(1) Los Hermanos
Patrice y Jeremy Bieber siempre habían soñado con tener hijos. Desde que se unieron en matrimonio para consumar el amor que sentían uno por el otro, aquel había sido su más grande anhelo. Por eso, cuando al fin lograron concebirlo, fue sumamente grato para ellos enterarse que la mujer estaba embarazada de gemelos.
Justin Drew Bieber y Jason Dean Bieber, siendo éste último el primero en nacer, llegaron al mundo con trece minutos de diferencia. Aquellos trece minutos fueron el único momento de su infancia que transcurrieron separados, considerando que, luego de compartir el útero de su madre, pasaron a compartir el mismo cuarto, la misma ropa, los mismos juguetes, la misma atención.
Sin embargo, a pesar de la impuesta cercanía, existía una insalvable distancia entre los hermanos. A Jason siempre le había disgustado la personalidad entusiasta y risueña de Justin. Era demasiado eufórico e ingenuo, algo que él encontraba sumamente irritante. Justin, por su parte, siempre había aborrecido la actitud seria y adusta de Jason. Ésta contrariaba su perspectiva optimista de la vida y le causaba frustración.
Verlos a ambos pelear constantemente provocaba un grave dolor en Patrice. Ella había intentado por todos los medios armonizar la relación entre sus hijos, mas nada había dado resultados. Al contrario, su insistencia solo parecía empeorar las cosas. El único deseo en su corazón era que las disputas entre ambos se terminaran.
Y su deseo se volvió realidad, pero no de la mejor manera.
Las diferencias entre los gemelos no hacían más que acentuarse con el transcurrir del tiempo, hasta llegar al punto que ninguno de los dos podía tolerar la presencia del otro. Al cumplir los trece años, fue el quiebre definitivo para ellos. A partir de entonces, procedieron a ignorarse mutuamente, como si negaran sus existencias de manera recíproca. Si estaban en la misma habitación, ni siquiera miraban en la dirección del otro, y si se veían obligados a comunicarse (normalmente por esfuerzos de sus padres) no se dedicaban más de tres palabras expelidas con hostilidad.
Al ir creciendo, sus caminos continuaban separándose. En la adolescencia, Jason apenas lograba aprobar sus materias por la escasa importancia que le daba al colegio y tenía pocos amigos debido a su tendencia desabrida. No podía decirse que era un chico problemático, no solía ir de fiesta ni meterse en líos, simplemente era muy reservado y daba la sensación de que un aura oscura lo rodeaba. Nada como Justin: un alumno aplicado que obtenía excelentes calificaciones y ostentaba un merecido reconocimiento entre sus compañeros. No podía ser de otro modo: él era divertido, simpático y amable, por lo que todo el que lo trataba quedaba encantado con él. Su popularidad se debía a su afabilidad, a su capacidad para hacer que otros se sintieran cómodos a su lado. Distinto de esos estereotipos creados para admirar pero nunca tocar, su naturaleza era realmente agradable.
No era un secreto que cualquiera que los conocía (inclusive en su propia familia) prefería casi inmediatamente a Justin. Y eso le causaba a éste una profunda satisfacción. De alguna manera, a causa de la arrogancia que a veces manifestaba, se creía mejor que su hermano y le gustaba cuando otros reforzaban esa teoría. Estaba seguro que siempre le desagradaría Jason y todo lo que tuviera que ver con él.
O eso pensó, hasta que la vio a ella...
—Procura que la salsa te quede deliciosa hoy —pidió Patrice, sonriendo con amplitud.
—Mi salsa siempre está deliciosa —sentenció Justin, fingiendo sentirse ofendido por el comentario.
—Claro que sí, pero procura que hoy lo sea aún más —concedió su madre, soltando una risa silenciosa.
Justin dejó caer en la olla los vegetales que anteriormente había estado cortando. Luego, procedió a revolver la salsa que allí hervía mientras retomaba el habla:
—¿Qué hay esta noche? Pareces muy feliz.
—¡Lo estoy! —exclamó la mujer con voz aguda— Jason nos presentará a su novia hoy. La traerá a cenar.
Su hijo, quien estaba a punto de meterse el cucharon de madera a la boca para probar lo que cocinaba, detuvo su acción abruptamente. Miró a Patrice, elevando una ceja, formando una expresión desconcertada.
Le gustaba ayudar a su madre en la cocina, así como a su padre en la reparación de coches los fines de semana. Lo hacía solo para pasar tiempo con ellos, por lo cual no era extraño encontrarlo allí. Lo que sí era realmente extraño era lo que acababa de oír.
—¿Novia? —repitió, incrédulo.
Había solo una cosa (además de su idéntica apariencia) en la que los gemelos se parecían: eran un par de mujeriegos.
Por supuesto, Justin era mucho más delicado a la hora de establecer sus intenciones con las chicas para evitar herirlas, a diferencia de Jason, quien no tenía reparo en dejarlas llorando. Por momentos, parecía como si los sentimientos de los demás no le importaran, lo que convertía el hecho de que tuviera una novia oficial en algo difícil de creer.
—Sí, novia —confirmó su madre— Me lo dijo ayer. Yo también me sorprendí bastante para ser sincera. Siempre imaginé que serías tú quien traería una novia primero, no Jason... ¡Pero qué digo! -agregó entre carcajadas- ¡Nunca imaginé que Jason traería una novia en absoluto! Ni primero, ni segundo, ni jamás.
—Es extraño, sí —comentó Justin, volviendo a concentrarse en la salsa.
Su interés por el tema fue disminuyendo paulatinamente, al punto que, cuando terminó su quehacer y regresó a su habitación, casi lo tenía olvidado. Su atención estaba puesta en los mensajes de su teléfono y en las redes sociales que lo entretenían, ajeno al hecho de que en pocas horas su vida iba a cambiar para siempre.
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