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Capítulo 37. Leila.

Empiezo a arrepentirme tan pronto como estaciono afuera de la clínica. No es que sea un lugar desagradable, me preocupa el estado en el que encontraré a Ethan.

Considero por un momento llamar a Ana, aunque probablemente está ocupada con Christian. Igual Lidia debe tener las manos llenas con el pequeño Mickey. No tengo el número de Becca y definitivamente no quiero llamar a Jesse.

Solo hay una persona posible y contesta al segundo tono.

— ¿Lay?

— Hola Luke, ¿Estás ocupado?

— No, ¿Qué pasa?

— Necesito hablar con alguien...

— Y mi sabiduría fue la primera en tu mente, ¿Cierto? — Puedo escuchar la diversión en su voz, así que miento.

— Si.

— Era obvio, Christian está perdiendo el encanto. Volviendo a ti, ¿En qué puedo ayudarte?

— Estoy afuera de la clínica donde está Ethan.

— ¿Y?

— Pues quería decírselo a alguien.

— Lay, nena, no estoy seguro de que deberías estar ahí. ¿Ana no lo mencionó? Creemos que es mejor que te mantengas a salvo y lejos de él.

— Es tu amigo. — Susurro, dudando de sus palabras y de la razón que tienen para alejarme.

— Si, lo es, pero tú aún estás recuperándote y no creo que verlo te haga bien. ¿Christian dijo que fueras? ¡Ese idiota! Le dije que no te dijera.

— Está bien, quise venir.

Sé que quiero verlo y saber si esos sentimientos por él siguen ahí, o tal vez no y eso me dará el cierre que necesito.

— ¿Quieres que vaya contigo?

— No, está bien, puedo hacerlo sola.

— Bien, pero llámame cuando salgas de ahí para asegurarme que estás en casa y no en ese bar de nuevo.

— Lo haré. Gracias Luke.

— De nada Lay.

Dejo el móvil en el auto y el resto de mis pertenencias, insegura de cuales son las restricciones para ingresar y camino lentamente hasta la entrada.

— ¿Puedo ayudarla? — Una enfermera me mira por encima de sus gafas.

— Hola, me dijeron que mi amigo estaba aquí, ¿Puedo verlo?

— ¿Nombre de él?

Mi garganta se seca antes de hablar.

— Ethan Kavanagh.

— Ah, si. Ponga sus datos en este diario y siga derecho por el pasillo.

Bueno, eso fue fácil. El lugar no es tan tenebroso como parece aunque esas paredes blancas e impecables seguro podrían ser de un psiquiátrico.

— Disculpe, — Me detengo frente a otra enfermera. — Busco a Ethan Kavanagh.

La enfermera hace una seña hacia el doctor detrás de ella y camino otro poco para hablarle.

— Yo soy su doctor. — El hombre sonríe, su bata bordada con el nombre J. Flynn, psiquiatra.

— ¿Psiquiatra? — Repito mi duda en voz alta.

— ¿Usted es...?

— Leila Williams, amiga de Ethan.

El doctor Flynn señala otro pasillo y camina conmigo a su lado, habitaciones a cada lado con grandes ventanas de acrílico transparente.

— ¿Él está bien? — Me atrevo a preguntarle.

— Está recibiendo terapia, si eso es lo que pregunta. Además está en vigilancia constante. — Nos detenemos frente a una enorme sala con algunas mesas y sillas. — Sus padres solicitaron que recibiera rehabilitación física como parte de su tratamiento, debe estar por terminar.

Un enfermero observa cruzado de brazos mientras otra persona se inclina sobre una de esas camas de revisión, sus brazos estiran y aflojan una pierna.

Cuando se mueve, le tiende la mano para que se enderece en la cama y es ahí que puedo ver a Ethan, balanceando una de sus piernas en el borde. El hombre señala la silla de ruedas a un lado e Ethan niega con la cabeza.

— Mierda.

Está ahí, su semblante tan triste que se me estruja el corazón. Doy un paso hacia atrás, dándome cuenta que en algún momento el doctor Flynn me dejó sola frente a la puerta donde Ethan puede verme.

Y lo hace.

Levanta sus ojos claros hacia mi y siento que me paralizo. Todos los recuerdos de años pasados flotan en lo cabeza, luego todos los malos, los que nos llevaron a esto.

— Te llevo de vuelta. — Le dice el enfermero.

— ¿Puedes darme un momento?

Señala con la cabeza hacia donde estoy todavía inmóvil y el enfermero asiente. Él y el otro hombre salen de la sala dejándonos solos.

— ¿Te vas a quedar ahí todo el tiempo? — Pregunta inclinando la cabeza.

¿Ah?

— Hola. — Me animo a caminar dentro de la habitación, dejando unos metros entre nosotros. — ¿Cómo estás?

— ¿Cómo crees? — El tono de su voz es tranquilo, pero igual no me gusta.

— Estás enojado porque tuvieron que traerte aquí. — Mis hombros se encogen. — De verdad creí que podrías hacerlo tú solo.

— Yo también.

Otro silencio tan incómodo como los recuerdo y comienzo a enojarme. ¿Por qué carajos soy yo la que se siente mal cuando es él quien está siendo grosero?

— Eres un idiota, Ethan. — Sus ojos se abren y arquea las cejas por la sorpresa. — ¡Todo mundo quiere ayudarte y tú solo actúas como si fuera lo peor del mundo!

— ¡No quiero la lástima de nadie!

— ¡Entonces levanta tu culo egoísta y haz algo al respecto!

Su pecho sube y baja por la agitación, mi respiración atorada por gritarle porque no estoy aquí para hacerlo sentir mal.

— Me abandonaste. — Gruñe.

— Me corriste de tu casa. — Respondo.

— Estaba enojado.

— ¡Y yo herida! ¡Quería estar contigo!

Las lágrimas pican en mis ojos tratando de salir con todas mis emociones confusas y aliviar el dolor, intento contenerlas pero es imposible.

— ¿Y ya no quieres?

Me quedo callada un momento, eligiendo mis palabras cuidadosamente. Hace dos meses habría dicho que si sin pensarlo, ¿Pero ahora? ¿Qué se supone que diga?

— Ethan, yo siempre voy a amarte. Siempre voy a recordar nuestro tiempo juntos y te agradezco por esos años.

Lágrimas corren libremente por mis mejillas, la punta de mi nariz roja y las palabras entrecortadas de emoción.

— ¿Eso qué significa?

— No puedo estar contigo.

Ahí está, lo dije. Una loza pesada levantándose de mi pecho. Su ceño se frunce ligeramente y baja la cabeza.

— ¿Por qué no?

— Porque no estoy bien, — Admito. — Yo también necesito ayuda y estoy ocupándome de mi primero. No puedo darte algo que no tengo.

Una expresión que no identifico cruza por su rostro antes de que vuelva a hablar.

— Podemos ayudarnos el uno al otro.

— Lo siento. — Niego con la cabeza y retrocedo unos pasos. — De verdad lo siento mucho, pero no puedo ayudarte.

No le doy tiempo a responder y salgo de ahí lo más rápido que puedo con las lágrimas aún fluyendo por mis mejillas, los sollozos tan fuertes que las personas me miran cuando paso por su lado.

Si digo que si, nuevamente lo haré mi prioridad y mi vida volverá a girar en torno a él. No puedo permitirlo, no ahora. Tengo que ser egoísta y preocuparme primero por mi.

Espero que Ethan lo entienda.

¿O lo habré hecho mal?

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