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Sábado


Cómodo y cálido me revolví en lo que fuera que estuviera pegado a mí. Habría dormido el doble de horas de las que llevaba, incluso me habría saltado el desayuno por permanecer en mi posición. Lamentablemente la gran claridad obligó a mis ojos abrirse y deslumbrarme con el radiante sol. Tapé mis ojos con el brazo y giré mi cabeza para ver un brazo bajo mi cabeza que no era mío. Seguí dicho brazo y di con la persona que portaba la sonrisa más bonita que jamás había presenciado.

— Hobi. — Te llamé y moviste un poco tu cuerpo hasta que te agarraste al mío sin pretender soltarme. — H-Hobi, deberíamos bajar. Si alguien nos pilla...

— Shh. Quiero dormir más. — Pegaste tu mejilla a la mía y apresándome entre tus brazos te volviste a quedar dormido. Yo me dejé estar pues tampoco quería separarme, para qué engañarme.

Observaba a los pájaros revolotear por el cielo, de un lado para otro y recordé nuestra conversación sobre el Bungee, pensando que quizás no estaría tan mal. No fue lo único, hubo tantas cosas que recordé; el baño, la escapada, tu petición, el beso y nuestra... ¿confesión? No sabía como llamarlo, seguía con el sabor agridulce del día anterior.

— ¡Eh, bajad o me vais a buscar un buen problema! — Alcé mi cabeza veloz al escuchar una voz detrás nuestro.

— Oh, l-lo siento. — Nervioso y avergonzado te llamé reiteradas veces, cuando despertaste por segunda vez miraste al enfermero con tus ojos entrecerrados.

— HoSeok, te dije que a primera hora de la mañana quería la llave en mi mano. ¿Sabes la hora que es? — Aún adormilado, asentiste y moviste tu mano en busca de silencio. — Baja rápido. — Dijo el enfermero antes de marcharse.

— Que vergüenza. — Oculté mis mejillas con las manos, tapando el rubor de éstas. — Deberíamos bajar.

— No tengas prisa. — Impediste que me levantara.

— No la tengo, pero él podría perder el empleo por nuestra culpa. — Sintiéndote algo culpable terminamos por levantarnos y bajar las escaleras donde nos esperaba el enfermero. Le diste la llave y agradeciste por su amabilidad.

— Sigo teniendo sueño. — Bostezaste y te dejaste caer sobre tu cama.

No me extrañaba que lo tuvieras, nos llevamos casi toda la noche conversando sobre temas triviales y a pesar de lo común que sonaba ambos nos sentíamos a gusto, muy diferente a nuestras otras conversaciones, quizás por el paso que habíamos dado. Pero lo mejor de todo fue pasarnos la noche abrazados, brindándonos el calor que necesitaban nuestros cuerpos bajo la fría y húmeda noche, me sentí protegido entre ellos, a pesar de que el suelo fuera de hormigón y resultara incómodo. Yo estaba perfecto, nada hubiese cambiado.

Me acerqué hasta tu cama, viéndote con los ojos cerrados y la respiración tranquila, transmitiéndome la misma tranquilidad. Eché a un lado tu flequillo para admirarte mejor y de imprevisto agarraste mi camiseta y tiraste de mí para dejarme tumbado a tu lado. Posicionaste la mitad de tu cuerpo encima mío y acariciaste mi mejilla con la mayor delicadeza posible, como si ésta pudiera agrietarse y romperse si emitías una mayor fuerza.

— ¿Qué deberíamos hacer?

— N-no sé.

— Aún sigues tensándote. — Bajaste la vista hasta mis labios, los cuales besaste con una leve caricia. — Antes no te ponías así cuando me tenías cerca.

— Tampoco me besabas. Ni sabía que... te gustaba.

— ¿No debí hacerlo?

— Habría terminado haciéndolo yo... o eso creo.

— ¿Eso crees?

— Me refiero a que habría dado con el porqué de mis pensamientos confusos.

— Entiendo. — Ensanchaste los labios, dejando éstos en una fina línea, y volviste a besarme dejando olvidada esa leve caricia para convertirla en algo más necesitado. — ¿Puedo pedirte algo?

— Creí que ya habías usado tu petición de la apuesta. — Atrapaste mi nariz entre tus dedos y me quejé soltando un tono de voz algo gangoso.

— Esto te lo pido porque quiero.

— Pide entonces.

— Quítate la camiseta.

— ¿Que me qué? — Alcé un poco la voz y volviste a repetir el agarre en mi nariz. — Ay, deja de hacer eso. Y no, no voy a quitarme la camiseta.

— ¿Por qué no? Sólo quiero mirar.

— Hobi, lo que me pides es muy raro... — Abulté mi labio inferior, quizás así dejarías de mirar mis mejillas ruborizadas y dejaras de reírte.

— No seas tonto, anda. — Llevaste tus manos a la cremallera de mi sudadera, bajándola del todo y abriéndola, esperando a que yo levantara mi espalda para así terminarla de sacar. — Tae, levántate un poco.

— No lo haré... Deja de pedírmelo.

— Sigue poniéndome esa carita y no sólo miraré. — Mis ojos se abrieron repentinos e ignorándome por completo me obligaste a levantar la espalda, terminando por sacar mi sudadera. Rápidamente hiciste lo mismo con mi camiseta, sólo que te costó más, no dejaba de impedírtelo y quejarme cuando casi todo mi pecho estaba descubierto. Aún así te saliste con la tuya y me dejaste completamente desnudo de torso.

— Ya me has visto ahora dame mi camiseta. — Negaste y la tiraste lejos. Apartaste mis manos, colocándolas sobre mi cabeza y pudiste verme como habías deseado.

— Eres muy hermoso. — Vi como mordiste tu labio y lo acercaste peligrosamente a mi piel descubierta.

— ¡Dijiste solo mirar!

— Mentí. — Sonreíste y dejaste un sonoro beso en mi pecho, haciéndote reír divertido. Bajaste una de las manos y con ella recorriste a milímetro mi torso.

— A-ahh... — Un gemido se me escapó y me miraste satisfecho.

— Quería saber como eran tus gemidos. Y ahora puedo decir que me encantan. — Sonreíste ladino y sin dejar de observarme dejaste besos tras besos sobre mi piel.

— N-no sigas.

— ¿Por qué? ¿Te preocupa algo? — Me pilló tragar saliva y dirigiste tus ojos a mi entrepierna.

— Yo también quiero. — Te detuviste justo cuando ibas bajando tu mano a dicha zona que, a parte de mi mano, nadie jamás tuvo la oportunidad de ver y tocar.

— ¿Qué quieres?

— Verte.

— Ya me ves.

— T-tu cuerpo. — La sonrisa se te borró, la mano la apartaste y te quedaste simplemente mirándome fijamente. Haciendo caso omiso a tu silencio me liberé de tu mano y las acerqué a tu sudadera; como esta era sin cremallera simplemente tiré de su comisura, levantándola un poco, pero tus brazos impedían sacarla del todo.

— Estate quieto. — Te incorporaste, quedándote sentado y acomodando tu sudadera.

Tu actitud cambió de un momento a otro, por no hablar de tus gestos, ahora serios y tensos. No había hecho nada malo o al menos eso es lo que yo pensaba, ¿acaso estaba mal poder verte? Tan sólo quería hacer lo mismo que tú hiciste, no había nada de malo en ello.

Tampoco tenía idea.

— ¿Hice o dije algo malo? — Terminé por incorporarme ya que habías dejado de mirarme por completo. — Hobi. — Agarré tu mano y al fin me miraste.

— No, tranquilo. — Aquella sonrisa que tan poco me gustaba, de nuevo haciendo acto de presencia y dejando un efecto muy contrario en mí. Incertidumbre. No sabía que había detrás y tampoco tenía el valor de volver a preguntar, pues siempre me dabas largas o cambiabas de conversación. — ¡Divirtámonos! Juguemos a las cartas. — Como odiaba acertar. Te levantaste y comenzaste a buscar las cartas.

Vi como te paseabas por toda la habitación en busca de ellas, yo sólo podía quedarme a observarte; con la misma tristeza que me contagió tu falsa sonrisa. Tenías la sonrisa más hermosa del mundo; a mi parecer, pero a veces esa sonrisa no era la misma que muchas otras veces me dedicabas. Me gustaba verla, pero ver la misma que me dedicaste aquella noche tantas veces. Sincera y llena de felicidad.

— Hobi.

— Dime. — Contestaste mientras seguías en tu búsqueda.

— Te quiero. — Te detuviste en seco y giraste tu rostro hacia mí, con los ojos más abiertos de lo normal. — Sólo quería que lo supieras.

— Tae... — Caminaste en mi dirección y agarrando mis mejillas con ambas manos dejaste un beso en mi frente y otro más largo y dulce en mis labios. — Me haces la persona más feliz del mundo oírte decir eso. — Esa era, la sonrisa que yo buscaba y la cual me quedaría a observar durante horas, no, por toda una eternidad. — Yo también te quiero, mi pequeño.

El último de los tantos besos que nos dimos te lo di yo y con nuestras caras bobas, pero sonrientes, nos dispusimos a buscar esas dichosas cartas que se negaban a aparecer; incluso a día de hoy desconozco el paradero de éstas.

Gastamos más de media hora de nuestras vidas por culpa de las malditas cartas. Incluso fui hasta la habitación de mi madre por si se encontraban allí. A decir verdad no quería hacerlo, ya me sentía mal con ocultarle lo que había hecho, incluso se dio cuenta que mi ropa era la misma del día anterior. Sin terminar de buscar bien tuve que salir lo antes posible de allí o terminaría contándole la verdad, y se enfadaría demasiado conmigo.

— No pude encontrarlas. — Dije al entrar en tu habitación, viéndote sentado en la cama y la cabeza agachada. — ¿Hobi? — Me acerqué lentamente y al tenerte de frente acaricié tu pelo. — ¿Estás bien? — Mis voz escapó temblorosa e insegura, temiéndome volver a vivir la noche anterior en el baño.

— S-sí. — Respondiste ahogando un gemido que claramente fue de dolor.

— Llamaré al doctor.

— No, Tae, de verdad que estoy bien. — Levantaste la cabeza y pude ver tu frente con una brillosa capa de sudor y algunos mechones de tu flequillo pegados a ésta. — Hagamos otra cosa.

Sin decir nada, di algunos pasos hacia atrás. Me volteé rápido con la intención de salir corriendo y haciendo caso omiso a tus palabras llamar a ese doctor que debió ser llamado desde el día anterior. Tropezaste y caíste al suelo al intentar detenerme y corrí hasta ti para levantarte como pude.

— ¡Hobi, pero qué haces!

— Quédate. — Dijiste con un pequeño hilo de voz y rodeaste tus brazos alrededor de mi cuerpo. No pude evitar asustarme y llorar como el día anterior, mi incredulidad me ganaba por momentos, y los nervios nublaban tanto mi mente que no sabía qué hacer o cómo reaccionar. — No llores, estoy bien, de verdad.

¿Por qué lo hacías? ¿Qué acaso no sabías que así me hacías más daño? ¿Te estabas destruyendo a ti mismo? No, no lo hacías, pero si lo estabas haciendo conmigo. Si hubiese sabido todo, ¿habría cambiado algo? Pienso que no, habría caído una y otra vez; así sea doloroso, pero jamás cambiaría nada.

Te senté de nuevo en la cama, acunando tu rostro entre mis manos, olvidándome de las lágrimas que no cesaban y así mirarte para buscar algo de seguridad en tus ojos. Lo cual encontré, a pesar de tu estado nunca flaqueaste en seguridad, ¿cómo alguien como tú podía poseer esa seguridad? La gran mayoría de las personas no habrían demostrado ni la mitad de lo que tú mostraste.

— Estoy mejor. — Con algo de dificultad sonreíste y soltaste una buena bocanada de aire al recuperarte.

— No te muevas de aquí. — Dije firme, obviamente ibas a negarte de nuevo pero esta vez no lo permití. — ¡Basta, Hobi! Voy a llamar a ese médico y tú esperarás aquí hasta que venga. No tardaré, te lo prometo. — Bajaste tu cabeza derrotado y sin decirme nada más hice lo que me había propuesto, buscar ayuda.

Tan rápido como encontré uno volví deprisa y al entrar con el doctor estabas tirado en el suelo. Llevé mis manos a la boca, ocultando un grito ahogado, el doctor corrió hacia ti y me gritó que buscara a algunos más y eso hice.

Después todo pasó tan rápido que aún no creía verme sentado en mitad del pasillo frente a tu puerta, aunque tú ya no estabas allí, te llevaron a otro lugar y no supe más de ti en todo el día. Mi madre se enteró y vino hasta mí, intentando llevarme a su habitación inútilmente. Ni enfermeros ni doctores me levantaron de allí a pesar de que sabía que molestaba.

Poco me importaba, mi mundo se vino abajo como tu cuerpo, imagen que no podía borrar de mi mente. ¿Qué pasará ahora? Esa misma pregunta me la hice por horas, sin saber su respuesta acabé mi día metido en el baño de la habitación de mi madre toda la noche sin parar de llorar.

Todo fue tan repentino que cuesta de creer.

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