༺ CAPÍTULO 55. EL PISO PROHIBIDO ༻
https://youtu.be/yGMgA61WK-w
—Te ves distraído —dijo Yann, acomodándose justo a mi lado.
El francés seguía instigando encuentros a solas conmigo, persiguiéndome cada vez que tenía la oportunidad por todos los rincones de la hospedería. Pero con cada uno de nuestros encuentros, crecía mi temor de ser descubiertos. Ambos sabíamos que nuestra extraña relación debía permanecer oculta, protegida de las miradas curiosas y los rumores que podrían surgir. Por el momento, él me hacía compañía en cada uno de mis silencios, pero a veces me agobiaba tener tanta atención.
—Solo estoy pensando —respondí.
Desde las alturas del tercer nivel, la Liga de la Maldad gozaba de una vista privilegiada, gracias a Marta. Esto se debía a que, como la Metiche había autorizado a ciertos inquilinos a ignorar las restricciones de acceso impuestas por Magnolia, nosotros optamos por hacer lo mismo. Dado que nadie respetaba las reglas en el hostal, nos apropiamos del piso sin remordimientos, utilizando la habitación de Isabella como centro de operaciones, justo antes de rendir nuestros últimos parciales.
Según el malintencionado de Facundo, habíamos sido relegados a ese lugar por culpa de los Frikis y sus aliados circunstanciales, como los hermanos Jaramillo. Pero la verdad distaba mucho de ello, pues necesitábamos algo de silencio para estudiar y en los demás pisos era algo imposible de conseguir.
Recuerdo que, por ese entonces, ignorábamos por completo a los Frikis, porque en varias ocasiones los habíamos escuchado burlarse de nosotros sin motivo alguno. Como al único que tenía cerca era al francés y él mantenía buenas migas con el bando rival, siempre le terminaba preguntando sobre el asunto. Y a pesar de que Yann se encargaba de negar todos los hechos defendiéndolos a rajatabla, al final y después de tanta insistencia, terminaba por darme la razón, despejando todas mis dudas al respecto.
También cabe mencionar que, por esos días, Alphonse había tomado distancia de nosotros y ya ni siquiera nos dirigía la palabra. De acuerdo a la versión de Isabella, el chico estaba celoso porque Yann siempre permanecía con el grupo y la relación de amistad entre los dos no iba bien, ya que cada uno andaba por su lado.
En lo que a mí respecta, como Emma se había quedado sola, trasladé mis pertenencias a su cuarto con su consentimiento, pero sin avisar a la recepción. Lo hice, en primer lugar, porque quería estar tranquilo, y en segundo, porque ya no soportaba fingir simpatía por Juan Camilo y Sara. Y que conste que no tenía nada personal en su contra, simplemente no congeniaba con ellos debido a que tenían un estilo de vida muy diferente al mío.
Por aquellos días, Marianela Pamela —o Panela— y José, el Saqueador de Refrigeradores, se lanzaron al amor, iniciando una relación romántica que los llevó a vivir dentro de la misma habitación. Y como decía Isabella Rioseco, «Nunca falta un roto para un descosido». Lo extraño de las reuniones de los Frikis, que para entonces estaban desplegados en todo el primer y el segundo piso, fue que conocimos el verdadero nombre del Niño de los Calcetines.
—¿Alguien sabe cómo se llama realmente el Niño de los Calcetines? —pregunté, mordisqueando una de mis uñas.
—¿Tiene nombre? ¡Pensé que era una leyenda urbana! —exclamó Emma, con una sonrisa burlona.
—El Niño de los Calcetines se llama Jaime Castro —anunció Isabella triunfalmente.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Iñigo, intrigado.
—Le consulté, boludo —dijo Isabella con una sonrisa—. Además, estudia Dirección de Arte Cinematográfico en la ENERC.
Y así, el verdadero nombre del Niño de los Calcetines quedó sellado con nuestro silencio, y comprendimos por qué siempre andaba con su laptop viendo películas.
En cuanto a los Frikis, nunca imaginamos que reclutarían al Dictador en sus filas y no lo digo porque fuera una tarea imposible, sino porque se le veía sonriendo, lo cual era bastante espeluznante para alguien conocido por su trato hostil hacia muchos residentes y por ser el gran responsable de numerosas expulsiones del hostal.
Y, aunque habíamos tomado posesión del tercer piso, estar frente a la habitación de Dante resultó ser un contratiempo imprevisto para Emma y para mí. Sin embargo, también lo tomábamos como una provocación directa hacia él. En lo personal, quería demostrarle al chico que ya no tenía ningún poder sobre mí. En nuestra tarea conjunta de olvidarlo, fue crucial no tener tiempos muertos en nuestra rutina diaria, pues siempre he pensado que se debe temer a la mente cuando no está ocupada en algo.
Un día domingo después de comer pizzas junto a Emma, Isabella, Iñigo y yo, nos quedamos a solas en la habitación n° 30.
—Estoy aburrida. Necesito hacer algo —se quejó Isabella apoyando su cabeza en una de sus almohadas.
—¡Tengo una idea! —anunció Emma— ¡Vamos al piso menos uno, a la habitación prohibida! Pero iremos todos o no va nadie —nos propuso con determinación, mirándome directamente a los ojos.
—¡Yo llevo mi cámara fotográfica! —exclamó Iñigo, luego añadió—: En una de esas, fotografiamos algo.
Ese día queríamos evadir a como diera lugar nuestros estudios, pues llevábamos semanas en lo mismo, estábamos cansados y necesitábamos un respiro. La mejor forma de espantar la rutina era una dosis de emoción. La propuesta despertó la curiosidad dentro del grupo, y aunque yo estaba reticente en un principio, al final, también acepté explorarlo y descubrir qué secretos guardaba el piso prohibido.
Pese a todas las advertencias, tuvimos cuidado de que nadie nos descubriera. Ese día domingo, el hostal estaba prácticamente vacío, y Laura parecía estar demasiado concentrada tejiendo en la recepción como para darse cuenta de nuestros planes.
Lo primero era escabullirnos desde la habitación de Isabella hasta llegar a las escaleras. Como nuestra exploración era improvisada, solo estábamos armados con una cámara fotográfica y nuestros teléfonos celulares en caso de cualquier emergencia.
Decidimos tomar el ascensor para bajar, y a medida que descendíamos, notamos que la luz en el interior del elevador parpadeaba hasta que se detuvo bruscamente y las puertas se abrieron. Al dar un paso más allá, entramos de lleno al oscuro y lúgubre espacio, que resultó ser una sola y gran habitación sin ventanas.
La atmósfera estaba cargada de humedad, nuestras pisadas resonaban en el silencio opresivo y la inquietante sinfonía de crujidos nos acompañaron en nuestra exploración, alimentando la intriga.
Mientras Iñigo se sumergía en la penumbra, entregado a capturar fotografías que reflejaran el aura inquietante del entorno, misteriosos sonidos comenzaron a filtrarse por las grietas de las paredes susurrando secretos ocultos y tragedias olvidadas.
El sitio estaba lleno de muebles, cuadros antiguos de personas desconocidas, camas apiladas y espejos rotos en medio de otros artilugios. Según los cálculos de Isa, todo parecía pertenecer aproximadamente al siglo XIX, ya que recordaba haber visto elementos similares en imágenes de sus libros de historia argentina.
A medida que revisaba el mobiliario, me pude percatar cuando alumbré con mi celular que, en el interior de uno de los cajones, encontré canicas de alabastro muy antiguas, y al fijarme mejor, dibujada sobre la capa de polvo que cubría el interior del cajón, hallé el rastro de tres bolitas faltantes. Al revisar mi bolsillo, y encajar las canicas que llevaba conmigo, caí en cuenta que el niño que tantas veces divisé dentro del hostal las había sacado de ahí.
Al darme la vuelta, colgado en una pared, se podía divisar en una pintura, a un hombre y a una mujer con un pequeño en su regazo. Sin duda alguna, era él. Los chicos al levantar la mirada también concluyeron que se trataba del mismo niño del hostal. Habíamos resuelto el misterio.
En ese momento, antes de salir de nuestro asombro, notamos que un antiguo caballito mecedor de madera se comenzó a mover sin motivo aparente.
—¡Chicos, corran! —gritó Iñigo lleno de miedo.
Con el corazón en la boca, en medio de nuestra súbita huida, agarré la cámara que tiró el bogotano al suelo, miré hacia atrás y alcancé a tomar la última foto. Una vez que Emma apretó el botón del elevador pudimos volver a respirar.
Sin embargo, al revisar las fotos más tarde y con calma, notamos algo escalofriante. En la última imagen, aparecía un niño pequeño, borroso y pálido, parado en un rincón oscuro de la habitación. Nos miramos entre nosotros, asombrados y asustados por lo que habíamos capturado en la fotografía, pues teníamos una prueba de la existencia del crío fantasmal.
En aquella ocasión hicimos un pacto de silencio, nadie se debía enterar de lo sucedido, porque no queríamos ni pensar acerca de las consecuencias de nuestra intrépida exploración. No obstante, tampoco volvimos a hablar del fantasma y se convirtió en un tema tabú dentro del grupo, excepto para mí, que, aunque parezca increíble, lo seguía viendo por los pasillos de la hospedería.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro