• Con Rasguños y Arañazos •
No podía estar más felíz.
Después de una racha con más de cinco citas fallidas finalmente había obtenido la oportunidad de ver a su chica más allá de los encuentros grupales de sus amigos.
Se preparó bien para este día.
Se dió una ducha en la que limpió minuciosamente cada rincón de su cuerpo incluyendo cada una de sus espinas, se perfumó con una colonia francesa de buen aroma que la novia de Tails le había regalado —quizás por el hecho de que este la había rechazado primero—, se vistió con un saco azabache sobre una camiseta blanca abotonada y un moño carmesí, aún cuando odiaba ponerse ropa debía aceptar que era algo que a Amy le fascinaba ver en él y, por último pero no menos importante, se armó con un set de quince rosas, una caja de diez chocolates glaseados y una cadena de oro con un diamante rosa en forma de corazón.
Estaba desesperado, realmente deseaba que todo fuera perfecto, que finalmente pudieran tener la cita que tanto habían pospuesto, todo debía salir bien.
La había invitado al nuevo bistró que se había inaugurado el mes pasado en la isla. Tenía buenas reseñas e incluso muchos turistas viajaban a la isla solo para ir a comer ahí, así que mal no debía estar.
Ahora, sentados uno frente al otro, en una mesa ubicada en el centro con manteles blancos y copas brillantes, bajo la cálida luz amarilla del local, armonizados con el murmullo de las charlas a su alrededor y la suave música en vivo en el escenario situado al otro extremo del lugar, se inspiraba un ambiente amigable y romántico, casi de ensueño.
Su adorada princesa de orbes jades se había presentado con un vestido azabache sin mangas, de escote bajo y falda larga con un degradé púrpura en el ruedo, calzando un par de tacones aterciopelados azabaches, además de un moño adornado por una mariposa hecha con cristales pálidos, elegantemente maquillada por un labial carmesí y una sutil sombra de ojos violeta.
Se veía encantadora y era todo un detalle que ella también se hubiera vestido de forma elegante como él.
— Cuánto tiempo sin vernos ¿No? —bromeó tímidamente, estirando de forma ligera el nudo de su moño al sentir que este lo ahogaba— Solo tú y yo, en una cita.
— Si, a pasado mucho tiempo —respondió, viendo a su alrededor, con sus dedos golpeando la mesa al ritmo de la música.
— ¿Y... como has estado? —insistió, recobrando la confianza— No es que no haya sabido nada, es obvio que nos llamábamos seguido pero-
— Sonic —interrumpe, viéndolo de forma directa—. No más preguntas. Es una cita, no un interrogatorio.
— Sí, sí... Tienes razón —acepta, girando la vista a un lado, encogiéndose de hombros.
Un chico de pelaje castaño apareció, llenando las copas de la pareja con agua fría.
— Buenas noches. ¿Desean comenzar la velada con un vino de la carta? —preguntó cordialmente, sacando la libreta y el bolígrafo para anotar.
— No.
— Sí.
Ambos hablaron al unísono, confundiendo al camarero. La pareja se miró por un par de segundos.
— ¿Por qué dijiste que sí? —preguntó Sonic, alzando una ceja confundido.
— ¿Por qué dijiste que no? —preguntó Amy, haciendo una mueca de disgusto.
— Puedo volver más tarde —anunció el camarero, intentando mantenerse al margen de la situación.
— No. ¿Sabes qué? Sí queremos vino —tomó la palabra la dama de vestido azabache, abriendo el menú sobre su plato de forma agresiva, sin romper contacto visual con su novio—. Vamos a pedir... Un Rosa Del Mar, cosecha del ochenta y dos. ¿Puede?
El erizo de espinas cobalto se tensó en su lugar. No tenía idea de vinos, ni de sus marcas, solo sabía que ese tal Rosa Del Mar era el favorito del alcalde lo que indicaba que no debía ser precisamente barato.
— Buena elección —halagó, tomando la orden—. ¿Y para comer?
— Bueno... —murmuró Sonic, abriendo el menú para indagar y ver qué podría haber— ¿Tienen chillidogs-?
— Pediremos una ensalada con pulpo a la plancha —interrumpió al mayor, dirigiéndose directamente hacia el camarero—, por favor.
— Excelente —sonrió el de uniforme de blanco y negro, terminando de anotar—. Con su permiso —susurra, tomando los menús, yéndose directamente hacia la cocina del lugar para entregar la órdenes.
— ¿Pulpo a la plancha? —sonríe forzosamente el de azul— ¿Al menos hemos probado eso antes?
— ¿Habría un problema si no? —ladea ligeramente su cabeza, sonriéndole de forma amigable— Vamos, seguramente es rico.
El mayor bufa en voz baja.
Honestamente no estaba de humor para probar platillos nuevos, pero si su dama deseaba eso él solo debía obedecer, al menos para no arruinar esto, poco ganaría si tenían un drama en público, no tenían citas tan seguido como para desperdiciar esta.
Un par de minutos pasan y el mesero vuelve, entregándoles un nuevo par de copas, sirviendoles gracialmente el vino que habían pedido con anterioridad, llenandolas hasta la mitad, dejándoles la botella en medio de la mesa, dando una breve reverencia para así volver a su labor y servir a las otras mesas a su cargo.
La joven de espinas rosadas toma su copa de vino, viendo a su pareja de forma paciente como si esperase que hiciera algo, algo obvio. Sonic tomó su copa de agua, ignorando completamente el alcohol frente a él, ingiriendola rápidamente.
Amy se vió notablemente decepcionada.
Shadow habría propuesto un brindis. Shadow habría bebido con ella, Shadow habría podido elegir un mejor vino que ella... pero no. Había venido con su novio, el sobrio y aburrido de Sonic.
No podría estar tan mal ¿O sí?
— Por cierto —carraspeó, tomando por debajo de su asiento los regalos que había traído para ella y que, por simple descuido no había entregado antes—, te traje un par de cosas. Espero que te gusten —añade, sonriendo de forma dulce, enseñándole el ramo de quince rosas, la caja con chocolates y el regalo de joyeria.
— Oh, Sonic —musitó, esbozando una gran sonrisa ante los regalos dados, ruborizandose—. No debiste...
— Claro que debía —asintió con la cabeza, sonrojandose igual que ella—, habíamos pasado mucho tiempo apartados, debía compensarlo con algo.
Ahora se sentía gravemente mal.
Este chico lindo, sobrio y educado, que usaba ropa para ella pese a odiarlo profundamente era el responsable de siempre darle los más lindos regalos.
Había que hacer algo para disculparse por la grosería que él no conocía.
— Vamos —habló, levantándose rápidamente de su silla, tomándolo de la mano.
— ¿A dónde? —pregunta, siguiendola, intentando no tropezar con la silla en el proceso— ¿Y los regalos? ¿Qué hay de la cena? ¡¡Amy!!
— Ssshhh, llamas la atención —susurra posando cuidadosamente su dedo índice sobre los labios de Sonic, callandolo—. Solo sígueme... La cena no irá a ningún lado, créeme.
El héroe de ojos esmeraldas decide confiar en ella y en lo que fuera a ser su plan, si algo había aprendido en todos estos años juntos es que ella carecía de ese don de buscar problemas como él, y eso era bueno.
Miró a los lados, dándose cuenta de cómo la gran mayoría seguía ocupándose de sus asuntos, con la música suave sonando de fondo y las breves pero escandalosas risas que parecían rebotar de mesa en mesa.
Sin duda a nadie le importaría que una pareja como ellos se desapareciera así de la nada.
La de tez blanca guió a su pareja hacia el baño de hombres, escabullendose de forma apresurada hacia uno de los cubículos vacíos, jalando a su pareja hacia adentro para acto seguido cerrar la puerta con el seguro.
El erizo de tez melocotón parpadeó varias veces, de todas las locuras ésta debía encabezar la lista sin duda alguna.
Con el mismo ímpetu la más joven lo jaló desde su moño hacia ella, besándolo de forma hambrienta, sin esperar una señal para comenzar, pactando el ritmo ella sola, desesperada.
Sonic correspondió rodeando su cadera, deslizando sutilmente sus manos hasta sus posaderas, apretándolas con fuerza en el proceso, siguiendo ese ritmo desenfrenado, ese ritmo veloz, su especialidad.
Descendió a su cuello, esparciendo la mancha del labial que había quedado adherido a sus labios, alzando su falda hasta su cintura mientras la sentía estimular su entrepierna, frotándolo con cuidado y cierta delicadeza pese a la prisa que tenían, bajando sus pantalones y ropa interior lo suficiente como para que se notara sin atisbos de duda.
La erección salió a la luz y la vagina de la eriza estaba húmeda y lista para la acción, era momento de avanzar.
La tomó por debajo de sus muslos, la alzó, subió su falda por encima de su cadera, ladeó sus panties y alineó la punta de su pene contra la entrada de su vagina. Poco a poco fue ingresando a su interior, intentando disfrutar el momento, hasta que la más desesperada de los dos rodeó su cintura con sus piernas y lo empujó de lleno hasta su fondo, arrebatándole un gemido ronco por la sorpresa, quedándose inmóvil ante la negación de correrse tan rápido.
La más osada lo aprisionó nuevamente entre sus labios, tentandolo igual que una súcubo del mal, tan peligrosa, tan fatal, nada de lo que hacían ahora estaba bien, pero eso era lo que lo hacía tan emocionante, la idea de ser descubiertos, encontrados, quizás hasta vetados de por vida era excitante, mucho más que cualquier fetiche o fantasía vulgar que pudieran desempeñar solo en el dormitorio.
Ésto era otra cosa, un nivel diferente.
Tentado, ebrio por sus besos, con su mente racional desvaneciéndose entre las llamas del deseo el erizo de azul comenzó el vaivén dentro del coño de su novia, saliendo y entrando rápidamente, como si su vida dependiera de ello, urgido, sin preocuparle el ruido que causaban entre sus jadeos y el ajetreo de sus movimientos contra la puerta en la apoyaba el cuerpo de Amy, daba completamente igual que la acústica entre aquellas paredes y suelos mármol blanco los hiciera parecer más ruidosos de lo que en realidad eran, este era su momento y nadie se los iba a quitar por nada del mundo.
Las ropa estorbaba.
Mientras más calor sentían en sus cuerpos más innecesario era el lujo de las prendas. Mientras que Amy había bajado su escote para deliberadamente mostrar sus jugosas tetas rebotando ante el vaivén de sus embestidas el erizo de azul, harto, se había quitado el saco y la camisa blanca de botones, dejándolos en el suelo, con su pequeño moño carmesí colgando de forma débil alrededor de su cuello, devolviéndole la sensación de libertad y comodidad al encontrarse parcialmente desnudo como era su costumbre.
Aún así, no todo podría ser perfecto.
Mientras más rápido se movía, mientras más abusaba de su don de velocidad, su adorada doncella de ojos jade más se aferraba a él, clavando sus uñas sobre su espalda, rasguñandolo una y otra vez en una desesperada búsqueda por apoyo, rebasando su límite constantemente, con el éxtasis destruyendo su mente desde los sentidos, con su novio jadeando y siseando ante el ardor provocado por las heridas que comenzaban a abrirse entre las dos espinas de su espalda.
Por más que doliera debía continuar, debía acabar, debía complacerla, debía hacerla sentir bien, debía hacer todo lo posible para demostrarle que ella era la única en su mundo, la mujer por la que movería cielo y tierra todos los días por el resto de su vida de ser necesario.
Entre sus embestidas profundas y rápidas la más joven liberó un gemido agudo, alcanzando su clímax, sin poder contenerse más, liberando un squirt en lo que su pareja eyaculaba dentro de ella, jadeando de forma ronca, abrazándola con fuerza, encorvandose sobre su pecho, respirando de forma pesada, sintiéndose somnoliento, jamás había utilizado sus habilidades de esta manera, quizás esta era la única forma de cansarlo genuinamente.
El silencio reinó por un par de minutos, con ambos erizos recuperándose de la acción, sonriendose mutuamente, con expresiones desaliñadas pero contentas.
— Te amo y mucho —profesó Sonic, sin vergüenza alguna, apartando de su frente uno de los mechones que habían osado ocultar su mirada.
— Yo también —susurró Amy, depositandole un dulce beso sobre su mejilla, haciéndole suspirar gustoso, con su cola agitándose velozmente de lado a lado por la felicidad que invadía su corazón.
Con una mayor paciencia que antes la pareja se fue separando de su unión, con el erizo de azul dejándola lentamente de pie sobre el suelo, sacando su polla húmeda de semen por completo, liberando su vagina, con la de vestido azabache riendo de forma melodiosa y suave, tomando un par de trozos de papel higiénico para secar el sudor acumulado en su cuello y senos, alistandose mientras intentaba corregir su maquillaje a ciegas, esperando que no se hubiera arruinado demasiado.
Por otro lado, el erizo mayor se tanteaba cuidadosamente las heridas en su espalda, dudoso... ¿Sería tan grave como creía?
— ¡Dios! —exclamó la rosada después de que Sonic terminara de abrochar sus pantalones y le diera la espalda para recoger sus prendas del suelo— Dios, Sonic... Yo, yo en verdad lo siento...
— ¿Qué? ¿Tan mal se ve?
No tenía idea.
Más allá de notarse las líneas carmesí de forma descendente era más que obvio que, en efecto, se veía herido.
Las marcas carmesí que brillaban sobre su piel amenazaban con derramar la sangre que contenían en sus bordes, infringiendole un dolor que le incomodaba profundamente y que se acentuaba por el más mínimo movimiento que hiciera.
Quizás debería limpiarse esas heridas tan pronto como llegara a casa, solo quizás.
— No es precisamente algo que pueda explicarse bien —responde finalmente la de ojos jade, reacomodando su escote en lo que desviaba la mirada.
— Genial —farfulla tras abotonarse camisa—, ahora sí tengo una verdadera razón para usar esta cosa —sisea colocándose el saco, alisando sus pliegues mientras resistía el ardor por el roce de la tela sobre sus heridas.
— Las cosas siempre suceden por algo —excusa, besándolo en la mejilla como medida desesperada para calmar su mal humor.
El erizo la observa, sonriéndole de forma cálida, asimilando de buena manera el destino del resto de su noche tras tomar un pedazo de papel higiénico y así ir limpiando las marcas de labial en su rostro, a ciegas.
La pareja sale del cubículo del baño, ignorando por completo a los caballeros que los vieron de reojo entre los urinarios, saliendo airosos de ahí, sintiéndose renovados de alguna forma.
Se encaminaron hacia su mesa, notando como sus platos se encontraban ya colocados frente a sus asientos con una nota que decía “¡Buen Provecho!” en compañía de una carita felíz.
Se sentaron y degustaron su pedido con total tranquilidad, con la rosada disfrutando cada mínima sensación en su paladar mientras que el de azul masticaba pausadamente, sin sentirse convencido más no asqueado por la textura de la carne del pulpo o las salsas que lo acompañaban, aferrándose a la ensalada como su inesperada aliada en ésta cena, ligeramente incómodo...
Que hermosa es la vida sin consecuencias.
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