CAPÍTULO VEINTIOCHO - PICANTE
Jueves, 30 de julio del 2009
Nunca he estado tan impaciente por visitar a mi familia americana como este año. El curso ha acabado y con él todo el drama que habíamos tenido mis amigos y yo, bueno, todo no, yo seguía sin tener mi añorada relación con Nicole, aunque en estos momentos no estoy en situación de quejarme.
Todos en el piso estudiamos muchísimo, aunque algunos más que otros. Hugo sacó muy buenas notas y, por supuesto, conservó su beca. Belén lo estuvo ayudando durante los exámenes y, prácticamente, vivió con nosotros, por lo que se dio cuenta enseguida de que mis otros dos mejores amigos se comían la boca en cuanto tenían un poco de intimidad.
Yo, además de estudiar y ayudar a Gonzalo con sus asignaturas, trabajé bastante. No quería dejar nada pendiente para el verano y el primer día de julio comenzaron mis ganadas vacaciones.
Silvana vino a visitarme nada más comenzar el mes y nos fuimos juntos al concierto de U2 en el Camp Nou, que fue increíble. Ella se volvió a Tenerife dos días después y yo me quedé recorriendo Cataluña unos días con tres chicos que conocí en el concierto porque el siete de julio había quedado con mis amigos y Belén en Pamplona. Ya era hora de correr los Sanfermines.
Nos quedamos en la casa de la familia de Belén y fui el único en correr, llevaba más de un año entrenando. Ayudé a un par de corredores que se cayeron e hice muchos amigos, incluso me bebí un vaso de Calimocho y achispado le envié un mensaje a Nicole, diciéndole que no veía la hora de volvérmela a encontrar.
Ella no me contestó, como ha hecho cuando a veces he intentado ponerme un poco cariñoso, sin embargo, no me importó demasiado, ya que tres días después me sentaba en un avión con dirección a Nueva York.
Lo más desagradable que presencié en los sanfermines fue como un toro se cebaba con un señor cuando se desató el pánico en una de las corridas, yo estaba lejos de él, pero ayudé a dos corredores que estaban en el suelo, petrificados y esperando una cornada de un momento a otro. Luego regresé a por otro que ya estaba herido, porque quise evitar que volviese a suceder lo que le pasó a Daniel dos días antes. No sé cómo conseguí levantarlo y ponerlo a salvo, supongo que la adrenalina mueve montañas.
Aunque el día que falleció Daniel no corrí a su lado, sí lo había hecho el día anterior y cuando me enteré de lo que le había sucedido al terminar de correr, me quedé paralizado. Por supuesto que mis amigos no querían que volviese a correr, pero después de hablarlo con el padre de Belén, que también había corrido delante de los toros cuando era joven, volví a la mañana siguiente.
Tres días después, estaba en Estados Unidos, aunque solo he estado con mi familia diez días, porque tras discutirlo con Nicole y de sorprenderla, ya que no sabía que nos encontrábamos en la misma ciudad, decidimos vernos en Nueva York la última semana de julio. Su madre no iba a estar en la ciudad y ella tendría un montón de tiempo libre.
Tras despedirme de mi abuelo y su familia, alquilé una habitación en un hotel cerca del Central Park. El primer día solo quedamos para cenar y luego tomarnos algo, porque yo llegué por la tarde al hotel. Nicole, reacia a que se repitiera lo mismo que en la feria de principios de año, no se dejó seducir por las promesas que podría hacerle o el placer que mi cuerpo podría darle y a las once de la noche se despidió con tres besos en la mejilla, a pesar de que era viernes y había mucha gente en la calle.
Al día siguiente la convencí para que me enseñara la ciudad de noche, los lugares donde suele ir a bailar o a tomarse algo con alguna amiga.
Nicole es muy diferente a mí, ella no sale de noche ni a bailar. Solo tiene algunas amigas de clase y, para mi tranquilidad, tampoco tiene novio, ni siquiera sale con chicos y, por gracia divina, he sido el único que he podido morder sus labios.
Después de dos canciones, supe que esa noche acabaría en mi cama y, desde ese día, casi no hemos salido de ella. El domingo con la excusa de que posiblemente estuviese todo cerrado y los siguientes días solo salimos a comer algo cuando nos despertamos y luego por la noche para cenar y dar una vuelta. En realidad, todo está yendo mucho mejor de lo que me había imaginado.
—¿Te quieres ir ya al hotel? —le pregunto a Nicole, cuando noto que está un poco cansada.
—Sí, hoy no puedo más. Es la una de la mañana y anoche casi no dormimos —me dice mimosa.
—Lo de anoche fue culpa tuya, yo solo te dejé hacer —me defiendo, porque anoche fue Nicole la que no me dejó casi dormir.
—Lo sé, me estás pervirtiendo, Gabi —me susurra en el oído y sé que no vamos a dormir mucho cuando estemos de vuelta en el hotel.
Me encanta cuando Nicole se toma dos copas de vino mientras cenamos. A mí no me gusta mucho, o será que no estoy acostumbrado, pero la segunda noche que pasé en Nueva York, se pidió vino para cenar y se notó que se sentía mucho más desinhibida.
Esta noche se ha tomado dos copas de vino y tiene en la mano su segunda cerveza belga de cereza. No está borracha, ni mucho menos, pero estoy seguro de que en cuanto lleguemos al hotel, me comerá la boca nada más cerrar la puerta, cosa que no hace nunca fuera de esa habitación por miedo a que alguien que la conozca la vea.
—Espérame en la puerta del local, iré a despedirme y nos vamos —le pido antes de separarme de ella e ir a la mesa donde están Andrew y Michael, dos americanos veinteañeros que he conocido el fin de semana y con los que hemos quedado varios días para cenar y salir luego por ahí.
No tardo ni un minuto en despedirme de mis nuevos amigos. Son divertidos y les encanta todo lo relacionado con España, sobre todo el Real Madrid. Yo no tengo ni idea de fútbol, no obstante, ellos me han puesto al día nada más conocerlos. Es gracioso escucharlos hablar de Casillas y Raúl con acento americano, porque eso sí, no tienen ni idea de español.
—¿Tomamos un taxi o vamos caminando? —le pregunto a Nicole, cuando estoy a su lado.
—¿Caminando? —me pregunta, como si le estuviese proponiendo ir desnuda hasta el hotel, a pesar de que estamos a unos cuatrocientos metros.
Ni siquiera le contesto, solo silbo lo más fuerte que puedo para que el taxi que está a escasos metros de nosotros pare.
—¿Dónde has aprendido a silbar así? —me pregunta Nicole, cuando nos bajamos del taxi después de no llevar ni minuto dentro de él.
—Soy canario, en una isla se hablan incluso silbando —le doy como respuesta.
—¿Hablas con tu familia silbando? —se asombra.
—No, a mí me enseñó a silbar mi padre. Solo estoy exagerando un poco para deslumbrarte con mis historias y poder llevarte hoy a la cama —bromeo antes de subirnos al ascensor.
Nicole se echa a reír y yo la acompaño. Me encanta cuando se olvida de que lo nuestro no es posible y parece que somos una pareja más. No he conseguido entender la razón por la cual ella piensa que no es buena idea que estemos juntos, sin embargo, no puede ser muy buena cuando se le olvida con tanta facilidad.
Cuando entramos en la habitación, nos besamos con las ganas que hemos ido acumulando desde que salimos de estas cuatro paredes.
—Col, tengo que ducharme. Hoy me has hecho bailar durante horas y hacía mucho calor —le susurro al oído, cuando sus manos me quitan la camiseta que llevo puesta.
—Yo también he sudado, además, me da igual. Vamos a acabar sudando de todas formas —me dice con descaro.
—Mejor acompáñame a la ducha —le pido antes de empezar a desvestirla también yo.
Después de estar más de medio año sin intimar con una chica, el poder dar rienda suelta a mi imaginación con Nicole es una fantasía hecha realidad. Ninguno de los dos nos reprimimos ante nuestros deseos y acabamos en la cama cansados, pero satisfechos, casi dos horas después.
***
Lo mejor de dormir con Nicole no es follármela, ni siquiera hacerle el amor, lo que realmente echo de menos, cuando paso meses sin verla ni tocarla, es poder dormir con ella entre mis brazos y despertarme a su lado, como si el estar juntos fuese lo más normal del universo, como si el mundo debiese de ser así.
Aunque aún es muy temprano, y a pesar de que me ha despertado la vibración de mi teléfono móvil, me despierto con una sonrisa en los labios cuando noto que Nicole ha trepado por mi cuerpo hasta quedar completamente encima de mí.
Me cuesta un poco ponerla a mi lado para poder levantarme y verificar quién me ha llamado. Todo el mundo sabe que estoy en Nueva York y aquí aún son las seis de la mañana, aunque en Tenerife sean las once.
—¿Qué diablos ha pasado, Silvana? —le pregunto a mi amiga, después de devolverle la llamada por Skype.
—Ya sé que es temprano en Nueva York, pero llevo esperando diez horas para llamarte y ya no podía más —me responde Silvana al otro lado del teléfono.
—¿Por qué no me llamaste hace diez horas? Aquí eran las nueve de la noche y no me hubieses despertado —la riño.
—Estoy tan nerviosa que no sé ni qué hora es. Lo he fastidiado todo, Gabi —se desespera Silvana.
—¿Qué es lo que ha pasado? —le pregunto, porque no tengo ni idea de lo que me está hablando.
—El fin de semana pasado invité a Dácil a pasar dos noches en una casita rural en el Noroeste de la isla —comienza a contarme para luego dejar de hablar.
—¿Cómo estuvo? —le pregunto, para que continúe con su historia.
—Muy picante —me dice la muy loca.
—No quiero ponerme a hablar de tus fantasías sexuales a unos metros de Nicole —le advierto.
—¿Está ahí contigo? —se extraña Silvana.
—Sí, pero está durmiendo, así que vete al grano que quiero volver a la cama —le advierto.
—Estamos hechos unos ñoños, Gabriel. Hace dos años follábamos con todo lo que se nos ponía por delante y ahora nos tienen comiendo de sus manos —se queja mi amiga.
—¿Vas a contarme que sucede o me vas a recordar lo desgraciado que soy porque la chica a la que quiero se niega a tener una relación conmigo, que no sea más que una amistad con derechos? —me impaciento.
—Antes te gustaban esas relaciones.
—Antes no estaba enamorado —le recuerdo.
—A mí me pasa exactamente lo mismo. He hablado con Dácil y se ha negado a ser mi novia. Creo que le gusta otra chica y no me lo quiere decir —me cuenta Silvana por fin.
—O puede que la hayas tratado como si fuese un trozo de mierda durante demasiado tiempo y no quiera ser tu novia por mucho que le gustes —le digo sin adornos, ni flores, ni bombones.
—¿Eso es lo que piensas? —me pregunta, incrédula.
—Silvana, siempre has hecho lo que te ha dado la gana. Vale que desde hace unos meses no te acuestas ni intimas con nadie más que con Dácil, pero has seguido tratándola fatal. No sé cómo te aguanta. Apuesto mi moto a que no fuiste muy agradable cuando hablaste con ella sobre vuestra futura relación. ¿Qué le dijiste? —me intereso.
—Dácil, lo de ser exclusivas no me basta, a partir de ahora vas a ser mi novia —me dice y yo intento no reírme muy alto para no despertar a Nicole.
—Eres una bruta, Silvana. Las cosas no se hacen así. Deberías estar agradecida por aguantarte todas tus cagadas. Sé que eres mona, pero Dácil no está mal y seguro que para otras chicas tiene su punto —intento que me comprenda.
—Lo sé, además, no lo parece, pero tu amiga es increíble en la cama, un añadido que no lo sabía hasta el fin de semana pasado porque no había querido acostarse conmigo —me explica Silvana para mi sorpresa.
—Pues, como no te pongas las pilas, se acabará cansando y mandándote a paseo —le advierto.
—¿Y qué hago? Nunca he sido una chica romántica.
—Ni yo, pero tenemos que esforzarnos y luego sale solo. ¿Por qué no la invitas el sábado por la noche a un restaurante? Pueden ir solas, luego la llevas a alguna discoteca, te comportas como una novia cariñosa, incluso cursi, y luego le dices todo lo que ella significa para ti y que te gustaría mantener una relación con ella, si te acepta, por supuesto —le recomiendo.
—Está enfadada conmigo porque le grité que era una remilgada y una mojigata y que jamás iba a conocer a una chica como yo.
—¿Por qué? —le pregunto, sin entender que coño le pasa a Silvana por la cabeza.
—Porque no quiso ser mi novia —me dice, como si fuese lo más normal del mundo.
—Pues vas a su casa con una caja de bombones Godiva, que son sus preferidos, y te disculpas.
—¿Godiva? Son carísimos.
—Te jodes, Silvana. Si no, no haberla cagado tanto. En esta vida hay que apechugar cuando uno mete la pata —le regaño.
—Pues no iré al Campus Rock de la Laguna este año. Quería ir porque me encanta el Canto del Loco —me dice, aceptando mi rapapolvo.
—Si te comportas como una persona normal y arreglas todo este embrollo, yo mismo te regalaré las entradas para ti y Dácil para el Campus Rock —le garantizo.
No tardamos mucho en despedirnos. Nunca pensé que Silvana pudiese querer tanto a alguien como para comprarle bombones, pedirle disculpas y hacer muchas cosas más con las que ella no se siente para nada cómoda.
En cuanto vuelvo a la cama, me propongo despertar a mi chica por unos días. No me queda mucho para irme a Tenerife y tengo que aprovechar el tiempo, ya podré dormir en el avión o cuando esté de vuelta en casa.
***
Como todos los días que lo conseguimos, somos los últimos en desayunar en el hotel, a veces nos levantamos demasiado tarde y desayunamos fuera.
—¿Por qué no desayunamos en la habitación? —me quejo, cuando nos sentamos cada uno con su bebida en la mesa.
—Porque te cobran por llevártelo y aquí puedes comer lo mismo y mucho más barato —me responde ella con voz de listilla.
—Te he dicho que el dinero no es problema. He trabajado durante todo el año para poder venir a verte y ni siquiera voy a pagar los pasajes, porque mi abuelo siempre se hace cargo —le repito por enésima vez, molesto porque me sacara a las nueve y media de la cama.
—Hoy quiero enseñarte Nueva York —me dice muy segura de sí misma.
—Vengo todos los veranos a esta ciudad desde que tengo uso de razón. No te ofendas, Col, pero estoy seguro de que la conozco mejor que tú o, por lo menos, es lo que me ha parecido las veces que hemos salido por ahí —le recuerdo.
—Puede que no conozca muy bien Nueva York de noche, pero podríamos ver la Estatua de la Libertad, el Puente de Brooklyn, el Time Square o el Bryant Park —me ofrece.
—Lo he visto todo mil veces, ya te lo he dicho. Sin embargo, creo que deberías de salir más a bailar cuando me vaya.
—¿Me estás diciendo que te gustaría que saliese de noche sin ti?
—No, prefiero que lo hagas conmigo, no obstante, me he dado cuenta lo que te gusta salir a bailar y es una pena que no lo hagas, sino cuando yo estoy contigo —le explico.
—¿A bailar con otros chicos? —me pregunta, levantando una ceja.
—Si me preguntas, prefiero que bailes con tus amigas, aunque imagino que alguna vez tendrás que bailar con un chico.
—¿Eso significa que ya no te gusto? —me pregunta, avergonzada.
—No, eso significa que te quiero y te seguiré queriendo aunque salgas a divertirte. Para mí eres lo más importante y por eso quiero que seas feliz. Sé que bailar te hace feliz, así que, me gustaría que salieses a bailar.
—Nosotros solo somos amigos —me recuerda, haciendo que un puñal se me clave en el corazón, pero me repongo rápido, porque no quiero que la tristeza me invada cuando solo puedo estar unos días con ella.
—Si lo único que quieres darme es tu amistad y que nos acostemos cuando podamos vernos, yo lo acepto, Nicole. Acepto cualquier cosa que provenga de ti. Por supuesto que prefiero que seas mi novia, poder venirte a ver todos los fines de semana e invitarte a que tú vengas a visitarme. Sin embargo, si lo único que me quieres dar son mensajes y llamadas, lo prefiero a no tener nada. Elijo ser tu amigo —le digo, con el corazón en la mano.
—Gabi —me riñe.
—Solo necesitaba que supieses que te quiero desde el mismo día que te conocí. No lo dudes nunca, aunque también me guste que te diviertas y seas feliz. Mi corazón es tuyo y estaré esperando a que te des cuenta de que tú me quieres del mismo modo a mí, aunque no estés dispuesta a admitirlo o tengas miedo de hacerlo. Yo te quiero, pero tú también me quieres, Col.
—No deberías esperarme, Gabriel. Tienes que continuar con tu vida.
—Sabes que no pienso hacerte caso —le respondo.
Nicole está a punto de llorar, por lo que cambio de tema radicalmente. No entiendo por qué no se deja llevar por sus sentimientos, seríamos muchísimo más felices los dos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro