
• Reconciliación •
Fue en una tarde igual a ésta cuando todo ocurrió.
El sol se escondía detrás del horizonte, dando sus últimos rayos dorados sobre aquella hermosa isla, anunciando la llegada de la noche, del silencio, del fin de un día.
Miraba fijamente hacia la ventana de su habitación, vestiendo un vestido blanco que llegaba hasta sus rodillas con un lazo de plata rodeando su cintura, con sus característicos guantes blancos y brazaletes dorados adornando sus muñecas, muda, sin pensar o decir nada, como si estuviera experimentando todo por primera vez.
Su puerta rechinó a sus espaldas, abriéndose suavemente hacia la llegada de alguien más.
Un erizo alto de espinas cobaltosas, orbes esmeraldas y tez melocotón con una sonrisa serena hizo aparición, cerrando la puerta a sus espaldas con el mismo cuidado que tuvo para abrirla, dando suaves pasos hacia la más joven, atrapandola gentilmente entre sus brazos, rodeándola desde atrás.
— Sonic... —susurró la de tez blanca y suave, reconociéndolo por su aroma a coco y brisa de mar— Yo...
— Ssshhhh —susurró cálidamente a su oído, tomando una de sus manos, levantándola hacia su nivel para besarla suavemente—, no digas nada.
— Creí que no volvería a verte —asumió, con el de azul dándole la vuelta para que pudiera verlo, notando su galante sonrisa al igual que esos ojos mareados de amor por ella—, pensé...
— Supongo que sigo siendo una caja de sorpresas —musitó, depositando un enternecedor beso sobre su frente, inhalando su grandioso aroma a vainilla y rosas que emanaba su piel—, la verdad es... que no puedo vivir lejos de ti, Ames.
Su apodo...
La forma en la que decía aquel nombre que creyó jamás volvería a oír le causaba escalofríos.
— Pero te hice daño, Sonic —respondió, posando sus dos manos sobre su pecho, fijando su vista sobre la pañoleta debajo de él, sin reconocer el color de ésta, sintiéndola diferente.
— ¿Cómo decía esa canción?... —murmuró, posando ambas manos sobre la cintura de la más joven— “Puedes noquearme, sabes que volveré de todas formas...” —canturreó débilmente, entrecerrando sus ojos mientras buscaba recuperar el recuerdo de aquella canción.
Los oídos de Amy se hicieron sordos por un momento, sintiéndose mareada, aferrándose con fuerza hacia el mayor, hundiendo su cabeza sobre su hombro, abrazándolo tan fuerte como podía, sintiendo sus cálidas manos sobre su cabeza, sobandola en una especie de consuelo.
— ¿Qué piensas, amor? —preguntó con un tono suave y notablemente preocupado.
— Pienso... que te extrañé mucho —sentenció en un suspiro, sonriendo débilmente, separándose para verlo a la cara—. Es decir, yo... Nadie sabía nada de ti. Desapareciste de un día para otro, sin dejar rastro, creí que...
— Bebé —rió, arqueando las cejas hacia arriba, tomándola del mentón, viéndola de forma amorosa, como hacía antes— ¿A quién le importa dónde estaba? Ahora estoy aquí, contigo... y no me iré —aseguró, acariciando su mejilla.
— Pero... no puedo elegir entre tú y Shadow ¿Cómo podremos-?
— Ya lo solucionaremos —afirmó suavemente, acorralandola contra la cama, haciéndola caer entre las sábanas recién tendidas de blanco—. Ahora... Vamos a recuperar el tiempo perdido, sin excusas, sin mentiras, sin hablar de... —hablaba pausadamente a su oído, quitandole el cinturón de plata, levantando lentamente la falda de su vestido, rozando sus muslos, sin poder evitar besar sus mejillas con el cuidado de un ángel.
La rosada jadeó tímidamente, cerrando sus ojos, acomodándose mientras se dejaba hacer, sintiéndose segura con su compañía, con su corazón latiendo con la misma tranquilidad y pasión como cuando estuvo enamorada únicamente de él.
Sus labios se unieron en un beso lento y cálido, cuidadoso en cada roce mientras las manos del mayor se encaminaban hacia su vagina, escurriendose por debajo de sus panties de seda transparente, jugueteando con su clitoris, separando y uniendo sus pliegues, humedeciendola con cada movimiento, sintiéndola estremecerse por su tacto, conmoviendolo.
Sus besos se deslizaron de sus labios hacia sus hombros, besándola con cuidado, como si procurara profesar su amor hacia una flor delicada, frágil, cuidando la intensidad de sus besos para no dañar su dulce y delicada piel, con su mano libre entrelazada a la suya, sosteniéndola con fuerza, temiendo de que al soltarla desapareciera.
Lentamente le quitó sus panties, dejándolas a un lado para inclinarse y empezar a lamer su vagina de forma lenta, colando su lengua en su pequeña cavidad, degustando cada uno de sus pliegues sin molestia alguna, con su erección irguiendose en medio de sus piernas, aprovechando para masturbarse al ritmo de las lamidas que daba a su rosado coño, olvidando todo lo malo, sin soltar su mano, haciendo todo el trabajo con su lengua, haciéndola sentir bien.
Amy gemía suavemente, sintiéndose en las nubes, con sus piernas abiertas de par en par para él, sintiendo su respiración, la forma en la que se ahogaba por momentos con sus dulces fluidos, sintiéndose en bien, todo con él se sentía bien...
Después de dar una última lamida contra su clitoris se levantó, acomodándose entre piernas, alineando su polla erecta con su vagina, metiéndose lentamente en su interior, abriéndose paso con cada centímetro que entraba, jadeando de forma ronca, llegando a su centro al final.
Amy lo soltó, abrazándolo con fuerza, con su interior aferrándose a él como nunca antes.
— Oh, Sonic... —sollozó tímidamente, con sus ojos llenándose de lágrimas, viéndolo sumamente apenada, triste de todo lo malo que le había hecho.
El de orbes esmeraldas no dijo nada. Solo le sonrió, besándola dulcemente en los labios, tomándola por la cintura, empezando a moverse lentamente, metiendo y sacando su pene, una y otra vez, sin prisas, calculando cando movimiento, con sus pieles pegándose y separándose de forma tenue ante el sudor que empezaban a desprender.
El tiempo pasaba y la habitación se llenaba de pequeños murmuros y jadeos ahogados.
La temperatura iba subiendo, igual que el amor que tenían el uno por el otro, desbordando igual que un vino espumante en una copa que ya está a su máxima capacidad.
Él la amaba. La amaba demasiado y lo demostraba besando las palmas de sus manos, apreciando cada detalle de su cuerpo, cada sonido, cada expresión en su rostro.
— Te adoro tanto —habló con una gran sonrisa en su rostro, sin dejar de sujetarla entre sus brazos, con sus ojos rebosantes de un brillo felíz, agradecido ¿De qué?—, no importa lo que hagas, siempre te amaré...
Sus palabras calaban fuertemente en su corazón. ¿No mentía? ¿Acaso este era el tan famoso amor incondicional? ¿Acaso ésto era lo que perdió por una vida más lujosa y segura?
El placer fue demasiado, antes de que pudiera darse cuenta había alcanzado su límite, llegando al orgasmo igual que su pareja, sintiéndose realizada, como si pudiera respirar otra vez, un aire nuevo, más puro, perfecto.
— ¿Me perdonas, de verdad? —susurró entre jadeos— ¿Aún después de todo lo que te hice, lo harás? ¿En serio?
El cobalto respiró profundamente, suavizando su expresión.
— Amar... es perdonar ¿No? —susurró suavemente, acariciando su rostro con cuidado, haciéndola sentir en casa, amada, protegida.
Pero nada de ésto era real.
Sus ojos se abrieron a mitad de la noche, despertándose de golpe.
Se sentó sobre aquella gran cama matrimonial de sábanas de seda negra, entre almohadas grises.
Se encontraba en su hogar, su nuevo hogar, aquel en el que había estado viviendo desde hace un mes, la casa de Shadow, su nuevo nido de amor, un lugar seguro, estéticamente agradable, con estilo y espacio suficiente para los dos...
Y todos los hijos que planeaban tener.
Miró a su alrededor, aquellas paredes pintadas de negro, siendo una de ellas puramente de cristal polarizado, con una gran vista hacia la jungla que los rodeaba.
Aún era de noche, era poco lo que podía percibir más allá de lo que la luz de la luna sobre los árboles podía revelar.
Respiró de forma entrecortada.
Lo había visto vividamente en su sueño, diciendo todo lo que hubiera deseado escuchar, perdonandola como hubiera deseado que lo hiciera, a su lado.
¿Cuándo fue la última vez que supo de él? ¿Cuándo fue la última vez que lo vió? Nadie hablaba de él.
Era como si nunca hubiera existido.
¿Dónde estaría ahora?
Su prometido a su lado se removió entre las sábanas, girándose a verla de forma silenciosa.
— ¿Todo bien? —preguntó con su característica voz ronca, viril, directa, tan diferente a la de Sonic.
— Sí... —habló, viendo el anillo de oro negro adornado por un gran diamante blanco sobre su dedo— Perfectamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro