༺ CAPÍTULO 8. EL MONSTRUO ༻
https://youtu.be/lmpWt4iN97o
Existe una edad en que los niños se atemorizan por culpa de los diversos espantos que se esconden en los rincones más oscuros de la casa. Ya sea debajo de la cama, en el fondo del armario o en el sótano, estas criaturas siempre estaban ahí, esperando el momento oportuno para atacar. A fin de cuentas, a todos alguna vez nos arrullaron bajo el son de una canción de cuna que evocaba al coco.
Estos hechos indican que siempre hemos tenido un fuerte vínculo de dependencia hacia aquello que nos causa terror. He aquí lo que nos motiva a seguir en la búsqueda de poder experimentar la misma emoción, bien sea a través de una película de miedo, una casa embrujada, subir a una montaña rusa o estar involucrados en malas relaciones amorosas.
La verdad es que todo ocurrió en mi infancia, cuando sentado sobre mi cama, pude observar a mis propios horrores en medio de la noche. A partir de ese momento, las primeras percepciones acerca del vestiglo se comenzarían a armar poco a poco dentro de mi cabeza como si fuesen las piezas de un rompecabezas.
De esta manera, ya impregnados en lo profundo de mi entendimiento, los engendros que imaginaba en mi habitación se convertirían con el paso de los años en figuras concretas, comprendiendo que necesariamente no eran seres sobrenaturales, sino personas de carne y hueso.
Y si bien el mundo está lleno de vestiglos que saben camuflarse a la perfección, no hay que ir tan lejos para descubrir quiénes son, pues solo basta con fijarnos a nuestro alrededor para encontrar toda clase de rastros de su existencia.
Así, uniendo patrones y rellenando los huecos que faltaban con información, a medida que crecía, en un acto casi ceremonial, apuntaba en mi diario las emociones, preocupaciones y todo lo que me pasaba por la cabeza. Un hábito que se quedaría conmigo a lo largo de los años y me ayudaría a transitar hacia una supuesta normalidad, ordenando mi pensamiento, hasta el día en que las criaturas ya no estaban en mi armario, sino que pasaron directamente al papel junto a muchas de las reglas que regían su conducta.
A la luz de estas ideas; monstruo es un término simbólico para algo que no es posible. Una figura antropomorfa que se alimenta de la ilusión y se crea a partir de un deseo inefable. Es aquello que incluso nos puede llevar a un sufrimiento por un mal de amores.
En medio de la noche, se escondía el vestiglo, mimetizándose con el entorno. No había nadie más en el piso, excepto yo, inerme, trasnochado y algo alcoholizado.
Para este ser mitológico, cualquiera podría haber sido su víctima, pero era yo el que tenía orificios en el alma, esto lo atraía con vigor, avivando su hambre voraz. Sentía que me envolvía como a una presa, presionando mi cuello con sus dientes imaginarios, dejándome expuesto en una completa sensación de indefensión y asfixia. Quizá por eso estos monstruos parecen ser tan peligrosos, son una especie de metáfora que únicamente desean devorarlo todo, ajenos al orden regular de la naturaleza, una fuerza destructiva que inspira miedo o lo que es peor, compasión.
En personas parecidas a mí, que durante mucho tiempo han estado anteponiendo las necesidades de los demás a las propias, la misericordia hacia estas criaturas es capaz de generar la sensación de tener que protegerlos de sí mismos, como si fuese posible el poder de salvación en estos seres inamovibles que nunca van a cambiar.
Dante provenía de Uruguay y se dedicaba a la fotografía. Sugestivo y viril, era una pólvora capaz de inflamar el apetito de cualquier mortal, pero quienes osaran saciarse de su tibieza placentera, terminaban convertidos en cenizas.
Este extraño ser, personificaba una fuerza motriz que operaba como una figura ficticia que vivía en mi propio mundo de creación. Tal vez por eso, el vestiglo se comenzaría a convertir con el tiempo, en aquello que me hacía falta: un verdadero reto.
Dante se burló de mí, y yo, cayendo en sus garras, comenzaría un juego de domesticación con aquel personaje monstruoso que me había puesto como víctima de sus artificios.
No obstante, en desconocimiento de sus propias reglas, era yo el que tenía una ventaja estratégica sobre él, pues mi capacidad empática también implicaba conocer sus debilidades que, con un mal uso, las podía utilizar en su contra.
Fue entonces cuando el monstruo hizo su primer movimiento y sus manipulaciones comenzaron, iniciando el juego.
—Hola, soy Dante —expresó con un vozarrón profundo, actuando con un cierto grado de superioridad, buscando fijar su mirada en la mía.
—¡Moco! —inquirí con una incomodidad actuada. —Tienes un... en tu nariz... — le reiteré, descolocando al monstruo y tumbando su seguridad mientras trataba de limpiarse, ruborizado por una secreción inexistente.
Al fijarme que, sorprendido e incómodo, comenzó a bajar su mirada, seguí caminando hacia la habitación sin voltear atrás, tratando de ganar algo de tiempo al no saber qué responder y cómo comportarme enfrente de aquel espécimen de falsa invencibilidad.
Al cerrar la puerta de mi cuarto, trataba de hacer el menor ruido posible para no despertar al resto de mis compañeros. Una vez en mi cama, me asaltaba una sola duda: ¿Qué hacía el monstruo solo y despierto a tan altas horas de la noche en el piso?
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