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༺ CAPÍTULO 15. NO AFINES ༻

https://youtu.be/C4UIVIMO1bE

Según sabíamos, Paloma provenía de una ciudad costera del litoral central de Chile. Nunca se supo mucho acerca de ella, porque apenas respondía cuando le hacían preguntas sobre su vida privada. Se ponía muy quisquillosa al respecto y, fiel a su estilo, evadía el tema con alguna salida graciosa.

Era común ver a la chica caminando con las rodillas juntas y sus pelos oxidados de aquí para allá, como si tratase de encontrar su lugar dentro de la residencia. Era amable, liviana, sin complicaciones y por sobre todas las cosas, nunca se tomaba la vida con seriedad, tal vez porque dejaba que todo se resolviera como por arte de magia.

La diversión es intrínseca a la joda, parece una afirmación bastante obvia, pero siempre es útil recordarla. Es entonces cuando se experimentan los sucesos más salvajes, impúdicos y a la vez divertidos, que serán parte de nuestros mejores recuerdos de juventud.

Hacía varios fines de semana que llevaba saliendo con los nuevos chicos del primer piso: Ariel, Jordán y Juan Camilo —un mexicano, un ecuatoriano y un colombiano, respectivamente—. Los extravagantes personajes que irrumpían en escena, actuarían como verdaderos desencadenantes de futuros eventos. Tres huéspedes de estreno que revolucionarían los corazones de algunas inquilinas.

Nunca supe el momento exacto en el que el trío de inquilinos se cruzó con Paloma, solo sabía que un día era alguien solitario, y al siguiente, estábamos todos juntos bailando bajo la lluvia en Plaza Dorrego, al compás de un tango en lunfardo.

En aquella ocasión, bajé mis defensas y dejé que por segunda vez sucediera un acercamiento con personas que apenas conocía, cosa que, en otras circunstancias, jamás hubiese ocurrido. De momento, congeniábamos bastante bien, basados solamente en nuestra nueva experiencia de compartir espacio en el mismo lugar.

Paradójicamente, gracias a los chicos, descubrí el fernet, un licor a base de varios tipos de hierba, de color oscuro y de aroma intenso que cuando se combinaba con refresco de cola se le conocía coloquialmente como «Fernandito». Y a pesar de que a Jordán le gustaban los tragos con mayor graduación alcohólica, de todas formas se terminaban zampando una botella.

—Antes de subir, busquen su último grado de conciencia, ¡por favor! —Era lo que solía decirles antes de entrar al hostal.

El alcohol, es la prueba fiel de la desinhibición social con jodas llenas de infinitas sensaciones, que iban desde la analgesia hasta el punto de no poder hilar palabra alguna. Noches que tenían un alto costo por los recuerdos que serían difíciles de recuperar al día siguiente.

Por suerte o por desgracia, yo recordaba muy bien todos los acontecimientos, como aquella vez, cuando inesperadamente, Ariel le robó un beso a Paloma en plena celebración. Una acción que nunca fue admitida por el chico, quien adujo amnesia producto de la joda, pero que resultó ser la chispa que terminó por incendiar el corazón de la chica.

La edad cronológica de Paloma no se correspondía con su edad emocional; era un adulto infantil. Y creo que esa fue la razón por la que quedó tan prendada de Ariel, escudándose en un amor idealizado e imposible de alcanzar. Algo que le traería serias consecuencias cuando una nueva jugadora intentara arrebatarle la ilusión.

—¿Qué le pasa a Paloma? Está más torpe que de costumbre —preguntaba una indiscreta Josefa tratando de sonsacar información. Al parecer, le carcomían las ganas de entrometerse.

«¿Torpe?», pensé.

—Nada. Yo la veo igual —respondí enseguida.

Paloma intentaba continuamente acercarse al objeto de su deseo, usando las noches de juerga como excusa, porque en el fondo, albergaba la esperanza de que ese beso se volviera a repetir. La chica de cabellos desteñidos no sabía que la búsqueda de ese placer venía acompañada de un hallazgo doloroso: tener que enfrentarse a su propio monstruo.

A pesar de que Paloma y Josefa compartían la misma habitación, no solían llevarse bien. Esto se debía a que poseían personalidades con diferencias muy marcadas: mientras una era estricta, la otra vivía sin apuros. Lo único que tenían en común era el espacio compartido y, por supuesto a mí, que siempre terminaba entre ambas.

La cuestión es que las disputas entre las chicas habían comenzado con artillería de primer nivel. Tanto la una como la otra pretendían pasar más tiempo conmigo, convirtiéndome en una especie de botín de guerra. A mí me parecía una nimiedad, porque podía compartir tiempo con ambas, pero para ellas, era una deslealtad inaceptable.

Más allá de los paralelismos bélicos, lo cierto es que muchas veces las discusiones las comenzaba Josefa ante las despistadas acciones de Paloma, que no estaba preparada, ni psicológica ni emocionalmente, para recibir, y mucho menos responder a sus constantes quejas.

Los altercados fueron muy variados, pero siempre eran de un menor calibre y nunca escalaban más allá de un enojo o una mala cara. Ninguna de las dos buscaba una riña, eso hay que aclararlo, porque al parecer, le tenían mayor terror a Magnolia y, aunque podían pedir un cambio de habitación, preferían aguantarse mutuamente antes que tolerar a otros residentes.

Josefa tenía una frente muy amplia con ojos diminutos. Lo más relevante de ella era su comportamiento, pues para nadie era un secreto que succionaba el ánimo de todo aquel que se cruzara en su camino. Quería decir tantas cosas que las palabras agolpadas en su garganta le formaban un nudo que terminaría por ahogarla si no lanzaba sus típicos comentarios ácidos.

—¡Esa chica piensa con el orto! —se podía oír a Paloma, refiriéndose a la mala actitud de Josefa.

La petiza fastidiosa siempre nos hacía sentir su rabia, y muchas veces, podía llegar a humillarnos sin motivo aparente. Pero todo tiene una razón de ser, y la de ella radicaba en la pérdida. Hace dos años, mientras su padre se dirigía a su trabajo, fue arrollado por un vehículo a exceso de velocidad. Murió en plena calle, sin ayuda y completamente solo. Meses después, el conductor que se había dado a la fuga fue dejado en libertad con tan solo una fianza, prohibición de conducir y una firma mensual. Jamás se hizo justicia, pese a todos los esfuerzos por contratar nuevos abogados, una acción que dejó a la familia de Josefa en graves aprietos económicos.

Bajo mi amparo, ella trataba de sobrellevar su soledad. Yo absorbía su melancolía y la chica se sentía mejor, pero me dejaba exhausto, pues yo no estaba acostumbrado a tanta negatividad; no solo era la muerte de su padre, sino que también juzgaba a los demás con un velo de prejuicios. Si bien comíamos juntos toda la semana, era evidente que, al menos para mí, no era una persona de confianza. Por tanto, se notaba que la chica esperaría cualquier momento para apuñalarme por la espalda.

—Cuando Josefa habla, es como si construyera un muro que nos encierra en un espacio muy pequeño y nos deja sin aire —terminaba diciéndole a Paloma.

Sin embargo, solo nos tenía a nosotros y, al menos yo, no la iba a dejar de lado, pues mi hiperempatía siempre terminaba ganando y, cuando comenzaba a involucrar mis emociones en el proceso, nunca salía bien parado. A pesar de ello, detrás de las acciones de Josefa, se escondía una baja autoestima y la imposibilidad de estar sola, pero eso no quitaba que siguiera siendo un agujero negro que absorbía toda materia cercana, incluso la luz.

Quizá fue por casualidad o por causalidad que, por esos días, ocurrió un inesperado evento. Con una penetrante mirada, Josefa puso su atención en uno de los recién llegados al hostal. Y es que la apariencia de Juan Camilo dejaba sin aliento a cualquiera. No obstante, la joven era consciente de que requeriría de un esfuerzo adicional para poder conquistarlo, y digo esto por su actitud pasivo-agresiva que debía procurar esconder a toda costa para no espantarlo. Mal que mal, solo era una chica de baja estatura que soportaba un enorme peso sobre sus hombros y, querámoslo o no, hasta las plantas más venenosas necesitan calmar su sed.


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