༺ CAPÍTULO 10. NOCTURNIDAD ༻
https://youtu.be/QqZU8uuGBBU
Lo que me resultaba particularmente irritante de los diversos hábitos y comportamientos de todos mis compañeros de dormitorio, era que cuando daban las ocho de la tarde, Esteban, y su extraordinaria musculatura, se metían en la cama. Esta era la razón por la que se sentía con el suficiente derecho de imponer su propia voluntad, apagando las luces y exigiendo silencio. Pero mi molestia hacia este simple acto ritual se debía a que el supuesto dios nórdico, no me dejaba otra opción más que obligarme a conciliar el sueño de mala gana.
Una vez que la habitación estaba en completa oscuridad y después de perder la paciencia en mi batalla contra el insomnio, decidí levantarme de la cama, recordando la invitación de Johanna pues, en definitiva, sí existía un lugar dentro de la residencia en donde me podía resguardar.
Unos minutos más tarde, comenzaría a adentrarme en el mundo nocturno del hostal, momento en el cual, algunas de sus criaturas, decidían deambular durante la noche, desarrollando diferentes tareas o actividades mientras los demás residentes dormían.
—¡Genial, viniste! —dijo Johanna al abrir la puerta de la sala de estudio—, ¡me alegro de que estés aquí!, ¿quieres algo?, ¿un té, un café, galletas con dulce de leche? —agregó.
—Un té... —hablé entre dientes mientras acomodaba mis cosas en una de las mesas desocupadas.
—¡Aquí puedes estar hasta la hora que quieras! —subrayó Johanna y, nuevamente dirigiéndose a mí, añadió—: Pronto llegará Iñigo y a veces nos acompaña Josefa. Son un poco ruidosos, especialmente Iñigo, que solo viene a pasar el rato con nosotras, pero cualquier cosa me avisas y le digo que baje la voz, ¿sí?
—Bueno, no hay problema. En estos momentos, cualquier lugar es mejor que mi habitación, —le confesé cabizbajo.
Construir relaciones de amistad, era una de las cosas más inciertas dentro de la hospedería, y en aquel lugar, rodeado por una infinidad de personajes, solo debía tener cuidado de no involucrarme en una maraña de emociones producto de mi exceso de empatía. Por lo pronto, estaba a punto de ponerle un rostro al nombre de Iñigo y Josefa...
—¡Acá estarás bien! —comentó Johanna al prepararme una taza de té. Y cambiando olímpicamente de tema, expresó—: Con mi compañera de habitación nos vamos a mudar al segundo piso.
—¿Pasó algo? —pregunté un tanto preocupado antes de dar el primer sorbo.
—No, para nada... Bueno sí, en realidad pasó algo ¿Te acuerdas que te hablé del pequeño escándalo de las hermanas Darrigrande con Claudio? Mi cambio se debe a eso —respondió.
—No entiendo —le dije confundido.
—Como Olivia se esfumó después de su aventura. Dante se muda al tercer piso a vivir con Nina y Cristina, mientras que Paloma y yo, ocuparemos su lugar vacante en la habitación n.º 16. Lo que quiero decir es que compartiremos cuarto con Josefa.
—¿Paloma? —pregunté.
—Sí. Es mi compañera de habitación
—Entonces, ¡bienvenida al vecindario! —exclamé con entusiasmo.
—¡Genial!, ¡por cierto! Hoy puse en marcha tus consejos. Y debo decir que estuvo increíble. Saludé al Dictador con mi mejor sonrisa y estaba tan descolocado, que no le quedó más remedio que saludar —comentó con un ánimo visiblemente optimista.
—Qué bien que las cosas cambien. Se volverá más cordial con el tiempo. —Tomando un respiro, continué—: ¿Cuál es el nombre del Dictador?, ¿lo sabes por casualidad?
—No lo sé. Le preguntaré a Iñigo. Es su compañero de habitación ¿Pero de qué me sirve saber su nombre?, ¿es parte del plan?
—Si al escueto saludo le agregas su nombre, la siguiente vez le puedes preguntar cómo está, y así sucesivamente, hasta que puedas tener una conversación civilizada con él. Pero recuerda ser siempre cordial —le dije tratando de explicarle el sentido de mis palabras.
—Ni idea cómo funciona. Pero hasta ahora me ha ido bien. Así que seguiré tus consejos ¡Gracias!
—Es lo mínimo en lo que puedo ayudar... —le dije mientras bajaba la mirada, algo ruborizado. Fue entonces cuando la puerta se abrió de sopetón.
—¡Llegué! —exclamó efusivamente Iñigo al entrar, en cuanto me vio, reculó a tiempo su excéntrica personalidad pasando de inmediato a una más fría y distante.
El chico no me quitaba la mirada de encima, cerciorándose de que pudiese ser alguien digno de su confianza. Su personalidad con Johanna era muy dócil, se reía a carcajadas con ella viendo videos desde un sitio en Internet. Durante el tiempo que dedicaba a resolver los ejercicios de cálculo avanzado para la facultad, podía escuchar de fondo, una cierta mixtura bizarra de sonidos electro andinos y folclóricos. Se trataba de la nueva canción de Wendy Sulca, la Tigresa del Oriente y Delfín Quishpe: «En Tus Tierras Bailaré» que tanto Iñigo como Johanna tarareaban y bailaban al unísono justo cuando daban la una de la mañana. Entretanto, se apresuraba en llegar otra de las grandes invitadas a la reunión.
—¿Chicos, aún bailan esa canción?, ¿no se aburren? —protestó la enana aguafiestas al irrumpir en la habitación, fijando inmediatamente la mirada en mí, luego preguntó—: ¿Él es?
—Él tiene nombre, se llama Raymundo y llegó hace poco al hostal —dijo Johanna con tono imperante al apresurarse a responder.
—¡Hola, soy Josefa! —expresó acercándose a mí mientras curioseaba de reojo mis apuntes esparcidos sobre la mesa—, ¿no me vas a saludar? —añadió.
—¡Hola, gusto en conocerte! —señalé extendiendo la mano en cortesía, antes de que intentara invadir aún más mi espacio personal.
—Es un poco tímido, pero ya verás que pronto entrará en confianza. Así que no lo sometas a tus extensos interrogatorios —le advirtió Johanna en un tono muy sobreprotector, obligándola a abandonar ipso facto su despropósito, al tiempo que yo acomodaba los auriculares sobre mis orejas, tratando de conectarlos al puerto correcto de la computadora.
—¡A propósito!, ¿Iñigo, supiste? Mañana Johanna y Paloma compartirán habitación conmigo —mencionó Josefa.
—¿Y Dante? —consultó Iñigo desconcertado.
—¡¿A alguien le importa?! —replicó Josefa, no sin antes poner los ojos en blanco en señal de fastidio, tal como acostumbraba a hacer.
—¡Se va con Nina y Cristina! —los interrumpió Johanna.
—Qué mal por todo lo que tuvo que pasar Nina... —confesó reflexivo, levantando la mirada y dejando entrever en algo sus sentimientos.
—¡Debería darte más rabia Claudio! —enfatizó Josefa subiendo el tono de su voz.
—Es mi compañero de habitación. No puedo inmiscuirme... —declaró Iñigo, tratando de no hacerse partícipe de ninguna de las partes en conflicto.
—¿Pero la chica por la que babeas es Nina o me equivoco? —afirmó la enana ante la atónita mirada de Iñigo, provocando un ambiente tenso dentro de la habitación.
Fue entonces cuando sentí la imperiosa necesidad de interrumpir aquel silencio incómodo, forzándome a actuar, casi sin pensar.
—¿Decían algo? —pregunté al quitarme los auriculares, actuando como si desconociera lo que acababa de pasar, pues eso fue lo único que se me ocurrió decir ante aquel lamentable impasse.
Sin embargo, aunque intenté actuar como si todo estuviera perfectamente normal, Johanna que era muy perspicaz, advirtió que nunca conecté mis audífonos al puerto de la laptop. En consecuencia, me daría a entender moviendo los labios, pero sin emitir sonido alguno:
—Gracias.— Ella sabía que, al menos conmigo, el secreto de Iñigo seguía a salvo.
—¿Pueden bajar la voz? —vociferó Manuel, el recepcionista de turno, al asomarse por la puerta.
Entretanto Josefa, aprovechando la ocasión, salió rauda del cuarto.
—¡Es un poco tarde y mañana tengo que madrugar!, ¡buenas noches a todos, que duerman bien! —dijo con una falsa sonrisa, abandonando la sala de estudio junto a Manuel y desentendiéndose de lo acaecido.
Hasta un rayo caído a los pies de Iñigo, le hubiera aterrado menos que aquella inesperada revelación que lo dejó en evidencia delante de todos, pero con la partida de Josefa, los ánimos se calmaron y su rostro comenzaría de a poco a recuperar los colores.
Después de un rato, perdido en mis estudios y sentado en una esquina, a un costado del balcón, pude apreciar todos los detalles al interior de la sala. Entre su mobiliario, se encontraban varios taburetes altos con mesitas para dos o tres personas, una lámpara de lágrimas pegada al techo, murales que iban de pared a pared y justo en medio, una antigua mesa de billar con el paño rasgado.
Desde el cuarto, se escuchaban toda clase de ruidos provenientes de la recepción, el sonido de las personas al caminar presurosas, el ruido blanco de una televisión y el chirrido lejano de una puerta. Todas estas eran las pruebas fehacientes de que en la hospedería reinaba un ambiente de nocturnidad en donde las diversas especies que ahí se encontraban, podían evadir a sus predadores, depredar a las presas más vulnerables o simplemente florecer.
—Al parecer, no somos los únicos despiertos... —le insinué a Johanna cuando Iñigo salió rumbo al baño.
—Algunos no pueden dormir, así que bajan al primer piso a socializar —confesó acercándose a la mesa, y añadió—: Las mejores cosas, ocurren cuando se esconde el sol.
—Desde que llegué, siempre quise saber qué pasaba durante la noche.
—Cuando es fin de semana, el bullicio se pone peor. Ahora está más calmado que de costumbre —expresó.
Sus propias palabras terminaban por confirmar todas mis sospechas acerca de los extraños ruidos que se oían en aquel lugar.
—¡Nosotros estamos acá siempre!, deberías venir cada vez que puedas, así te integrarías más a este ambiente —afirmó Johanna.
Ya era muy tarde, así que comencé a guardar mis cosas para regresar a mi cuarto. En eso, Johanna miró la pantalla de su teléfono móvil.
—¡Voy a mi habitación y vuelvo! —dijo un poco nerviosa.
Pero al pasar un buen rato, Johanna no regresó e Iñigo, después de volver del baño, no me dirigía la palabra, escudándose detrás de su computadora.
—¡Me voy a dormir! —le dije a Iñigo al abrir la puerta, pero no recibí ninguna respuesta de su parte.
En cuanto puse un pie en la recepción, me quedé mudo e inmóvil, al descubrir a Johanna y Manuel en una actitud muy cariñosa, sin nadie más alrededor, a media luz y con las manos entrelazadas en completo silencio.
«¡Trágame tierra!», gritaba por dentro.
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