CAPÍTULO VEINTISIETE - SIN BEBER
Domingo, 12 de abril del 2009
A pesar de ser domingo, no nos volvemos hoy a Madrid, sino que tenemos un vuelo mañana por la tarde. Ninguno de los cinco tiene clases mañana, así que decidimos disfrutar de un día más de nuestras familias y del buen tiempo.
Anoche yo me retiré el primero. Todos tenían ganas de celebrar lo bonito que es la vida. Yo me alegro porque a mis tres mejores amigos les vaya también, no obstante, a mí me sigue matando el no poder tener a Nicole como algo más que una amiga. Sin embargo, anoche, antes de dormir, estuve hablando por Skype con ella y esta noche lo volveré a hacer, a pesar de que no le diga nada sobre mis sentimientos porque en el fondo soy un cobarde.
Mientras estuvimos cogiendo olas y Nau y Gonzalo actuaron como si lo que había ocurrido en la casa de la Yeya nunca tuvo lugar, yo me partía el culo pensando en lo idiotas que habían sido los dos. En primer lugar, Nau se explicó como el culo y, en segundo lugar, Gonzalo estuvo mucho más lento en entenderlo de lo normal.
La reunión con mi padre nos fue bien, solo quiere que colaboremos en un proyecto donde se verán involucrados un montón de gente de todo el mundo muy interesante. Yo acepté encantado, porque me encanta la idea de trabajar y conocer a personas tan importantes del mundo de la ciberseguridad, comunicaciones y software, mucho más que el dinero que vamos a recibir.
Para celebrar lo bien que nos había ido en la reunión, Gonzalo se empeñó en invitarnos a cenar a los cuatro, ya que Belén viene dentro del paquete con Hugo, y luego a tomarnos unas copas.
Todos sabíamos que lo menos que iba a celebrar nuestro amigo era algo relacionado con el trabajo y que lo que realmente quería era salir con Nauzet, así que hicimos que le creímos, incluido Nau, aunque no le permitimos que pagara nada. El mes pasado se había gastado todo el dinero que tenía ahorrado en hacerle un regalo a Nauzet, a pesar de que no tenían absolutamente ninguna relación. Pero quien conoce bien a Gonzalo sabe que siempre intenta agradar a Nauzet, ya sea con regalos o invitándolo a las copas.
No sé muy bien lo que pasó en casa de la Yeya cuando me fui, no obstante, a Gonzalo se le ve mucho más cómodo que a Nau. Nauzet nunca ha dado muestras de cariño con nadie, solo con nosotros, sus padres y mi madre, por lo que a nadie le pareció raro que estuviesen casi toda la noche en una esquina hablando los dos solos hasta partirse el culo. Les hubiese parecido mucho más extraño que lo hubiese hecho con una chica.
Yo los estuve vigilando toda la noche, no quería que ninguno de los dos se sintiese muy incómodo con la situación. Al final, todo salió bien y nadie se dio cuenta de nada, solo Hugo y yo. Ni siquiera a Belén se le pasó por la cabeza que mis dos amigos habían estado besándose unas horas antes.
—¿Me esperas para salir contigo a correr? —me pregunta Gonzalo, que anoche vino a quedarse conmigo.
—Ya corrí y me duché. Hace más de una hora que me he despertado —le hago saber.
—¿En serio? No me enteré de nada —dice desperezándose.
—¿Quién te trajo anoche? —le pregunto mientras hago mi cama.
—Nau me trajo en taxi y luego se fue a su casa —presume con una sonrisa de oreja a oreja.
—Todo un caballero —me burlo.
—Joder, Gabi. No termino de creerme todo lo que está sucediendo. Cuando nos dijo en París que no le era indiferente, pensé que en realidad no era nada, porque Nauzet nunca está interesado en alguien, pero lo de ayer ha sido una sorpresa difícil de asimilar —me cuenta, emocionado.
—¿Han hablado? —me preocupo por ellos.
—Sí, un montón. No vamos a forzar las cosas e iremos poco a poco. Ayer solo nos besamos en casa de la Yeya y luego, antes de pedir el taxi, casi no destrozamos el baño del local donde estábamos. Él me empujó y besó más brusco de lo que nunca lo había hecho y yo no pude resistirme y lo empujé igual. Tengo que admitir que no sé si voy a poder ir tan despacio como él quiere —me explica mi amigo con una sonrisa traviesa, que pocas veces utiliza.
—Si Nauzet se está conteniendo y quiere ir poco a poco es por ti, Gonzalo. Él ya ha hecho casi todo lo que te va a hacer a ti, incluso estoy seguro de que alguna vez le han metido un consolador por el culo —le explico.
—¿Por mí? —se extraña mi amigo.
—Claro, no quiere que te veas obligado a hacer algo. Tú aún eres virgen y quiere darte tiempo para que vayas asimilándolo todo. Si quieres un consejo de amigo, cómprate crema de árnica y analgésicos, los vas a necesitar.
—Sí, él también. Tenía el labio destrozado cuando nos despedimos en el taxi —me cuenta encantado.
Al final todos mis amigos están con pareja y el único eterno soltero voy a ser yo. No tengo problema en estar soltero ni que mis amigos no lo estén, lo único que me molesta es saber que existe una chica con la que deseo estar y ella no quiere estar conmigo.
Espero a que mi mejor amigo se duche y se vista y salimos a desayunar cuando Nau nos viene a buscar. Los dos están radiantes y dan envidia cochina.
A las diez de la mañana Nau me deja en un asilo de ancianos, ya es hora de hacer algo bueno por alguien que no conozca desinteresadamente, uno de los puntos que aún tengo pendiente de la lista.
En principio no tengo plan alguno, solo entrar y hacer compañía a los viejitos que están solos, porque sé que algunos nunca son visitados por sus familias.
No llevo ni dos segundos dentro del centro y me percato de que una de las cuidadoras está de malcriada con una señora mayor e, incluso, la hace llorar diciéndoles que no tiene a nadie que se preocupase por ella.
No trabajo en el asilo ni tengo a ningún familiar en él, por lo que no puedo hacer nada para que alguien le llame la atención a la cuidadora. Lo único que se me ocurre es hacer algo para que la pobre señora se sienta mejor, así que me fijo en el nombre que tiene la mujer y me cuelo en el sistema del centro en cuanto veo un ordenador y tengo oportunidad.
En quince minutos sé todo sobre la familia de Irene Montero Hernández, la cual tiene dos hijos que viven en Venezuela desde hace treinta años y no se sabe nada de ellos. El centro se lo paga el estado con casi toda la paga de viudedad, ya que su marido trabajó quince años en España, antes de emigrar a Caracas.
Cuando regreso al lugar donde se encuentra Isabel, me hago pasar por el hijo de Rafael, el hijo mayor de Irene, que está de visita en Tenerife y cuyo padre le ha pedido, por favor, que visite a su abuela. La mujer de la felicidad se pone a llorar.
La señora está tan feliz que me estoy pensando seriamente en venirla a ver siempre que pueda y en intentar contactar con su familia para saber cómo están.
—¿Cómo está mi hijo? ¿Sigue sin beber? —me pregunta Irene, preocupada.
—Claro, abuela. Ya sabes que se le daba muy bien la mecánica y montó un negocio de compra-venta y arreglos de coches y le va muy bien. Yo nunca lo he visto bebiendo alcohol, el único vicio que tiene es el trabajo y mi madre —improviso.
Después de presentarme a sus amigas y presumir de nieto, pido permiso para invitar a almorzar a mi abuela postiza. Si alguien se entera de que es una farsa, seguro que me cae una buena. Isabel me pide que también nos llevemos a Marta, una amiga suya que también está siempre sola. Por supuesto que se empeña en que ella pagará el almuerzo, pero yo sé que no voy a permitírselo por nada del mundo.
—¿Y qué vas a hacer con tu vida? ¿Te quedarás mucho tiempo en la isla? —me pregunta Marta, la amiga de Irene, cuando nos sentamos en una mesa en el Monasterio, ya que habían oído hablar del restaurante y quisieron que las llevase allí.
—No, mañana me vuelvo a Madrid. Ya sabes abuela que nuestros padres siempre se preocuparon mucho por nuestra educación. Llevo estudiando en Madrid desde hace meses, pero las dos veces que he venido a buscarte a Tenerife no he podido dar contigo. Ahora que sé dónde estás, vendré más a menudo —le digo, pensando que soy un actor de primera.
—Por eso no tienes acento venezolano, llevas mucho tiempo viviendo fuera del país —me dice Irene que, por lo que se ve, no se le escapa una.
—Y casi todos mis amigos en Caracas son canarios, aunque muchos están saliendo del país —le digo intentando ser un poco más coherente con mi historia.
—¿Y qué estudias? —se interesa Marta.
—Ingeniería Electrónica, pero el próximo año quiero estudiar Ingeniería Informática a la vez —les digo, porque no quiero decir más mentiras de las necesarias.
—¿Y te va bien? —me pregunta Irene.
—Claro, abuela. Soy el empollón de la clase —le hago saber.
—¿El empollón? Más bien pareces el ligón. Tienes que tener un montón de chicas haciendo cola para salir contigo —bromea Marta.
—No les puedo mentir a unas señoras tan listas, pero a mí solo me interesa una —bromeo con ellas.
—¿Tienes novia? —me pregunta Irene, emocionada, y yo solo puedo pensar en la Yeya, como se entere de lo que estoy haciendo, me muele a palos.
—Me gusta una chica, pero vivimos muy lejos el uno del otro. Tal vez, si ella se viniese a vivir a España, podríamos estar juntos.
—¡Qué bonito! Eres un romántico como tu abuelo —se emociona Irene y me sonríe.
En este momento entiendo a Colacho y su manía de hacer que todo el mundo fuese feliz. No creo que haya mayor satisfacción en el mundo que ver a Irene sonreír de esta manera y saber que yo soy el culpable.
Cuando terminamos el almuerzo, tomamos otro taxi y nos vamos al café de París. Después paseamos por la avenida de Cristóbal Colón y la calle de San Telmo. No me encuentro con nadie conocido y lo agradezco enormemente, no podría soportar que me descubrieran delante de Irene y Marta.
Antes de dejar a las dos damas en la residencia y hacerles entrega de una bandeja de dulces para que los repartan y dos cajitas de bombones, me llama Nau, pero rechazo la llamada. Ya lo llamaré en cuanto vuelva a estar solo.
Irene quiere darme dinero por haberla invitado a comer, pero le explico que además de estudiar también trabajo y que el dinero no es problema. También le prometo volver a venir a verla en cuanto pueda escaparme unos días de Madrid.
—¿Qué paso? Cansado de tantas mariconadas —me meto con Nau, cuando le devuelvo la llamada.
—Necesito que me eches una mano —me pide y sé, por su tono de voz, que quiere hablar con sus padres.
—Venme a buscar donde me dejaste esta mañana —le digo antes de colgar.
Nau tarda veinte minutos en llegar y está solo. Él no me dice donde vamos, pero sabe que yo ya lo sé.
—¿Dónde está Gonzalo? —me intereso, cuando nos aproximamos a su casa.
—Se quedó con Hugo y Belén. Hemos almorzado juntos en casa de los Yeyos. Te echaron todos de menos. ¿Qué hacías en ese centro de ancianos?
—Una buena obra —es mi escueta respuesta.
—Cada vez te pareces más a Colacho con mucho que te quejes de que siempre le estaba salvando el culo a todo el mundo cuando la gente te cuenta lo que hacía.
—Lo sé, imagino que no puedo luchar contra lo que soy. Si no, mira hacia donde nos dirigimos. No es normal que siempre me toque a mí salvarles el culo a todos ustedes —me hago el ofendido.
—Somos un desastre —me dice Nau mientras se ríe.
—Te veo muy feliz —le digo sincero.
—Sí, creo que voy por el buen camino.
—Además, tienes el labio reventado —bromeo, aunque es verdad que se nota que le han dado un buen mordisco en la boca.
—Joder, ha sido Gonzalo y no sabes cómo me puso. Sin embargo, lo he respetado.
—No tienes que respetarlo tanto, estoy seguro de que él también quiere acostarse contigo.
—No espero que me entiendas, pero quiero que sea especial —me dice para mi sorpresa.
—Te entiendo perfectamente, a mí me pasó lo mismo con Nicole —le respondo para que sepa que lo comprendo y comparto su punto de vista.
—Aún no sé a dónde llegará todo esto, pero no quiero hacerlo a espaldas de mis padres —se sincera mi mejor amigo.
—A tus padres siempre les ha dado igual con quien te acuestes, solo quieren que seas feliz, igual que yo.
—Lo sé, pero, aun así, prefiero decírselo.
No tardamos mucho en llegar a la casa de Nau y en cuanto Silvia, su madre, ve la cara de preocupación que tiene su hijo, llama a David antes de preguntar lo que ha sucedido.
—Si has dejado a alguien embarazada, no te preocupes hijo, tú ya tenías dos años cuando yo tenía tu edad —rompe el silencio Silvia, en cuanto David nos hace pasar y nos sentamos en el salón.
—No es eso, mamá, en realidad es todo lo contrario —responde Nauzet, cabizbajo.
—¿Ha tenido un aborto? —le pregunta Silvia, lo que hace que yo sonría, es exactamente lo mismo que me diría mi madre, por eso son tan buenas amigas.
—Silvia, deja que nuestro hijo hable. Estás sacando conclusiones precipitadas —le recomienda David, dándole la mano para tranquilizarla.
—¿Es algo muy malo? —pregunta Silvia, que no se puede estar callada.
—No, no es nada malo en absoluto —le respondo yo, cuando Nau me mira para pedirme ayuda.
—¿Es por los estudios? ¿No te gustan? ¿Te van mal? A nosotros no nos importa que estudies otra cosa —vuelve a intervenir Silvia.
—Tiene que ver con su vida sentimental —intento echarle una mano a mi amigo.
—¿Tienes novia? —pregunta esta vez David, levantando una ceja, como si eso fuese muy difícil de creer.
—No exactamente, pero me gusta alguien —dice por fin mi amigo.
—¿Quién? —le pregunta Silvia, antes de que Nau acabe la frase.
—Un chico —dice él avergonzado y se hace un silencio donde Nau agacha la cabeza y David y Silvia comparten una mirada cómplice.
Conozco esa mirada, es la misma que utilizan mis padres para ponerse de acuerdo en quién debe hablar. En el caso de los padres de Nau, le toca hablar a su madre.
—No nos importa en absoluto que te gusten los chicos, hijo. Solo que nos ha pillado por sorpresa, siempre que salías te enrollabas con alguna chica —dice Silvia con una sonrisa tranquilizadora, porque seguro que entiende lo difícil que es dar este paso para su hijo.
—No me gustan los chicos, me gustan las chicas y me gusta él, solo él —intenta explicarse Nauzet, pero tanto David como Silvia lo miran como si no entendiesen nada.
—Lo que Nau quiere decir, es que no es homosexual. A él siempre le han gustado las chicas, pero la única excepción es Gonzalo —intervengo yo.
—¿Gonzalo, tu amigo? —pregunta David.
—Sí —les responde Nau, levantando por fin la cabeza.
—Me gusta, parece buen chico y me cae bien. Además, parece fuerte —dice el padre, intentando consolar a su hijo, que tiene cara de no haber estado tan avergonzado en su vida.
—Sí, ideal para pasar una noche de sexo duro —digo, porque sé qué, aunque a David le avergüence lo que he dicho, Silvia me entenderá a la perfección.
—Eso es lo más que te gusta de él, el sexo —le pregunta la madre con voz suave.
—Solo nos hemos besado, pero no voy a negarte que los besos prometen buen sexo —le responde Nauzet, más animado.
—Si ninguno de los dos tiene experiencia, tendrán que tener cuidado —les recomienda David.
—No tendrá experiencia Gonzalo, yo no quiero ni pensar lo que le habrá metido por el culo a tu hijo, alguna de esas chicas con las que se ha acostado —dice Silvia y tanto Nau como yo le sonreímos con nuestra mejor sonrisa de no romper un plato.
—Sí, mejor no preguntes, mamá.
—No creo que tu madre se escandalice, hijo, pero tu pobre padre seguro que sí —dice David.
—Papá, te he dicho siempre que el sexo tiene que ser guarro para que sea buen sexo —le responde Nau.
—Y yo doy fe de ello —apoyo a mi amigo.
—Sí, digno hijo de Colacho —responde Silvia entre risas.
Tardamos quince minutos en irnos de casa de mi amigo, porque Nau está ansioso por hablar con Gonzalo. Ahora que hay dos parejitas felices en el piso, voy a morir de diabetes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro