Galletas de la discordia
Los juguetes estaban desparramados por toda la alfombra que cubria el frío suelo de la sala, era un domingo normal en el que los pequeños hermanos disfrutaban de sus vacaciones antes de volver a la primaria.
Era un completo desastre pero no había un adulto que los supervisará desde que habían noqueado accidentalmente a la rubia que los estaba cuidando anteriormente.
—¡Espera! ¡No podemos comer bocadillos cuando hay un villano suelto!
—¡Pero estoy cansado y tengo hambre!
—Por favor...
—Podemos retomar el juego después... —en rubio rodó los ojos ignorando el rostro suplicante de su hermano menor—. ¿Quieres que se lleve los bocadillos...
Se interrumpió a si mismo al ver dos figuras correr atravesando la sala como si fueran una bala. En un descuido, Doom chocó contra el muro mientras el tercer hermano perseguía al segundo tal como había ordenado su hermano mayor.
—¡Famin no puedes comerte todas esas galletas tú solo!—. Gritó el niño ciego después de levantarse, tenía la nariz levemente roja pero no había una sola señal de que le doliera.
—¿Recuerdas que el villano todavía estaba suelto?— mencionó el rubio, el pelirosa volteó a verlo y luego asintió.
—El villano es Famin ¿Verdad?—Se levantó junto al rubio y ambos comenzaron a correr tras su segundo hermano mayor.
Los tres se alteraron al ver que Famin aprovechaba su diferencia de estatura para subir las escaleras con más facilidad que ellos.
Si fueran cualquier otra galleta ni siquiera les importaría que el codioso segundo hermano se las llevará, comprarían más y listo. Pero el caso era que esas galletas eran importadas desde Alemania, fueron un regalo para su padre y a él no le importó mucho cuando preguntaron si podían comérselas. Aunque la condición que les había puesto fue: sin peleas.
Claro, pero él no estaba, así que no se iba a enterar.
—¡Maldito calvo, trae esas galletas!—Gritó el pequeño Delisaster ayudando a Domina que aún le costaba trabajo subir escaleras.
Domina solo tenía seis años y como la tía Meliadoul estaba noqueada, no había quien además de sus hermanos pudieran ayudarlo.
Epidem estaba demasiado ocupado siguiendo la orden que le había dado Doom: atrapar a Famin. Así que no se acordó de que a Domina aún le costaba subir y bajar las escaleras.
Famin volteó, saco la lengua con burla y volvió a correr mientras los tres hermanos menores respiraban con dificultad, al ver eso cayeron rendidos al suelo.
El primero en levantarse fué el menor de todos, sus ojos comenzaron a aguarse y luego comenzó a llorar escandalosamente.
Famin se detuvo al escuchar el llanto, negó y volvió a correr hacia su habitación, pero cayó cuando, Doom, el hermano mayor y ciego, lo arremetió contra el suelo.
—¡Bien hecho Domina!— Felicitaron los tres mientras el segundo hermano maldecía la debilidad que tenía por la habilidad engañosa de Domina: llorar.
—Eso fue fácil—. Rió Delisaster arrebatando la caja de las manos de Famin.
—Dividiremos en partes iguales las galletas…
—No—. Los tres voltearon a ver al más bajo que interrumpió a Doom. —El villano no merece galletas.
El rostro de Famin palideció, estando aún con Doom encima suyo, puso resistencia y comenzó a moverse intentando quitarse de encima a su hermano mayor. Pero Epidem también se sentó sobre él haciendo imposible su huida.
—¡Estoy de acuerdo!—. gritó Delisaster.
—¡Apoyo!— levantó la mano el pelinegro, Epidem.
Doom sin dudarlo asintió de acuerdo. Sería una buena lección para que Famin dejara de tomar todo lo que quisiera sin siquiera preguntar. Y como si aceptará su destino, el segundo hermano dejo de luchar.
Cuando Delisaster abrió la caja, sintiendo como el delicioso aroma de aquellas galletas escapaba de la caja. Domina se limpio la comisura de sus labios con la manga de su suéter, estaba comenzando a babear. El primer, tercer y cuarto hermano tragaron ruidosamente antes de terminar igual que el quinto hermano, entonces sin dar más suspenso, Delisaster abrió la caja con rapidez dejando escapar el aroma de la caja vacía donde antes había galletas.
—¡¿Y las galletas?!
Famin comenzó a reír, observó a sus cuatro hermanos con una galleta entre sus dientes.
—Este desgraciado... —murmuró Doom.
—¡Maldito calvo! —exclamaron los tres menores.
—¡El villano debe pagar! —gritó Domina— ¡Pateandolo hasta la muerte...
—¡¿Que diablos está pasando aquí?!
Los cinco hermanos se estremecieron, voltearon con lentitud encontrándose con los demandantes ojos rojos de su padre.
—N...no... No es lo que parece.
—...es un juego...
—Se llama policías y ladrones...
La expresión estoica de su progenitor indicaba que no les creía en absoluto. Los cuatro mayores se observaron entre si, buscando alguna buena excusa, hasta que Domina comenzó a llorar alarmandolos.
—¡Yo no quería, ellos me obligaron, dijeron que si le quitaba las galletas a Famin, no me quitarían mi parte!
—¡Malditas lágrimas de cocodrilo!
—¿Acabas de insinuar que estoy mintiendo?— Domina volteó con los ojos aguados, pero la sutil sonrisa en su rostro eliminaba todo rastro de arrepentimiento.
—¡No vuelvo a jugar contigo, eres un farsante!
Domina se llevó ambas manos al rostro y comenzó a sollozar. —¡Delisaster ya no quiere jugar conmigo!
Los tres hermanos voltearon mirando mal al rubio, pero no notaron cuando el quinto hermano de manera leve quitó sus manos de su rostro y le sacó la lengua a Delisaster que fue el único que lo notó.
El timbre sonó, pero el adulto ahí ni siquiera se inmutó o mostró interés en saber quien los visitaba un fin de semana.
Amy Meliadoul, la persona que estaba anteriormente cuidando a los cinco hermanos hasta que fué noqueada por una pelea entre Famin y Doom, se levantó para abrir tras escuchar cinco veces el timbre.
Tambaleante, abrió la puerta, se encontró rápidamente con un hombre con más pelo en la barbilla que en la cabeza.
—Buenos días, ¿se encuentra el señor Cyril Marcus?
—Para que lo necesita...
La rubia se interrumpió inmediatamente al notar a los dos pequeños junto al anciano, sacudió la cabeza intentando quitarse el aturdimiento pensando estar imaginando cosas. Pero eran reales.
—¿Cuál es la razón de su visita?
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