Capítulo 3. Leila.
— Eres mi hermana y te amo, pero ¿Qué carajos haces aquí otra vez? — Lidia me mira con la ceja arqueada.
— Tengo ganas de ver a mi hermana mayor y a mi sobrino bebé, ¿Estás diciendo que no puedo venir?
— Estuviste aquí ayer y el día anterior a ese, así que habla. — Abre la puerta para que yo pueda pasar hasta la sala. — ¿Peleaste con tu novio?
— No realmente. Es difícil pelear cuando ni siquiera quiere verme.
— ¿Tan mal, eh?
— Si.
Lidia se limpia las manos húmedas en el delantal y se sienta en el sofá junto a mí, su mirada maternal y comprensiva.
— Me encanta tenerte aquí, sobre todo los sábados cuando John y yo podemos dejar a Mickey contigo y salir al exterior como una pareja normal. — Se ríe. — Y dormir, Dios sabe que necesito dormir más de 4 horas seguidas.
— Te estás desviando... — Gruño, porque si lo permito comenzará a hablar de su vida sexual.
— Ah, si. ¿Qué estaba diciendo? — Golpea sus labios con el dedo índice. — ¡Ethan! Si, eso, ¿Aún está deprimido?
— No creo que deprimido sea la palabra, esta más como en negación como si no fuera él quien perdió la movilidad de su pierna.
— Dale tiempo, es normal pasar por un periodo de adaptación. Solo mantente alerta a los síntomas para que no se vuelva un duelo patológico.
— ¡Deja de usar tu psicología conmigo! ¡No soy una de tus pacientes! ¡Soy tu hermana!
Lidia entrecierra los ojos antes de tomar la revista que está sobre la mesita de café, la enrolla y golpea mi pierna con ella.
— ¡Basta! ¡No soy un perro que puedes entrenar! — Gruño de nuevo.
— Ve a casa de tu novio y arregla las cosas, de preferencia con sexo porque libera dopamina y nos hace felices.
— ¡Lidia! — Me levanto del sofá para alejarme de mi hermana y vuelvo a mi auto estacionado en su entrada.
Aunque tal vez tiene razón y necesito insistir con Ethan, solo para que sepan que estoy ahí apoyándolo.
Conduzco hasta la casa de sus padres y saludo cuando paso hasta su habitación porque después de cuatro años, ellos ya se acostumbraron a mi presencia.
— ¿Ethan? — Golpeo su puerta antes de entrar. — Hola bebé.
Lo encuentro sentado como de costumbre en la cama con las piernas estiradas frente a él, su vista perdida en la ventana abierta.
— ¿Cariño? — Lo llamo de nuevo.
— ¿Si? — Se sacude el aturdimiento. — Hola Lay.
— Hola amor.
Beso sus labios con ansias locas y me siento a su lado en la cama. Hoy no voy a mencionar la rehabilitación, solo quiero descansar a su lado y pretender que todo es exactamente como antes.
Cuando Ethan corresponde mi beso, me deslizo más cerca de él y sobre su regazo para facilitar el acceso a su boca. Y por un momento creo que está funcionando hasta que lo escucho gruñir.
— Leila, basta.
— ¿Qué?
— No estoy de humor para esto. — Aparta el rostro de mi.
— Bien.
Me dejo caer a su lado en la cama y me acomodo sobre la almohada, dispuesta a tomar una siesta después de todo este tiempo con insomnio. No solo él está sufriendo con lo de su lesión, incluso sus padres han envejecido un par de años en estas semanas.
— ¿Qué haces?
— Dormir.
Cierro los ojos para ignorarlo dejando que el sueño me arrastre. No sé si es el colchón firme, las suaves sábanas o el aroma de su colonia impregnado, pero duermo como una bebé.
Me despierto de golpe y lo primero que hago es buscar a Ethan, que sigue en la misma posición que antes con un libro en sus manos. Gira su cabeza un poco para mirarme y vuelve su atención a la lectura.
— Por fin despiertas, siéntete libre de venir a descansar siempre que quieras y no dejes que mi frustración te alcance. — Gruñe.
Lo cual es bastante extraño en él porque tiende a ser directo y correcto en sus opiniones, no burlón y grosero.
— Pues lo siento mucho, pero después de 4 años de relación y prácticamente vivir juntos, me acostumbré a ti. Así que si, tengo problemas para dormir.
Me levanto de la cama para alisar las arrugas de mi ropa y salgo de ahí gruñendo cosas que nadie más debería escuchar de mi, la frustración creciendo en mi pecho.
— Necesito un jodido trago. — Subo al auto y cierro de golpe. Tomo el móvil para una llamada rápida. — ¿Estás en el bar?
— ¡Rubia! Si, aquí estoy, ¿Quieres invitarme un trago?
— Claro. Voy para allá.
Cuelgo la llamada para encender el motor, preguntándome por qué el loco Luke siempre está en el bar después del trabajo. Ventajas de ser soltero, supongo.
Me toma más de 20 minutos llegar hasta ahí y encontrar al tonto sentado en la barra charlando con un chico de lentes.
— Hey. — Saludo. — ¿Dónde está Jimmy?
Pregunto por el antiguo bartender y el nuevo chico encoge los hombros.
— Renunció ayer, ¿Puedo servirte algo?
— Si, dame uno igual a lo que él está tomando. — Señalo el vaso de Sawyer y el chico asiente, alejándose. — ¿Dónde está tu otra mitad?
— Con su esposa... El muy bastardo.
Eso me hace reír.
— Si sabes que lo de ustedes es platónico, ¿verdad? Christian no te ama.
Me burlo un poco más, amando la forma en que ellos se relacionan y secretamente sintiendo un poco de envidia por esa amistad incondicional.
— Aún no olvido que me llamaste Chewbacca, rubia grosera. — Hace un puchero. — Tendré qué decirle a mi buen amigo Ethan que azote tu insolente culo.
— Buena suerte con eso. — Tomo el vaso que el chico pone frente a mi y tomo un gran trago. — Ethan tiene preocupaciones más grandes que mi culo.
La expresión de Luke se suaviza.
— ¿Problemas en el paraíso?
— Algo. — Mis hombros se encogen. — Todo esto es muy difícil para él y estoy temiendo que se de por vencido con nosotros.
— Eso no va a pasar porque el bobo te ama, solo déjalo que se de cuenta. Él no querrá perderte.
— Quisiera tener tu seguridad.
— ¿Quieres que hable con él? — Sus cejas gruesas se arquean. — Puedo hacer eso.
— ¡Lo sé! — Me apresuro a decir para calmarlo. — Dejaremos que tú seas la artillería pesada.
— ¡Uy! ¡Eso me gusta! Bien pensado, rubia.
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