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Capítulo 29. Christian.

Creí que recibir al camión de la mudanza esta mañana serviría para mejorar el estado de ánimo de Ana, pero no lo fue. Sigue ahí parada frente al ventanal mirando hacia la bahía, perdida en sus pensamientos.

— ¿Nena?

Cierra los ojos y suspira antes de mirarme.

— Lo siento Christian, ¿Qué dijiste?

— Nada todavía, ¿Te gusta como se ven los muebles? ¿Algo que quieras cambiar o agregar?

— No. — Una sonrisa forzada se estira en sus labios. — Está bien así.

— Me alegro.

Vuelve a quedarse callada y no se me ocurre nada para distraerla. Cuando yo quiero dejar de pensar tengo sexo o hablo con Luke, así que apuesto por la primera opción.

— Ven conmigo, Cerecita.

— ¿A dónde?

Tomo su mano y la llevo hasta nuestra nueva habitación, me detengo al pie de la cama y la enfrento para quitarle la blusa.

— Deja de darle vuelta a los problemas y deja que tu esposo te ayude, ¿Está bien?

Su pequeña ceja se arquea.

— ¿Cómo me ayuda a resolverlos que intentes desvestirme?

— En primer lugar, — Continuo sin dejar de aflojar botones. — Te ayudo a distraerte. Cuando puedas hacerlo, ambos pensaremos con claridad y encontraremos una solución.

— ¿Y en segundo lugar?

— Aún no se me ocurre otra cosa pero créeme, serás la primera en saberlo.

La blusa y el sostén caen sobre la alfombra, el pantalón y las bragas haciéndole compañía unos segundos después. Retiro mis zapatos antes levantarme para quitar la camisa azúl.

— Tienes razón, amor. Justo ahora no puedo pensar en nada más.

Ana muerde su labio inferior con fuerza mientras tira del cinturón y el botón de mi pantalón, dejándolos caer al piso lo más rápido posible.

— Eres demasiado impaciente, Cerecita.

— Bueno, es tu culpa. ¿Quién dijo que el sexo no lo arregla todo?

— Seguro yo no.

Normalmente estoy abajo, sintiendo su cuerpo cálido moviendose sobre mi mientras ella toma todo el control pero en esta ocasión se recuesta en la cama con las piernas separadas en clara invitación.

— Mierda.

— Date prisa amor, estoy sintiendo un poco de frío.

Sus manos acarician sus senos y las puntas erectas de sus pezones, manteniendo mi completa atención en sus movimientos.

— Doble mierda.

— ¿Amor? — Levanta la cabeza para mirarme. — ¿No prefieres estar aquí, que ahí solo mirando?

— Tienes toda la maldita razón.

Me lanzo a la cama para acomodarme sobre ella, planeaba ser lento y besarla suavemente pero no voy a lograrlo.

— Cerecita... — Balbuceo cuando me acomodo en mi lugar favorito. — Te amo.

— Te amo también, Christian.

Presiono fuerte contra su pelvis, sus uñas clavándose en mi espalda cuando embisto sosteniendo mi peso sobre los antebrazos.

— Así, amor... — Gime.

Inclino la cabeza sobre su hombro e inhalo su aroma, esa nueva crema corporal con olor a cereza que no me canso de respirar. Mantengo mi concentración y la fuerza de las embestidas hasta que siento sus uñas clavarse más en mi piel.

— ¡Christian! — Chilla, su cuerpo arqueándose contra el colchón.

Puedo ver el éxtasis en los gestos de su rostro y la forma en que su cuerpo se relaja lentamente. Es mi turno de conseguir la liberación mientras mi esposa sonríe radiante.

— ¿Cerecita? — Ella no deja de sonreír. — ¿Estás bien?

— Estoy genial, de hecho. — Me recuesto a su lado dejando mi pierna y brazo derecho sobre ella. — Estoy tan relajada que podría dormir.

— Me alegra que funcionara, — Sus dedos pasan sobre mi cabello. — Siéntete libre de usar mi técnica cada vez que lo necesites.

— Lo haré.

Se ríe y su pecho se mueve, arrullándome más dentro del sueño. El sonido de su corazón aún agitado se vuelve hipnótico y cierro los ojos para dormir un poco.

Cuando reacciono de nuevo, me doy cuenta que sigo en la misma posición abrazado de Ana mientras ella mira al techo de la habitación.

— ¿Cerecita? — Bostezo. — ¿Qué pasa?

— Intento pensar en la forma de enfrentar a Elena pero tengo que admitir que no sé nada de ella, ¿Cómo es posible que sus hijos no sean de mi padre? ¿Él lo sabía?

— No lo sé, supongo que si. Nunca lo vi interactuar con ellos pero contigo fue cariñoso y sobreprotector, y creí que se debía a qué amaba más a tu madre que a su esposa.

— ¿Amarla? Tal vez había atracción, pero dudo que hubiera amor después de tanto tiempo.

— Que tú seas su única hija biológica explica todo, incluso por qué te dejó un fideicomiso y a ellos no. ¿Por qué no hablas con tu madre?

— ¿Crees que ella sepa algo? — Exhala. — Ni siquiera creo que recuerde.

— Pero es nuestra única alternativa.

— Agh, carajo. —Pone los ojos en blanco. — Sé que será frustrante.

Es momento de la opción 2.

— Siempre podemos llevar a Luke.

Su ceño se frunce.

— ¿Por qué querría llevar a ese tonto?

— Porque es gracioso y seguro le gustaría ayudar a interrogar a tu madre. Deja que él y yo hagamos las preguntas.

— ¿Cómo si fuera uno de tus casos?

— Si, necesitamos respuestas y Luke y yo tenemos experiencia en esto, déjame hacerlo Cerecita.

— Bien, llámalo.

Ana se levanta de la cama para ir a la ducha, así que aprovecho para tomar el móvil del buró y llamar a mi amigo.

— ¿Si? — Pregunta cuando responde.

— ¿Estás ocupado?

— Define ocupado. — Escucho una lejana voz llamándolo. — ¡Estoy libre! ¿Qué necesitas?

— ¿Qué mierda fue eso?

Escucho sus pasos y luego susurra al teléfono.

— ¿Recuerdas a mi vecina la loca?

— ¿Patricia?

— Penélope, — Corrije. — No me la quito de encima desde que su madre dijo que haríamos una bella pareja.

— Mierda.

— ¡Lo sé! Así que, estoy mudándome con ustedes por tiempo indefinido.

— No, no lo haces. No te quiero en mi casa acosando a mi esposa.

— ¡Oh, vamos! ¡Ayuda a un amigo en desgracia!

— No te acuestes con ella y dile que eres gay, seguro eso la espanta.

— Demasiado tarde para eso, querido Christian. La chica cayó rendida a mis encantos y flechada por mis habilidades en la cama.

— En ese caso te deseo un feliz matrimonio, no olvides enviar mi invitación.

— ¿Para eso me llamas? ¿Para molestarme? Carajo Christian, ¿Ya te aburriste de la cosita sexy?

Jodido imbécil.

— Cierra la maldita boca y ven acá, te necesito para un caso confidencial, no traigas a tu novia.

Idiota. — Susurra antes de colgar.

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