Capítulo 31. Leila.
Apenas desperté, me senté en la silla frente a mi ventana para mirar a la calle. El otoño siempre fue mi época favorita porque amaba ver las hojas caer de los árboles en todos esos tonos cálidos amarillos y rojizos.
Ahora el paisaje se parecía mucho a mi estado de ánimo.
— ¿Cariño? — Escucho la voz de mamá del otro lado de mi puerta. — ¿Ya estás levantada?
— Si, pasa.
— Estaba preguntándome si querrías hacer algunas diligencias por mí.
Supongo que no tengo otra cosa más qué hacer.
— Claro.
— ¡Bien! Te daré una lista de las compras.
Se alisa la falda y sale de mi habitación cantando muy bajito una canción. Desearía tener su energía y su buen humor cada mañana.
Me alisto y bajo a la cocina, encontrando un delicioso plato de panqueques con mermelada servido con café mientras mamá lava algunos platos.
— Creí que tendrías hambre. — Dice sin mirarme. — Te dejo la lista y el dinero a un lado, cariño. Tómate tu tiempo.
Pone los platos en el escurridor y se seca las manos en la toalla, pasa por mi lado deteniéndose solo para besar mi cabeza y se aleja.
Corto mi panqueque en cuadritos y los como mientras echo un vistazo a la lista: Leche, harina, tocino, pan... Nada complicado. Incluso hay otra lista garabateada con rapidez como si mi madre apenas recordara reabastecer su botiquín.
Lavo mi plato y taza cuando termino, tomo las listas pero no el dinero y salga de la casa de mis padres para hacer los encargos, es lo menos que puedo hacer por dejarme quedar todos estos días.
Estaciono frente a la tienda de autoservicio que mi madre frecuenta y echo otro vistazo a la lista antes de tomar un carrito. Lo empujo por el pasillo para ir a la sección de carnes frías pero la cosa del demonio tiene una rueda chueca.
— ¡Agh! ¡Lo que faltaba! — Empujo con más fuerza.
Tomo el empaque del tocino y lo lanzo dentro, camino hasta el refrigerador de la leche y tomo el galón decidiendo que es más rápido dejar el carrito a un lado y traer todo yo misma.
Continuo por otro pasillo tomando el pan, la harina y las galletas con chispas de chocolate. El siguiente pasillo tiene jugos y tomo los cuatro de siempre en sabor uva.
Dos pasillos más adelante, me detengo para tomar el cereal de Lucky Charms y agrego un frasco de café. Es todo lo que necesito.
Intento guiar el carrito de vuelta a las cajas para pagar cuando hace un giro extraño a la derecha y termina golpeando otro. Carajo.
— Lo siento mucho, ¡Esta cosa es difícil de manejar! — Señalo mi vehículo diabólico.
— No te preocupes, — El chico sonríe. — Nadie salió herido.
Miro el contenido de su carrito para asegurarme que no rompí nada y me encuentro con su mirada curiosa sobre mis compras.
— A mi hija también le gusta ese cereal. — Señala los Lucky Charms, luego carraspea. — Me aseguro de tenerlos cuando viene de visita.
— Oh. — Mis cejas se arquean. — No tengo hijos, pero mi novio...
... ama ese cereal.
Mierda.
La mirada en el chico se torna incómoda, tirando del carrito hacia él para alejarse de mí como si mi novio imaginario fuera a saltarle encima en cualquier momento.
Presiono los labios con fuerza para evitar que las palabras salgan. ¿Qué debería decir? ¿Que no tengo novio y lo olvidé?
El chico se aleja rápidamente y yo miro mis compras: no solo tomé el cereal de Ethan, también agregué sus galletas favoritas y su jugo como si yo estuviera llevando comida a casa.
Tomo las cosas que no están en la lista y camino de vuelta con ellas en mis brazos para regresarlas a su lugar, mi mente llenándose de preguntas y comentarios hirientes de mi conciencia.
“¿Cuál novio?”
“¿El que te abandonó?”
“¿El que ya no soportaba verte?”
Y lo que es peor, ¿Por qué sigo poniendo sus gustos por encima de los míos? ¿Desde cuándo me volví su madre? ¿O la complaciente novia que deja todo por él?
— Mierda, ahora estoy confundida.
Y me duele la cabeza.
¿Cuando me convertí en esta chica que solo vive para su hombre? ¿En qué momento me perdí a mi misma?
La diferencia con otros días es que, en lugar de sentir tristeza, el enojo calienta mis venas y me quema la garganta, de pronto desesperada por gritarle aunque no está presente.
— ¿Quién mierda se cree que es? ¿Cree que yo no sufro? ¿Cree que merezco ser tratada como mierda? — Murmuro bajito mientras empujo el carrito del diablo a la caja rápida. — ¡Bastardo egoísta! ¡Yo también me siento sola!
Supongo que mis palabras si eran audibles porque la cajera me mira con confusión mientras pongo las compras sobre la banda eléctrica.
— Lo siento, estoy muy enojada.
Sus ojos se suavizan y me da una pequeña sonrisa.
— ¿Hombres, eh? — Comienza a pasar los artículos por el escáner. — Son un dolor en el culo pero no podemos vivir sin ellos.
— ¡Exacto! — Chillo. — Pero no necesito un hombre, ¡soy todo lo que necesito!
— ¡Bien dicho! — La mujer sonríe. — Demuéstrale a ese tonto todo lo que pierde, cariño.
— ¡Por supuesto!
Entrego mi tarjeta para que cobre los artículos y pongo todo dentro de las bolsas, lista para llevarlas de vuelta a mi auto.
Me despido con una sonrisa de mi confidente en el supermercado y me alejo con la cabeza en alto.
¿Por qué mierda me tomó tanto tiempo entenderlo?
El problema es que ahora estoy furiosa y lista para enfrentar lo que venga. Ana tenía razón, necesito amigas y actividades que me distraigan, ocuparme de mi misma sin conformarme con menos de lo que merezco.
Me estaciono afuera de la farmacia y bajo para hacer las últimas compras. Encuentro la botella de alcohol, algodón, banditas y las vendas, lanzándolos dentro de la canasta sin mirar la marca o el precio.
Tal vez debería comprarme algunos libros o inscribirme en clases de baile, porque sé que el yoga no es para mí. Podría salir a correr en las noches y asistir al campo de tiro por las tardes.
Y alejarme de los chicos.
Todos ellos.
— Agh, carajo. Debería parar también en una tienda de juguetes sexuales... Por si las dudas.
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