
• Jugueteo Con Los Dedos •
— Creo que ésto dejó de verse lindo hace mucho... —murmuró la joven de rosa mientras vendaba el brazo del erizo de azul, suspirando de forma pesada ante lo que se había convertido en rutina.
— Ese maniático —quejó mientras fruncía el entrecejo, apretando los dientes en lo que resistía el ardor de aquella herida en su brazo—, ya va siendo la hora de que nos pague todo esto... —agrega, recostandose del sillón mullido de aquella gran sala.
La pareja se encontraba descansando en lo que sería la choza de su mejor amigo, el vulpino de dos colas y pelaje amarillento que recurrentemente se las ingeniaba para mantener todo en orden aún en el desorden que era cada día de su vida.
Aquella gran sala hecha en su totalidad por suelos y paredes de madera pulida pero ligeramente gastada se encontraba en completo silencio, a excepción del constante siseo ante las heridas del erizo de orbes esmeraldas.
Aquel héroe de azul se encontraba un poco triste. Mientras observaba sus heridas y vendajes veía el resto de su cuerpo, preguntándose cómo y cuándo fue que obtuvo tantas cicatrices que aún no se curaban por completo. Inclinó sus orejas, no disfrutaba de verse de esta forma, lo hacía sentir débil e incompetente. ¿Dónde quedó aquel ágil y veloz erizo que resistía de forma inimaginable todos los golpes que le dieran? ¿Dónde quedó aquel héroe que salía ileso de los peores golpes? ¿Dónde quedó aquel ídolo que no sangraba? Seguía ahí, sí... ¿pero por qué no se dejaba ver como antes?
Negó con la cabeza. Toda la culpa de esto la tenía Eggman, sí, sin duda ese lunático se las había ingeniado para estudiarlo de pies a cabeza y dar finalmente con sus puntos débiles, logrando así fabricar armas que sí pudieran dañarlo y penetrar su resistencia. Ese condenado hijo de...
— Listo —susurró la más joven mientras depositaba un cálido beso sobre una de las mejillas del mayor, sacándolo de su burbuja de odio y remordimiento—. ¿Tienes alguna otra herida?
— Por ahora no, Doctora Amy —bromea con su característica sonrisa mientras le guiña el ojo, haciéndola reír de forma melodiosa como siempre.
Ésto era lo único que apreciaba de su nuevo ser.
Sí, quizás ya no resistía los golpes tanto como antes, pero al menos ahora sí tenía algo asegurado y más que estable con aquella joven eriza de dulce y puro corazón, sí, finalmente ya no era ciego a sus encantos y podía darse el lujo de ser vulnerable ante ella de la misma forma en la que lo era ella ante él.
Sí, apreciaba tenerla de forma oficial en su vida y vaya que atesoraba la idea de no dejarla ir jamás.
La joven de espinas jades fue recogiendo la botella de alcohol, vendas y gasas una a una para así acomodarla en el botiquín de la casa, tomándose su tiempo para posteriormente levantarse, siendo detenida abruptamente por el firme pero gentil agarre de su novio.
— ¿Y a dónde vas? —inquiere con cierta duda, alzando una ceja mientras la veía de arriba abajo— Ven aquí —ronronea, sentandola de golpe a su lado nuevamente mientras se pegaba más a ella.
— ¡Sonic! —chilla, viéndolo por arriba del hombro con una sonrisa nerviosa mientras se aferraba del botiquín— ¿Qué haces? —susurra de forma cohibida mientras se preguntaba internamente porqué aquel cambio de actitud tan repentino.
— Oh, ¿Ya olvidaste lo que hiciste por mí hace unos días? —pregunta de forma curiosa mientras rodeaba su vientre con sus brazos, dirigiendo lentamente sus manos hacia los sonrosados muslos de la más joven.
— ¿Eh? —chilla, abriendo sus ojos de par en par mientras sus orejas y espinas se erizaban, en lo que un gran rubor se extendía por sus mejillas.
— Quiero regresarte el favor, linda —ronronea mientras pegaba su mejilla a la suya, inclinándose sobre ella en lo que de forma sutil deslizaba sus manos por debajo de aquella falda magenta, distrayendola entre sus ronroneos y cálidos besos en su cuello y hombros.
— ¿Regresar... el favor? —musita de forma débil mientras arqueaba su espalda, cerrando sus ojos en lo que se entregaba a la idea de una pasión prohibida en un lugar inadecuado, sintiéndose rebosante de alegría y ansias por lo que podrían hacer, por lo que él podría hacer.
El más alto ríe de oreja a oreja mientras posa una de sus manos sobre las panties de su amada novia, moviendo lentamente sus dedos por encima de la tela en lo que buscaba por su punto débil superficialmente, prestando total atención a sus jadeos y gemidos en búsqueda de una pista, siguiendolos para así dar con el ritmo y lugar precisos a los cuales atacar de forma gentil pero firme.
Aquellas bragas lentamente se fueron empapando por los fluidos que escapaban de la pequeña cavidad de la más joven, dándole la señal perfecta al mayor para así proceder.
Se detuvo, brindándole un leve descanso a aquella de espinas rosadas quien se encontraba temblando en lo que se aferraba a sus muslos, dejando que el botiquín cayera a la par del sofá en lo que él mordía la punta de sus guantes para así quitárselos y, finalmente, atender con la mano desnuda a su dama de la forma apropiada en la que debía.
Pero aún entre toda la pasión, aún entre todo el amor, la de ojos jade recordó por un instante lo que había sido aquel momento con el veteado, a solas, justo cuando estaba traicionando a su pareja.
El de orbes esmeraldas alzó completamente la falda de la más joven para acto seguido quitarle de forma lenta sus panties blancas, dejándolas a un lado para así avanzar con total seguridad.
Con sus dedos desnudos tocó la vagina de su dulce chica, frotando con suave insistencia su clitoris mientras jugaba con sus sonrosados pliegues, abriendo y cerrando aquellos labios mientras se mojaban cada vez más, sin ritmo fijo, causando que la más joven entre sus brazos liberase agudos y ansiosos jadeos sin pudor alguno, bendiciendo de esta forma sus oídos quienes se mantenían atentos a ella y a lo que pudiera rondar cerca de aquella choza.
Entre dulces besos y caricias fue adentrando sus dedos en aquella estrecha y húmeda cavidad, haciéndola chillar un poco ante el primero, mismo que después de un rato logró mover con aparente facilidad, acostumbrandola a aquel pequeños intruso que era vilmente ahorcado por aquellas paredes cálidamente húmedas.
Sonrió con picardía tras meter el segundo dedo, siendo este bien recibido entre jadeos y quejidos que hacían de la más joven un marullo de gemidos y gruñidos en lo que su vagina se ensanchaba, notablemente avanzando en el proceso que sin duda le serviría más tarde, en algún futuro. Empezó a mover ambos dedos, llevándolos cada vez más profundo de su ser, cazando aquellos puntos débiles hasta encontrarlos y de esa forma golpearlos y tocarlos a todo placer, deleitándose así con la sinfonía desbocada de lujuria que jamás pensó que pudiera existir. Oh, sin duda él también se estaba emocionando con esto, pero debía mantener la calma y compostura.
Finalmente metió su tercer dedo, ejerciendo así pequeñas pero marcadas embestidas en lo que jugaba con el sonrosado y húmedo clitoris de la menor, logrando concebir en poco tiempo un murmullo húmedo desde el interior de aquella cavidad, deleitándose con aquel descubrimiento placentero donde su novia abría sus piernas por el para él mientras se mojaba ante su tacto, llegando de forma directa a sus puntos débiles mientras la hacía temblar.
Siguió así por un largo tiempo, variando el ritmo, aveces sacando sus dedos por completo para así brindarle más atención a su clitoris y posteriormente volver a entrar con todo, guiando de buena manera a la más joven hacia lo que sería su orgasmo, su éxtasis, su clímax.
Metía y sacaba sus dedos en un vaivén desenfrenado entre gemidos y murmullos húmedos, dando todo de sí para ir cada vez más rápido hasta finalmente lograrlo, deteniendose una vez que la más joven chilló de forma aguda, liberando un squirt de su vagina que saltaría de forma directa hacia el suelo, empapando parte de aquel sofá verdoso. El erizo de espinas cobaltosas parpadeó un par de veces, interesado en aquella reacción.
Por otro lado, aquella joven y sonrosada vagina temblaba ante la excitación previa, con la joven eriza sudando mientras respiraba de forma pesada, cansada ante lo que había sido aquella experiencia, sin duda mejor que la que había tenido con... él.
El de orbes esmeraldas lentamente fue sacando sus dedos de su interior, depositando un profundo y hambriento beso en los labios de su novia, misma que correspondió gustosa en lo que ronroneaba en agradecimiento de las atenciones dadas.
Los minutos pasaron y era hora de hacerse cargo de esto, había que procurar que el desastre no fuera tan evidente.
Una vez que la más joven de los dos recobró parte de su energía se apresuró en arreglar sus panties, sentándose de mejor forma en el sofá para así arreglar sus espinas y limpiarse el sudor de su cara, buscando recobrar su apariencia anterior a toda aquella sesión de pasión.
Por otro lado el joven erizo de azul aprovechó su súper velocidad, tomando el botiquín de primeros auxilios para así acomodarlos en el baño de la choza y posteriormente trapear el suelo en búsqueda de limpiar el pequeño desastre que él había causado, esperando secretamente que su “hermano” no tuviera un aparato que pudiera detectar líquidos de esa índole, a fin de cuentas no quería verse en la penosa situación de explicar porqué y cómo de ello.
Justo sería cuando acababa con su labor cuando la puerta de la choza de abrió ante los nerviosos ojos de ambos.
— ¡Finalmente lo conseguí! —anunció con completo ánimo el joven vulpino de orbes zafiro mientras sonreía a sus dos amigos.
— ¿...un nuevo artefacto para vencer a Eggman? —dudó con cierto miedo el de azul mientras dedicaba fugaces miradas a su novia, sudando ante los nervios de lo que habían hecho.
— ¿Qué? —alzó una ceja, consternado— ¡No, No! —agrega, para posteriormente revelar lo que escondía detrás de sus colas.
— ¡¡Mi martillo!! —gritó la joven de rosa, levantándose del sillón a toda prisa para así correr hacia la puerta y tomar su artefacto, detallando en cada parte de este como si fuera la primera vez en verlo, sorprendida y agradecida de corazón— ¿¡Pero cómo fue qué-!?
— En teoría no fue la gran cosa —interrumpió el más joven de los tres, ingresando a su hogar con total normalidad—, eso sí. Tuve que hacerle algunas modificaciones para que fuera más resistente que el anterior, aunque sigue siendo el mismo que has tenido siempre.
— En verdad gracias, Tails —musitó con dicha la de orbes jades, abrazando a su querida arma mientras su cola se agitara de lado a lado, sonriéndole a su amigo de oreja a oreja.
— No fue nada —responde en lo que tomaba asiento en el sillón verdoso, acomodándose mientras tomaba algunos cojines para acomodarselos en su cansada espalda, a fin de cuentas había estado trabajando demasiado para reconstruir aquel martillo que confiaba en que no se volvería a romper—. ¿Y tú por qué estás trapeando? —inquiere con cierta desconfianza hacia su hermano de otra madre, notando finalmente como éste sostenía un trapeador inmóvil.
— Es que Amy y yo derramamos una soda hace un rato —explica, viéndolo a los ojos en lo que terminaba finalmente de limpiar—, y... bueno, debía encargarme.
— ¿Una soda? —duda, ladeando su cabeza, sin creerle por completo— Pero no he comprado sodas recientemente...
— Yo le había traído unas —interrumpe de forma abrupta la eriza de rosa, viendo a su amigo a la cara—, fue más para animarlo después de curar sus heridas.
— Exacto —sonrió con más calma el de orbes esmeraldas, guardando el trapeador en un pequeño armario que estaba escondido cerca de una de las habitaciones.
— Hmmm... —gruñó el zorro mientras se cruzaba de brazos, sin confiar plenamente en las palabras de sus amigos de toda la vida, sintiendo que algo andaba mal.
— De todas formas ya nos íbamos —aclara el más alto de todos, avanzando hacia la salida de la choza—. Amy y yo iremos a la feria de la isla, ¿Vienes?
— Estoy demasiado cansado —gruñe, viéndolos de soslayo mientras se encorvaba y reposaba sus mejillas sobre sus manos, completamente desganado—, vayan ustedes...
— Te traeremos algo, lo prometo —despide la más joven mientras tomaba la delantera en el camino, siendo la primera en alejarse de la choza tras guardar su martillo.
— Hasta luego, hermano —secundó el héroe de azul mientras cerraba la puerta en lo que hacía un ademán, siguiendo rápidamente a su pareja en la senda marcada.
Todo quedó en completo silencio para el zorro más joven, quién suspiró en agotamiento, inclinándose levemente a un lado solo para ver el contenedor de basura a un lado del sofá.
— La soda estaba tan buena que hasta se tragaron la lata —gruñó entre dientes, enfurecido solo para posteriormente cruzarse de brazos y hundirse entre los cojines que tenía a su disposición—, mentirosos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro