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༺ CAPÍTULO 36. LA DESPEDIDA ༻

https://youtu.be/XJ9sWYjfQQw

Manuel sería el próximo en marcharse del hostal, y con este hecho, perderíamos a un miembro de nuestro círculo de hierro —como le llamaba Iñigo—, quedándonos sólo Laura en aquel sitio. El fiel protector, una vez que dispuso del dinero suficiente, decidió partir con destino a Israel, pues necesitaba reencontrarse con otros miembros de su familia. En secreto, siempre nos preguntaba por Johanna lamentando su situación. Después de ella, no volvió a tener más romances dentro de la residencia, tal vez porque aún tenía la esperanza de volverla a ver. La Niña de la sopa fría había sido su monstruo, y en esa vorágine de sentimientos que experimentó a su lado, al final, solo le quedó un enorme hueco en lugar de un corazón.

Ya que la ocasión lo ameritaba, tendríamos que hacer una digna celebración de despedida en Plaza Dorrego. Asistirían Emma, Iñigo, Nina, Bernardo, Gonzalo, Hugo y, por supuesto, yo. Por el camino, iríamos por pizza con cerveza y luego en San Telmo, en nuestro lugar de siempre, beberíamos vino hasta decir basta. Lo más irrisorio de la noche fue que en plena joda, a Emma se le ocurrió otra nueva genialidad —o tal vez no—, de mezclar el alcohol con jugo, una combinación letal que bautizamos como «brincadito».

Para la Liga de la Maldad, fue una total sorpresa cuando justo antes de salir, Marina —la chica de estilo hippie chic y novia de Jorge— se acercó a nosotros para preguntar si ellos podían participar en el festejo.

—¡Por supuesto que sí! —afirmó Emma en respuesta.

Cabe recordar que, además de Marina, la manada de los Argentos estaba conformada por Eliseo, Lorenzo y Doménica. No obstante, incluso hay que darle su lugar a los recién añadidos Jorge y Claudio —quien se apartó de los Triunfadores por el bullado lío de faldas que tuvo con las hermanas Darrigrande—, y si bien Nina, también estaría presente en la joda, nos aseguró, que no habría problemas, pues para ella, el chico simplemente no existía. Asimismo, sospechábamos que Josefa y Doménica no se enfrentarían por causa de la disputa silenciosa que mantenían ambas por Lorenzo, aquello había quedado atrás y, en caso de toparse, no existiría ninguna confrontación entre ellas, ya que eran ávidas en las artes de la hipocresía, pero no lo suficiente como para arrebatarle el trono a Emma.

Cuando Johanna se marchó del hostal, Marina se abocó por completo a Jorge, su novio. La joven fotógrafa siempre andaba con su cámara en mano, retratando hasta los lugares más recónditos o editando imágenes en su laptop, y a pesar de que la muchacha y Dante tenían intereses en común, al monstruo jamás se le vio hablar con ella o hacer el mínimo esfuerzo por imitarla.

La chica era sin duda una de las más hermosas del sitio, no tan solo por vestirse de una forma en particular, sino por su estilizada figura y carisma. Su mejor amiga en ese entonces era la pelirroja Doménica Risso, una joven estudiante de danza contemporánea. A esta última, era bastante común verla elongando en la barandilla del segundo nivel, trabajando en su postura.

En la barra de ballet improvisada, la muchacha se ocupaba de mantener la columna recta con sus hombros paralelos, cuidando cada gesto que hacía con su cuerpo, movimientos que seguían una línea imaginaria y terminaban en un horizonte invisible.

Esa noche, la bailarina se llenó de espontaneidad, actitud contraria a la que adoptaba todos los días dentro de la hospedería, en donde se mostraba fría y altanera.

En cuanto Emma se alejó para ponerse al lado de Eliseo Mora, Doménica se acercó a mí, buscando conversación:

—Nunca antes habíamos charlado.

—Sí —le dije con voz temblorosa.

Disculpáme si te molesto —replicó intranquila ante mi reserva.

—No es eso... te pasa algo, ¿verdad? —le pregunté al instante, pues mi hiperempatía se volvía a hacer presente una vez más.

—Tienes razón...

—Si no estás cómoda, no me digas. Eso está bien. Pero sea lo que sea, va a pasar.

Lo que a ella le ocurría, se debía a una sola cosa: la búsqueda de la perfección en la ejecución de cada movimiento. Y, aunque la danza contemporánea tiene más libertad que el ballet clásico, el desasosiego que sentía, estaba afectando su rendimiento.

—Necesitas afrontar lo que te está ocurriendo —le respondí tratando de pensar en algo que realmente la ayudase.

Y en el momento en que me abrí con ella, explicándole algunas técnicas de relajación, gané la confianza de otra persona dentro del hostal. Lo que más me gustaba de Doménica eran sus elegantes movimientos al caminar, pues parecía un flamenco de cuello estirado andando en puntillas por toda la residencia, y si además la veía junto a Campanita, mi desbordada imaginación, no oponía resistencia ante la fantasía de verlos ejecutando una especie de danza sincronizada.

—¿En serio me ves como un flamenco? —dijo muy sorprendida, largándose a reír por culpa del inesperado comentario.

Luego de un rato, notando a lo lejos a un par de ingenuos en pleno juego de seducción, le dije:

—¿Ves a Emma y a Enzo?, se parecen a dos Saltarines Cabecirrojos...

—¿Cómo?

—Sí. Es un pequeño pajarito que vive en los bosques húmedos tropicales. —Apenas con dos sorbos de vino, ya había comenzado a hablar disparates, luego agregué—: su ritual de apareamiento para encontrar una pareja consiste en bailar sobre una rama para atraer la atención de la hembra, algunos insisten en que guarda un gran parecido al Moonwalk de Michael Jackson.

—¡Claro!, el pibe le está coqueteando —afirmó fascinada.

De forma repentina e inexplicable, cuando el chico —o Morita como solían llamarlo— seguía pavoneándose en frente de la chica, comenzó a dar pequeños brincos, tal cual lo hacía el pequeño pajarito, es por eso que, al darnos cuenta de la extraña coincidencia, nuevamente estallamos de risa.

Esos dos se tenían muchas ganas, y yo siendo muy prudente, me mantendría distante durante toda la joda, procurando no interrumpirles.

Al verla reír por causa de mis comentarios sin sentido, había logrado mi propósito: hacer que la chica se olvidara por un instante de sus problemas. Al darse cuenta de mi intención, me dijo:

—Me hiciste reír, ¡gracias, lo necesitaba!

Cada vez que nos veíamos con Emma, el corte de pelo de Eliseo Mora nos hacía recordar el estilo glam rock de David Bowie, y si a eso, le sumábamos el hecho de que estaba en una banda tributo a «Queen», teníamos el paquete completo. El más joven de los Argentos tenía un trabajo de medio tiempo, razón por la cual, siempre iba de salida, pero cuando permanecía en el hostal era común verlo junto a Lorenzo, ya sea deambulando por ahí, jugando videojuegos o viendo películas en la sala de televisión del primer piso.

Por su parte, Lorenzo, el miembro más guapo del clan albiceleste, vivía en el altillo del segundo piso, su nidito de amor según decía Iñigo, pues allí se encargaba de llevar a todas sus víctimas. El muchacho era todo un casanova, ya que además de Doménica y Josefa, Agustina —La Madonna de los ochenta— estaría próxima a caer en sus encantos y así engrosar la lista de sus conquistas pasajeras. Cabe recalcar, que tenía trabajo a tiempo completo, y por esos meses, se desempeñaba como empleado dentro de una carnicería.

Mientras la celebración seguía adelante y pasábamos el máximo de tiempo posible con Manuel antes de que amaneciera, Gonzalo se acercó ofreciéndonos un pequeño sorbo de baijiu, una bestia destilada de alta graduación alcohólica que nos quería enseñar a beber, pues para él, se trataba de un momento especial y pretendía agasajarnos con una bebida tradicional china.

El problema fue que, en medio de nuestra conversación con Gonzalo, sin darnos cuenta, Iñigo se había llevado una de las botellas de baijiu. Al percatarnos de lo sucedido, salimos en su búsqueda por todo San Telmo, en cuanto dimos con él, después de un largo rato, lo encontramos abrazado a un árbol hablándole de lo horrible que era su vida amorosa.


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