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Capítulo 5

El trayecto fue largo, cuatro horas de vuelo fueron suficientes como para desesperarme. No me gustaba viajar en aquel medio de transporte por las mil películas que hicieron sobre accidentes, me emparanoiaba constantemente. Al tocar tierra firme respiré aliviada.

Al coger mi maleta, emprendí el camino hacia la puerta de aquel inmenso aeropuerto recordando que Leyna me iba a recoger con su coche en la puerta de aquel aeropuerto. Por mi parte, me sentía muy mal tener que volver a mi ciudad natal. Hacía tiempo que decidí irme junto con Daphne a Nueva York en busca de nuevas oportunidades. Madison me traía recuerdos no muy bonitos de mi pasado, pasado que quería borrar de mi memoria y parecía haberlo conseguido hasta que pasó todo esto.

Al llegar a la entrada del aeropuerto me senté en el primer banco blanco que había a mano izquierda. En cuanto me senté, un coche negro que estaba aparcado en la parte derecha de éste pitó. Al oír el claxon me levanté y me dirigí hacia ver quién era la persona que estaba en ese coche. En cuanto la vi, cogí la maleta y me encaminé hacia el coche. Leyna se bajó para ayudarme con la maleta, la verdad es que lo necesitaba para poder entrarla en el maletero. En cuanto tuvimos todo dentro, nos fuimos a los asientos delanteros del coche, ella en el de conductor y yo en el de copiloto, para emprender el camino hacia donde ella quisiera llevarme.

— ¿No me vas a saludar? — preguntó Leyna.

Yo, por mi parte, me mantuve callada fijando mi mirada en la ventanilla que tenía a mi derecha mientras veía la ciudad en todo su esplendor. Había cambiado todo desde que me fui.

— Ya veo que no estas receptiva para hablar conmigo — comentó Leyna —. Grabe error Nancy.

— No estoy feliz al verte, eso quiere decir que he empeorado — dije enfadada.

— La culpa es mía, tendría que haber llevado un seguimiento, aunque solo fuera una o dos sesiones por año, algo rutinario para cerciorarme de que todo estaba bien.

— No importa, incluso me alegra que no lo llevaras a cabo, pues gracias a eso pude irme a Nueva York a trabajar de lo que realmente quería y sigo queriendo.

— ¿Te alegras? — se rio ligeramente —. Yo no me alegro, pues por eso mismo Daphne está...

— No tienes que repetirlo — le corté mientras apretaba mis puños con mucha fuerza por la rabia que sentía.

En ese momento, Leyna decidió que lo mejor en aquel momento era callarse y dejar que me relajara por mi propia cuenta, pues eso podría desencadenar en una explosión fatal de donde no podría escapar ni tirándose con el coche en marcha. Después de un tiempo largo escuchando la música que nos brindaba la emisora de radio que estábamos escuchando, decidí preguntar lo que me estaba torturando todo el trayecto.

— ¿A dónde vamos?

— No puedo creer que te hayas olvidado de este camino — contestó con un tono dramático.

Sin saber a lo que se refería, decidí fijarme en cada detalle de las calles que, a esas horas de la mañana, estaban poco transitadas. Era una calle un poco estrecha donde, a los lados de ésta, había casas rodeadas de jardines bien cuidados. Estaba tan enfocada en las calles por las que íbamos pasando que, la única cosa que hizo que parara de relacionar esas calles con mis pensamientos era cuando el coche paró frente a una casa no muy grande de color beige.

¿Lo recuerdas? — preguntó Twila con emoción —. ¡Éramos tan felices en este lugar y qué poco lo disfrutamos!

En ese momento, cerré los ojos con fuerza deseando que aquella irritante voz se fuera de mi cabeza por un instante y me dejara en paz de una vez por todas. Después de unos cuantos segundos, los volví a abrir para dirigirlos a aquella casa que se iba haciendo un hueco en mi memoria pero no terminaba de calar en ella.

— ¿Recuerdas esta casa? — preguntó Leyna muy intrigada por la respuesta.

— Me quiere sonar.

Tras aquella respuesta, Leyna bajó un poco la cabeza sonriendo. Luego, se dio la vuelta, no sin antes quitarse el cinturón, para coger el bolso que tenía en los asientos traseros del coche. En cuestión de segundos, sacó del bolso un manojo de llaves con un destacable llavero.

— Compré esta casa cuando te obligué a que vinieras aquí. Como no lo cuerdas con mucha claridad, déjame que te invite dentro para que puedas recordar un poco más y averiguar por ti misma la razón por la que te he traído hasta aquí.

Me limité a asentir y a seguirla hasta la entrada de la casa. En cuanto entramos a la entrada de la casa me sorprendí de lo bonita que era. El portal daba la bienvenida con una escalera de madera que subía al piso de arriba, una puerta en cada extremo de la casa. La puerta derecha te llevaba a un gran salón y, por el contrario, la puerta izquierda conducía a una espaciosa cocina con la isla en medio de ésta. En el techo, colgaba una gran lámpara de araña de oro, era muy bonita.

— ¿Y bien?

— No recuerdo nada de nada — respondí.

Después de mi respuesta, me hizo un tour por esa casa. Cada habitación era mejor que la otra, sin duda, era una casa que toda persona quisiera tener. Era sofisticada y, a la vez, se notaba que era cómoda ya que ni era muy grande ni muy pequeña.

— La verdad, has hecho una muy buena compra — aprobé la compra que hizo cuando nos sentamos en los cómodos sofás del salón —, y luz no te va a faltar en ninguna habitación — señalé por los grandes ventanales.

— Gracias — agradeció mientras se reía levemente por mi reacción —. Entonces, ¿te ha gustado?

— ¿Bromeas? Me ha encantado, si tuviera la oportunidad de comprarme esta casa, lo haría. Se nota el buen gusto que tienes.

— Bueno, pues me alegro de que te guste ya que te quedarás aquí durante tu estancia en Madison.

Al escuchar aquello abrí los ojos como platos. No podía creer lo que me acababa de decir, iba a vivir en esa casa que ella misma compró, no me parecía justo ya que, ¿dónde viviría ella mientras estuviera yo ahí? Era más que evidente que ambas no podíamos quedarnos en esa casa, no sería ni ético ni profesional.

— No me parece bien, ¿dónde vivirás?

— En mi apartamento. Esta casa lo compré exclusivamente para ti, para que tengas un sitio en el que vivir. Además, para las sesiones sería mejor que nos viéramos aquí y así evitarías desplazarte a mi apartamento — explicó al ver mi cara de desconcierto.

— No tenías que haberte molestado — dije al sentirme mal por aquel gesto tan bonito.

— No seas modesta — comentó mientras se levantaba cogiendo su bolso y dirigiéndose a la entrada —. En el garaje tienes un coche que tuve que comprarte puesto que tienes el carnet de conducir y así, te será más cómodo ir a los sitios que tengas que ir. También, he hecho la compra para esta semana, solo hay comida sana, te hará bien. Haz ejercicio, eso va a ayudar a tu mente. Aquí tienes las llaves de la casa — dijo mientras me entregaba las llaves —, cualquier cosa, no dudes en llamarme independientemente de la hora que sea, no me va a importar, estoy aquí para ayudarte. Otra cosa, mañana tendremos la primera sesión. Ahora lo que tienes que hacer es colocar las cosas que tienes en la maleta, descansar y vivir tu día con total normalidad.

Después de decirme todo lo que tenía que decirme, se despidió y se fue. Al cerrar la puerta, cogí mi maleta y subí al piso de arriba, hacia la habitación que tenía la cama de matrimonio. Con algo de dificultad, dejé la maleta encima de la cama, la abrí y empecé a colocar todo lo que traía en ésta.

¿Te acuerdas de lo que pasó en esta habitación? — preguntó Twila en un susurro acompañado de un tono divertido —. Me ha gustado volver aquí. Lástima que no recuerdes nada.

Miré a todos lados, ni siquiera sabía a donde estaba mirando o lo que quería encontrar en esa habitación, pero seguí mirando hasta en cada rincón. Al no encontrar nada y ver que todas las cosas estaban en su correspondiente sitio, volví a fijar mi atención en deshacer la maleta. Después de unas cuantas horas habituándome a la casa, el cansancio se apoderó de mí y decidí irme a dormir entre lágrimas, pues estar en mi ciudad natal pesaba más que cualquier cosa. Me fui para no volver, y en esos momentos estaba en el sitio donde juré que nunca pisaría.

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