༺ CAPÍTULO 35. RECAMBIO ༻
https://youtu.be/wf19yDZm-Zc
De una cantidad ínfima de huéspedes pasamos a un lugar atiborrado de gente. Las clases iniciaron otra vez y el ambiente de la residencia se percibía muy denso por lo mismo. Mientras Nina —que ya había llegado desde Chile— se fue a vivir con Iñigo a una habitación ubicada en el tercer piso, las vacantes que habían quedado en los demás cuartos se comenzaron a llenar con nuevos inquilinos en cuestión de días. En lo personal me encontraba muy agobiado, eran demasiados cambios en un período muy corto de tiempo, por este motivo, permanecía más en la facultad que dentro del hostal, inclusive, en algunas ocasiones, solo llegaba a dormir.
Después de la ida de Angélica, y ante la inminente partida de Manuel, Magnolia había decidido contratar a Marta la Metiche. Todos los cambios que ocurrieron en la hospedería se debían, de manera indiscutible, a su capacidad para tomarse atribuciones que a ella no le correspondían. Mientras la tremebunda administradora era capaz de minimizar los daños a través de un filtro en los huéspedes que ingresaban al lugar, la nueva recepcionista admitía a cualquier persona, pero eso no era todo, sino que, además, acomodaba dondequiera a los nuevos inquilinos, rompiendo con la jerarquía social y desatando el descontrol en cada una de las habitaciones.
En el cuarto donde vivían Emma y Josefa, a la mentecata recepcionista, no se le ocurrió nada mejor que poner a Andrés, un chico skater cuya única misión durante toda su estadía era acabar con la poca paciencia que les quedaba a las chicas. En la suite de las Gárgolas puso a una joven estudiante de intercambio tailandesa que no hablaba una pizca de español, y que, a las señas, se daba a entender. Un personaje al cual nombramos como la Chica Manatí, primero, porque siempre parecía fuera de lugar y, segundo, porque su dieta consistía únicamente en ensalada de algas. En todo momento fuimos muy amables con la muchacha y poníamos nuestro máximo esfuerzo en evitar que se acercaran a ella los temibles parásitos chupasangre del hostal.
En la habitación de Iñigo puso a un nuevo chico que se movía de aquí para allá con una pequeña cartera. Un personaje aún más conflictivo que el Dictador, pues se la pasaba pidiendo el máximo respeto, intentando emular un espacio cercano al silencio absoluto.
En el primer piso, llegaron aún más personajes, entre ellos una chica que estudiaba cine, a la cual apodamos como la Madonna de los ochenta por su estilo particular. A la vez, en el cuarto que ocuparon Ariel, Jordán y Juan Camilo, ahora vivían un par de amigos que venían desde Francia a radicarse en el país, buscando nuevas oportunidades.
En tanto, en el tercer piso, llegaban dos nuevas inquilinas, cada una con su propia habitación, una de ellas era una incipiente autora de romance LGBTIQ+, de la cual no teníamos mayor información e Isabella Rioseco, una joven estudiante universitaria de Kinesiología.
Todo eso ocurría en las afueras de mi cuarto, y en el interior de éste, el espacio que dejó Mario sería ocupado por Nicky, un joven maquillador y estilista gótico que solo usaba un único par de botas con plataformas y hebillas.
Dado que el chico tenía un hablar muy dulce y era enjuto de cuerpo, lo bautizamos como Campanita por su constante caminar dando pequeños saltitos.
El día en que él llegó, Facundo le dio su aburrido discurso, advirtiéndole acerca del funcionamiento de la habitación y sus reglas:
1. No se admiten personas que no vivan en el cuarto.
2. Las luces se apagan después de las ocho de la tarde.
3. Las llaves deben permanecer en la recepción si no hay nadie en el dormitorio.
4. Si tienes cosas de valor, hay una caja fuerte en el primer piso.
5. La habitación debe estar limpia.
6. Si escuchas música, usa tus auriculares.
7. No se fuma dentro del cuarto.
8. Mantener una buena convivencia.
9. Si no eres capaz de cumplir con ninguna de las reglas anteriores, búscate otra habitación o residencia para vivir.
Personalmente, estas reglas siempre debían cumplirse, pero no por mera imposición del regordete, sino por educación y empatía hacia los demás.
El hecho de tener nuevamente a una persona dentro del cuarto significa adaptarse a una nueva personalidad, costumbres, hábitos, modos y aunque me cueste admitirlo: nuevos olores, como los que expelían las botas de Campanita.
Dado que Nicky dormía en la misma litera del pestilente Esteban, convertían ese lado del cuarto en una fuente de olores desagradables y molestos. Afortunadamente a Laura, se le ocurrió pasar inspeccionando dormitorio por dormitorio hasta dar con el origen de aquella contaminación invisible usando solo su buen olfato. En cuanto inspeccionó la ropa de cama de Esteban y las famosas botas, casi perdió el conocimiento por la mezcla de hedores nauseabundos. Resulta que, al final, terminó quemando las sábanas del dios nórdico, rociando aromatizante en todo el calzado de Campanita y haciendo un aseo profundo en la habitación mientras lidiaba con los reclamos y la cara larga de Facundo que vio el hecho como un atentado en contra de su privacidad.
Y, hablando del rey de Roma, por aquellos días, el regordete no halló nada mejor que culpar a Magnolia de todo lo que había pasado con Angélica, y ante el vacío que dejó su ausencia, tomó la decisión de llenarlo con la entrometida recepcionista recién llegada. Una nueva dupla del mal nacía en la residencia, y con ella, las intrigas comenzaron lentamente a apoderarse del lugar.
—Dios los cría y el diablo los junta... —solía decir Emma por aquel entonces.
Sin embargo, ese no sería el único clan en surgir, pues en el primer piso, Marianela Pamela —o Panela, como le solíamos decir a una joven peruana recién aparecida—, el Niño de los Calcetines, José el Saqueador de Refrigeradores y los dos franceses recién llegados, Yann y su amigo Alphonse empezarían a sentar las bases de los Frikis. Pero, ninguno de nosotros hubiese esperado que, además, se adosaran a ellos, Cristina, y su leal adepto: el monstruo.
Sea por una corazonada, o no, de más está decir que, de manera muy natural, tanto Iñigo, Emma y yo, generaríamos anticuerpos en contra del incipiente grupo, pues con tales antecedentes de sus miembros, estábamos seguros de que nada bueno saldría de ahí.
Los inquilinos novatos eran cosa seria, pero los que llevábamos más tiempo, teníamos nuestro lugar ganado a pulso, y ante tantas especies salvajes dando vueltas, un día, se armó un gran alboroto.
Esa vez, como era de costumbre, llegamos al hostal después de nuestras clases a comer, cuando alguien aporreó la puerta de la habitación n.º 16, interrumpiendo violentamente nuestro almuerzo.
—¡Hijos de puta, ahora se ríen, cuando no me dejan ni dormir! —gritaba con una voz muy aguda y particular el Chico de la Cartera que se escabulló rápidamente, encerrándose en su cuarto.
La causa de su enojo se debió a que, en esa precisa mañana, el skater —que ya no estaba en el hostal— había puesto música a todo volumen, pero el Chico de la Cartera, atribuyó de manera apresurada toda la culpa a las chicas que acababan de llegar. La cuestión es que todos nos sentimos aludidos y salimos en su búsqueda para confrontarlo. Total, el troglodita, casi nos tumbó la puerta sin razón.
—¡Lo voy a poner en su lugar! —afirmó Emma furiosa caminando a paso firme.
—¡Déjamelo a mí! —dijo Iñigo.
—¡No, voy yo! —añadí.
—¡Chicos, no necesito que nadie me defienda! —replicó muy segura.
—Estoy justo detrás de ti —le alcancé a decir.
En tanto, Josefa, Nina y Bernardo, se desplegaron a un costado.
Así, Emma, colérica, imitando el gesto de aquel insolente, golpeó con todas sus fuerzas la puerta de la habitación.
—¡Sal, cobarde!, ¿por qué golpeaste la puerta del cuarto? —gritó con todas sus fuerzas.
—Porque vos y tu grupito de inmigrantes berreta, no me dejaron dormir en la mañana —argumentó el Chico de la cartera.
—¿Y estás seguro de que éramos nosotros?, ¡acabamos de llegar!
—¡Mira tarada!, ¡sé que eran ustedes!, ¿quién más iba a ser?
—¡¿Me estás diciendo tarada?!
«Emma lo va a matar...», pensé.
—¡Sí, cara de galleta, a ti te digo!
Y, en ese momento, absolutamente todos, explotamos de la risa ¿Habíamos escuchado bien?
Un hecho ineludible era que después de semejante insulto, el Chico de la Cartera había quedado en completo ridículo frente a todo el hostal, perdiendo automáticamente la batalla.
Luego de eso, en un completo descontrol y sin explicación alguna, comenzó a lanzar insultos contra Bernardo, a quien le tenía sangre en el ojo desde que llegó. El joven chileno, incapaz de reprimir su ira, se abalanzó sobre él y lo empujó brutalmente contra una pared.
Lo que mayor curiosidad me causó, fue que, al mirar a mi costado, Josefa me lanzó una mirada inquisidora como esperando que yo mediara en la escandalosa situación para terminar con la rencilla. Finalmente, todo acabó cuando el muchacho, sollozando, se metió a su habitación, totalmente derrotado.
Al día siguiente, el Chico de la Cartera había abandonado el lugar, sin embargo, lo inusual de aquellos hechos fue que la trifulca, nunca llegó a oídos de nadie en la recepción.
Tiempo después, cuando nos tocó abandonar la residencia, descubrimos que los fuertes estruendos por la música del skater ocurrieron en el turno de la inepta de Marta.
Y, aunque intentaba pasar página, durante varios días, un solo pensamiento rondaba en mi cabeza:
«¿En qué momento nos habíamos convertido en los matones de la residencia?».
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