༺ CAPÍTULO 39. IDIOTIZADO ༻
https://youtu.be/Kbj_fmlqdlc
—¿Otra vez perdido en tus pensamientos? —preguntó Luciana.
—No sé cómo se hace... —respondí.
—¿Qué cosa?
—Estoy idiotizado.
—Mientras más luchés contra ese sentimiento, te irá peor.
Lú como de costumbre, tenía toda la razón. Después de haberme acercado a Dante durante el receso invernal, no conseguía sacarlo de mi mente, entendía que no era una buena persona y que vivía de engañar a más de la mitad del hostal, pero aun así lo añoraba sin proponérmelo, y lo peor era que no podía evitar ese molesto cosquilleo en el estómago siempre que lo recordaba. Si mi corazón seguía latiendo sin control, el monstruo se daría cuenta, y yo por nada en el mundo le permitiría tal satisfacción.
Pero si de algo estaba seguro es que el querer no se origina como un acto de magia, sino que sucede en el cerebro por culpa de hormonas y neurotransmisores, un verdadero cóctel de químicos que se desata en nuestro interior provocando una tempestad.
He aprendido por experiencia que cuando alguien cae bajo esta especie de hechizo, puede volverse un poco tonto. Experimentar tanto afecto podría ser un verdadero dolor de cabeza —de esos que se consideran idiopáticos, impredecibles y difíciles de controlar—. Una enfermedad que se apodera de nuestro ser y nos consume por dentro. A veces nos hace sentir vivos y otras, nos deja sin aliento. Pero a pesar de todo lo anterior, lo seguimos buscando y anhelando. Yo no estaba negándome a Dante, y me refiero al real, el que vivía en la residencia, sino al imaginario, ese que mi mente fabricó.
De más está decir que el vestiglo no ayudaba mucho. Se acercaba cuando yo estaba completamente solo, percibía su aliento en mi pelo y sus roces en mi espalda. Su mirada siempre trataba de cruzarse con la mía, como si tratara de hipnotizarme. Él había comenzado a jugar en serio, y yo en mi necesidad de sentir que aún podía tener el control, lo evitaba. Algo me olía mal, pues nunca de los nunca y jamás de los jamases se puede confiar en un monstruo.
—Te ves re bien, apenas te conocí, parecés otra persona, ¿a qué se debe? —manifestó Lú mirando mi nuevo corte de cabello y mi ropa.
La muchacha, quería saber todos los detalles de mi nuevo look y no escatimaba en preguntas, así que mientras seguíamos con nuestro paseo en barca por el lago del Parque Tres de Febrero, comencé a contarle los pormenores del asunto.
Sin embargo, no había mucho que decir, salvo que en un intento por ver a Campanita para saber cómo estaba tras todo lo sucedido, me di el tiempo de acudir a su peluquería. Nicky me sentó en su silla y comenzó a hablar sin parar. Antes de darme cuenta, el chico me hizo un corte de pelo completamente nuevo y un tratamiento facial. También me aconsejó sobre qué tipo de ropa me ayudaría a estilizar mi figura. Cuando terminó, me dijo:
—No es tu culpa... Yo estoy bien, ¡ah, y no cambies por nadie!
Luego que salí de aquel lugar, yo era otro.
—¿Y qué pasó cuando llegaste al hostal? — preguntó ansiosa.
—Bueno, en un principio nadie me vio. Pero una vez que salí del cuarto con mi ropa nueva y bajé a la recepción, solo recibí elogios. Me sentía incómodo.
—¿Y Dante te vio?
—Sí, y sonrió.
Después del conflicto con Paloma, era la segunda vez en la cual me sentía el centro de atención en el hostal. Todos me manifestaban sus opiniones sin pedirlas, y la verdad, no estaba acostumbrado, pues siempre me esforzaba por pasar desapercibido frente a los demás.
—Esa bajada de la escalera debe haber sido impactante. ¡Ahora eres todo un potro! Y con tu altura... —afirmó emocionada la chica, sentada en la barca justo cuando pasábamos debajo del puente griego.
El Parque Tres de Febrero —o los Bosques de Palermo— tiene cuatro lagos artificiales, el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, el patio Andaluz, el Planetario Galileo-Galilei y el anfiteatro. Uno de sus principales atractivos es el Rosedal, ubicado en medio de la Plaza Holanda. En el centro del sitio se encuentra el Jardín de los Poetas, con bustos de Alfonsina Storni, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Dante Alighieri, Rubén Darío, entre otros. Pero eso no era todo, sino que además había fauna y flora silvestre tales como garzas, mojarras, pájaros carpinteros, pejerreyes, martines pescadores, robles, ombúes, jacarandás y talas.
—¿Ves ese árbol? Es la Magnolia de Avellaneda —me explicó la chica mientras caminábamos por el parque, y luego continuó—: ¿Te cuento una historia curiosa?
—Dale.
—En medio de los preparativos para inaugurar el parque, Domingo Faustino Sarmiento quería plantar un arrayán, mientras que Nicolás Avellaneda prefería una magnolia que había sido elegida por su esposa. Sarmiento decía que la magnolia no sobreviviría, pero al final, Avellaneda la plantó igual. Por su lado, Sarmiento también metió en la tierra el arrayán, no obstante, se secó. Y hoy, 135 años después, la magnolia de Avellaneda sigue en pie.
Luciana me brindaba su compañía en el momento oportuno. Su risa era como música y su voz simulaba un abrazo cálido. Pero a veces, me invadía la duda, pues cuando lograba prestarle mayor atención, podía oírme a mí mismo hablar. Este singular comportamiento no hacía más que convencerme de que un pedazo de lo que soy se volvía parte de ella tras cada uno de nuestros encuentros.
—¿Y Emma? —preguntó.
—No lo sé. Está actuando raro, más de lo normal. Pero supongo que todos tienen derecho a tener sus propios secretos —le comenté cuando estábamos enfrente del Shureimon en el Jardín Japonés.
Rodeado por el Parque Tres de Febrero, se encuentra el hermoso Jardín Japonés. Y como es una costumbre en la cultura nipona, cada uno de sus exquisitos detalles y ornamentaciones tradicionales, evocaban equilibrio y armonía, especialmente los puentes que se alzaban con su propio simbolismo. Fue construido en 1967, en honor a la Familia Imperial Japonesa en su primera visita a Argentina.
—¿Y tú? No me has contado nada... —le dije.
—Desde que estoy compartiendo departamento con mi compañera de trabajo, todo va bien. Y el laburo en la cafetería está joya. Por ahora, cubro todos mis gastos, y de los estudios... Bueno, eso lo veremos después.
—Me alegra tanto que estés mejor ¿Y tu corazón?
—No hay príncipe azul —aseguró Luciana.
—Pero no es necesario que sea azul, puede ser un príncipe verde, fucsia, rojo. ¡Hay más colores! O tal vez una princesa, ¡quién sabe! —subrayé. Luego de eso, estalló en carcajadas ante mi comentario.
El ambiente me cautivaba con su belleza, Buenos Aires no dejaba de sorprenderme con sus paisajes maravillosos. Pasear por el jardín lleno de tipa, palo borracho, azaleas, acer palmatum, sakuras, bonsais, kokedamas y orquídeas, me hacía sentir que estaba recorriendo el propio paraíso.
En cuánto nos detuvimos para alimentar a las carpas de colores en el lago, Luciana siguió con la charla:
—¿Y me vas a decir quién más ha llegado al hostal?
—Mucha gente. A mi habitación llegó Lautaro, un buen muchacho que viene de Olavarría, tiene una banda musical, hijo de médicos y es ilustrador. En el cuarto de Emma, después de tanta discusión con el chico skater, éste se cambió al primer piso, pero Marta decidió seguir jodiéndoles la vida a las chicas y en su lugar puso a Vicente, que trabaja en un banco y estudia Administración de Empresas. No sé cómo se llevarán Emma y Vicente, pero solo espero que tengan una buena convivencia.
Finalizando con nuestra salida al Jardín Japonés, conocimos el centro cultural, el vivero, la tienda con artesanías, el restaurante de cocina y el Chashitsu.
Al recordar que las cosas en el hostal se estaban poniendo muy densas, por la cantidad de nuevos residentes, no pude dejar de incomodarme. Me sentía agobiado y ansioso por encontrar otro lugar, pero aún no podía darme ese lujo.
En ese instante, Luciana, mientras observábamos una escultura de un samurai hecha por el artista Baku Inoue, me informó que tenía otro compromiso. Nos despedimos con un abrazo, le agradecí por su compañía y le pedí que se mantuviera en contacto.
Apenas dí unos pasos, me di media vuelta para mirarla, pero Lú, ya se había esfumado en medio de la gente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro