Lunes
Uno siente que los hospitales dan una sensación de tristeza, el ambiente es pesado y llega a ser agotador, no sólo por las largas esperas que se hacen para uno ser atendido, sino porque una vez estás dentro quieres salir cuanto antes. Muchos enfermos cruzan por los múltiples pasillos blancos, toman el aire o el sol en el patio trasero y los más graves desde sus ventanas, algunos duermen y no se mueven de sus camas, otros aunque no puedan con su alma se levantan con esfuerzo y siguen con sus vidas, soportan el dolor, las lágrimas, pero poco a poco sus cuerpos sanan y los podía ver salir por esas grandes puertas con un rostro sonriente.
Me alegraba por ellos, no podía evitar sonreír de igual forma por su felicidad. Pero otros, no tienen tanta suerte, algunos nunca llegan a salir y se quedan dentro de estas cuatro paredes blanquecinas.
Había pasado tanto tiempo aquí que muchos de los pacientes internos eran mis amigos, todos son muy amables conmigo, siempre soy bienvenido en sus habitaciones. Es verdad que todos ellos son de mayor edad pero no importa, había aprendido tanto de ellos que estaba demasiado agradecido.
Cada día los visitaba, uno por uno, les traía regalos o cosas que con el tiempo de conocerlos sabía que les gustaba. Pero a veces el número de visitas disminuía, algunos nos dejaban para siempre y la sensación de vacío por perder a alguien era bastante dolorosa.
Jamás en mi vida experimenté pérdidas, sólo cuando llegué a este hospital y aunque esas personas no eran familiares míos, eran amigos, amigos que siempre recordaría.
Al igual que disminuían, también aumentaban, pues en mí no había un límite para repartir o recibir sentimientos.
Domingo 13 de marzo, un día que jamás olvidaré, pues fue cuando te conocí. Después de los dos años que llevo en este hospital nunca te vi, eras un total desconocido, pero que gracias a un buen amigo mío interno de este hospital te pude conocer, eras su compañero de cuarto y te habían traspasado hace poco.
Seis meses han pasado ya y no hay día que no nos veamos, nos convertimos en buenos amigos, ¡en los mejores!, ¿verdad que sí, Jung HoSeok?
— ¡Ahjussi! — Corrí desesperado hasta la cama de uno de mis primeros amigos en este lugar.
— ¡Oh, TaeHyung! — Palpó mi cabeza cariñosamente cuando choqué mi cuerpo con su cama y mi cabeza cayó en su regazo. — Hoy vienes tarde.
— Sí... — Dije con un notable puchero y mi barbilla tembló cuando vi la cama junto a la suya vacía.
— Si te das prisa lo alcanzas. — Me animó.
— ¡Sí! — Me incorporé de un salto. — Luego vendré a verte, Ahjussi.
Corrí nuevamente fuera de la habitación para seguir por el pasillo. Una de las enfermeras me llamó la atención por lo que aminoré mis pasos y una vez la perdí de vista volví a correr.
Llegué hasta la tercera planta donde había una cafetería privada, sólo para internos. Elevé mi cabeza entre las personas que se cruzaban y busqué por todos lados hasta que por fin pude verte.
— Creí que me esperarías. — Traté de no mirarte, fingiendo un enfado que evidentemente no sentía, era imposible enfadarme contigo.
— Si te esperaba entonces no ganaba la apuesta. — Dijiste victorioso de haber conseguido lo que tan seguro tenías.
Anoche hicimos una apuesta. Ambos, como muchas noches, nos quedábamos hablando o jugando cartas hasta muy tarde, sí, no se podía hacer, pero lo hicimos. Yo siempre te decía que no, que descansaras y al día siguiente nos volveríamos a ver, pero tú insistías tanto que no podía negarme. Esas noches nocturnas aumentaron de un mes para acá, convirtiéndose en una rutina diaria y justo anoche propusiste una apuesta. Si conseguía despertar temprano e ir hasta tu habitación antes de que salieras a por tu desayuno, podría pedirte lo que quisiera, pero si perdía quien pediría serías tú.
— Vale, vale, has ganado. — Me senté en una silla frente a ti. — ¿Qué me pedirás?
— Hay algo que quiero pedirte.
— Soy todo oídos. — Puse mi oreja izquierda para darte a entender que te escucharía atentamente.
— Aún no. — Te miré confundido. — Cuando sea el momento te lo pediré.
— Buah, que aburrido, quiero saberlo ahora. — Tú reíste y me pasaste una de tus tostadas.
— Seguro tienes hambre.
— Mucha, vine corriendo, gasté todas mis energías. — Fui a cogerla pero la retiraste.
— Le pondré un poco de mermelada.
— No hace falta. — Agité mis manos en negación. Con que me dieras una parte de tu desayuno ya era demasiado.
— No puedes comerte el pan sólo. — Apoyé mi cara en mi mano viendo como untabas la mermelada de melocotón en la tostada, tranquilamente, sin prisas. — Aquí tienes.
— Gracias, Hobi. — Mastiqué la tostada gustoso, disfrutando del dulce sabor de la mermelada. Eché un vistazo al frente viendo que habías dejado de comer y mirabas a alguna parte. Miré en tu dirección y me di cuenta de algo inusual. — ¿No es esa la señora Wang?
— Eso parece.
— ¿Y a dónde va vestida y con ese macuto?
— Al parecer le dieron el alta. — Una pareja llegó hasta la mujer, la cual abrazaron y ayudaron con su macuto.
— Me alegro mucho por ella, era un poco cascarrabias y me reñía demasiado, pero me alegro que pueda volver a casa.
— Sí. — Seguías con la vista clavada en la mujer y no porque fueras un cotilla o algo parecido. No, tú solías hacerlo con las personas que se marchaban del hospital, llegué a la conclusión que era un hábito que tenías.
Acabamos nuestro desayuno, bueno, tu desayuno, y volvimos a subir a tu habitación. Te tumbaste en la cama y yo me senté a los pies de ésta. Había un par de sillas, como en todas las habitaciones, pero me gustaba sentarme aquí, además tú siempre me lo pedías.
— Perdió. — Dijiste en dirección a tu compañero de habitación.
— Ya me lo temía. — El hombre mayor de unos 75 años comenzó a reír, tanto que le causó tos.
— Ahjussi..., creí que me apoyabas a mí. — Inflé mis mofletes fastidiado.
— No siempre se puede ganar, jovencito. — Quizás tenía razón, el ganar siempre yo las apuestas sería un poco egoísta, pero que le iba a hacer, era una apuesta. Aún así ésta fue la primera vez que perdí.
— Hmm. — Os di la espalda a ambos hasta que sentí un dolor agudo en mi cabeza. — ¡Au! — Giré para ver al causante y como era evidente fue quien tenía más cerca. Reías con la mano levantada aún, me habías dado con el nudillo en la cabeza y dolió.
— Te quejas por todo. — Volviste a recostar tu espalda en la almohada que estaba más levantada de lo normal.
— Porque estáis en contra mía. — Os señalé a ambos.
— Ya, ya, no te enojes, ven. — Bajé mi cabeza abultando mi labio inferior y obedeciendo me acerqué más a ti. Acariciaste con suavidad la parte golpeada hasta que me sentí más aliviado. — ¿Mejor? — Asentí.
Tu mano no bajó de mi cabeza, se quedó ahí, quieta, sin siquiera moverse, al igual que tus ojos, fijos en mí y sin parpadear siquiera. Yo me quedé igual hasta que tus labios se ensancharon y sonriente parpadeaste, quitando tu mano.
El señor carraspeó y lo miramos llamados por sus sonidos roncos.
— Si queréis os puedo dejar solos.
— ¿Por qué nos dejarías solos? — Pregunté inocentemente. Él rio y tú simplemente sonreíste entendiendo al señor, pues creo que el único que no entendió fui yo.
— ¿Cómo está tu mamá, Tae? — Preguntaste.
— Está muy bien, gracias por preguntar. — Me acomodé mejor en la cama, separándome un poco de ti, ya que estaba demasiado cerca. — Por cierto, ella está muy enfadada contigo. Me dijo que ya no ibas a verla tanto y eso le tiene muy triste.
— Cierto, lo siento.
— Conmigo no tienes que disculparte.
— Eso también es cierto. Iré a verla.
— Vayamos ahora.
— ¿Ahora?
— ¡Sí!, no se lo esperará y seguro le das una buena sorpresa.
— Mmm..., bueno, está bien. ¿Puedes traerme aquella bata? — Asentí gustoso y fui a por ella. A mis espaldas oí un fuerte quejido pero al girarme con la bata en mano ya estabas levantado y con la mano tendida para coger la prenda.
— ¡Nos vemos más tarde, Ahjussi! — Me despedí saliendo precipitadamente de la habitación. — ¡Vamos, tortuga! — Rodaste tus ojos, pero no me contestaste.
Caminamos tranquilamente por el pasillo, en dirección donde estaba mi madre. Una vez llegamos llamé a la puerta y luego abrí, asomando mi cabeza para ver si no estaba estorbando, ya que al igual que tú, mi madre también tenía una compañera.
— Buenos días, señora Jeon, veo que ya despertó. — Saludé a la mujer que yacía en la cama junto a la de mi madre.
— Buenos días para ti también.
— ¡Mamá!, ¿a qué no sabes a quién te he traído? — Pregunté hasta llegar a su cama.
— ¿A ese doctor tan guapo? — Enarqué una ceja. — El que es muy jovencito y apuesto. — Dijo y ambas mujeres rieron.
— No, mamá... — Bufé, a veces se ponía muy tonta con ese doctor y ambas cuchicheaban y reían como chicas de 16 años.
— ¿Entonces?
— ¡Pasa! — Grité en dirección a la puerta donde te dejaste ver y entraste haciendo una reverencia.
— ¡HoSeok, al fin vienes a verme!
— Lo siento, señora. Llevo sin venir más de una semana. — Rascaste tu cabeza un poco arrepentido.
— No pasa nada, ven. — Te acercaste y te abrazó. — ¿Cómo estás?
— Bien señora, gracias. TaeHyung me ha dicho que usted está bastante mejor.
— Así es. Seguramente pronto salga de aquí. — Dijo mi madre feliz, al igual que yo, pero tú no te veías así.
Pasamos toda la mañana aquí, ambos sentados en la cama de mi madre escuchando como ambas mujeres contaban sus chismes y se carcajeaban contándolo. No era el mejor entretenimiento pero la compañía en este lugar era más importante que cualquier diversión. Una simple visita o compañía se convertía en diversión.
O al menos así lo siento yo, pero más aún cuando estaba contigo, Hobi.
Mucho más aún.
----------------------------------
¡¡Feliz cumpleaños, Nicole!! ❤❤❤❤ Awww un año más grande xDD
Bueno, pues como te dije, esta dedicado a ti, espero te guste, o al menos un poquito (?) ❤
Te amo, Nicole ❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro