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Miércoles


El día de hoy había amanecido con un sol más radiante de lo normal. Abrí la enorme ventana de la habitación de mi madre y dejé que los cálidos rayos del sol se colasen en la estancia. Las dos señoras me agradecieron y después que me dejaron en paz solté mi mochila junto a la cama de mi madre y anduve hasta tu habitación. La puerta estaba cerrada por lo que llamé antes, recibiendo una contestación por parte de ahjussi; dándome paso.

— ¡Buenos días! — Grité nada más entrar pero ahjussi siseó y tapé mi boca con ambas manos cuando te vi aún dormido.

Me acerqué de puntillas hasta tu cama y me incliné para ver tu rostro que se encontraba plácido durmiendo. Sonreí para mí mismo causándome cierta ternura verte así. Tus mejillas estaban hinchadas, tu boca ligeramente abierta y tus ojos formaban dos líneas rectas perfectas.

— Volveré más tarde. — Dije susurrando en dirección a mi amigo que ya estaba bien despierto y con la espalda acomodada en su almohada, a la espera del desayuno.

— ¿No tienes clases hoy? — Negué.

— Sólo di una clase. Un chico de último curso ha incendiado la clase de química y han suspendido las clases.

— Vaya, estos jóvenes de hoy en día. — Reí por su comentario tan típico de abuelo, pero tan pronto dejé de reír me volví a tapar la boca, de nuevo me olvidé que dormías.— Mejor me voy antes de despertarlo. — Fui a dar un paso, pero algo sujetó mi muñeca y casi me caí de culo al suelo por el susto que me llevé. Al mirar te vi con los ojos abiertos y tu mano aún agarrándome.

— Buenos días. — Dijiste y me sentí algo mal por despertarte.

— Lo siento, te desperté. — Tú negaste, pero era evidente que lo había hecho.

A los pocos minutos un enfermero abrió la puerta dejando un carrito con muchas bandejas en él. Entró y acomodó un poco la cama de ahjussi para luego poner un soporte para bandejas en su regazo. Llegó hasta tu cama, mirándome de reojo mientras hacía lo mismo; dejar una bandeja de comida.

— ¿No deberías estar visitando a tu madre? — Me preguntó el enfermero que lo había visto más de una vez por las habitaciones.

— Ya lo hice. — Le contesté y él negó con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo que permaneciera aquí. No hacía nada malo, no entendía por qué tanto drama con venir a esta habitación.

— ¡YoonGi! — Gritó otro enfermero desde la puerta. — Terminaré yo de llevar las bandejas, te buscan abajo.

— ¡Bien! — Gritó el enfermero YoonGi, terminando de acomodarlo todo y revisar que todo estuviese correcto. — Buen provecho. — Y se marchó.

— ¿Por qué todos quieren echarme? — Pregunté más para mí mismo que para el resto, sólo que lo dije en voz alta.

— Es su trabajo, pero tranquilo no molestas. ¿Verdad señor, Ming? — Ahjussi asintió metiendo algo de su desayuno en la boca. — ¿Quieres un poco? — Te miré, viendo como me extendías algo de comida entre los palillos, pero que me negué, quedándome sentado al final de la cama esperando a que desayunaras. — ¿Qué haremos hoy?

— Hace un buen día. ¿Te apetece ir al patio de abajo? — Miraste por la ventana y asentiste con las mejillas infladas por la comida. Te veías tan tierno... Parecías una ardilla.

Salí para que pudieras cambiarte y así ir al patio. Era raro, nunca me dejabas quedarme cuando te cambiabas de ropa, es decir, ambos somos hombres, no había nada que ocultar, pues los dos escondíamos lo mismo. Pero no sabía el motivo, yo simplemente creí que eras tímido.

— Espera aquí. — Te indiqué y me viste alejarme hacia unas expendedoras donde compré dos zumos de naranja y volví a ti lo más rápido posible.

— Acabo de desayunar.

— Yo no.

— Te dije si querías de mi desayuno.

— De eso nada, era tuyo. Me conformo con esto. — Alcé los dos zumos y sonreí. — Aunque uno es para ti, por si te da sed luego.

Entramos al patio, no era ni muy grande ni muy pequeño, lo suficiente como para que unos enfermos disfruten del sol por un rato y se despejen de estar encerrados todo el tiempo. Habían un par de señores conversando en un banco, una enfermera paseando a una niña en silla de ruedas, tres mujeres mayores en otro banco y una mujer y su hijo en el restante. Sin tener bancos libres nos colocamos bajo un árbol donde descansé mi espalda en el tronco y tú te tumbaste en el césped y acomodaste la cabeza en mi regazo.

— ¿Te molesta que esté así? — Te dediqué una amplia sonrisa y negué.

— Nunca me has contado nada de ti. — Me atreví a decir y al hacerlo tú giraste la cabeza y miraste al frente. — ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué nunca he visto a nadie visitándote? ¿Por qué tu doctor se molesta tanto conmigo y está siempre tan pendiente de ti? — Guardé silencio cuando me di cuenta que mis preguntas te pudieron hacer sentir incómodo, pero las ganas de conocerte más eran mayores y si no me atrevía en ese momento nunca lo haría.

— ¿Necesitas saber eso?

— No lo necesito, pero... me gustaría saber más cosas sobre ti.

— Me gusta la barbacoa. La carne sabe sabrosa y su olor te hace soltar babas por todas partes, como si fueras un perro. — Reíste tú solo. — Me gusta el color verde, me recuerda a donde vivía de pequeño. Todo era demasiado verde, miraba por la ventana y verde es lo que veía, salía de mi casa y más de lo mismo. Aunque en invierno se veía más apagado y lo cubría una capa de nieve, pero el color seguía ahí abajo.

— El verde es bonito. — Comenté neutral.

— Rocky, Sassy y Toto eran mis perros favoritos, ya que teníamos una docena. Eran los más juguetones, y bueno, a cualquier niño le gusta corretear y jugar con perros, yo no fui una excepción. Los perros no los dejaban dormir dentro de la casa, pero yo me las ingeniaba para colarlos dentro y dormir con ellos, a pesar que a la mañana siguiente me llevara una buena reprimenda. — Volviste a reír y giraste la cabeza para quedar mirando hacia arriba y volver a verme. — ¿Te vale eso?

— Claro. — Sonreí de igual manera, quizás no quedé muy satisfecho porque ninguna de mis preguntas fueron respondidas, pero no sabía que esas palabras fueron incluso más importante que saber mis tontas dudas.

— ¿Y tú?

— De mí siempre te he contado mucho.

— Sí, pero ¿no hay nada que quieras contarme? ¿Algo nuevo? — Miré al cielo y me quedé un buen rato pensando qué más podría contarte.

— Oh, ya sé. — Te quedaste mirándome fijamente, pendiente a lo que iba a decir. — Hace unos días me di cuenta de algo. Hay un chico en mi clase que siempre está pendiente de mí. Cuando olvido mi tarea él siempre me echa un cable, o cuando me meto en algún lío también me ayuda. Es muy amable, pero... creo que le gusto. — Frunciste el ceño. — Me regaló esto. — Busqué entre mis bolsillos hasta sacar mi móvil y enseñarte el accesorio que colgaba de éste. — Es la mitad de un corazón. ¿Eso no se intercambia entre parejas?

— Tae... — Te incorporaste y me quitaste el móvil de las manos. — ¿Por qué lo usas?

— Me pareció de mala educación no hacerlo, además es bonito.

— ¿Te gusta?

— ¡Claro que no!

— Entonces quítalo.

— ¿Por qué? — Extendí mi mano para que me lo devolvieras. — Además es un chico.

— ¿Qué tiene eso?

— No me gustan los chicos. — Dejaste el móvil en la palma de mi mano, algo molesto diría yo.

— Entiendo. — Terminaste por levantarte y yo algo confuso hice lo mismo y te seguí hasta dentro, donde fuiste sin decirme nada.

— Hobi. — Te llamé, pero no fue hasta la tercera que te detuviste y me miraste para hacerme saber que me escuchabas. — ¿Dije algo malo?

— No. — Despeinaste mi pelo y miraste hacia otro lado, era como si evitaras fijar tus ojos en mí. — Tae, iré arriba a echarme un poco y descansar. ¿Nos vemos mañana?

— ¿Mañana...? — ¿Tanto tiempo ibas a estar descansando?, fue lo que me pregunté entonces, pues tus palabras fueron tan extrañas para mí que me dejaron muy descolocado. Aún así asentí y efectivamente ese día no volví a verte más.

Desilusionado y aburrido de permanecer en la habitación de mi madre por horas, terminé por coger mi mochila e irme a casa donde el panorama no cambió mucho, pero al menos no me sentía tan mal por tenerte cerca y no poder verte.

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