Capítulo 36. Leila.
Me levanto temprano, me alisto para el trabajo y salgo antes de la hora para asegurarme de no quedar atorada en el tráfico. Estoy un poco ansiosa esta mañana por volver a ver a Jesse y no tener la voluntad para alejarlo.
Estaciono en mi lugar y subo hasta nuestro piso, por supuesto soy la primera en llegar. Todo luce exactamente igual, un caso en el pizarrón, el olor a café impregnado en las paredes y los escritorios atiborrados de papeles.
— Buen día. — Saluda Christian.
— Buen día, jefe.
— ¡Leila! — Ana me abraza sin darme oportunidad a despegar los brazos de mi cuerpo. — ¡Tu cabello se ve genial!
— Gracias.
Ella aún sostiene mi cabello cuando los pasos inconfundibles de Jesse se escuchan en la escalera, deteniéndose a unos pasos cuando me ve.
— Lil, volviste. — Sonríe y solo eso basta para que yo imite su gesto.
— Hey, — Ana me suelta para girarse a mirarlo. — Recuerda lo que te dije y estaremos bien.
— Jesús, lo recuerdo. — Sus cejas se fruncen. — ¿En qué momento te volviste tan aterradora?
La señora Grey se aleja de nosotros para ir con su esposo, que lleva una taza de café a su escritorio mientras observa la conversación.
— ¡Buenos días!
La alegre voz de Luke es la última en escucharse en el piso de abajo, luego aparece en nuestro piso con una gran sonrisa.
— Bienvenida, rub... Lay.
Asiento hacia él, pero algo llama mi atención casi al nivel del piso. ¿Pero qué?
— ¡Luke! — Chillo. — ¡Tenías qué deshacerte de las bolsas, no quedarte con ellas!
Sus cejas se alzan sobre los lentes oscuros cuando señalo los tenis color verde de Ethan, sus favoritos.
— Dijiste que hiciera lo que quisiera.
— ¡No tenías que revisarlo!
Estoy a punto de golpearlo cuando Jesse empuja mi hombro hacia el área donde tenemos la cafetera y la programa para hacer dos tazas más.
— ¿Y cómo estás?
— Mejor. — No sé qué tanto sabe él de lo que pasó.
— Me alegro. Intenté llamarte pero Annie lo prohibió, cree que soy mala influencia para ti.
Eso me hace reír.
— Lo eres, pero también tuve la culpa así que estamos bien. Te extrañé... Portland es un lugar muy aburrido.
— Porque no estoy en él. — Me guiña un ojo antes de volverse para servir el café en tazas que luego llevamos a los escritorios.
— Ya que todos están aquí, retomemos el asunto de las nuevas drogas sintéticas. — Christian señala a Ana para que continúe.
— El hospital regional reportó tres usuarios más durante el fin de semana con sobredosis, lo único que se sabe hasta ahora es que son tranquilizantes.
Ana escribe en el pizarrón y Christian vuelve a dar instrucciones.
— Sawyer y Abernathy, vayan al hospital a entrevisten a esos tres, quiero saber si hay algo en común entre ellos y los otros cinco que tenemos.
— ¿De nuevo con el jodido chico este? — Gruñe mirando a Jesse. — Llevaré a Leila.
— Dije que Abernathy va.
— No lo soporto.
— No me importa. — Christian sorbe un trago de su taza. — Imagina que es la chica esa, Penélope.
— Imbécil. — Se acomoda las mangas dobladas de la camisa. — ¡Nada va a arruinar mi puto día!
Jesse se adelanta en la escalera, seguido de Luke muy de cerca pero no impide que escuchemos sus últimas quejas.
— Más te vale comprarme un mocca y rosquillas. — Le advierte.
¿Qué rayos está pasando? Supongo que la duda se refleja en mi rostro porque Ana se ríe.
— A Luke le intimida la buena apariencia de Jesse.
— Oh.
La vista de Christian abandona los documentos en el escritorio y se fijan en su esposa, con el ceño fruncido.
— Yo también quiero rosquillas, no tardo. — Ana también desaparece en las escaleras.
Okey.
— ¿Leila? Siéntate un momento, por favor.
El tono de voz del jefe es más suave, pero no concuerda con la incomodidad de su rostro. Lo que sea que vaya a decir, no sabe cómo hacerlo.
— Claro. ¿Qué pasa?
— ¿Sabes algo de Ethan?
— No.
Suspira antes de volver a hablar.
— Sus padres decidieron internarlo en una clínica la semana pasada.
— ¿Por qué? ¿La lesión es peor de lo que pensaban?
De nuevo la incomodidad y su mirada gris vagando por la gran habitación.
— Ethan trató de lastimarse a si mismo, está ahora bajo estricta vigilancia médica.
Dios mío.
No soy conciente del momento en que me puse de pie hasta que Christian también lo hace, rodeando el escritorio para enfrentarme.
— Creí que debías saberlo, aunque no sé si sea conveniente que lo visites. Lo último que necesitas es que él vuelva a echarte.
— Pero, ¿Cómo...? — Las palabras se detienen porque no estoy segura de lo que quiero saber.
¿Quiero verlo? ¿Soportaría otro rechazo?
— Esta es la dirección de la clínica, si quieres verlo. — Desliza un papel en mi mano.
— No creo que deba. — Susurro.
— Solo piénsalo. No tienes que ir justo ahora, pero tal vez en algún momento querrías hacerlo.
Guardo el papel en el cajón de mi escritorio y decido dejarlo ahí hasta que sepa qué hacer con él, luego Ana me pide que la ayude a revisar el informe de los oficiales que atendieron primero los casos de sobredosis.
Al final del turno cuando llevamos las carpetas al archivero, Ana apoya su mano en mi hombro y sonríe.
— No tienes que hacerlo si no quieres. Debes pensar primero en ti y en tu tranquilidad. Nadie va a juzgarte por lo que decidas.
— Gracias.
Regreso a mi escritorio y tomo el papel del cajón, sintiéndome más tranquila después de escuchar a Ana y me sorprende lo madura que es a su corta edad.
Dejo el papel dentro de mi suéter y no vuelvo a mirarlo hasta el tercer día, cuando subo a mi auto para volver a casa. Entonces lo decido. Voy a visitarlo, aunque no tenga claro la razón que me lleva a hacerlo.
— Se fuerte. — Me repito mientras conduzco en dirección a la clínica.
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