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༺ CAPÍTULO 42. CLÍMAX ༻

https://youtu.be/sOcsjE0wg6M

Pese a que Iñigo no estaba pasando por un buen momento, era muy talentoso con el violonchelo y se había ganado su lugar a pulso dentro de la sinfónica juvenil. Se encontraba con los nervios a flor de piel porque después de tocar en varias capillas y catedrales, este sería su primer concierto en el prestigioso Teatro General San Martín.

Los tres —Emma, Isa y yo— estábamos bastante emocionados y queríamos ser testigos de aquel momento tan trascendental en su vida. Pero ante tal acontecimiento, necesitábamos compartirlo con la mayor cantidad de personas posibles, así que nos encargamos de repartir invitaciones a todo el hostal, sin que Iñigo se enterara.

Mientras esperábamos en la fila para ingresar, Isa nos confesó:

—Tengo nervios...

—Se ha esforzado mucho —agregué.

—Se mantuvo lejos del insecto, eso es lo único que cuenta... —comentó Emma con una sonrisa de alivio en su rostro.

—Chicas —les susurré a ambas—, después hablamos, no quiero que nadie nos escuche.

Finalmente, ingresamos al teatro, maravillados por la belleza del hall de la sala Martín Coronado, específicamente por su sobre relieve «Alegoría al teatro» de José Fioravanti y los otros dos altorrelieves «El drama teatro» y «La comedia» de Pablo Curatella Manes.

Una vez que ingresamos a la sala, nos acomodamos en nuestros asientos, ansiosos porque se diera inicio al concierto. De pronto, los músicos se colocaron en sus posiciones y la orquesta sinfónica dio comienzo a su interpretación musical.

El Teatro San Martín se encuentra ubicado en la avenida Corrientes y es uno de los más importantes de todo el país. En él convergen las artes musicales, cinematográficas, plásticas y escénicas de destacados exponentes. Fue erigido sobre proyectos arquitectónicos anteriores e inaugurado el 25 de mayo de 1960. El lugar cuenta con un diseño arquitectónico que combina elementos vanguardistas y modernos, en una composición armónica y funcional. Tiene trece pisos, cuatro subsuelos, tres salas para espectáculos teatrales, lugares de exhibición, una sala cinematográfica, un hall y una confitería.

Por esos días, Iñigo se sentía algo intranquilo, pues había concluido recientemente su relación con Bernardo. Recuerdo que todo ocurrió un viernes por la noche cuando Isa nos dijo que el colombiano no tenía ganas de salir y que por eso ella optaría por acompañarnos en la salita de estudio.

De repente, mientras conversábamos, resonó un estruendoso golpe. Una vez superado el susto, nos apresuramos hacia la recepción para buscar a Laura, pero sorprendentemente, no encontramos a nadie. Isabella, volvió a entrar y se asomó por el balcón, ya que el ruido podría haber venido de la calle. De pie en ese lugar, con una expresión alarmada, nos dijo:

—¡Chicos vengan!

Una vez allí, presenciamos cómo Iñigo tomaba un colectivo a media cuadra con una leve cojera en una de sus piernas. Ninguno entendía lo que estaba sucediendo, así que decidimos esperar a Laura, ya que ella era la más indicada para responder nuestras preguntas.

La mujer nos contó con pelos y señales que había sido Iñigo el que saltó desde el segundo piso al patio trasero de la recepción, cayendo al suelo y quebrando un macetero. Sin embargo, inmediatamente nos asaltó la duda:

—¿Por qué mentiría? —se preguntó en voz alta Isabella.

—¿Por qué no bajó por las escaleras o usó el ascensor? —añadí.

—Ya sé quién nos puede ayudar... —afirmó Emma.

En ese momento, todos nos miramos y al unísono dijimos:

—¡Nina!

Al reconstruir los hechos y preguntarle a la susodicha, resultó que Iñigo, después de negarse a salir con Santino, se lanzó en busca de Bernardo sin éxito alguno. Al notar también la ausencia del inquilino recién llegado, Iñigo terminó por perder la cabeza. La fuga del bogotano se debió a que Nina le había prohibido escapar esa noche para evitar una catástrofe. Por eso, le cerró la puerta con llave, pero en cuanto regresó del baño, él ya no estaba en la habitación.

No obstante, me gustaría decir que todo se acabó ahí, pero no fue así. Con el propósito de arruinar aquel encuentro entre Santino y Bernardo, Iñigo, disimulando sus verdaderas intenciones, se les unió de manera inesperada, dispuesto a pelear por su objeto de deseo. Sin embargo, en medio de esa maraña de emociones confusas, nosotros, que no teníamos ni arte ni parte en el asunto, nos vimos envueltos en un tremendo embrollo.

A raíz de estos acontecimientos, la Liga de la Maldad entró en sesión para interrogar a Iñigo, quien nos explicó lo que había ocurrido aquella noche en el boliche.

—Yo salí con ellos porque algo me olía raro.

Durante esos días, Bernardo había estado comportándose de manera inusual, teniendo constantes discusiones con Iñigo, un síntoma de que la relación no resistiría más tiempo. El bogotano, al notar que el insecto perdió el interés en él, tomó la desafortunada decisión de arruinarle sus planes con Santino, porque si Bernardo no era para él, no sería para nadie.

Entonces, Iñigo, sintiéndose traicionado y herido, decidió adelantarse a los hechos chapando con el muchacho en el baño, antes que Bernardo lo hiciera. Pero cuando el colombiano se dirigió en busca de una bebida creyendo que tenía a Santino en el bolsillo, apenas regresó, encontró a Bernardo tratando de llevarse al chico de aquel lugar. Rápidamente, el bogotano, dispuesto a dar batalla, los interceptó en la puerta, increpando a ambos con duras palabras y haciendo tal escándalo que los propios patovicas los terminaron por sacar del lugar.

—¿Y qué culpa tenemos nosotros? —dijo Emma enfadada.

—Se puso el parche antes de la herida... —sentenció Isabella.

—No puedo lidiar con tanta inmadurez —agregué.

Al final, terminamos perdiendo a Santino, quien permaneció en la hospedería, pero ya no volvió a dirigirnos la palabra, Bernardo en tanto, se quedó sin pan ni pedazo, ya que su relación —o lo que sea que haya sido— con Iñigo, estaba oficialmente terminada.

A medida que los jóvenes concertistas ejecutaban distintas piezas musicales, una mágica atmósfera se comenzó a crear en el recinto, en donde la música fluía en el aire como un susurro celestial, envolviendo a todos los presentes. En ese instante pude presenciar la mirada absorta de los Argentos que observaban fascinados la destreza de Iñigo con el violonchelo. Esa era la última vez en que estaríamos juntos, pues semanas antes, Marina y Jorge habían decidido que era el momento preciso para formalizar su relación y buscar un lugar más económico que les permitiera estar a solas, compartiendo la misma habitación. Cómo eran los líderes implícitos de la manada, los demás, les seguirían los pasos: Eliseo Mora, Doménica Risso y, por supuesto, Claudio. Lorenzo en tanto, se quedaría en el hostal, ya que, por aquel entonces, trataba incesantemente de que la Madonna de los ochenta cayera entre sus brazos, además, no cambiaría por nada del mundo el altillo que ocupaba en el segundo piso.

Fue a través de Doménica —la bailarina— que me enteré de la noticia durante uno de nuestros encuentros habituales para enseñarle técnicas de meditación para que reducir el estrés. Aquel éxodo masivo se daría dentro de días, y con ello, la jerarquía de la residencia sufriría un cambio: la manada de los Frikis estaría lista para ascender en la escala social del hostal, pues Lorenzo, la Madonna de los ochenta, el chico skater, el norteamericano Jacob, Edgar y Adrián, llegarían a reforzar sus filas. Una de las consecuencias inmediatas de esto, sería que Facundo se uniera aún más a nuestro grupo y, pese a su pertenencia a los Frikis, tanto Alphonse como Yann, siempre trataban de congraciarse constantemente con la Liga de la maldad.

Al tiempo que las notas musicales se desplazaban por el aire hasta llegar a nosotros, las suaves melodías se fueron convirtiendo en hilos invisibles que tejían un tapiz de emociones inimaginadas. Sentado, a mi costado, estaba el monstruo que, momentos antes, se las había ingeniado para intercambiar lugares con Emma. En un principio pensé que lo hacía únicamente con el propósito de incomodarme, pero luego recordé que él solo quería demostrar su dominio sobre mí.

Durante todo el concierto, el chico buscaba el constante roce con una de mis piernas, mientras que yo, me quedaba inmóvil tratando de sentir su calor. La música se había convertido en nuestra cómplice, reforzando aquel vínculo invisible que trascendía las palabras y nos convertían en uno, una fuente de placer, que nos movía tanto física como emocionalmente.

Cada cambio de ritmo, cadencias y momentos de tensión y resolución creaba un diálogo silencioso. Nuestras miradas se entrecruzaban y se sincronizaban con respiraciones y latidos acelerados. Estábamos uno al lado del otro, creando una atmósfera íntima que nos estimulaba sensorialmente durante nuestra fantasía carnal. Hasta que suavemente me tomó la mano y luego la apretó con fuerza. Supe en ese instante que el monstruo estaba completamente extasiado.

—¿Qué me hiciste? —susurró incrédulo, sin creer que algo así podía ser posible.

Cuando bajé la mirada hacia su entrepierna, se levantó raudo al baño mientras trataba de disimular la embarazosa situación. Yo era un animal y él fue la víctima de mis deseos, mi sujeto de experimentación.

Me quedé inmutable, ningún músculo de mi cuerpo se movía y seguí disimulando. Todos se preguntaban qué había sucedido con Dante. Después de un prolongado murmullo, las voces se aquietaron y siguieron deleitándose con la sinfonía. El monstruo marchó del lugar sin dar ninguna clase de respuesta, Cristina preocupada sería la encargada de ir tras él, pero ni siquiera a ella le contestó sus incesantes preguntas.

Cuando finalmente terminó la última pieza musical, el teatro estalló en aplausos y ovaciones. Toda la residencia se puso de pie y aplaudieron con entusiasmo, llenos de orgullo y admiración. Iñigo, conmovido por el apoyo, saludó al público con una expresión radiante en su rostro.

Después del concierto, nos reunimos con el bogotano en el vestíbulo del teatro. Abrazos y felicitaciones se mezclaron en una explosión de emociones. Iñigo estaba agradecido por el apoyo incondicional.

—Gracias por estar aquí conmigo —nos dijo.


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