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༺ CAPÍTULO 20. MÍMESIS ༻

https://youtu.be/julkwwk8y14

En la salita de estudio, marcaban las siete de la mañana y escuchaba a lo lejos la voz de Magnolia saludando a todos los que pasaban por la recepción. En cuanto volvió el silencio, lo único que oía, era la voz de Emma terminando de contar la historia de su vida.

La chica ni siquiera podía mantenerse en la silla, estaba un poco sudorosa y aún tenía su respiración un tanto acelerada.

Mientras trataba de mantener la atención en ella, otra vez comencé a repetir el nombre de las hormonas y su función en mi mente:

«El páncreas secreta insulina y glucagón, que mantienen la concentración de la glucosa en sangre».

Yo también estaba inquieto, tratando de asimilar lo sucedido, en última instancia, no todos los días se viven situaciones de tal calibre. En ningún caso pensé en ser atacado, y es que, hasta el día de hoy, el origen de ese incidente es un poco confuso. Afortunadamente, luego de ejercer presión con un abrazo firme, la chica logró reducir su ansiedad, y volvió a tener conciencia de su cuerpo. Más calmada después de su ataque ansioso, y con algo de porfía, se sentó a disfrutar de un mate, a pesar de mis advertencias respecto al posible aumento de su frecuencia cardíaca. Todo pasó tan rápido, que ni Magnolia fue capaz de notar lo que ocurrió en la sala de estudio.

—Discúlpame por los puñetazos —dijo la chica con una voz temblorosa.

—Ya pasó...

—¿Te di muy fuerte? —preguntó enseguida.

—Ya te dije que no... —respondí. Un poco cansado frente a tanta insistencia.

—¿Cómo lograste que me tranquilizara tan rápido?

«Terapia de presión profunda», pensé, pero no me atreví a decirlo en voz alta porque no venía al caso.

Con un poco de ingenio, logré zafar de tan incómoda situación, haciendo que hablara de otras cosas para aturdirla. Emma necesitaba ayuda, era evidente. No tan solo se trataba de su abstinencia, sino que había algo más que la angustiaba...

—Te he estado observando... —empecé a decir; y entonces, abandonando mi rol comedido, me atreví a ser sincero con ella—. Tienes dos opciones: la primera es hablar con Magnolia y pedirle un cambio de habitación; y la segunda, es quedarte en el mismo espacio que «Las Gárgolas». Si no se lo dices, nada va a cambiar, y vas a tener que seguir deambulando durante la noche.

«¡Mierda! ¿Por qué lo tenía que mencionar?».

—¿Gárgolas? —La chica apenas pudo contener la risa.

—Viven muchas personas en este lugar, no puedo aprenderme todos los nombres, así que yo mismo les doy uno nuevo, sin que nadie sepa... hasta ahora... —repuse algo inquieto.

—Pero ¿por qué «Las Gárgolas»? —indagó muy interesada.

—No saludan a nadie por más amable que uno sea, son parecidos a figuras de piedra, es como si se esforzaran por ahuyentarlos a todos.

—Si. Tienes razón, no se mezclan con nadie, pero será porque son novios.

—¿Novios? Pensé que eran hermanos... —le dije sorprendido.

Personalmente, siempre creí en la existencia de una regla no escrita sobre la afinidad que algunas personas sienten por otras. Lo que oímos a menudo, es que los polos opuestos se atraen, pero la verdad social dista mucho de aquello, porque los que efectivamente se atraen, son los polos iguales. Y desde luego que «Las Gárgolas» también funcionaban bajo estas mismas normas, tal vez por eso, es que Emma nunca encajó con ellos, pues siempre se encargaban de repelerla, algo muy parecido a lo que ocurre con los imanes.

Desde hace mucho, he tenido la impresión de que todos poseemos una calamita en nuestro interior que produce un campo magnético capaz de atraer a alguien —amigos o pareja— con rasgos, gustos y personalidades semejantes a las nuestras. Y aun cuando estemos ante dos personas que son completamente diferentes, en el fondo, siempre, pero siempre, poseen algo en común, por más ínfimo que sea.

Pero, lo realmente impresionante, ocurre con el paso de los años. Cuando las personas llevan mucho tiempo juntas, crece el parecido físico entre ellas, comienzan a tener los mismos gestos y hasta las expresiones se vuelven similares, es precisamente en ese punto donde se produce la mimesis, la expresión más extrema de la afinidad: el uno se convierte en una copia exacta del otro.

—¡Claro, tienes razón! Marta y Carlos, están mimetizados... —aseveró la chica, apartándose un mechón de cabello que le caía en la frente—. Es cierto, sus rasgos en la cara son iguales... hasta tienen el mismo tono de voz... y todo lo hacen juntos.

Emma estaba impactada ante el nuevo mundo que le ponía al descubierto. Justo en frente de sus ojos ocurrían cosas que jamás se cuestionó. Pero más allá de querer sorprenderla, solo le arrojé una bomba de humo, para que tomara una mayor distancia de su ataque de ansiedad. Y así pasó, después de unos minutos, se había olvidado completamente.

—¿Y con la otra chica?, ¿cómo te llevas?

—¿Con Bertha? —subrayó.

—Si. La chica colombiana... —le confirmé.

—Ni bien, ni mal. Ni siquiera me habla. Cero comunicación, además es muy alegre para mí y eso no va conmigo.

—Eso lo hará más fácil... Ahora, presta mucha atención. Si juegas bien, probablemente logres que te cambien —le aseguré.

—Bien, entonces qué tengo que hacer... —habló a la espera de instrucciones.

—Magnolia es muy tradicional. Solo debes recalcar lo incómoda que te sientes viviendo con aquel par en el mismo cuarto. —Después de una pausa, expuse—: Propón para tu cambio, la habitación n.º 16, es una suite para 4 personas, y solamente hay dos, además son todas mujeres. No se va a oponer.

—¡¿Con Josefa y Paloma?! —exclamó mientras sus ojos se abrían de par en par.

—¿Tienes una idea mejor? —pregunté, y después, le advertí —Hazlo rápido, si esperas mucho tiempo, otra persona podría ocupar esa vacante.

—De acuerdo, hablaré con ella —afirmó, y en seguida agregó —Has sido muy amable conmigo. Gracias...

—Por lo de tus crisis... si quieres desahogarte con alguien, aquí estaré —atiné a decirle con mucha delicadeza.

Al retirarme del cuarto, camino a la Biblioteca Nacional, pude observar un brillo especial en sus ojos. Pasar por todo ese momento incómodo fue toda una proeza, pues implicarme con los sentimientos ajenos siempre me había traído inconvenientes, y esa chica drenó parte de mi estabilidad emocional:

Perdiendo mi intimidad al abrazarla para limitar su movimiento y así evitar que se pudiese herir.

El interruptor de mis pensamientos quedó encendido —mode on—, repitiendo el loop de aquella perturbadora escena, reviviendo la incomodidad y recreando tantos escenarios posibles, que me terminaba cuestionando si debí haber solucionado las cosas de una mejor manera.

Sin embargo, a pesar de que en ocasiones podamos vivir situaciones incómodas, lo que me tranquilizaba, es que la chica me había abierto su corazón, tiempo después, comprendería que Emma era el combustible y yo el oxígeno de un fuego arrasador.

Solo nos faltaba nuestra propia fuente de ignición... 


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