༺ CAPÍTULO 21. EL HOSTAL DE LAS SIRENAS ༻
https://youtu.be/ylkQk8lYeZ0
—¡Ché, yo que vos, habría ido igual! —insistía un exaltado Facundo.
—No me invitaron. Si a mí no me afecta, no entiendo por qué todos pierden la cabeza... —le manifesté, al advertir que hacía oídos sordos a mis motivos.
Y cambiando olímpicamente de tema, tal como acostumbraba a hacer, me dijo:
—Por lo visto, sos re amigo de Emma. Es simpática... un poco rara, pero me alegro por vos. No podés solo hablar conmigo en este lugar. —El rumor de que tenía una allegada, lo hacía sentir inquieto, porque no dudaba en traerla a colación cada vez que podía. Era evidente que Facundo languidecía por conocer hasta el más mínimo detalle.
Todos sabemos, que cuando un rumor se echa a correr, tiene un efecto bola de nieve: tan pronto como ésta aumenta de tamaño, arrasa con todo a su paso. Es por esta razón que se deben parar con prontitud. Lamentablemente, cualquier habladuría que existiera en el hostal, siempre tenía algo que ver con Facundo, pues al parecer, era el único con el tiempo suficiente para observar, o en su defecto, deformar cuanto acontecimiento se le cruzara por delante.
El chico era capaz de conseguir información a cualquier costo, pues sabía perfectamente que esa era la única manera de posicionarse en un estatus privilegiado por sobre los otros huéspedes, lo que además le permitía, gozar de ciertos privilegios al traspasar los detalles a Magnolia y compañía. El regordete estaba por encima de cualquiera, y si insistía en que algo dentro del hostal no encajaba, mágicamente, y en muy poco tiempo, se acomodaban todas las piezas a su favor, gracias al trato preferencial que ostentaba.
Por mi parte, siempre creí que el modo de ser del gordinflón se debía a una sola cosa: El rechazo que le hacían sentir gran parte de los huéspedes. La mayoría de los residentes lo repelían, y los que no lo hacíamos, era simplemente por cortesía. Facundo era muy narcisista, creía que todo giraba en torno a él generando aburridos monólogos, y a veces, por más que me empeñara en tratar de no escucharlos, de cualquier forma, se las arreglaba para terminar de contarme todos los pormenores. Era como si yo fuese una especie de terapeuta al cual podía acceder gratis, cada vez que entraba por la puerta del cuarto.
Lo que muy pocos sabían en la residencia, era que antes de su historia con Adrián, Facundo se había enfrentado a otro monstruo, uno más experimentado y engatusador, que le gustaba andar por ahí endulzando los oídos de inocentes jovencitos ávidos de placer y deseo.
Todo comenzó cuando viajó a Estados Unidos para vivir con su padre, a quien no había visto desde el divorcio con su mamá, una relación que terminaría en una ruptura indefinida, producto de la rebeldía propia de la edad e impulsado por la vehemencia del primer amor.
La historia cuenta que les deux tourtereaux, se conocieron en una playa de Miami Beach, en el estado de Florida, momento en el que quedaron prendados el uno del otro: Facundo por la atención que recibía del gringo, y el sugar daddy, por la intimidad y la pasión descontrolada del chico, que satisfacía hasta el más lujurioso de sus instintos.
En un santiamén, los dos dejaron de ser buenos amigos para convertirse en amantes empedernidos. Fueron varios los años que pasaron juntos, viviendo en un amplio y lujoso departamento con vista al mar. Pero tal ficción amorosa, estaba destinada al fracaso, pues el chico comenzó a perder lentamente el interés de aquel vejestorio, que terminó por cambiarlo por otro toy boy con mejor cuerpo y juventud. Facundo, con su corazón destrozado y antes de abandonar el nidito de amor, le pidió solo una cosa al dueño de su afecto, pasajes de vuelta a su amada Buenos Aires. Todo ese tiempo, la voz de su madre —que lo esperaba en la capital porteña—, le retumbaba en la cabeza, advirtiéndole que nada bueno podía salir de una relación con un hombre que, incluso, era mayor que ella. La mujer, de quien heredó la práctica del catolicismo, era una anticipadora de desgracias, que siempre acertaba en el blanco. Y en esta oportunidad, tampoco se equivocó en su predicción.
El regordete apostó todo, y lo único que le quedó, fueron los lindos recuerdos, el sobrepeso y un buen manejo del inglés. Pero las enseñanzas del desamor no le durarían mucho, porque tiempo después, al decidir vivir en la hospedería, caería irremediablemente en los brazos de Adrián.
—Emma es muy simpática. No tengo nada más que agregar —le dije tratando de zanjar el tema de una vez.
—Sos peor que Juan, nunca contás nada... —me dijo.
—¿Juan? —No tenía la más mínima idea de a quién se refería.
—Es mi amigo, vive aquí al lado en la habitación n.º 12. Cuando nadie me encuentra, siempre estoy ahí, hablando con él.
«Más bien chismeando», pensé.
—Si, lo conozco, al parecer es una de las pocas personas del hostal que no olvidó su educación —le contesté.
—Es un chico buenito.
—¡A propósito!, tengo que ir al supermercado. —dije, en una evidente maniobra para tratar de deshacerme de él.
—¿Te acompaño?... Bancame un toque, vuelvo enseguida. —propuso, desapareciendo rápidamente de la habitación antes de que tuviera tiempo de responderle.
Una vez que salí al pasillo, estaban Emma, Iñigo y Facundo esperando por mí.
—¡Ellos van con nosotros! —anunció el gordinflón.
De camino al supermercado, absorto, trataba de repetir mentalmente la lista de cosas que me hacía falta, mientras Iñigo iba jugueteando al lado de Emma, y Facundo, a los gritos, intentaba hablar por el móvil, furioso ante la intermitencia de la señal.
En ese año, era bastante común ver a personas alzando la voz mientras caminaban sujetando con fuerza el móvil, y es que debido al alto costo en las facturas, los celulares eran utilizados como walkie talkie, gracias a la función Push to Talk, en el cual no había que pagar por la llamada y no se necesitaba marcar ningún número.
Una vez fuera del supermercado, Facundo tuvo la brillante idea de mostrarnos un parque que nos quedaba cerca de ahí, con la excusa de que ni Emma, ni yo, lo conocíamos —aunque en secreto, ya lo tenía apuntado para una próxima visita —. Pero, ¿quién iba a imaginar que esa salida con aquel grupito de inadaptados cambiaría mi manera de ver las cosas dentro del hostal?
Ubicada sobre la barranca que tenía el Río de la Plata, en la convergencia de los barrios de La Boca, Barracas, y San Telmo, se encontraba el gigantesco Parque Lezama: un punto de encuentro histórico y cultural en medio de toda la vorágine capitalina.
Era un lugar lleno de tranquilidad y una amplia vegetación compuesta de acacias, magnolias, olmos, tilos, arrayanes, palmeras y camelias. Tenía innumerables escalinatas y senderos rústicos hechos de baldosas que cruzaban por todo el parque, y en su punto más alto, se encontraba el Museo Histórico Nacional con viejas campanas de bronce, cañones y la Puerta de los Leones.
El parque además tenía miradores con pérgola, juegos infantiles, sector para mascotas, calesita, un par de canchas de bochas, los monumentos a Don Pedro de Mendoza y a la confraternidad argentino-uruguaya. Se podían apreciar varias esculturas incluyendo «La Loba Capitolina», la colección de grandes copones de mármol, el templete grecorromano rodeado de estatuas alegóricas como la de «Diana Fugitiva o Siringa», «El Invierno», «La Vid», «La Primavera», «Palas Atenea» y la Fuente de Du Val D'Osne.
—Chicos que tal si nos sentamos acá, ¡ya estoy re cansado! —nos sugirió Facundo desplomándose sobre uno de los escalones conformados por grandes piezas de piedra en la zona del anfiteatro al aire libre. Acto seguido, comenzó a comer lo que había comprado, y con la boca llena de chucherías, agregó—: Al final, ¿me van a contar cómo les fue en la joda?
—¡Yo bailé encima de una barra toda la noche con Emma! —comentó Iñigo muy animado.
—¿Y notaron algo raro? —preguntó el gordinflón, esperando ansioso por una respuesta.
—Tú quieres... ¿cómo se dice?... ¿Cahuín?, ¡no!, era... ¡Chisme! —aseguró Emma acomodando sus bolsas de supermercado.
—De un momento a otro, llegó Ariel; y Paloma, literal, lo secuestró... —comentó Iñigo, luciendo un poco preocupado, dando a entender que entre ellos ocurría algo, información que por supuesto, yo ya sabía.
—Bernardo bailó con todos... —nos insinuó Emma mirando a Iñigo que se puso colorado como un tomate.
—¡Ese chico es un gato! —exclamó el regordete.
Mientras ellos hablaban, comencé a respirar profundamente, embobado por el olorcito a tierra recién mojada que sentí cuando algunos aspersores comenzaron a funcionar. Estaba disfrutando estar ahí, viendo como los rayos de sol se colaban entre las copas de los árboles. Me sentía igual que en casa.
Sin embargo, además de todos los monumentos, ornamentos, senderos y esculturas que tenía el parque en su interior, por fuera, el lugar estaba flanqueado por la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, los bares: El Hipopótamo y El Británico —en donde se cuenta que el mismísimo Ernesto Sábato escribió «Sobre héroes y tumbas»—; y la antigua fábrica de Canale.
«En este mismo lugar podría haberse sentado Borges con Estela Canto». Estaba perdido en mis pensamientos, imaginando que estaban ahí, en medio de nosotros.
—¡Ray!... ¡Ray!... Chicos, cambiemos de tema, lo estamos aburriendo, ¡pobrecito! —afirmó Facundo, pero haciendo caso omiso a sus propias palabras, exclamó —: ¡Ariel y Paloma van a armar un quilombo de aquellos en la residencia!
—¡El hostal del arcoíris! —afirmó Emma, esbozando una sonrisa.
La razón del comentario, venía precisamente porque ante la incapacidad de aumentar las ganancias, decidieron el dueño de la hospedería y la administradora —Magnolia— a través de distintos avisos comerciales en Internet, operar bajo el rótulo de ser un lugar tolerante hacia personas LGBTIQ+.
Un pequeño, pero significativo detalle del cual no tenía ni la más mínima idea, ya que el aviso que yo vi afirmaba que se trataba de una residencia universitaria. En ese mismo instante, descubrí que incluso las supuestas valoraciones del sitio eran falsas. Esto era bastante evidente, ya que al hacer el primer recorrido por aquel lugar tan lúgubre, pude constatar con mis propios ojos que las fotografías que promocionaban el lugar no se correspondían con la realidad.
—«LGBTIQ+ friendly», «Residencia de estudiantes» y «Hostal para turistas» —nos confirmó Facundo, y riéndose a carcajadas añadió —: ¿Y ustedes a cuál de los tres llegaron?
—Al «Hostal de las Sirenas» —dije en voz alta, sin ni siquiera pensar en lo que decía, sorprendido por la información que me cayó como un balde de agua fría.
—¡¿Sirenas?! —hablaron al unísono, y en ese instante, explotaron todos de risa.
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