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CAPÍTULO DIECINUEVE - GORILAS

Domingo, 26 de octubre del 2008

Han pasado más de dos meses desde que volé de México City a Madrid y sigo extrañando a Nicole como si hubiese sido ayer.

En cuanto mi avión llegó a Madrid, mi madre me llamó y me llevé la bronca del siglo. Ella tuvo que notar que no estaba en mi mejor momento, puesto que después de cinco minutos en los que me repitió hasta la saciedad que la había preocupado y que solo me salvó de que enviara al Ejército del Aire que Gonzalo le avisara que estaba bien y que le había enviado un mensaje diciéndole que estaba en el avión dirección a Madrid, se calmó un poco y me preguntó qué tal me había ido todo. Tres minutos después, me llamó Samuel, chivándose de que mi madre le había dicho que me había encontrado triste por teléfono y yo solo le pedí tiempo para hablarlo con tranquilidad y a solas cuando estuviese de vuelta en casa. Estaba en un aeropuerto, con gente por todos lados y no pensaba ponerme a llorar delante de todos estos desconocidos.

El mensaje que recibió Gonzalo nunca lo envié, supuse que le debía una por salvarme el culo, así que, en cuanto mi padre colgó, le envié un mensaje dándole las gracias por todo y diciéndole que estaba en Madrid sano y salvo, pero con el corazón roto.

Me pasé todo el viaje de Madrid a Tenerife buscando la razón por la que Nicole llorase de esa manera, si fue ella la que dejó, ya que dormí todo el viaje de México a España. Cuando me bajé del avión en el aeropuerto Tenerife Norte, estaba tan confuso como cuando me subí.

Para mi suerte, en el aeropuerto me esperaban mis tres mejores amigos y Joaquín. Mi abuelo me conoce mejor que nadie, o es de lo que siempre presume, y nada más verme, me abrazó y me dijo que esperaba que al menos hubiese valido la pena habérmela follado para que me partiera el corazón. No sé cómo se enteró, pero imagino que Gonzalo fue el chivato.

Joaquín no utiliza nunca esas palabras, sé que lo dijo para hacerme reír y lo consiguió. Después de unas horas donde no había sino caído más y más en mi propia desgracia, pude reírme y eso fue lo que me salvó de no caer en una depresión.

A partir de ahí todo ha ido mejorando poco a poco. Joaquín nos llevó a coger olas a mis mejores amigos y a mí, luego nos fue a recoger, pero llevó un cargamento de bocadillos de pata que repartimos entre todos los surferos que estaban en ese momento en la playa. Cuando terminamos de comer, nos llevó a un pequeño hotel que su familia tiene en el Puerto de la Cruz y nos dejó en dos habitaciones para que nos quedáramos los cuatro. Había incluso recogido ropa en la casa de cada uno y hablado con nuestros padres. Así que, mis primeros cinco días en Tenerife los pasé en ese hotel y cogiendo olas con mis amigos. Joaquín se quedó con mi teléfono móvil y así pude olvidarme del mundo y volver a ser yo.

Ni siquiera nos dejamos ver en la romería de Garachico, imagino que más de uno nos habrá echado en falta, ya que vamos todos los años.

Cuando mis amigos se dieron cuenta de que ya estaba mejor, volvimos a casa. El padre de Gonzalo estaba pasando unas semanas en Gran Canaria por motivos laborales, por lo que mi amigo fue mi sombra una semana más.

Mis padres no me preguntaron nada sobre el viaje, esperando a que fuese yo quien diese el primer paso para hablar de lo sucedido, pero hasta hoy no he podido hacerlo, no me siento preparado todavía para pensar en ella ni en todo lo que vivimos juntos.

Después, todo ocurrió muy rápido, porque nos teníamos que venir a Madrid.

Dos días antes de nuestra partida salimos con algunos amigos, era la primera vez que salía desde mi regreso, y me lo pasé bien. Bailé con Dácil casi toda la noche, porque no quería tener a una chica coqueteando cerca de mí y me reí muchísimo con algunos amigos de Colacho que me encontré por fuera de una discoteca.

Ahora ya me he habituado a mi nueva vida. La facultad es increíble, quizás más sencilla de lo que me había imaginado, pero como dice Samuel, a mí siempre me ha resultado demasiado sencillo todo lo que he dado en clase.

A veces le echo un vistazo a los apuntes de Gonzalo y hacemos sus trabajos juntos. Su facultad es aún más fácil que la mía, por lo que sé que he elegido bien mi carrera.

Aparte de eso, lo único que hago es correr por las mañanas, cocinar para mis amigos, que para compensar son los encargados de la limpieza, ir los miércoles y los viernes por la tarde a clases de boxeo y trabajar dieciséis horas a la semana en un proyecto que he comenzado hace dos semanas en la empresa de Miguel y aprovechando que el diez de octubre fui a Tenerife a ver a mi familia, aunque al tener tanto tiempo libre le he echado algunas horas más.

El único que me acompañó a visitar a nuestras familias a Canarias fue Gonzalo, porque Nauzet y Hugo tenían mil cosas que estudiar, sin embargo, no pude hacer muchas cosas cuando llegué a la isla. El viernes estuve hasta casi las doce de la noche en la empresa de Miguel, el sábado temprano fui a coger olas con Samuel y luego fui de casa en casa visitando a mis abuelos. El sábado por la noche dormí en casa de los Yeyos y me quedé con ellos hasta que, después de almorzar, me vinieron a buscar Joaquín y Gonzalo para ir al aeropuerto.

La Yeya, como siempre tan sabia, me dijo que no hacía falta que le contara nada, que estaba igual que Colacho cuando le rompieron el corazón y me dio un abrazo. Sí, con mucho que intente hacerme creer que todo sigue igual, mi familia me conoce mejor que yo mismo.

—¿Qué estás haciendo aquí tan temprano? —me pregunta Gonzalo al entrar en el salón.

—Enviando el primer boceto del trabajo que me pidió Miguel hace unas semanas —le digo mientras le doy a enviar.

—¿Tan pronto? Se supone que lo entregarías a finales de noviembre y que irás a hacer la presentación el primer fin de semana de diciembre —me recuerda Gonzalo.

—Sí, pero he tenido mucho tiempo libre. La facultad es mucho más fácil de lo esperado. Deberías de cobrar un porcentaje por haberme ayudado.

—Ni de coña, ya vivo en tu casa gratis y tus padres se han hecho cargo de pagarme la matrícula en la universidad.

—Eso es una tontería, pero ya veré cómo te lo devuelvo. Ahora que no salgo tanto, no puedo invitarte a tomar algo.

—Nunca pensé que llegaría el día en el que te dijese que tienes que salir más —me dice mi amigo, preocupado, sentándose a mi lado.

—Anoche salí con ustedes —le recuerdo.

—No hiciste, sino rechazar a todas las chicas que se te acercaron y te fuiste muy temprano. Hasta Silvana está preocupada.

—Lo menos que necesito ahora es echar un polvo —le respondo, molesto.

—Sé que no lo has superado y que necesitas tiempo, pero tienes que poner un poco de tu parte. Yo intento seguir tus consejos, ya que sé que me los das porque te preocupas por mí.

—Sí, mira cómo te ha ido. Hasta dando consejos, soy un desastre.

—No me ha ido tan mal. Hace un año no me hubiese ni imaginado en poder besar a Nauzet. Además, no solo lo he besado, anoche cuando me besó lo hizo mucho más tiempo de lo normal, así que le agarré el culo y le hice notar mi erección, para que entendiese cómo me pone cada vez que besa —me cuenta mi amigo, que cada vez va ganando más confianza en esto del sexo, aunque sea a paso de tortuga.

—Eres mi ídolo —le digo entre risas.

—También noté la suya, Gabriel. Sé que luego se acuesta con una chica y que los celos me tienen hecho polvo, a pesar de que no tenemos ni vamos a tener una relación, pero yo también lo excito —me cuenta, orgulloso.

—Eso es todo un triunfo —afirmo, pensando detenidamente en lo que Gonzalo me acaba de contar.

—Lo sé y llegados a este punto, voy a hacer lo posible por acostarme con ese chico, aunque sea lo último que haga en mi vida —dice muy seguro de sí mismo.

—Yo nunca he visto a Nauzet sentir el más mínimo interés por un chico, pero puede que tenga ganas de follarte, Gonzalo, y tienes que estar preparado para todo —le advierto, midiendo mis palabras.

—¿Qué significa todo?

—Puede que solo quiera follarte el culo y ya está, pero también hay una posibilidad de que se acuesten varias veces o que la cosa sea más seria —intento explicarme.

—¿Podría haber una posibilidad de que quiera algo más que acostarse conmigo? —pregunta Gonzalo, ilusionado.

—¿Por qué no? Tú no estás mal, es decir, imagino que cualquier persona interesada en ti te encontrará atractivo y deseable. ¿Por qué no va a querer repetir si funcionan bien en la cama?

—¿Cómo sé si funcionamos bien en la cama?

—Ya sabes que a Nauzet le gusta el sexo duro. Tengo la sensación de que le gusta mucho más duro que a mí, que a su lado yo soy un blandengue. Así que, si los dos tienen el mismo gusto y se entienden en la cama, ¿por qué no repetir? Yo lo hice muchas veces con Silvana —le recuerdo.

—No sé cómo me gusta el sexo, pero pierdo el control cuando me empuja contra la pared y me muerde el labio hasta que sangro.

—Pues la próxima vez que se besen, házselo tú a él. Si también le gusta que se lo hagan, lo tendrás detrás de ti como un perrito faldero —le cuento mi teoría.

No podemos seguir hablando porque Silvana y Dácil entran en el salón. Han venido a pasar el fin de semana a Madrid y se están quedando en mi cuarto, porque yo me quedo con Hugo, ya que nosotros somos los que menos espacio ocupamos en una cama. Tanto Nauzet como Gonzalo parecen culturistas por las espaldas que tienen.

—Pero si está aquí el nuevo Matthieu Ricard —dice Silvana para mi sorpresa como saludo.

—¿Lo conoces? —pregunto, porque me extraña que conozca al doctor en biología molecular francés que se convirtió al budismo.

—He visto un libro que escribió y que tienes en tu cuarto, pero no se me ocurriría leerlo —dice, como si leer ese libro la hiciese caer muy bajo.

—Estás estudiando filosofía, no te vendría mal leer uno de sus libros —contesta Dácil, con la que ayer estuve discutiendo sobre el budismo y, concretamente, sobre la vida del señor Ricard.

—Solo lo estudio porque no quería dejarte sola en esa facultad —responde Silvana, tan segura de sí misma, que me hace pensar que tiene una obsesión insana con mi otra amiga.

—¿La estás escuchando, Gabi? Yo ya no sé qué hacer para que entienda que no puede intentar controlarme siempre y ni siquiera tenemos una relación. Ella puede hacer lo que le plazca con quien le dé la gana y a mí me vigila y no me permite ni hablar con una chica.

—Eso no es verdad, pero no me gusta que hables con chicas que puedan estar interesadas en ti —se defiende, aunque no termino de entender lo que le pasa a Silvana por la cabeza.

Ninguno de los presentes tiene fuerzas de comenzar en una discusión con Silvana, ya que sabemos que no va a entrar en razón. Así que nos vamos a la cocina y comenzamos a preparar el desayuno.

—¿Dónde está Belén? —le pregunto a Hugo, cuando lo veo entrar en la cocina solo con Nauzet.

—¿Cómo tú te estabas quedando en mi cuarto, anoche no quiso venir al piso? —responde malhumorado.

—Pero si siempre se quedan en el salón y luego se acuesta en el sofá —le respondo, porque no es la primera vez que me toca compartir cuarto con Hugo cuando tenemos visitas.

—Anoche, me echó en cara que no tenemos una relación, solo estamos siendo exclusivos, así que unos minutos después de que tú desaparecieras, se fue a casa con una de sus amigas —me cuenta, claramente molesto.

—¿Por qué te fuiste tan temprano? —me pregunta Nauzet, que siempre se queja de que, últimamente, me desaparezco antes de que realmente empiece la fiesta.

—Esta mañana tuve que enviar el proyecto en el que estoy trabajando a Tenerife y quería levantarme temprano —me excuso, con la mirada recriminatoria de Gonzalo puesta en mí.

—Tienes que divertirte más —me recomienda Hugo.

—Yo pensé que tenías una relación con Belén. Levantaste los pulgares cuando terminaste de hablar con ella —cambio radicalmente de tema.

—Quizás no me expresé tan bien como supuse o, tal vez, ella se avergüence de tener a un novio como yo —responde mi mejor amigo.

—No sigas con esa estupidez. Se nota a leguas que se quieren mucho los dos —le respondo, porque es la verdad.

—Yo no he dicho que no me quiera, solo que se avergüenza de mí.

—¿De ti? ¿Tú te has visto? Eres guapo, simpático, tienes carisma natural y, como sigas así, vas a ser un gran doctor. Eres el yerno que cualquier padre quisiera tener —me echa un cable Gonzalo.

—Sí, pero ahora mismo no tengo nada, no puedo ofrecerle sino un futuro incierto y ella está acostumbrada a vivir en otro mundo —se aflige Hugo.

—Hugo, no puedes pensar que ellos son mejores que nosotros. ¿De verdad crees que cualquiera de los amigos de tu novia son mejores que Nauzet, que Gonzalo o que yo? —intento enfrentarlo.

—No es mi novia, no del todo. Pero ustedes son diferentes a mí —se excusa.

—Sí, tú eres idiota —responde Nauzet, molesto, por ver que mi amigo no se valora lo suficiente.

—Todos somos diferentes, Hugo, pero valemos lo mismo —le digo, porque en casa es algo que siempre hemos tenido claro, nadie vale más o menos que otra persona.

—¿Y por qué no quiere ser mi novia? —se apena mi mejor amigo.

—Porque, quizás, no fuiste muy claro cuando hablaste con ella. A lo mejor ella se está comiendo el coco, igual que tú ahora —le dice Gonzalo.

—De todas maneras, las chicas somos muy perras —añade Silvana y no podemos evitar echarnos todos a reír.

Una hora después, dejamos a Hugo y Nauzet estudiando en el piso y el resto nos vamos al zoo de Madrid. Esta tarde mis amigas volarán de vuelta a Tenerife y Silvana está empeñada que quiere ver a los gorilas.

A mí, particularmente, no me gustan mucho los zoos, pero el acuario me encanta. Aunque me niego a ver las exhibiciones de delfines y leones marinos y los chicos entran sin mí. Nunca me ha gustado ver a los animales privados de su libertad, pero con los peces no me pasa igual.

Cuando me reencuentro con mis amigos, después de que disfruten de los delfines haciendo de atracción de feria, veo cómo Silvana echa de malas maneras a una chica que está hablando con Dácil.

—Anoche, desapareciste con un chico —le riñe Dácil a Silvana para que se dé cuenta de que ellas no tienen ninguna relación o, por lo menos, no monógama.

—Pero a ti no te ha tocado nadie, sino yo y no quiero que eso cambie —contesta Silvana sin un ápice de duda y, mucho menos, vergüenza.

—No puedes pedirme nada que tú no me puedas dar.

—Yo no dejaré que ninguna tía me toque, al igual que tampoco dejaré que te toquen a ti —le dice Silvana antes de adelantarse unos metros y ponerse a hablar con Gonzalo, como si no hubiese pasado absolutamente nada.

—¿Crees que es normal lo que ella quiere de mí? Pretende que yo le sea fiel y ella se acuesta con todo tío que muestre un poco de interés —me pregunta Dácil, indignada, cuando se da cuenta de que estoy a su lado.

—Sabes que no me gusta opinar de las relaciones de los demás, pero es Silvana, siempre hace lo que le da la gana —le respondo para que entienda que con Silvana no se puede esperar que las cosas sean normales.

—Pues se va a enterar, porque esto no se va a quedar así. O estamos solo nosotras o pienso enróllame con un tío delante de ella. Seguro que se cae de culo —dice mi amiga, más molesta de lo que la había visto nunca.

—Al menos te has acostado con ella —le digo para que recuerde que hace un año era lo único a lo que aspiraba.

—Sí, no obstante, ella se comporta como si yo fuese suya, pero sin dar nada a cambio y, si algo le importo, va a tener que decidir si tenemos una relación o no la tenemos. Yo no soy Hugo, he hablado con ella claramente, aunque siempre dice que ella no es una chica de relaciones. Pues si no lo es, que sea con todas sus consecuencias.

Nunca he visto a Dácil tan segura de algo desde que la conozco y sé que es lo suficientemente lista para trazar un plan que terminará por destruir su rara relación con Silvana o hacer que nuestra amiga entre en vereda.

No puedo hablar mucho con ella porque se van a Tenerife en cuanto salimos del Zoo. Las dos estudian filosofía en la Universidad de La Laguna y mañana tendrán que acudir a clases. 

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