Capitulo III
Connell
Sus sueños era diferentes a los demás, estos eran cargados de humo, de ira, con luces rojas y anaranjadas batallando, con gritos y personas corriendo, la sombra de alguien riendo en la oscuridad. La ira adentrándose en su cuerpo para salir explotada, no le gustaba ser la burla de nadie, no le gustaba sentirse que se ahogaba. Y hablaban, sobre todo en su sueño hablaban, a veces en un idioma que no conocía, otras veces francés, otras veces ingles, y se reía todo el tiempo, cada vez que quería llegar era tarde. Entonces despertaba, con la sensación de amargura y el peso en su pecho que lo sofocaba; no le gustaba.
Nada de eso le gustaba.
Nació y se crio en un pueblo remoto Frances que pocos conocen su nombre, en una casa que se encontraba en una colina cerca del mar, donde el agua chocaba contra las rocas. Mas de una vez se quedó con la vista perdida en el impacto del agua con las rocas, en el ruido que hacía, en todo lo que surgía.
El pequeño pueblo de Duruby no tenía demasiado que ofrecerle al joven, mas que su frondoso bosque que rodeaba el pueblo, y una antigua leyenda en la gran casa que había comprado. La misma tenía enrejado construido por plantas altas y un portón de hierro negro para adentrarse a la misma, la casa se alzaba frente a ellos, de color blanco, un camino de piedras te llevaba a la entrada, una gran puerta marrón te esperaba, y al abrirla, veías una construcción antigua decorada desde todos los cimentos, las paredes, las vigas.
Lo más moderno que tenía esa casa eran sus muebles.
El joven rubio no había vuelto con sus hermanas al colegio, se había desviado por el bosque, por alguna razón que desconocía, podía sentir familiaridad alrededor de esos árboles, de las hojas secas, y de las ramas que crujían mientras caminaban.
Con las manos en los bolsillos de su chaqueta que seguía teniendo la mancha de algo que debía ser pure, camino de regreso a la casa Benson. Aunque él junto a sus hermanos, le decían la mansión Benson, debido a su semejante tamaño para todos ellos. Mientras mas se acerca, suelta aire de sus pulmones viendo la cabellera castaña de su hermano apoyado al portón de hierro.
La tinta del tatuaje en su clavícula sobresalía a medias bajo la remera gris que llevaba puesta, jugando con un cigarrillo en sus labios mira a su hermano menor que se estaba acercando.
-Hasta que llegas, mamá me pregunto si estabas aquí y tuve que mentirle.
-¿Para que me necesita?.
-Oh no se, ¿Qué hay de la pelea que te metiste en la escuela?.
-Esas niñas...
-Los Johansson no nos delatamos-dice su hermano viéndolo.-Fue el director, de hecho, una pelea que comenzaste. Tienes suerte que papá ya se había ido al trabajo al igual que mamá, y yo estaba para atender el teléfono.
El director no le dio una gran reprimenda sobre meterse con Lance, solo le dio una advertencia y un llamado de atención. Pero eso no dejo feliz al castaño quien quería que el rubio fuera expulsado, no era la primera vez que Connell se metía en problemas. Pero no sería la última.
-Se lo tenía merecido.-dice el chico mientras esquiva a su hermano mayor entrando a la casa. Travis lo sigue, era unos centímetros más alto que el rubio, y le gustaba sacar ventaja de eso cuando podía.
-Entonces...¿ganaste?.
-Claro que gane.
-Ah que modesto-dice Travis rodando los ojos dándole un empujon divertido en el hombro.-Pero a mi no me ganas.
-Lo haría con los ojos cerrados.
-No te creo.
El rubio alza una ceja dejando su mochila y su chaqueta de lado en el suelo, mientras que su hermano se burla imitando la misma acción. Los dos chicos se abalanzan en ellos mientras peleaban en el jardín delantero, entre empujones y golpes en los que intentaban medir sus fuerzas para no herir al otro.
Se tiraron al suelo, donde rodaron, Travis enredo su brazo en el cuello del rubio y con su otra mano frotaba sus nudillos en su cabeza.
-¡Travis, no!.-se queja el rubio, el castaño ríe.
-Admite que soy mas fuerte ahora.
-Nunca-dice empujándolo y se coloca encima del mayor preparándose para escupirle la cara mientras que Travis pataleaba para ser soltado. Paradas en la puerta, estaban sus otros tres hermanos viéndolos cruzados de brazos, a excepción del menor que se abrazaba a un libro de partituras.
Ambos hermanos detienen su pelea, cuando frente a ellos, aparecen unas piernas vistiendo unos tacones blancos y pantalones vaqueros. Suben la vista para encontrarse con su madre viéndolos seria, con las manos en su cadera.
-Hola mamá.-dicen los dos hermanos al mismo tiempo.
Connell estaba sentado en la mesa del comedor mientras escuchaba todo el sermón de su madre sobre pelear en el colegio. El rubio se sabía de memorias sus palabras, a tal punto que podía imitarlas si se lo proponía.
Cuando su madre termina, suelta un suspiro tomando asiento a su lado, agarra el rostro de su hijo y acaricia su mejilla besando su frente.
-Se que debes estar enfadado por mudarnos, de tus hermanos fue el que mas lo demuestra, pero estamos aquí por algo bueno Connell.
El rubio asiente levemente.
-Bien, lo lamento, me disculpare con ese Lance si quieres.
-Se que eres un buen chico.-dice besando su mejilla mientras se levanta para ir a la cocina. Minutos después, el rubio decide seguirla, su madre se había soltado la cola de caballo dejando caer su cabello rubio por la espalda, bebía un vaso de limonada.
La cocina era una linda parte de la casa, con ventanas que daban al amplio jardín y muebles blancos que permitía una mejor luz.
-¿Cómo te enteraste?.-pregunta, según recordaba, su hermano dijo que llamo a la casa y que él atendio. Dudaba que el colegio tuviera los celulares de sus padres para llamarles y decirles lo que el rubio había echo.
-Una compañera tuya va a mi consultorio, Murphy.-dice ella clavando sus ojos cafés en su hijo.-Se le escapo.
-¿Por qué Murphy iría a tu consultorio?.
-No hablo de mis pacientes con mis hijos. –dice ella viéndolo, el rubio suspira resignado, sabía que cuando su madre decía que no, era bastante firme y difícil de ceder ante su petición.
El chico siente que su remera es jalada hacía abajo, agacha la vista para encontrarse con su hermano menor, el cabello castaño y ondulado como siempre lo llevaba despeinado, tenía una mascara de un fantasma, y de los agujeros sobresalían sus ojos cafés.
El niño le muestra a su hermano el libro de las partituras, había llegado tarde a una de las lecciones.
-Ya te quite mucho tiempo-dice su madre y besa la coronilla de su hijo menor.-¿Sigues practicando la de Beethoven? Me gusta esa canción.
Su hermano Dean no iba a una escuela normal como el resto de la familia, era educado en casa desde hace un año. Todos se repartían para algunas materias, Connell se especializaba con matemática y música creyendo que eso podría ayudarlo demasiado.
En su casa de Francia, tenían un pequeño piano de color café que el rubio aprendió a tocar cuando tenía seis años. Se pasaba tardes enteras creando melodías, hasta que su padre le compro su primer libro de partituras para que pudiera tocar canciones clásicas, y así siguió por largos años, y solamente Dean parecía el único en seguir con el piano.
En la nueva casa, tenían un piano más grande, de color del ébano y se encontraba en el salón que pocas veces usaban, aun había cajas amontonadas que desempacar, y un sillón era lo único que había. El niño seguía tocando la canción bajo las indicaciones de su hermano mayor, Connell le levanta la máscara provocando que se detenga, la coloca encima de su cabeza.
-No hace falta que la uses con nosotros, eso lo sabes.-dice el rubio, el niño asiente una vez.-Vamos sigue, no te olvides del sol sostenido.
-No me sale el sol sostenido.
-Entonces practiquemos, te muestro como es.-dice el rubio colocando sus manos en las teclas mientras toca la parte de la canción, solamente para que segundos después su hermano menor lo imitara.
Siguieron tocando un rato más, hasta que finalizo su lección y Connell le dio autorización al niño para que vaya a jugar mientras volvía a bajarse la máscara. En la puerta del salón, se encontraba su padre, Dean lo abraza antes de irse corriendo afuera, pero el rubio se queda sentado en el piano, mientras su padre ingresa sentándose junto a él.
Su padre era experto en psicología criminal, también trabajaba en algunas escuelas en las mañanas. El hombre mira a su hijo, ambos tenían los mismos ojos claros e intensos, a veces fríos solía decir su madre.
-¿Mamá te contó?.
-Si-dice él.-No planeo regañarte, ya seguramente te dio todo el sermón que te viene dando desde que naciste.
Connell ríe levemente. Su madre era buena, y lo quería, pero sus discursos no cambiaban demasiado en sus palabras.
-Solo te diré, que no busques enemigos Connell, no todos son enemigos.
-Pero él...
-Connell-interrumpe su padre.-Eres un genio para las matemáticas...y lo mismo por lo que eres un genio, también eres un poco tonto.
-¡Ey!.
-Las peleas no se ganan siempre con fuerza-dice dándole una caricia en su cabello mientras se levanta y sale del salón.-Haz tu tarea y en la cena pondrás la mesa. Como castigo.
-Que cruel.
La risa de su padre retumba en las paredes, mientras que el rubio niega, toca las teclas sueltas en el piano. A veces la música podía transportarlo a otro lugar, solo tenía que cerrar los ojos y dejar que la misma lo llevara a cualquier parte.
En las noches, mientras Connell intentaba dormir, su cabeza comenzaba a vagar, humo y luces fueron lo primero que aparecieron, porque es siempre lo primero que aparece. La luz de la luna ingresando por la ventana de su habitación era la única disponible, mientras que el chico jugaba con las sombras del lugar. Su habitación daba a la calle principal, donde podía ver el portón de hierro negro, y algunas personas caminar.
Entrecierra los ojos cuando cree ver una figura familiar pasar por el frente de su casa, pero por el enrejado de plantas, la pierde de vista fácilmente. Tal vez podía seguirla, ver donde se dirigía, se calza sus zapatillas y abre la puerta de su habitación, casí chocándose con el cuerpo de su hermana menor.
Alice llevaba el cabello castaño y cortó, su pijama consistían en un pantalón negro con las letras verdes donde se leía Wicked, y una remera que le quedaba demasiado grande de color negro con el dibujo de una calaveram.
-¿Qué haces despierta?.
-¿Qué haces con zapatillas?.-remata ella a su pregunta.-¿Vas a escaparte?.
-No los abandonaría solo...salía a correr.
-Eres un mal mentiroso, pero no importa-dice negando.-Dean tiene pesadillas.
-¿Y nuestros padres?.
-No se, fui a buscarlos y no estaban, tampoco Travis.
Era extraño que sus padres y su hermano se hayan ido sin decir nada, pero Connell asiente mientras va al cuarto de su hermano menor, donde Kara ya estaba recostada junto a él acariciando su cabello.
-Tranquilo Dean, fue un mal sueño.
-Fue real.-dice el niño llorando abrazado a su hermano.
-Ey –dice su hermano agachándose a Dean.-No dejaremos que nada te lastime, ¿si?, intenta dormir de nuevo.
El niño se acomoda en la cama, mientras que sus hermanas se quedaban con él, al igual que Connell, horas después, sus padres llegaron. El rubio los esperaba sentado en la escalera mirando la hora desde el reloj de la pared.
-¿Qué haces despierto Connell?.-pregunta su madre.
-Dean tuvo pesadillas, esta bien, Kara y Alice duermen con él...¿Dónde estaban?.
-Teníamos algo que ver de un paciente y tu madre me estaba ayudando.-dice Aspen.-¿Travis duerme?.
Connell entendió algo en ese momento, Travis se había ido poco tiempo después de su padre, se había escabullido por las noches y nadie lo encontraba.
-Esta durmiendo.-mintió, porque los hermanos no se delatan.
Pasadas las cuatro de la mañana, Connell vió la cabellera castaña de su hermano mayor ingresar por el portón de hierro. Lo miraba desde la ventana, pero Travis no lo vio a él.
Los hermanos no se delataban, pero al parecer, se ocultaban cosas.
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