Un sueño - Satzu
Quieren leemon? 😏
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Era una noche calurosa de verano, y el aire se sentía denso, como si la ciudad estuviera a punto de desbordarse. Las luces de la calle parpadeaban levemente, mientras el sonido lejano de las risas y conversaciones de la gente saliendo de sus casas se mezclaba con la música que emanaba de los bares cercanos. Sana y Tzuyu iban en el auto, rumbo a una fiesta a la que ambas estaban ansiosas por llegar.
Aquel día, como muchos otros, Sana sentía una mezcla de emociones que no podía identificar bien. De alguna manera, siempre había estado cerca de Tzuyu, su mejor amiga desde hacía años. La relación entre ellas siempre había sido especial, pero Sana guardaba un secreto que nunca se atrevió a compartir. Estaba enamorada de Tzuyu. Y lo peor de todo, lo sabía, pero no podía hacer nada al respecto. Temía que, si lo hacía, todo lo que tenían se desmoronaría.
Aquel momento, dentro del auto, se sentía como una burbuja de normalidad. Estaban juntas, como siempre, riendo de las mismas tonterías y disfrutando de la compañía de la otra. Pero el aire estaba impregnado con algo más: la atracción silenciosa de Sana por Tzuyu, esa tensión invisible que siempre flotaba en el aire cuando estaban solas.
Tzuyu estaba conduciendo, con una sonrisa relajada y una mirada concentrada en la carretera. Sana, en el asiento del copiloto, no podía dejar de mirarla. Tzuyu tenía esa forma tan natural de ser, siempre tan segura de sí misma, tan alegre, tan… perfecta. Cada vez que hablaba, su voz suavizaba el caos en la cabeza de Sana, pero también la hacía sentirse aún más pequeña, más confundida por sus propios sentimientos.
"Vamos a beber un poco antes de llegar, ¿te parece?" preguntó Tzuyu, mientras tomaba una botella de licor que había traído en la mochila. Sana la miró y sonrió, sintiendo la calidez de la idea. El alcohol siempre ayudaba a soltar las lenguas y a calmar los nervios.
"Sí, claro." respondió Sana, un poco más nerviosa de lo que quería admitir.
Tomaron un par de tragos, el alcohol comenzaba a hacer efecto, pero aún no era suficiente para que se olvidaran del todo de la realidad. Mientras Tzuyu seguía conduciendo, Sana sentía como si el mundo se suavizara a su alrededor, como si todo fuera más ligero y divertido. La música de fondo les acompañaba, pero la mente de Sana solo tenía espacio para Tzuyu: su risa, su mirada, su voz.
La carretera estaba tranquila, y de repente, Tzuyu se rio de algo que Sana dijo, y todo pareció volver a la normalidad, aunque para Sana, nada era realmente normal cuando su corazón latía desbocado cada vez que veía a Tzuyu.
"Te quiero, ¿sabías eso?" dijo Tzuyu, sorprendida, mirando a Sana brevemente mientras giraba el volante con destreza. Sana no podía creer lo que acababa de escuchar, pero antes de que pudiera responder, Tzuyu se echó a reír de nuevo, como si no hubiera dicho nada fuera de lo común.
Sana intentó seguir el ritmo de la conversación, pero su mente estaba atascada en esas palabras. ¿Te quiero? ¿De qué manera? ¿Cómo? ¿Lo decía como amiga o…?
En ese preciso instante, algo cambió. De repente, la carretera se volvió más oscura, y un par de luces brillaron con fuerza a lo lejos. Un trailer avanzaba por el carril contrario, y de un segundo a otro, parecía estar demasiado cerca.
Sana sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral y, sin pensarlo, gritó con fuerza:
"¡Tzuyu! ¡Cuidado!"
El auto se desvió en un giro brusco, el volante giró con rapidez y el auto comenzó a derrapar. Sana vio cómo las luces del trailer se acercaban, cada vez más, más cerca… como si el mundo entero se estuviera desmoronando. Todo sucedió tan rápido. El sonido del metal crujiría al impacto, las luces del trailer reflejadas en sus ojos, la sensación de que no habría escape.
Sana cerró los ojos, el miedo invadiéndola por completo, y en ese momento, lo último que pensó fue que tal vez nunca podría confesarle a Tzuyu lo que sentía. Quizá todo se desvanecería antes de que pudiera hacerlo.
Pero entonces, todo se detuvo.
Sana abrió los ojos, y el auto había dejado de moverse, detenido a un lado de la carretera. El trailer ya no estaba cerca, la luz que había iluminado sus rostros había desaparecido. Todo parecía… normal, como si el mundo hubiera decidido pausar por un momento. El pánico seguía retumbando en el pecho de Sana, pero nada estaba roto.
Tzuyu, que había frenado con rapidez, se quedó unos segundos en silencio. Sana notó la tensión en su rostro antes de que finalmente dejara escapar una risa nerviosa, girando un poco el volante hacia la carretera de nuevo.
"¡Dios mío, qué susto!" exclamó, entre risas, tratando de aliviar la tensión con una broma. "¿Viste eso? ¡Estuvo cerca, ¿eh?!"
Sana, aún con el corazón acelerado, no pudo evitar mirar a Tzuyu, sintiendo un pequeño nudo en el estómago. Pero Tzuyu parecía completamente relajada, sin ninguna preocupación.
"¿Estás bien?" preguntó Sana, un poco temblorosa mientras trataba de calmar su respiración.
"Sí, fue solo un susto, no te pongas tan seria" bromeó Tzuyu, mientras el auto volvía a arrancar con suavidad.
Sana asintió lentamente, dejando que la incomodidad se disipara. No podía evitar sentirse extraña por lo que acababa de suceder, pero Tzuyu tenía razón. Había sido solo un susto. No valía la pena preocuparse más. Decidió dejarlo pasar, respirando hondo y tratando de relajar sus pensamientos.
Finalmente, llegaron a la fiesta. El ruido de la música y las luces de colores envolvían el ambiente, mientras la gente bailaba, reía y se divertía sin preocupaciones. Todo parecía tan normal, como si el incidente en la carretera nunca hubiera ocurrido. Sana se sintió aliviada, el miedo que había sentido minutos antes desapareciendo lentamente. La atmósfera de la fiesta la envolvía, dejándola relajarse por fin. Miró a su alrededor y vio a Tzuyu cerca de ella, como siempre, con su risa contagiosa y su presencia tranquilizadora. En ese momento, nada parecía capaz de separarlas.
Sana se permitió perderse en la multitud, dejando que la noche se deslizara entre sus dedos, casi sin darse cuenta de cómo el tiempo pasaba. Entre risas, bromas y más bebidas, se fue sintiendo cada vez más suelta, más ligera. Era como si todo fuera perfecto, como si todo estuviera bien por fin.
Pero entonces, algo inesperado ocurrió.
Tzuyu se acercó a ella, y el aire a su alrededor pareció volverse más denso. Sus ojos brillaban con una intensidad que hizo que el corazón de Sana diera un salto en su pecho. Aquella mirada, tan intensa, tan cargada de algo que no había entendido antes, la dejó sin aliento. Tzuyu estaba allí, frente a ella, como si nada pudiera separarlas.
Sin decir una palabra más, Tzuyu la besó.
Sana quedó paralizada por un segundo, el mundo a su alrededor se desvaneció, y todo lo que podía sentir era el suave roce de los labios de Tzuyu contra los suyos. El beso comenzó lento, cauteloso, pero en cuanto Sana respondió, todo cambió. La sensación creció, una mezcla de calor y electricidad que recorrió su cuerpo. Fue como si todo lo que habían guardado durante tanto tiempo, toda esa tensión, todo ese deseo no dicho, explotara en ese instante, mientras sus corazones latían más rápido, casi al mismo ritmo.
A pesar de estar algo ebrias, aún podían sentirlo todo. Cada movimiento, cada suspiro era real, cada caricia se sentía como algo que debía haber pasado mucho antes. Y, por un momento, Sana se olvidó de todo. Solo existían ellas dos, en ese beso, en esa conexión que había sido silenciosa durante tanto tiempo.
Y en ese instante, todo parecía perfecto.
El beso entre ellas fue el inicio de algo nuevo, algo que Sana había esperado durante tanto tiempo sin atreverse a admitirlo ni siquiera a sí misma. Nunca imaginó que sería de esta manera, ni que el destino las llevaría a este punto tan inesperado.
La noche pasó como un sueño borroso, y al despertar, Sana se dio cuenta de que algo había cambiado. Se encontraba en la habitación de Tzuyu, desnuda bajo las sábanas, y no recordaba con claridad cómo había llegado hasta allí. La sensación de confusión se mezclaba con la incomodidad de la resaca que comenzaba a instalarse en su cuerpo. No tenía ni idea de lo que había ocurrido después de ese beso, pero algo le decía que esa noche había sido mucho más de lo que había planeado.
Antes de que pudiera procesarlo todo, Tzuyu apareció en la puerta con una bandeja de desayuno. Sana la miró, aún atónita, mientras Tzuyu entraba con una sonrisa tranquila, como si nada fuera extraño. Le puso la bandeja sobre la cama, con una pastilla para la resaca y un vaso de agua.
"Te sentías mal, así que pensé que esto te ayudaría" dijo Tzuyu, sin perder esa calma que siempre la caracterizaba. Luego, en un movimiento suave, Tzuyu se acercó a Sana y la besó de nuevo. No hubo palabras entre ellas, solo el suave roce de sus labios, como si todo fuera natural, como si todo encajara en ese momento.
Sana no sabía qué hacer ni qué pensar. Su mente aún estaba nublada por la confusión de la noche anterior, pero algo dentro de ella, algo profundo y sincero, la empujaba a creer que esto, de alguna manera, era lo que siempre había deseado.
A partir de ese momento, todo cambió. Tzuyu comenzó a tratarla de una manera completamente diferente, con una ternura que antes no había mostrado. La mirada de Tzuyu era distinta, más suave, más intensa, como si ya no fueran solo amigas, como si el vínculo que las unía ahora fuera algo mucho más profundo. Sana podía sentirlo en cada gesto, en cada sonrisa, en cada abrazo que se alargaba un poco más de lo habitual. Las caricias eran más largas, las miradas más profundas, y los abrazos más cercanos, como si cada uno de ellos buscara reafirmar lo que aún no se había dicho en palabras.
Aunque no hubo una conversación formal, un intercambio de palabras que definiera lo que había sucedido, ambas sabían que todo había cambiado. La amistad que habían compartido por tanto tiempo se había transformado, y ya no había vuelta atrás. Lo que antes era simple compañerismo, ahora se tejía con hilos invisibles de algo más, algo que se sentía en el aire, algo que vibraba en cada roce, en cada gesto.
Sana intentó asimilar todo, pero era difícil. No podía dejar de pensar en el beso, en cómo todo lo que había querido durante tanto tiempo se había hecho realidad, aunque nunca había imaginado que sería así, de esa manera tan espontánea, tan inesperada. Y, sin embargo, aquí estaba. Tzuyu la trataba como si fueran algo más, con una suavidad y un cuidado que solo se reservan para aquellos que amas, para aquellos con los que compartes algo más profundo.
Cada día se sentía más segura de lo que estaba sucediendo, aunque en su mente aún sentía como si todo eso fuera solo un sueño. Pero no importaba. Lo que había comenzado con un beso que las había unido de una forma nueva, se había transformado en algo más: una relación que las hacía más cercanas, más unidas, más conscientes de lo que sentían la una por la otra.
Sana nunca había imaginado que su vida daría un giro tan grande, pero ahora que estaba allí, junto a Tzuyu, con la certeza de que las reglas de la amistad ya no aplicaban, se permitió ser feliz. Lo que comenzó como una sorpresa, un beso que parecía más un accidente que algo planeado, se había transformado en algo mucho más profundo. Algo que Sana había deseado con todo su ser, y que, ahora, por fin, sentía que podía vivir.
La relación entre ellas comenzó con una naturalidad desconcertante, como si siempre hubiera sido el siguiente paso lógico, como si nada hubiera cambiado, aunque todo había cambiado. A pesar de la intensidad del beso que las unió, Tzuyu, con su suavidad característica, nunca dejó de ser cariñosa y romántica con Sana. Cada gesto que tenía para ella era como un susurro de amor, de devoción. Le escribía pequeñas notas de cariño, las dejaba por sorpresa en su bolso o en la mesa de su habitación. Siempre tenía una sonrisa tranquila y cálida cuando la veía, y en sus ojos brillaba una ternura que solo se ve en aquellos que están completamente entregados.
Tzuyu era un torbellino de calma y afecto. Cada vez que estaban juntas, ella se acercaba a Sana con una delicadeza que parecía propia de un sueño. Sus manos buscaban las de Sana con suavidad, y cada vez que sus dedos se entrelazaban, era como si todo el mundo a su alrededor desapareciera. Las palabras que Tzuyu le susurraba al oído eran siempre de cariño, de amor. Cada gesto de Tzuyu, por más pequeño que fuera, estaba lleno de una pasión silenciosa, de una devoción tranquila pero profunda. Sana se sentía como si flotara en una burbuja, envolviéndose en la calidez de la presencia de Tzuyu.
Pero, por otro lado, Sana no podía evitar ponerse traviesa, aprovechando la cercanía para provocarla de maneras juguetonas. A veces, en medio de una conversación tranquila, Sana tomaba la mano de Tzuyu y la guiaba hacia su cintura, rozando su piel con un pequeño gesto que hacía que Tzuyu se ruborizara, pero también sonriera con complicidad. En otros momentos, cuando estaban solas, Sana aprovechaba para hacerle pequeños pucheros o robarle un beso, siempre lleno de una electricidad innegable.
Sana era la chispa traviesa en su relación, la que desbordaba con risas y bromas, y Tzuyu era la calma que la acompañaba en todo. Juntas, formaban un equilibrio perfecto. Tzuyu, al ser tan dulce y serena, a menudo veía cómo Sana se desbordaba con su energía, pero nunca dejaba de cuidar de ella, de protegerla de su propia travesura. Se pasaban el día entre bromas y caricias, pero también había momentos donde todo se volvía más profundo, más serio.
El deseo entre ellas era palpable, casi eléctrico. Las noches que compartían eran las más intensas, las más cercanas. Cuando la pasión se desbordaba, todo lo demás desaparecía. La habitación se llenaba de la conexión entre ellas, y Sana se entregaba completamente a la pasión que Tzuyu le ofrecía. A veces, era un beso lleno de fuego y, otras veces, un toque suave que decía más de lo que las palabras nunca podrían expresar. Entre ellas, el amor no solo se mostraba en sonrisas y palabras dulces, sino también en esos momentos donde el contacto físico se volvía esencial, donde todo lo que habían guardado se expresaba sin miedo.
Sana se volvía cada vez más desinhibida con Tzuyu, porque sabía que podía ser ella misma, sin filtros, sin preocupaciones. Y Tzuyu, siempre con esa calma que la hacía única, se entregaba igualmente. La pasión que compartían no solo estaba en sus cuerpos, sino en sus miradas, en esos momentos de silenciosa complicidad, en las palabras que no eran necesarias, porque se entendían perfectamente sin hablar.
El amor entre ellas, esa relación apasionada y profunda, se nutría de momentos de ternura y locura. De risas y abrazos, pero también de besos robados, de miradas intensas que hablaban más que cualquier declaración. Juntas, Tzuyu y Sana no solo vivían su amor, lo sentían en cada poro, en cada caricia.
Pasaron los años, y todo parecía perfecto. Se casaron, formaron una familia, y Sana se sintió como si todo lo que había vivido con Tzuyu fuera un sueño hecho realidad.
La pedida de matrimonio de Tzuyu fue, sin duda, uno de los momentos más inolvidables de sus vidas. Sana nunca había imaginado que ese día llegaría tan pronto, pero cuando Tzuyu lo hizo, todo tuvo sentido.
Fue una tarde cálida, una de esas en las que el sol se ponía lentamente en el horizonte y pintaba el cielo con tonos anaranjados. Estaban en el parque al que solían ir de pequeñas, el mismo parque donde se habían tomado su primera foto juntas, de amigas, antes de que todo cambiara entre ellas. Tzuyu había preparado todo a la perfección. Había una manta extendida en el césped, con flores alrededor, y un pequeño picnic esperando.
Sana, al ver todo esto, levantó las cejas, sorprendida.
“¿Qué es todo esto?” preguntó, sonriendo con ternura mientras se acercaba a Tzuyu.
Tzuyu se puso de pie, con una sonrisa nerviosa.
“Nada, solo... quiero hacer algo especial para ti.”
Sana la miró confundida, pero sus ojos brillaban de curiosidad.
“¿Y qué más?” La sonrisa de Sana era cálida, la misma que siempre tenía cuando estaba cerca de ella.
Tzuyu respiró hondo, como si se estuviera armando de valor, y se arrodilló frente a ella.
"Sana... quiero pasar el resto de mi vida contigo. Quiero hacer todo contigo, desde lo más sencillo hasta lo más increíble. No sé cómo ni cuándo, pero sé que no puedo vivir sin ti." Y en ese momento, sacó una pequeña cajita de terciopelo de su bolsillo, abriéndolo para mostrarle un anillo de compromiso.
Sana se quedó en silencio por un momento, mirando el anillo, y luego se llevó las manos a la boca, sorprendida.
“Tzuyu...” susurró, sin palabras, su voz entrecortada por la emoción. “¿Esto es real? ¿Me estás pidiendo matrimonio?”
Tzuyu sonrió tímidamente, casi nerviosa.
“Sí. Minatozaki Sana, ¿Te gustaría... ser mi esposa?”
Sana no pudo contener las lágrimas.
“Sí. Claro que sí.” Se agachó para abrazar a Tzuyu con fuerza, dejándose llevar por la emoción de ese momento tan inesperado, pero tan perfecto. “Te amo tanto...” le susurró al oído.
Tzuyu, al escucharla, la abrazó aún más fuerte.
“Yo también te amo.”
La boda fue como un sueño. No fue lujosa ni extravagante, pero fue perfecta para ellas. La ceremonia fue pequeña, solo con su familia más cercana y sus amigos más queridos. Tzuyu, con su vestido blanco, sencillo pero hermoso, la miraba con ojos llenos de amor, como si fuera la persona más preciosa en el mundo. Sana, por su parte, se veía radiante, con un vestido que reflejaba su luz y su alegría.
El intercambio de votos fue lleno de emoción.
“Prometo amarte siempre, en los buenos y malos momentos,” dijo Tzuyu, con la voz firme pero llena de emoción. “Te prometo ser tu apoyo, tu amiga, tu compañera de vida.”
Sana, con la voz entrecortada, dijo lo mismo.
“Prometo ser tu refugio, tu risa, y tu fuerza. Prometo que siempre, pase lo que pase, estaré a tu lado. Hasta que la muerte nos separe”
"Hasta que la muerte nos separe" Respondió Tzuyu.
Cuando se besaron al final de la ceremonia, el aplauso de todos fue como música en sus oídos. Pero lo que importaba realmente era lo que sentían, lo que ellas dos sabían: que ese beso no era solo el final de un día especial, sino el comienzo de una vida juntas.
La luna de miel fue una aventura que ambas habían soñado por años, pero nunca creyeron que sería tan increíble. Tzuyu, siempre tan atenta, preparó todo: un viaje a una pequeña isla tropical donde podían relajarse y disfrutar de su tiempo juntas sin preocupaciones. Sana, mientras tanto, no dejaba de mirar a Tzuyu, admirando cómo su piel brillaba con el sol, cómo su sonrisa se reflejaba en cada momento que compartían.
“¿Sabes?” dijo Sana mientras se recostaban juntas en la arena. “Nunca pensé que llegaría este día. Pensé que siempre serías mi mejor amiga. Pero esto...” Sonrió, tocando su anillo de compromiso. “Esto es un sueño.”
Tzuyu la miró fijamente, sonriendo.
“Si esto es un sueño entonces vamos a quedar aquí para siempre.”
Sana se rió.
“Yo estaría feliz.” Respondió con una sonrisa, y la risa de Tzuyu llenó el aire.
“Bueno, en algún momento tendremos que regresar, pero por ahora... quiero aprovechar cada minuto de esto.”
Con esa misma felicidad y amor, los meses pasaron hasta formar años, y eventualmente decidieron formar una familia. Era un paso grande, pero ambas se sentían listas.
Después de algunos intentos, decidieron probar la inseminación in vitro. Fue un proceso que las unió aún más, con cada paso que daban, y con cada decisión que tomaban juntas.
El día que supieron que estaban esperando mellizos, Sana no podía creerlo.
“¿Son dos?” preguntó, casi sin aliento, mientras miraba la pantalla del ultrasonido.
Tzuyu asintió, sus ojos llenos de felicidad.
“Sí. Dos pequeños milagros.”
“Te amo,” dijo Sana, tomando la mano de Tzuyu con fuerza.
“Yo también te amo,” respondió Tzuyu, besándola suavemente en los labios.
Aunque con una enorme alegría, los meses que siguieron fueron de preparación, emoción y nervios. Tzuyu estaba increíblemente atenta, asegurándose de que Sana estuviera bien cuidada, y Sana, por su parte, no podía esperar para conocer a sus hijos.
Finalmente, el día llegó. En el hospital, rodeadas de médicos y enfermeras, Sana dio a luz a sus mellizos: un niño y una niña. Tzuyu, con lágrimas en los ojos, no podía dejar de mirar a sus hijos, a los pequeños que habían creado juntas.
“Son perfectos,” dijo Tzuyu, abrazando a Sana mientras los médicos les entregaban a los bebés.
“Son nuestra razón de ser,” susurró Sana, con la voz quebrada por la emoción.
Las primeras semanas fueron un torbellino, con pañales, biberones y noches sin dormir, pero también con sonrisas, risas y momentos de puro amor. Sus hijos crecieron rodeados de un amor inmenso, y cada día, tanto Sana como Tzuyu, agradecían el hecho de haberse encontrado, de haberse elegido y de haber formado una familia juntas.
A lo largo de los años, su relación nunca perdió la chispa. Se reían juntas, se cuidaban, se protegían. El amor que compartían era la base de todo: de su hogar, de su familia, de su vida.
Y aunque pasaron los años, el amor entre Sana y Tzuyu nunca dejó de crecer, y sus corazones, siempre entrelazados, seguían latiendo al mismo ritmo. Juntas habían construido una vida maravillosa, llena de risas, de complicidad, de amor, y sabían que siempre pase lo que pase siempre estarían juntas, porque como lo habían prometido en el altar; solo la muerte podía separarlas.
Todo parecía seguir su curso en armonía. Sana y Tzuyu habían creado una vida llena de amor, risas y recuerdos, pero, de alguna manera, algo en el aire había comenzado a cambiar. Al principio, Sana pensó que era solo el estrés de la vida diaria, las responsabilidades, los niños... pero con el paso de los meses, comenzaron a suceder cosas extrañas. A veces, el tiempo parecía ir demasiado rápido, y otras veces, sentía que iba demasiado lento, como si hubiera pasado mucho tiempo, pero al mirar el reloj, solo habían transcurrido unas pocas horas. El tiempo parecía estirarse, como si los minutos se alargaran de una manera inexplicable.
Lo más estresante era que a veces el reloj en su teléfono se congelaba en una hora que no tenía sentido, aunque rápidamente lo atribuyó a que era cosa de la tecnología, pues llevaba ya varios años sin cambiar su teléfono, todavía aferrada a ese viejo iPhone X, pero los relojes de la casa, el de la cocina, el de la habitación, también parecían tener esa misma tendencia extraña a no marcar la hora cuando más la necesitaba.
Sana trató de ignorarlo, sumergiéndose en la rutina y buscando consuelo en la vida que había construido junto a Tzuyu, pero el estrés comenzaba a ser cada vez más abrumador.
No quería hacerse ideas, no quería pensar mal de Tzuyu ni nada por el estilo, pero era extraño que los relojes dejaran de funcionar cuando Tzuyu estaba afuera. Como si no pudiera saber cuánto tiempo se demoraba su esposa en volver a casa.
Creyó que era solo idea suya, y que todo estaba bien con Tzuyu, pero una noche, después de una velada apasionada en la que se entregaron por completo, Tzuyu comenzó a comportarse de manera extraña. Sana notó que había algo diferente en su esposa, algo en el aire que no podía identificar. Estaban recostadas juntas en la cama, las sábanas arrugadas a su alrededor, el aroma de su piel mezclado con el de la habitación.
Entonces Tzuyu la miró a los ojos, pero había algo en su mirada que Sana no había visto antes. Algo que no pudo descifrar.
"Tzuyu... ¿estás bien?" preguntó Sana, sintiendo una extraña inquietud que le recorría el cuerpo.
Tzuyu, con una sonrisa tenue, acarició suavemente el rostro de Sana.
"Te amo mucho, Sana... más de lo que puedo decir con palabras, y no sabes cuánto te agradezco por estar a mi lado, por darme todo lo que tengo y amarme como soy." Su voz sonaba tranquila, pero había algo en su tono, algo en sus palabras, que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Sana.
"¿Qué pasa, Tzuyu? ¿Por qué me dices eso ahora?" Sana le preguntó, confusa.
Tzuyu la miró en silencio por un momento, sus ojos brillando con algo indescifrable, pero luego, como si el peso de sus palabras fuera demasiado para ella, sonrió de nuevo.
"No es nada. Solo... me siento tan afortunada. Quiero que lo sepas. Porque te amo, de verdad. Y sin importar lo que pase, siempre te voy a amar."
Sana, aunque sintió una punzada de preocupación en su corazón, decidió ignorar esa sensación incómoda. Después de todo, estaban bien, disfrutando del amor que compartían.
"No sé que esté pasando por tu cabeza ahora mismo, pero quiero decirte que yo también te amo, Tzuyu. Más de lo que puedes imaginar." Besó suavemente sus labios, y, por un rato, dejó que la atmósfera cálida de su amor y la tranquilidad de la noche la envolviera.
La noche continuó con risas, caricias y pasión, como tantas otras veces. Se dejaron llevar por el momento, disfrutando de su intimidad, olvidando por completo cualquier duda o preocupación. Las horas pasaron rápidamente, y el agotamiento fue ganando terreno. Al final, Sana, completamente cansada, se acurrucó en los brazos de Tzuyu, su cuerpo agotado por la intensidad de la noche.
Tzuyu la abrazó con fuerza, como si no quisiera soltarla, y Sana, finalmente, se quedó dormida en sus brazos, dejándose llevar por la calma que solo Tzuyu podía brindarle. Pero, aunque estaba dormida, el extraño sentimiento de incomodidad seguía rondando en el fondo de su mente.
No sabía qué estaba pasando, pero algo le decía que las cosas no siempre eran lo que parecían. Sin embargo, por ahora, todo lo que podía hacer era descansar, ignorar ese susurro de inquietud y confiar en que, al menos por esta noche, todo estaba bien.
Lo último que Sana escuchó antes de dormir por completo fueron unas cálidas palabras de buenas noches que la hicieron sonreír, pero que por el cansancio no pudo responder.
"Adiós, Sana, duerme bien." Seguido de un beso en la frente.
Sana despertó en lo que parecieron ser horas, con el sonido de una alarma desconocida. Intentó estirarse y apagarla, pero al abrir los ojos, se topó con unos monitores pitando a su alrededor. El pitido constante llenaba la habitación, y el aire estaba frío y antiseptico. No entendía qué pasaba, pero su cuerpo no respondía como debería. Al tratar de moverse, se dio cuenta de que no tenía fuerzas, su cuerpo estaba completamente agotado.
Asustada, intentó levantar su brazo, pero el esfuerzo era inútil. Entonces, una enfermera se acercó a ella, su rostro mostraba una mezcla de preocupación y sorpresa.
"¡Está despierta!" exclamó, y rápidamente comenzó a llamar al doctor.
Minutos después, un médico entró apresuradamente, revisando los monitores y luego mirando a Sana con atención. Entonces le explicó lo que había sucedido.
"Ha despertado de un coma" El médico explicó con calma, como si no quisiera asustarla.
"¿Qué? ¿Cuánto tiempo?" Preguntó completamente preocupada.
"Fueron... 7 años." Soltó finalmente el médico.
"Pero... ¿qué sucedió? ¿Dónde está mi familia? Mi esposa, mis hijos." Sana preguntó desesperada.
"Fue un accidente de auto... estaba con otra persona."
Sana frunció el ceño, sus pensamientos se agolpaban, confundidos, mientras trataba de comprender lo que ocurría.
"No entiendo..."
"Estaban ebrias, usted y... otra persona."
Entonces todo hizo click.
"Tzuyu..." susurró con la voz temblorosa, un nudo apretando su garganta.
El médico titubeó por un momento antes de dar la respuesta que Sana temía escuchar.
"Lo siento mucho, pero... la señorita Chou no sobrevivió al accidente... ella falleció ese mismo día."
Sana cerró los ojos, como si fuera a desmayarse de nuevo. El dolor de las palabras la golpeó con fuerza, pero no más fuerte que la sensación de que todo su mundo, todo lo que había creído vivir, se desmoronaba. Todo había sido un sueño, una ilusión construida en su mente durante esos años en coma. Las risas, los abrazos, los besos, la boda, los niños... nada de eso era real. Tzuyu, su amor, su compañera, nunca estuvo allí para compartir esa vida con ella.
Con las lágrimas cayendo, Sana apretó los ojos con fuerza, intentando borrar la dolorosa verdad que acababa de conocer. Todo lo que había creído, todo lo que había vivido... se desvanecía en un mar de dolor y desesperación.
Todo había sido un sueño.
A/N
Yo solo pregunté si querían leemon, no dije que de eso iba el os.
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