.
—¿De yoga?
—Lo que oyes.
—Anda, pues a lo mejor me apunto —dijo Anna—. Me vendría bien relajarme un poco. Dicen que hay algunas posturas que ayudan a...
—¡Tía!
—Vale, perdón. ¿Cómo estás?
—¿No lo sé? —Anna le miró con cierta pena y después miró de nuevo la carta—. No sé cómo estoy. No sé qué hacer...
—A ver, hay cosas en las que tiene razón —Cassie la miró sin comprender a qué se refería—. Esa mujer ya no podía enseñarte nada. La alumna superó a la maestra con creces hace ya tiempo, así que supongo que no ibas a aprender nada nuevo este curso.
—Lo sé, pero yo tampoco iba a sus clases para aprender.
—¿Entonces?
—Pues porque me gustaba ir a tocar el piano.
—Tienes tu teclado aquí.
—No es lo mismo... Además, las clases me contaban como extraescolares para la admisión de la universidad, y no creo que me cojan en ninguna clase de piano si ven mi nivel.
Las dos se quedaron calladas, pensando. Ambas sabían que llevaba razón. En cuanto le hicieran una prueba para ver su nivel, incluso aunque fingiera no saber tanto como sabía, todo su talento saldría a la luz y las academias de piano sabrían que no tendría nada nuevo que aprender.
Anna decidió romper primero el silencio y dar su opinión.
—Como tu tía molona, te diría que este año pasaras de las extracurriculares, que fueras a muchas fiestas, te echaras un novio... —dijo levantando las cejas de forma pícara. Cassie sonrió y se sonrojó un poco—, pero las universidades no son tan molonas. Deberías apuntarte a alguna clase que te guste para que puntúe en tu currículum.
—Eso es complicado...
—Además, estoy segura de que Grace estará de acuerdo conmigo.
—¿La tía Grace queriendo que estudie y esté apuntada a doscientas actividades? Nah, para nada... —dijo con ironía. Anna se echó a reír.
Aunque fueran hermanas, Grace y Anna eran completamente diferentes. La mayor de las Smith era más seria y estricta, mientras que Anna era más divertida y flexible. Había muchas cosas en las que discrepaban, pero en lo que sí que estaban de acuerdo era que querían lo mejor para su sobrina y harían lo que fuera para que la joven consiguiera llegar lejos, fuera a una buena universidad o fuera lo que ella quisiera ser en la vida.
—Piénsalo. Habrá alguna actividad que te guste.
—Sí, no sé... —dijo pensando—. Por cierto, ¿y tú qué haces aquí? ¿No deberías estar ayudando a la tía Grace en la cafetería?
—No había mucha gente y me he venido a ver qué tal tu primer día de clase —respondió dejando sobre la mesa la carta que había estado en su mano durante todo el rato—. Así que, venga, cuéntame. ¿Algún cotilleo nuevo?
Cassie empezó a contarle muy animada todas las novedades y cotilleos del instituto. Anna la escuchaba con atención. Le encantaban todas las cosas que su sobrina le contaba. No solo porque a veces le servía de inspiración para sus novelas, sino porque también le gustaban las historias que sucedían en el instituto.
Cuando Anna se puso a calentar la cena que había traído de la cafetería (que por supuesto había hecho Grace), Cassie subió a darse una ducha.
Al salir, y aún con la toalla alrededor de su cuerpo, cogió el móvil y escribió un mensaje en el grupo que compartía con Alex y Emily:
«Contad conmigo para la feria de extraescolares».
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