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༺ CAPÍTULO 24. LA LIGA DE LA MALDAD ༻

https://youtu.be/BSc-sG4jcE8

—No recuerdo nada... —aseguró Emma—. Gracias por cuidarnos anoche. Aunque supongo que olvidaste mencionar que había alguien más ahí, ¿no?

Era bastante obvio que no se le escapaba nada, ella sabía que Iñigo y Bernardo se refugiaron en su habitación por un rato, y por más que intenté convencerla que era yo, fueron los constantes murmullos de los dos amantes en desgracia los que la terminaron por despertar. La chica era lista, y afortunadamente para todos, entendió la compleja situación en la que ambos se encontraban.

Josefa por su parte, no se enteró de nada, pero aún seguía incómoda por las cosas sin sentido que dijo la noche anterior. Sin embargo, desafortunadamente para ella, yo era la única persona que podía corroborar sus dichos. Una información privilegiada que al menos por ahora, no necesitaba salir a la luz.

En aquel entonces, la mayoría de nosotros ya estábamos al tanto de nuestras primeras calificaciones, así que teníamos los días contados para rendir nuestros segundos parciales. Por consiguiente, mientras algunos tendrían que estudiar para mantener sus notas, otros lo harían para subir su mala puntuación. Un detalle no menor, era que, el grupo entero necesitaba zafar para no ir a examen, porque en caso contrario, tendríamos menos receso de invierno. Y la verdad de la milanesa, es que a nadie le gusta estar metido con las narices en los libros cuando todos los demás están disfrutando de su tiempo libre.

Con Emma teníamos un horario riguroso de preparación desde que oscurecía hasta altas horas de la noche. Dormíamos muy poco y nos levantábamos apenas amanecía. Empero, no todo se trataba sobre la cursada porque también nos contábamos cosas y pasábamos el rato, tanto así, que la sala de estudios se convirtió paulatinamente en nuestra guarida.

Al ir pasando los días y compartir tanto tiempo juntos, con Emma nos volvimos inseparables, así fue cuando ella misma se encargó de bautizarnos con un nombre bastante peculiar que, en un futuro no muy lejano, sería nuestra condena: «La Liga de la Maldad».

A Emma, además de gustarle las ciencias, también era una artista innata, sus creaciones con lápices de acuarela hablaban mucho de su personalidad, a veces llenaba las mesas de hojas con bocetos en vivos colores que eran bastante peculiares. Entre su repertorio vintage entremezclaba diversos estilos como el pin up, zombies y burlesque. Ocasionalmente, la chica también me dejaba pintar y dibujar con sus materiales, algo que trataba de evitar en gran medida porque me desviaba de mis objetivos académicos.

Después de muchos mates, facturas y café, nuestra liga lentamente se comenzó a ampliar, y donde caben dos, caben tres. La presencia de Iñigo a esas alturas era inevitable, ya que congeniaba bastante bien con Emma, tal y como lo hacía anteriormente con Johanna. En el instante en que esos dos se juntaban, la salita de estudio se convertía en un salón de baile, en una sala de cine y hasta en un plató de televisión. La combinación Emma e Iñigo, era toda una oda a la cultura pop. De vez en cuando, se nos unía Josefa y Paloma, a veces también llegaba Nina Darrigrande, pero era la que menos concurría a nuestras reuniones.

Un día de esos, cuando estaba a solas con Emma, cayeron al suelo mis apuntes, mis libros y mi diario que quedó abierto en una de sus páginas. Emma al ayudarme a recogerlo, leyó lo que había allí:

—... las reglas que rigen la conducta de un monstruo... —Y con esas simples palabras, la chica despertó una nueva curiosidad que necesitaba ser saciada.

Abrirse con alguien, significa estar dispuesto a ser lo suficientemente vulnerable, es algo así como andar desnudo en un centro comercial expuesto a las miradas y críticas de un mar de gente. Era la primera vez que me sentía indefenso y un poco estúpido a decir verdad, porque fui yo el que me expuse gratuitamente. Y ante semejante error garrafal, ignorar lo que estaba ocurriendo no era una solución, pero tampoco se valía mentir, la única forma para salir del embrollo era hablar con franqueza.

«Enfrentar los problemas y admitir los errores...», repetía mentalmente antes de hablar —a modo de confesión— delante de Emma. En ese instante, no sabía el impacto que causaría en ella, pero aún así tomé el riesgo.

Supuse que su reacción sería negativa, pero fue todo lo contrario, porque en esa ocasión, Emma comenzaría a ampliar su limitada perspectiva. La chica tenía muchas preguntas, y en el albor de nuestra conversación, pudo reconocer a cada uno de los monstruos que habían pasado por su vida y también prever la forma en cómo usar las reglas a su favor.

—¿Un monstruo? —comenzó a decir.

—Técnicamente hablando, es como aquel chico popular de la secundaria. La gran razón por la cual te levantabas cada mañana con ansias... únicamente para verlo pasar. Él es un deseo inconfesable —le dije sentado en una silla, y al mirarla nuevamente, agregué—: Habita en tu imaginación, en ese lugar él te elige a ti, pero al abrir los ojos te das cuenta de que no lo posees, la fantasía te hace sufrir, y finalmente, solo te deja un dolor fantasma. Ahí, es cuando el monstruo real, y no el que vive en tu mente, adquiere toda su fuerza...

—¿Dolor fantasma? —preguntó al pararse de la silla.

—Si, como el dolor que produce una extremidad que ha sido amputada —le aseguré.

—O sea, monstruos que solo crean sufrimiento... —añadió muy concentrada cuando se movía por toda la habitación.

Emma quedó en completo silencio, reflexionando, y con la mirada fija en una pared. Era solo un cuerpo tumbado en una mesa y aunque hubiera respondido muchas de sus preguntas, seguiría teniendo varias dudas al respecto.

—Entonces, el monstruo siempre busca nuevas presas para devorar... —Emma aprendía rápido, sacando sus propias conclusiones.

—Al final, el amor es una cosa monstruosa, no obstante, nos gusta aquello que nos causa terror —afirmé levantándome de la silla.

Fue cuando algo extasiada, no pudo contenerse y luego, exclamó:

—¡Oh por Dios! —Y con esa frase, Emma iluminó su mente.

En esos momentos, se comenzó a escuchar la melodía de un chelo. Al quedarme de pie, oyendo el sonido, Emma dijo:

—Es Iñigo.

—¿Toca el violonchelo? —le pregunté.

—¿Cómo supiste que era un chelo?

—Escucho música clásica cuando estoy ahí sentado con los auriculares, estudiando. No todo es Ke$ha o David Guetta, ¿no? —repliqué con una media sonrisa en mi cara.

—¡Mira!, me está escribiendo un mensaje. Llegó Felipe y se quedó sin lugar para practicar —leía en voz alta el texto que aparecía en la pantalla de su celular.

—Ese tipo jode a todo el mundo. Dile que baje, aquí hay lugar suficiente —le sugerí, moviendo algunas mesas para hacerle algo de espacio, tratando de sacar la rabia que comencé a sentir.

Apenas llegó el chico, se instaló con su chelo y comenzó a practicar algunas notas, pero no sin antes darle las gracias a Emma por el gesto.

—Fue idea de Ray, dale las gracias a él —le dijo la chica.

A pesar de que compartíamos el mismo ambiente y nos movíamos en un círculo de personas idéntico, aún no nos entendíamos por completo, y ¿cómo hacerlo?, si ni él, ni yo, nos habíamos dado esa oportunidad. Pero creo que, en ese momento, la barrera de desconfianza que existía entre ambos se rompió en el instante en que comenzó a verme como a un igual.

Mientras lo veía sentado sobre una silla, manteniendo su instrumento sujeto entre las piernas, apoyándolo en el suelo, tanto Emma como yo, notamos cierta incomodidad en él. Frotaba las cuerdas con mucha fuerza y retrocedía constantemente las hojas de la partitura que tenía en el atril cuando olvidaba tocar algunas notas.

Al llevarme hacia un lado para que Iñigo no nos escuchara, Emma me susurró al oído:

—¿Crees que está...

—Desconcentrado, ¡Por supuesto! —murmuré completando su oración.

—Crees que sea por culpa de...

—¿Bernardo? Claro que sí —afirmé con mucha seguridad.

—¡Maldito insecto! ¿Plan de separación? —preguntó con algo de malicia.

—Por supuesto que sí. Bernardo no lo merece.

—Es un maldito monstruo —concluyó.

Y así fue como pusimos en marcha el primer plan oficial de «La Liga de la Maldad». 


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